Forma y Contenido (parte IV)

La integración de la forma y el contenido
Extractos del taller celebrado en la
Fundación para Un curso de milagros
Temécula, California

Kenneth Wapnick, Ph.D.

​Parte IV
Preguntas (finales)

P: Me parece que estoy pasando mucho tiempo con el sistema de pensamiento del ego. En realidad, no estoy pensando con el Espíritu Santo tanto como solía hacerlo. Ya no estoy aprendiendo a pensar con el Espíritu Santo; simplemente estoy aprendiendo a ser bondadoso pese a la ceguera. Es como si me estuviera preparando para tener milagros en lugar de realmente tenerlos. ¿Es algo normal y sano, o me falta entender algo en cuanto a cómo utilizar esta situación en la cual, según parece, me estoy conformando con un nivel mucho más bajo de aprovechamiento?

K: Primero, déjame leer algo. Es del texto, en la sección «El sueño feliz»:

«No te pongas a ti mismo a cargo de esto [el proceso], pues no puedes distinguir entre lo que es un avance y lo que es un retroceso. Has considerado algunos de tus mayores avances como fracasos, y has evaluado algunos de tus peores retrocesos como grandes triunfos» (T-18.V.1:5-6).

Así es como Jesús nos dice que estamos completamente desorientados. Lo que podría estar sucediendo en ti es que tu experiencia del Espíritu Santo, si bien fue útil, no fue tan profunda como debería ser, y ahora estás llevando más a fondo aquella experiencia, pero de una forma muy diferente de la que pensabas. Creo que el hecho de que todavía seas capaz de saber la importancia de ser bondadoso es muy espiritual. No hay manera de que tú ni nadie sepa lo que son avances y retrocesos porque siempre juzgamos sobre la base de criterios externos. Aun cuando pensemos que son internos, siempre son externos. Por lo tanto, es muy posible que, a pesar de que tu experiencia actual parezca relativamente oscura en contraste con los milagros luminosos que tu vida irradiaba en el pasado, ahora te estés adentrando más en el sistema de pensamiento del ego, para que aquellas experiencias en realidad se vuelvan aún más puras. Por lo que dices, yo diría que todavía eres una obra en construcción. Eso está bien. Total, sigue siendo ciego, pero bondadoso. Me gusta.

P: ¿Cómo ayudas a alguien que se está sintiendo suicida? Es como si no hubiera esperanza.

K: Hay una línea en el Curso que dice: «Hay quienes han muerto al darse cuenta de esto...» (T-31.IV.3:4), al darse cuenta de que no hay esperanza en el mundo. El título de la sección es «La verdadera alternativa». Está hacia el final del texto, y voy a leer el tercer párrafo. La idea es que todas las posibles alternativas que el mundo nos ofrece para la esperanza, la salvación, la paz y la felicidad terminarán en la muerte.

(T-31.IV.3) No hay elección posible allí donde el final es indudable. Tal vez prefieras probarlos todos, antes de que te des cuenta de que todos son lo mismo. [Todos los caminos en el mundo son iguales.] Los caminos que el mundo ofrece parecen ser muchos, pero llegará el momento en que todo el mundo comenzará a darse cuenta de cuán parecidos son unos de otros. [El párrafo anterior dice que todos los caminos conducen a la muerte.] Hay quienes han muerto al darse cuenta de esto porque no vieron otros caminos que los que ofrecía el mundo. Y al darse cuenta de que no conducían a ninguna parte, perdieron toda esperanza. Sin embargo, ese fue el momento en que pudieron haber aprendido la lección más importante de todas. Todo el mundo tiene que llegar a este punto e ir más allá de él. Ciertamente es verdad que el mundo no ofrece elección alguna. Mas esta no es la lección. La lección tiene un propósito, y con esto llegas a entender para qué es.

Me detendré aquí, pero el resto de la sección explica que el valor de darse cuenta de que el mundo no funciona es que nos hace decir: «Tiene que haber otra manera; tiene que haber otro mundo». Este, por supuesto, es la mente. Si logras superar la desesperación y la desesperanza de darte cuenta de que en efecto no hay esperanza, entonces de repente se te abre todo un mundo nuevo, y te das cuenta de que hay una mente y que hay esperanza en la mente. Esa es la única opción. Por lo tanto, la «verdadera alternativa» es entre Dios y el ego. Esa es una elección significativa.

Así que cuando te encuentras en presencia de alguien que se siente suicida, lo que es importante no es lo que digas, sino que prestes atención a lo que está en tu interior. Si estás de acuerdo con la persona y sientes que te estás asustando, que te estás sintiendo culpable y responsable de que la otra persona esté hablando del suicidio, entonces básicamente el mensaje que transmites a la persona es: «Tienes toda la razón».

Sin embargo, si puedes identificarte con la paz en tu mente, estarás tranquilo, lo que significa que serás amoroso cuando estés en presencia de alguien que está desesperado. Y a raíz de esa experiencia de paz interior dirás y harás lo que sea útil. Eso no significa necesariamente que convenzas a la persona de que no se suicide. Tampoco significa que le entregues una navaja o una pistola. Simplemente significa que te comunicas con esa persona en el nivel de la mente, aun cuando tu boca esté funcionando y estés diciendo todo tipo de cosas.

No hay una manera correcta o equivocada de manejar eso, pero hay una manera equivocada y una manera correcta de pensar en eso. De modo que cuando estás en presencia de alguien que está turbado —tan profundamente turbado que la persona está pensando suicidarse— en ese momento quieres monitorear tu propia mente. Si no estás perfectamente en paz, entonces tú eres el que necesita ayuda. Cuando puedes estar en paz, entonces el mensaje que le estás transmitiendo a la persona es: «En efecto, no hay esperanza en el mundo, pero hay esperanza en tu mente, y ahora yo soy un ejemplo». No es que digas esto con palabras, pero tu presencia indefensa y amorosa dice: «Soy un ejemplo de que hay una mente correcta que tú puedes elegir». Eso le da esperanza a la persona. Desde esa paz de mentalidad correcta dirías lo que fuese útil.

El Curso nunca se ocupa de la conducta. He citado muchas veces la experiencia que Helen tuvo cuando le preguntó una vez a Jesús lo que ella debía decir a alguien que necesitaba ayuda. La respuesta de Jesús, en forma de un mensaje que Helen anotó, fue: «No me preguntes qué debes decir. Más bien pídeme ayuda para mirar a esta persona a través de los ojos de la paz y no del juicio». Así que cuando te das cuenta de que no estás en paz al estar en presencia de alguien que está muy molesto, enojado, temeroso o que tiene mucho dolor físico o emocional, pide que Jesús te ayude, no en relación con lo que debes decir o hacer, sino para que comprendas que podrías hacer otra elección y que, si estás molesto en presencia de alguien que está molesto, no tiene nada que ver con esa persona. Esa es la mentira del mundo —que el ego, o hasta la mente correcta, de alguien más, tiene un efecto sobre mí, bien sea ese alguien que tengo en frente un Hitler o un Jesús. Da igual porque si las ideas no abandonan su fuente, entonces no hay nadie ahí fuera.

Así que, si no estoy en paz solo puede ser porque mi mente ha optado por no estar en paz, y la responsabilidad de esa decisión cargada de culpa por haber dicho a Dios que se fuera al cuerno, la he proyectado sobre esta situación o esta persona. Por consiguiente, el mensaje que le transmito a esta persona es: «Tienes razón. El ego continúa operando como siempre y no hay esperanza». En ese caso, no importa lo que yo diga; incluso si pronuncio las palabras más cariñosas, reconfortantes y sabias, mi presencia dirá lo contrario. Por lo tanto, si no me encuentro en paz porque alguien más no está en paz, esa es mi señal para acudir a mi interior y pedir ayuda de mi maestro para que yo pueda mirar esto de manera diferente: «Ayúdame a darme cuenta de que la persona que está ahí fuera no es responsable de cómo me siento en este momento. Me siento así porque me dio miedo tu amor». Eso es lo que le dices a Jesús. Utiliza las palabras o los símbolos que quieras, pero la honestidad consiste en reconocer que «nunca estoy disgustado por la razón que creo», como dice la Lección 5.

Permítanme leer lo que Jesús dice en el manual para el maestro porque es una buena manera de expresar todo esto. Viene bajo la pregunta «¿Cómo se logra la sanación?», en la tercera sección «La función del maestro de Dios». El contexto es la enfermedad, pero podemos extender la idea a cualquier persona que esté turbada, a quienes creen que se sienten suicidas, a quienes creen que han sido tratados de forma injusta, a quienes creen que están muriendo de cáncer, a quienes creen cualquier cosa que no les infunda un estado de paz.

(M-5.III.2:1-7) Los maestros de Dios acuden a estos pacientes representando una  alternativa que dichos pacientes habían olvidado. La simple presencia del maestro de Dios les sirve de recordatorio. Sus Pensamientos [pensamientos de mentalidad correcta] piden el derecho a cuestionar lo que el paciente ha aceptado como verdadero. En cuanto que mensajeros de Dios, Sus maestros son los símbolos de la salvación. Le piden al paciente que perdone al Hijo de Dios en su propio nombre. Representan la Alternativa. Con la Palabra de Dios [la Expiación] en sus mentes, vienen como una bendición, no para curar a los enfermos, sino para recordarles que hay un remedio que Dios les ha dado ya.

Así como Jesús es la manifestación del Espíritu Santo, él nos pide que seamos su manifestación en el mundo (C-6:1,5). Eso es lo quiere decir «Representan la Alternativa».

Puede que dentro de dos minutos no esté en mi mente correcta, pero en este momento lo estoy. La paz que he escogido está en ti porque las mentes están unidas y la Filiación de Dios es una. Todos tenemos la misma mente dividida.

(M-5.III.2:8-10) No son sus manos las que curan. No son sus voces las que pronuncian la Palabra de Dios, sino que sencillamente dan lo que se les ha dado [y de hecho se les ha dado a todos].

Lo que dices o haces no es lo importante. Lo que sana es la paz en tu mente.

En el texto Jesús dice que la enfermedad es una pequeña forma de muerte (T-27.I.4:8). Así que, si alguien es activamente suicida o simplemente está eligiendo estar enojado o enfermo, da lo mismo.

(M-5.III.2:11) Exhortan dulcemente a sus hermanos a que se aparten de la muerte:

Esto es lo que decimos con los pensamientos y, nuevamente, no significa que tengamos que decir estas palabras ni que tengamos que pensarlas. Lo importante es el contenido.

(M-5.III.2:11-12) «¡He aquí, Hijo de Dios, lo que la vida te puede ofrecer! ¿Prefieres elegir la enfermedad en su lugar?»

Esto te permite estar en presencia de cualquier persona, en cualquier lugar, en cualquier momento, independientemente de la forma, y transmitir el mensaje de que hay una opción. No eliges la opción por la persona, así como Jesús tampoco la elige por nosotros. Por tu indefensión le estás diciendo a la persona que hay una mente correcta que él o ella puede elegir. Eso es lo único que haces. Desde esa paz con la que te identificas en ese momento, dirás y harás lo que sea. No son tus manos las que sanan. Tu voz —lo que digas— no es la que pronuncia la Palabra de Dios.

Esta es una corrección para los cristianos que creen que sanan con las manos, que creen que sanan con lo que la gente llama «una imposición de manos». ¿Cómo podrían las manos sanar? ¿Cómo podría un pedazo de madera sin vida hacer algo? Lo que sana es la presencia de mentalidad correcta que dice: «Tú puedes tomar la decisión que yo he tomado». Eso es sanar. No son tus palabras santas. No es rezar oraciones de la Biblia o de Un curso de milagros. Eso no significa nada. No quiere decir que no debas citar algo si te resulta útil, pero eso es solo una forma. Lo importante es el contenido.

(M-5.III.3:1) En ningún momento, los maestros de Dios avanzados toman en consideración las formas de enfermedad en las que su hermano cree.

No importa si alguien tiene un padrastro en el dedo, si se está muriendo de cáncer o si está amenazando con tirarse de la azotea. No importa si alguien está enojado contigo y te lo está expresando físicamente o solo de forma verbal. Da lo mismo. En ningún momento consideras las formas de enfermedad, las formas de culpabilidad, porque cuando estás en tu mente correcta, te das cuenta de que esas formas son imágenes proyectadas de una culpabilidad que ya se deshizo. Cuando estás en tu mente correcta no hay culpabilidad, lo que significa que no la ves en nadie más. Podrás reconocer que la persona se siente culpable, pero tú no ves la culpa. Solo ves una petición de amor, porque la culpa no es más que algo para tapar el amor. Así que no importa qué forma adopta.

La primera ley del caos es que hay una jerarquía de ilusiones, lo que significa que algunas formas son más difíciles de sanar que otras; algunas personas son más santas que otras; algunas personas tienen manos santas, otras no; en el mundo hay distinciones importantes entre los Hijos de Dios. ¡Mentira! ¿Cómo podría haber distinciones importantes entre ilusiones? Eso no tiene ningún sentido. Multiplica uno por cero y multiplica 757 por cero. ¿Cuánto te da? Cero. Escribe cuantas cifras desees, y el total siempre acaba siendo cero. Cuando eres un maestro de Dios avanzado, lo que significa que pasas cada vez más tiempo en tu mente correcta en lugar de pasarlo en tu mente errónea, reconoces que aquí todo es tonto. No es pecaminoso ni malvado ni perverso ni grave, simplemente es tonto.

La gente cree que 757 multiplicado por cero es más importante que uno multiplicado por cero, y que es un número mayor. Todo lo que tengo que hacer es ser de mentalidad correcta; y si crees que aquí algo es grave, es un indicio infalible de que te has vuelto de mentalidad errónea, y ese es tu problema. Todo retorna a lo que está dentro de nosotros.

Un maestro de Dios avanzado representa esta integración de la forma y el contenido. El contenido es el amor, la paz y la visión de intereses compartidos. La forma, el comportamiento, integra eso. Por lo tanto, cualquier cosa que digas será sin prejuicios porque no estarás juzgando entre ilusiones. No dirás que algunas personas son más agradables que otras ni que algunas personas merecen mi amor, mi atención o mi dinero más que otras personas. Te darás cuenta de que todo el mundo es igual.

P: Con lo que más batallo ahora es que, si bien me siento agradecido de que sea capaz de elegir la paz, a veces las cosas más pequeñas hacen que me descarrile. Aun cuando intelectualmente sé lo que está sucediendo, no puedo zafarme. No puedo volver a la paz. Y luego, cuando he vuelto a la paz, me pregunto: ¿por qué esta vez me costó tanto trabajo si todas las demás veces pude elegirla? o ¿por qué me tardé tanto? o ¿por qué fue tan difícil? ¿Simplemente, debo ser paciente o hay algún...?

K: Sí. Hay una línea en el Curso que dice: «El ego analiza; el Espíritu Santo acepta» (T-11.V.13:1). Así que no lo analices, no te preocupes, solo sé paciente. Lo único que tienes que saber es que, si estás en tu ego, te dio miedo el amor. ¡Vaya novedad! Eso ya lo sabías. Así que no conviertas los ataques del ego en cosa del otro mundo. Solo di: «Si no estoy totalmente en paz, ya me di cuenta; obviamente tengo miedo, ¡vale!». Que tu guía sea el siguiente: «Simplemente seré bondadoso pese a la ceguera» (una referencia a la primera pregunta en este extracto).

Forma y Contenido (parte III)

La integración de la forma y el contenido
Extractos del taller celebrado en la
Fundación para Un curso de milagros
Temécula, California

Kenneth Wapnick, Ph.D.

Parte III
Preguntas

P: Lo que has estado diciendo suena similar a la idea de «figura y fondo» de la que has hablado en otras ocasiones.

K: Sí, esa es otra forma de hablar de lo mismo. Figura y fondo es un concepto perceptual que explica cómo vivimos nuestra vida normal. El bombardeo de datos sensoriales es continuo, así que los tamizamos para seleccionar lo que es importante y descartar lo que no lo es. De lo contrario, no podríamos sobrevivir. El «fondo» es lo que está sucediendo a nuestro alrededor, y la «figura» es lo que centramos en el primer plano de nuestra conciencia. Un ejemplo que he utilizado antes es que si, al estar aquí parado, yo fuese un decorador de interiores, toda la gente del público sería el fondo. El primer plano o la figura serían los colores, el diseño del aula, los adornos sobre la pared y los muebles, etcétera. Si no soy un decorador de interiores y solo estoy aquí para dirigirme a ustedes, entonces mi atención no se centraría en el color de las paredes, en la forma ni en ninguna otra cosa; me centraría en ustedes. En ese caso el aula se convierte en el fondo y las personas se convierten en el primer plano.

Al traducir eso a lo que he estado diciendo, el primer plano siempre es el mundo, y la mente está en el fondo lejano, tan lejano que, de hecho, ni siquiera tenemos conciencia de ella. Lo que Jesús intenta hacer por nosotros en este curso es enseñarnos que nuestro objetivo es que el mundo se convierta en el fondo, y que nuestra propia mente sea la figura, nuestro centro de atención. Ese es el verdadero cambio que se nos pide. Ese es el cambio que es el contexto del milagro, el corazón del milagro. El libro se titula Un curso de milagros porque el milagro cambia nuestro enfoque del mundo a la mente. El propósito del mundo es que pasemos de la mente al mundo, a tal punto que incluso olvidemos que tenemos una mente. Así que, al parecer, estamos atrapados en este mundo sin esperanza real, porque el cuerpo de todos acaba por morirse. Por lo tanto, aquí todo es fútil. El milagro dice: «No eres un cuerpo. Eres una mente». Para expresarlo en el lenguaje del Curso, el milagro dice que no eres la figura del sueño; eres el que lo sueña.

No eres la figura en el sueño; no eres el cuerpo; no formas parte del mundo, que en su totalidad es el sueño. Eres el soñador. El milagro dice que eres el soñador del mundo de los sueños y nos lleva del cuerpo a la mente. El ego nos llevó de la mente al cuerpo y luego dejó caer este velo frente a nuestras mentes. Entonces perdimos conciencia de una mente. Ahora existimos sin mente, no en verdad, sino en términos de nuestra experiencia y sensibilización. En el Curso, el cuerpo es el equivalente del estado de inconsciencia. Una vez más, el ego nos lleva de la mente al cuerpo y al mundo, y hace que olvidemos la mente. El milagro nos saca del cuerpo y del mundo y dice: «las ideas no abandonan su fuente» (T-26.VII.4:7); el mundo que ves es «la imagen externa de una condición interna» (T-21.in.1:5). Nos lleva del mundo y el cuerpo de regreso a la mente para que pueda elegir de nuevo.

P: Antes dijiste que aquí nuestras vidas son una extensión directa de unos pensamientos en la mente. Sé que no te referías a la forma, pero ¿también podría traducirse en forma?

K: Sí me refería a la forma. Nuestras vidas como cuerpos son extensiones o proyecciones de la mente. La idea, una vez más, es que nuestra experiencia aquí sea una integración del contenido de intereses compartidos, en el que vemos a todos como iguales; a diferencia de una integración del contenido del ego, el contenido de intereses separados que da lugar a la búsqueda de relaciones especiales donde consideramos a las personas como diferentes de nosotros.

P: ¿La esperanza es que los sentimientos de amor que sientes cuando eliges con el Espíritu Santo se conviertan en la elección que siempre hagas?

K: Esa es la idea. Es una elección que, con el tiempo, vamos haciendo con más y más frecuencia. Y cuando deja de ser una elección, es decir, cuando estamos cien por ciento en ese amor, es lo que el Curso llama la aceptación de la Expiación. Entonces, estamos en el mundo real. Hasta ese momento, alternamos. Pero con el tiempo serás capaz de elegir esa Voz de amor más frecuentemente. Y no solo eso, sino que cuando no lo elijas, lo sabrás. Lo que mucha gente comienza a experimentar es que cuando eligen al ego, duele más porque ahora tienen un contraste.

Muy a menudo, entonces, la gente tiene la tentación de culpar al Curso porque sienten que las cosas iban bien hasta que comenzaron a trabajar con él, y ahora las cosas ven peor. No se dan cuenta de que las cosas siempre iban peor, pero no lo sabían. Un ejemplo que utilizo para explicar este punto es el siguiente: si tienes un mantel que ya está sucio, otra mancha de grasa, comida o vino no importa; pero cuando el mantel está limpio y de repente le cae una mancha que antes no te hubiera molestado, ahora realmente te afecta. Asimismo, conforme te vas liberando de tu ego y hay cada vez menos culpa y más perdón que te motiva a proseguir, si te asustas y retrocedes, duele más porque ahora eres más consciente de ello.

En ese sentido, que es un sentido muy importante, es algo bueno porque indica que realmente estás progresando. El hecho de que la experiencia de elegir al ego sea mucho más dolorosa significa que estarás más motivado a soltarlo. Te darás cuenta de que es un viejo patrón al que siempre recurres, pero no te hace feliz, y que no quieres andar todo el tiempo enojado, sintiéndote deprimido o que se te ha tratado de forma injusta. Reconoces que sentirte así es una decisión. No son tus genes, tu metabolismo ni tus hormonas, y no se debe a lo que otras personas han hecho. Si estás deprimido, enojado, ansioso, temeroso o a punto de estallar, es debido a una decisión que tú estás tomando. Eso no significa que no debas tomar pastillas si eso aliviará la ansiedad y hará que te sientas mejor. Solo ten en cuenta que es magia y que la sanación definitiva es que te vuelvas cada vez más de mentalidad correcta.

Hasta que lo hagamos a la perfección, elegiremos volver, pero eso no significa necesariamente que vuelvas aquí. Significa que tu mente todavía necesita sanación. Todo lo que esté en la mente se proyectará, y lo que se proyecta desde la mente es lo que llamamos la vida física. No obstante, date cuenta de que el tiempo lineal es una ilusión, que todo ya ha sucedido, y como dice el libro de ejercicios, estamos «repasando mentalmente lo que ya pasó» (L-pI.158.4:5). Así que cuando vuelvas, puede que sea dentro de medio millón de años o en una galaxia lejana o algo por el estilo.

P: Otra forma de verlo es que tenemos una gran tolerancia al dolor y nos damos cuenta de que eso no es algo bueno, y al liberarnos de ello, empezamos a sentirnos mejor. Luego, si sentimos un poco de dolor, decimos: «Uy, tengo que hacer algo al respecto».

K: Sí, cuando la gente siente un poco de dolor, por lo general, se zampa una pastilla o un helado con salsa de chocolate caliente, nueces, crema batida y una cereza, o se emborracha o hace otra cosa. Una vez que el dolor se presenta, su propósito de mentalidad correcta —aunque este no sea su fuente original—, es que nos motive a elegir de nuevo. Por eso está ese pasaje maravilloso al principio de «El alumno feliz» en el capítulo 14, donde dice que el Espíritu Santo quiere que entendamos los desdichados que somos, porque Él nos enseña a través del contraste (T-14.II). Antes de eso, el texto dice que el Espíritu Santo nos enseña la diferencia entre la dicha y el dolor, entre el encarcelamiento y la libertad, porque nosotros los interpretamos al revés (T-7.X; T-8.II): lo que pensamos que es dichoso y nos hace felices es realmente doloroso porque es especialismo; y lo que pensamos que es doloroso en realidad produce dicha porque, para el ego lo que duele es soltar la culpabilidad. Entonces, el objetivo es volverte cada vez más consciente de la incomodidad y saber de dónde proviene: de la decisión de la mente a favor del ego. Eso te motivará a elegir de nuevo.

P: En un comentario dijiste algo de haber sido cruel con Dios. ¿Cómo hago eso?

K: Eso es de lo que nos acusamos. Si crees que estás aquí, entonces crees que eres un cuerpo, lo que significa que crees que estás separado, lo que significa que crees que estás separado de Dios, lo que significa que Le dijiste a Dios que se fuera al cuerno. Le dijiste a Dios que Su Amor no era suficiente. Eso no es muy bondadoso, ¿verdad? El Tío te crió, ¿sabes? Te dio todo. Lo sacrificó todo por ti. Y tú tan campante Le dijiste: «Mira Dios, lo siento. Puede que hayas hecho todo lo que estaba a Tu alcance, pero Te quedaste corto, pues yo necesito mucho más. Así es que me voy a buscar otro padre».

Seguimos haciendo esto. Es una forma de resistencia o lo que Freud denominó la «compulsión de repetición». El contexto era diferente para él, pero básicamente nos vemos impulsados a repetir los patrones neuróticos que nos hacen infelices. Nos vemos obligados a repetir los patrones de separación que nos hacen infelices. La razón por la que lo hacemos es que, a pesar de ser infelices, hay un «yo» que es infeliz. Nos gusta eso. Posiblemente, preferíamos ser un «yo» que es feliz, pero si la opción es ser feliz e inexistente o ser infeliz y existir, tomaremos la infelicidad ¡a ojos cerrados!, que es lo que todos decimos.

La infelicidad será un poco más llevadera en nuestra demencia perversa porque seremos infelices, pero será por culpa de otra persona. Nos da una especie de placer perverso castigar a otras personas, castigándonos primero a nosotros mismos. «Tú me hiciste esto. Deberías sentirte culpable.» Como dice el Curso: «“Mírame hermano, por tu culpa muero”» (T-27.I.4:6).

Forma y Contenido (parte II)

La integración de la forma y el contenido
Extractos del taller celebrado en la
Fundación para Un curso de milagros
Temécula, California

Kenneth Wapnick, Ph.D.

Parte II
«La cara de inocencia»

Una vez más, somos la integración andante de la forma y el contenido, sin conciencia alguna de que eso es lo que estamos haciendo. Creemos que estamos sobreviviendo, al vivir en una guarida de iniquidad llamada el mundo, ese es el contenido. Aquellos que conocen la sección titulada «El concepto del yo frente al verdadero Ser» hacia el final del texto, recordarán que toda la primera parte de esa sección se trata de cómo fabricamos un yo que es un ajuste o reacción al mundo, y que ese yo es el que pone la «cara de inocencia» (T-31.V.2:6). El mundo es cruel y despiadado, y hacemos todo lo que está a nuestro alcance por sobrevivir, lo que significa que a veces tenemos que defendernos y atacar. Pero cuando lo hacemos, sentimos que el ataque está justificado porque nos han atacado primero. Así, por ejemplo, claro que soy un niño enojado; mis padres me golpean todas las noches. Por supuesto que odio la escuela; los niños me humillan y se burlan de mí, y los maestros ponen muchos castigos. ¡No es culpa mía! Esa es «la cara de inocencia».

Encontramos, pues, que nuestras vidas integran la forma y el contenido, pero nuestros pensamientos son el contenido del mundo. El contenido del mundo —odio, insensibilidad y desamor— es la causa de que yo sea lo que soy, de que mi cuerpo, mi forma, se haya evolucionado de la manera en que lo ha hecho. No es culpa mía. Ese es el propósito fundamental del ego. De hecho, en cierto sentido, ese es el grito imperante del ego, el que gobierna su reino: «¡No es culpa mía!».

Una de las primeras preguntas que la gente hace cuando sucede algo, bien sea un acontecimiento mundial o algo en su mundo personal, es: «¿Quién lo hizo?». «¿Por qué lo hicieron?». Y, por supuesto, la pregunta subyacente es: «¿Por qué me lo hicieron a mí?». Si no se formula explícitamente, sin duda está implícita. No nos importaría nada ni nadie en este mundo si no consideráramos que lo que sucede repercute de algún modo sobre nosotros. No nos importaría nada ni nadie —alguien en nuestro mundo personal o alguien en el escenario mundial—, a menos que nos identificáramos con esa situación. La dinámica de esa identificación es que somos la víctima.

También nos encanta identificarnos con otras víctimas, porque eso solidifica nuestra postura de que hay maldad fuera de nosotros. El mal perpetra el mal; el mal duele, mutila, castiga, tortura, mata, rechaza, abandona y traiciona. Eso justifica nuestro caso. A la desdicha le encanta hermanarse. A la demencia le encanta hermanarse. Siempre queremos que la gente se una a nosotros. Por eso nos encanta escuchar cosas devastadoras en las noticias y veneramos las crisis. Por eso los noticiarios convierten las crisis en cosa del otro mundo, ya sea un huracán, un tornado, un terremoto, un volcán, una guerra o un asesino en serie. Se convierte en noticia de primera plana. Y nos encanta porque justifica nuestra percepción de que este es un mundo de víctimas y victimarios, en el que se castiga a los inocentes.

Nos identificamos con todo eso, y no nos damos cuenta de que el contenido que estamos integrando en nuestra forma no está fuera de nosotros. El odio, la crueldad y el impulso asesino no están fuera. Están dentro. ¿Por qué? Porque las ideas no abandonan su fuente. Si me encuentro reaccionando al ego de otra persona, solo puede ser porque estoy viendo a mi propio ego en esa persona. Jesús no reacciona a los egos de otras personas, y no lo hace porque él no tiene un ego. La razón de que reaccionamos a los egos de otras personas es que nosotros sí tenemos ego. Esa es la diferencia. Por mucho que estiremos la imaginación —como los cristianos lo han hecho durante más de dos mil años—, sigue siendo imposible que Jesús juzgue, odie, apruebe las guerras, deje caer bombas sobre la gente y crea en las guerras santas. Solo alguien que tiene un ego puede juzgar, condenar, perseguir y librar guerras en aras de un ideal de verdad, unidad y amor.

Por lo tanto, cuando reaccionamos al impulso asesino de otras personas, no somos responsables de sus egos ni somos responsables de lo que sucede en el mundo. Somos responsables de nuestras reacciones a lo que sucede en el mundo. Cuando tenemos cualquier reacción que no sea la de una perfecta paz que abarca a todos, esa reacción no se debe a nada externo a nosotros; se debe al odio que está dentro y que hemos hecho real.

Al trabajar con este material, el primer reconocimiento que se presenta es cuando comprendemos que aquí todo es una integración de la forma y el contenido. Sin embargo, el ego nos haría creer que estamos integrando el contenido externo. Por lo tanto, el cambio que Jesús nos pide que hagamos es reconocer que el contenido que estamos integrando es el nuestro. La importancia de esto es que al menos nos ubica en el terreno de juego correcto, porque ahora estamos hablando de una mente, no de algo externo a nosotros que creemos que nos afecta. Estamos hablando de lo que es interno. Lo que nos hace dividir el mundo en bandos es nuestro propio contenido de odio. Nuestra propia culpa por creer que nos hemos separado del amor es la que nos hace ver la separación en el mundo que nos rodea: un mundo dividido entre el bien y el mal, entre víctimas y victimarios, entre opresores y oprimidos. De lo contrario, no lo veríamos.

Jesús no lo ve. Él solamente ve que todos los que están aquí, todos los que creen estar aquí, están pidiendo ayuda. Es lo único que ve. Cualquier otra distinción es puramente arbitraria y totalmente inventada. Él nos dice que la única distinción que el Espíritu Santo ve en el mundo es si alguien está expresando amor o está pidiendo amor; incluso esa distinción termina siendo irrelevante porque si alguien está expresando amor, tu respuesta naturalmente será amar, y si alguien está pidiendo amor tu respuesta naturalmente será amar. Entonces, ¿qué más da el comportamiento de otra persona? Ni siquiera tiene importancia esa distinción; es una corrección para la manera en que el ego mira las cosas.

A fin de cuentas, lo importante no es que yo trate de entender si estás expresando o pidiendo amor. Más bien, si no soy amoroso, bondadoso y considerado contigo, es solo porque me estoy acusando de haber sido cruel con Dios, y la culpabilidad por haber sido cruel con Él es la que siempre estoy proyectando. Así que mi vida es una integración de esa culpabilidad inconsciente con mi vida cotidiana. La integro al tomar esa culpabilidad inconsciente y creer que puedo depositarla en otra persona y luego acusar a esa persona, bien sea alguien en mi mundo personal o alguien del mundo en general.

El cambio que se nos pide es darnos cuenta de que el contenido que queremos integrar no es el odio, el juicio, la culpabilidad y la separación. El contenido que queremos integrar es el perdón y la paz, que da origen a la visión de ver a todos como iguales. Justo al final del texto, en esa gloriosa visión final, Jesús dice: «Mas tenéis que compartir esta visión con todo aquel que veáis» —todo aquel que veáis—, «pues, de lo contrario, no lo contemplaréis» (T-31.VIII.8:5). Esa es la visión. De modo que, si en algún momento del día, descubrimos que no estamos incluyendo a toda la Filiación en el amor y la paz que sabemos que Jesús representa, sabremos que hemos escogido el contenido de la culpabilidad. Es lo único que tenemos que saber. No tenemos que cambiarlo. Ciertamente no tenemos que sentirnos culpables al respecto, pero al menos ahora podemos identificar la fuente del problema. Nuestro problema no es otra persona, no son las condiciones meteorológicas, no es el mundo. ¡El problema reside en la demencia de nuestra mente!

La Lección 79 dice: «Que reconozca el problema para que pueda ser resuelto», lo que significa que, si no reconozco el problema, es porque no quiero que se resuelva. Entender eso es muy importante. Si no reconozco que el problema es que mi mente tomadora de decisiones ha cometido un error cuando eligió al maestro equivocado, es porque no quiero que el problema se resuelva. ¿Por qué no quiero que se resuelva? Porque yo soy el problema, y si resuelvo el problema que soy yo, deja de haber un yo. Así que no quiero que el problema se resuelva. No quiero que mi culpa se esfume. Quiero proteger, preservar, sostener, nutrir y apreciar mi culpa, fingiendo que está en ti y luego atacándote. Puesto que las ideas no abandonan su fuente, mi culpabilidad continuamente se refuerza y se fortalece cuanto más busco negarla y proyectarla y atacarte a ti, porque en alguna parte dentro de mí sé que te estoy atacando falsamente. Sé que no eres mi problema. Puede que seas tu problema, pero tu ego no es mi problema, a menos que yo le dé el poder de afectarme.

La perfecta integración de la forma y el contenido propia de la mentalidad correcta es donde mi forma se vuelve indefensa. Como dice el comienzo de la Lección 155: «Sonrío mucho más a menudo, y mi frente se mantiene serena». Esa es la integración perfecta de la forma y el contenido, donde todo lo que hago, digo, creo, siento y pienso se hace con esa sonrisa apacible, con una frente serena que dice: «Nada en este mundo puede hacerme feliz. Nada en este mundo puede brindarme la salvación. Nada en este mundo puede lastimarme. Nada en este mundo puede condenarme, ¡nada!». Esto me libera para estar perfectamente presente en cada persona y en cada situación, sin salvedad. No importa si es un gran problema o un problema pequeño; si estoy con alguien que me cae bien o con alguien que me cae mal; si estoy con alguien a quien yo le caigo bien o con alguien que me odia. Mi respuesta es la misma porque, en vez de centrarme en lo que me rodea —donde todos somos sumamente paranoicos y nos importa lo que otros hacen y piensan, porque creemos que eso cambia las cosas—, mi enfoque se ha desplazado a lo que estoy eligiendo en la mente.

Si no estoy en un estado de perfecta paz que incluye a todos en esa paz, he escogido al ego. Eso es todo lo que tengo que saber. Es muy sencillo. Por eso Jesús nos dice que este es un curso muy sencillo; incluso en algunos pasajes dice que es fácil, porque es lo único que tienes que hacer. En uno de ellos nos dice: «Mira el problema tal como es y no de la manera en que lo has urdido» (T-27.VII.2:2). No dice: «soluciona el problema» ni «sánate» ni «trabájalo». Simplemente dice: «Mira el problema tal como es y no de la manera en que lo has urdido». Mirar el problema significa reconocer que si no estoy en paz es porque elegí al maestro del conflicto, y si estoy en paz es porque elegí al maestro de la paz. Cuando me acuerdo de que no estoy en paz porque elegí al ego de maestro, puedo decir: «Obviamente me entró la demencia; obviamente estaba realmente atemorizado; obviamente sigo demente porque no quiero soltarla».

Al menos ahora estoy diciendo la verdad. No la estoy encubriendo con todo tipo de proyecciones o autoengaños. Estoy diciendo que el problema es que aún tengo demasiado miedo del amor, aún tengo demasiado miedo de perder mi especialismo, aún tengo demasiado miedo de vivir una vida en la que cualquier abuso que yo haya experimentado desaparezca, no tenga absolutamente nada significativo que enseñarme y se vuelva del todo irrelevante. Mis problemas físicos o psicológicos —cualesquiera que sean— no tienen nada que ver con el estado de paz en mi mente, y me da demasiado miedo reconocer e identificarme con eso. Así, al menos estoy siendo honesto. Eso es lo único que Jesús nos pide: que seamos honestos con él y que no le ocultemos nada (T-4.III.8:2). No nos pide que nos libremos del ego. No nos pide que seamos perfectos. Simplemente nos pide que seamos honestos en cuanto a lo que están haciendo nuestros egos.

Forma y Contenido (parte I)

La integración de la forma y el contenido
Extractos del taller celebrado en la
Fundación para Un curso de milagros
Temécula, California

Kenneth Wapnick, Ph.D.

Parte I

La integración de la forma y el contenido es un tema muy importante en Un curso de milagros. Se enfoca en la necesidad de aplicar lo que aprendemos, a través de vivir los principios del Curso. Uno de mis pasajes favoritos es donde Jesús nos dice: «No enseñes que mi muerte fue en vano. Más bien, enseña que no morí, demostrando que vivo en ti» (T-11.VI.7:3-4). La forma en que demostramos que su amor vive en nosotros, el contenido, es reflejando ese amor en nuestra vida cotidiana. Esa es la integración de la forma y el contenido.

Como sabrán, uno de los principios más importantes en Un curso de milagros es las ideas no abandonan su fuente. Jesús se refiere a este principio una y otra vez, a veces indirectamente, pero muchas veces de forma muy directa y explícita (véase, por ejemplo, T-26.VII.4:7). Entender su significado es crucial para entender de qué trata este curso, así como para vivirlo. Si las ideas no abandonan su fuente, todo lo que esté en la mente, que es la fuente de todo, permanece en la mente, que es el argumento de Jesús para explicar por qué no hay mundo y por qué todo el universo físico, el vasto cosmos, no es más que una proyección del pensamiento de la separación en la mente del Hijo de Dios (L-pI.132.4-6; L-pII.3). Como las ideas no abandonan su fuente, el cosmos es una proyección que nunca ha abandonado la mente, lo que significa que no hay mundo ahí fuera. Esa es la importancia profunda de ese principio.

Este principio también puede verse como una expresión de otro principio clave, el principio de la Expiación, que dice que la separación nunca sucedió. Si somos una Idea o un Pensamiento en la Mente de Dios, nunca hemos abandonado nuestra Fuente, lo que significa que no hay separación. Y si no hay separación, no hay una mente dividida ni culpabilidad alguna que se aloje en ella. Si no hay culpabilidad, no hay proyección porque la culpabilidad siempre se proyecta, y si no hay proyección, no hay mundo. Por lo tanto, si las ideas no abandonan su fuente, no hay mundo ni culpabilidad ni mente dividida. No hay más que una Unidad unida cual Uno» (T-25.I.7:1): el perfecto Hijo de Dios, perfectamente uno con Su perfecto Creador. Esa es la importancia de esa idea en el contexto de la metafísica del Curso.

La naturaleza del mundo y la relación del mundo con la mente, y específicamente la relación de nuestras vidas como seres físicos y psicológicos con la mente, no se puede entender sin reconocer que las ideas no abandonan su fuente. Todo lo que esté en la mente se proyectará hacia fuera. Eso significa que absolutamente todo lo que hacemos, pensamos, decimos y sentimos solo tiene lugar dentro de la mente. Todo lo que sucede aquí es el reflejo de una decisión tomada por la mente.

Hace unos años di un taller titulado «La voz interior», y uno de los puntos que señalé fue que la gente da mucha importancia a escuchar una voz interior. La mayoría de la gente piensa que escuchar una voz interior significa automáticamente que es el Espíritu Santo porque Él es la Voz interior. Bueno, sí, es una voz interior, pero hay otra voz interior. Un punto importante que enfaticé en ese taller es que todo el mundo está canalizando en todo momento. ¿Qué tiene de particular la canalización? Es inevitable porque, cada vez que nos viene un pensamiento, que pronunciamos una palabra o hacemos algo, estamos canalizando.

El único problema es ¿qué voz estamos canalizando? ¿Qué voz reflejamos; la voz del ego, que es la de separación, especialismo, culpabilidad, odio, miedo y juicio; o la Voz del Espíritu Santo o Jesús, que es la Voz de paz, perdón, sanación, bondad e intereses compartidos? Siempre estamos canalizando y siempre estamos integrando forma y contenido. Siempre. No podemos evitarlo porque las ideas no abandonan su fuente. Así, todo lo que la mente decide se reduce finalmente a una de dos opciones: el sistema de pensamiento del ego o el sistema de pensamiento del Espíritu Santo, y lo que la mente decide es lo que el cuerpo hará y pensará. Por lo tanto, todo lo que el cuerpo esté haciendo refleja la integración del contenido. La pregunta es: ¿cuál será el contenido?

Este curso tiene por objeto ser práctico; una y otra vez Jesús nos dice que es un curso práctico (por ejemplo, T-8.IX.8:1; T-11.VIII.5:3; M-16.4:1). A un nivel puramente práctico, entonces, todo se reduce a que día tras día, no nos centramos en lo que hacemos, en lo que pensamos de las cosas; ciertamente no en lo que otras personas hacen ni en lo que nosotros pensamos de lo que hacen o deberían hacer. El centro de atención siempre es qué maestro estamos eligiendo, qué voz estamos eligiendo escuchar, con cuál sistema de pensamiento nos estamos identificando. Ese es el único enfoque que por supuesto es exactamente lo opuesto a como el mundo nos enseña porque fabricamos el mundo para que enseñara de ese modo. El mundo nos enseña que el mundo es importante, los cuerpos son importantes, la forma de llevarnos con los cuerpos es importante y cómo apoyamos este cuerpo en particular que creemos nuestro es importante. Por consiguiente, creemos que la educación, el empleo y la familia son importantes. Creemos que la relación con la gente es importante, a quién elegimos para un cargo político es importante, lo que hacemos con el medio ambiente es importante, y así hasta nunca acabar. Así es como nos enseña el mundo.

En este sentido, todos somos iguales, independientemente de nuestra afiliación política, de lo que pensemos sobre el medio ambiente o de lo que pensemos de la gente. Estas posturas siempre se basan en algo externo, y como el Curso nos explica una y otra vez, por eso hicimos el cuerpo, para que solo viera el mundo. El cuerpo viene equipado con un complejo aparato sensorial que percibe el mundo que nos rodea: lo huele, lo oye, lo toca, lo siente, lo ve. Además, tenemos un cerebro que toma todos estos datos sensoriales, toda esta información, y nos la interpreta. Todos sentimos que esto es muy importante. Si hemos de sobrevivir como organismos físicos en este mundo, obviamente es importante que sepamos cómo funciona el mundo y cómo cuidarnos, pero eso no nos llevará a casa.

Básicamente Un curso de milagros no es para los inmaduros. No es para las personas que apenas si están iniciando su vida. Siempre hay excepciones, pero típicamente el Curso es para personas que, hasta cierto punto, han aprendido a maniobrar y navegar en el mundo, y de repente han reconocido que el mundo y sus vidas no son lo que pensaban, así es que no tienen que demostrar nada. Se han dado cuenta de que todo lo que han demostrado sobre sí mismos no funciona, en el sentido de que no los hace felices y no les brinda paz.

Con que uno escuche siquiera con la mitad de un oído, es obvio que todo el mundo miente. No solo los funcionarios públicos mienten, todos mienten porque todo el mundo procede motivado por su propia intención oculta: ¿cómo puedo sobrevivir en este mundo y eludir toda responsabilidad de lo que me suceda? Todo el mundo tiene la misma intención oculta. Queremos sobrevivir en este mundo como entidades individuales y no queremos asumir ninguna responsabilidad de lo que nos suceda. Por eso cuando fabricamos el mundo, desde un principio, fabricamos cosas pequeñitas, como los microorganismos —los virus, las bacterias, los hongos, etcétera— porque proporcionan pruebas fehacientes de que no nos enfermamos debido a la elección de la mente. Nos enfermamos porque estos minúsculos organismos virulentos nos han invadido y han traspasado los baluartes del cuerpo para atacarnos, roernos, comernos las carnes y extinguirnos la vida.

También hicimos todos los organismos grandes o macroorganismos, como las personas, que siempre nos explotan, nos traicionan, nos mienten, nos engañan, se aprovechan de nosotros, nos canibalizan, nos atacan, nos juzgan y nos rechazan. Lo hemos fabricado todo para que podamos sobrevivir en este mundo y no ser responsables de ello. Por eso se fabricó el cuerpo. El cuerpo fue hecho no solo para recibir datos sensoriales y un cerebro que los interpretara; el cuerpo también se fabricó susceptible de ser herido. El cuerpo es increíblemente vulnerable como sabemos, tanto nuestro cuerpo físico como nuestro cuerpo psicológico. Miras de forma rara a alguien y la persona puede sentirse devastada; o le sonríes y la persona se siente a un paso de la gloria, y por supuesto que somos físicamente muy vulnerables.

Hicimos el cuerpo no solo para percibir lo que está a nuestro alrededor, sino para percibir el odio, la traición y el peligro que nos rodea y no aceptar ninguna responsabilidad de ello. Por otra parte, no solo se fabricó el cuerpo de tal manera que viera únicamente hacia fuera, pero para que además no pudiese mirar hacia dentro. Ve exclusivamente hacia fuera, así que no tiene conciencia de que hay una mente. Por lo tanto, la noción de que las ideas no abandonan su fuente nos resulta totalmente absurda. ¿Qué fuente? No sabemos que tenemos una fuente, y a estas alturas, ni siquiera estoy hablando de Dios. Una vez que creímos, como nos dijo el ego, que las ideas sí abandonan su fuente, que la proyección funciona, que puedo proyectarme desde la mente e introducirme en un cuerpo, todos nos hemos unido en la conveniencia de olvidar que tenemos mente. A veces nos referimos a eso como el «velo del olvido». Un velo se dejó caer frente a nuestra mente, y así olvidamos que tenemos mente.  Bueno, si no tengo mente, si todo lo que soy es un cuerpo —que en el Curso equivale a estar en un estado de inconsciencia—, entonces estoy aquí por algo que se me hizo. Todos conocemos la mitología del nacimiento. Hubo un espermatozoide y un óvulo, y en menos de lo que canta un gallo, ahí estaba yo. Pues, eso no es lo que pasó. Ese es el mito.

Como no tenemos conocimiento de una mente, pensamos que ese no es un mito, es la realidad. Podemos estudiarlo en un tubo de ensayo. Podemos ver un espermatozoide introducirse en un óvulo, y luego hay un cigoto, y luego se multiplica dividiéndose a través de la mitosis, y luego un buen día sale un bebé. Algunas personas creen que eso es un milagro, algo sacrosanto. Es un cuento inventado. Y no solo es un cuento inventado, es un cuento que se inventó con un propósito: reforzar el hecho de que no tenemos mente.

El ego no solo nos dice que las ideas abandonan su fuente; a continuación, borra toda memoria de una fuente, por lo que solo nos queda una idea que ahora se ha solidificado en un cuerpo. En otras palabras, hemos borrado el contenido y solo nos queda la forma. No sabemos que somos una integración andante del contenido del ego, que es el de separación, especialismo, culpabilidad, odio, juicio, miedo, sufrimiento y muerte, y que hemos tomado ese sistema de pensamiento, su contenido, y lo hemos integrado en una forma llamada el cuerpo y nuestras vidas, sin ningún conocimiento de que nuestras mentes lo han hecho. En realidad, creemos que hay un cuerpo, «mi cuerpo», que interactúa con otros cuerpos, y que estamos, para citar una línea en el Curso, «a merced de cosas que se encuentran más allá de ti, de fuerzas que no puedes controlar... » (T-19.IV-D.7:4) —a merced del nacimiento, de la herencia genética, del medio ambiente, de las neurosis de nuestros padres, de las neurosis o las psicosis del mundo, del clima, de las decisiones políticas, de la guerra y de un largo etcétera.

Todo esto tiene sentido perfecto para todos los que estamos aquí porque todos hemos caído en este sopor profundo. Hay una referencia al «sueño del olvido» (T-16.VII.12:4). Todos estamos dormidos y hemos olvidado que estamos durmiendo. Por eso creemos que lo que estamos soñando es la realidad. Es igual que nuestra experiencia típica de cada noche: mientras estamos dormidos, creemos que lo que soñamos es la realidad; todas nuestras respuestas a lo que sucede en el sueño son «normales», es decir, son perfectamente apropiadas para un sueño. No obstante, resultan muy inapropiadas si en realidad no está sucediendo nada. Por ejemplo, estás teniendo una pesadilla y te sientes aterrado; empiezas a sudar, a manotear y a gritar. Todo eso tiene sentido perfecto en el contexto del sueño, pero nadie te está persiguiendo. Sigues a salvo en tu cama. Tiene sentido dentro del sueño. No tiene sentido desde la perspectiva de la realidad.

Bueno, Jesús señala eso mismo con respecto a todo lo de aquí: nuestros sufrimientos, dolores, enfados, amores especiales, odios especiales y demás. Todos tienen sentido dentro del sueño, pero fuera del sueño —que es donde él está y donde dice que también estamos nosotros, aunque hayamos olvidado que estamos ahí—, no tienen sentido alguno: las ideas no abandonan su fuente.