L-pII.254 - Proceso del Perdón

📘(L-pII.254.2:1-2) «Hoy no dejaremos que los pensamientos del ego dirijan nuestras palabras o acciones. Cuando se presenten, simplemente los observaremos con calma y luego los descartaremos.»
Esto es una variación de los TRES PASOS DEL PERDÓN presentados en la Lección 23. Crucial para este proceso es aprender a NO negar nuestros pensamientos del ego, ni tratar de «NO » tenerlos. En su lugar, simplemente pedimos ayuda cuando se presenten. Por lo tanto, elegimos el instante santo en el que escuchamos a Jesús instruirnos sobre la manera apropiada de mirar estos pensamientos y percepciones dementes. Cuando les observemos calmadamente, con su amor a nuestro lado, nos daremos cuenta de la insensatez de las ideas del ego. Sus ofrecimientos nunca nos darán el amor y la paz que realmente queremos, los cuales no podremos tener mientras valoremos los llamados en favor del especialismo del ego. Por lo tanto, decimos de corazón:
📘(L-pII.254.2:3-4) «No deseamos las consecuencias que nos acarrearían. Por lo tanto, no elegimos conservarlos.»
Primero debemos mirar contra qué estamos eligiendo. Este no es un curso de negación o de pretender que somos tan santos que no tenemos pensamientos del ego. Más bien, este es un curso de decir: “No soy santo, de lo contrario no estaría en este mundo. Tengo estos pensamientos del ego, pero ahora tengo el medio dentro de mi mente para verlos de otra manera.” Por lo tanto, no negamos que tenemos un cuerpo con necesidades, ni negamos el sistema de pensamiento del ego en sí. Simplemente los miramos sin juzgarnos a nosotros mismos o a cualquier otra persona, y luego felizmente los vemos desaparecer suavemente.
📘(L-pII.254.2:5-6) «Ahora se han acallado. Y en esa quietud, santificada por Su Amor, Dios se comunica con nosotros y nos habla de nuestra voluntad, pues hemos decidido recordarle.»
“El recuerdo de Dios aflora en la mente que está serena” (T-23.I.1: 1). Con la voz del ego acallada por nuestra decisión, la mente está tranquila. Y finalmente escuchamos que la Voz de Dios nos habla de Quiénes somos, mientras el recuerdo de nuestro Ser alborea dentro de la quietud de nuestras santas mentes."
Kenneth Wapnick

[254] Que se acalle en mí toda voz que no sea la de Dios.

 1. Padre, hoy quiero oír sólo Tu Voz. Vengo a Ti en el más profundo de los silencios para oír Tu Voz y recibir Tu Palabra. No tengo otra oración que ésta: que me des la verdad. Y la verdad no es sino Tu Voluntad, que hoy quiero compartir Contigo.

 2. Hoy no dejaremos que los pensamientos del ego dirijan nuestras palabras o acciones. Cuando se presenten, simplemente los observaremos con calma y luego los descartaremos. No deseamos las consecuencias que nos acarrearían. Por lo tanto, no elegimos conservarlos. Ahora se han acallado. Y en esa quietud, santificada por Su Amor, Dios se comunica con nosotros y nos habla de nuestra voluntad, pues hemos decidido recordarle.

La creencia en la separación

LA CREENCIA EN LA SEPARACIÓN
... una vez que nos identificamos con el sistema de pensamiento del ego, también nos identificamos con su miedo a Dios, lo que nos hace defendernos contra ese miedo fabricando un mundo en el que este sistema de pensamiento simplemente se despliega una y otra vez. Así que la manera de resolver cualquier problema en el mundo no es intentar resolverlo en el nivel de su expresión -el nivel del cuerpo o del mundo- sino simplemente llevarlo de regreso a su fuente, que es la decisión de la mente de identificarse con el ego. Esa es la causa de todos los problemas.
Así, cuando el Curso habla de causa y efecto, está hablando de la causa como la creencia en la realidad de esa "diminuta y alocada idea". Esta creencia, la causa, conduce entonces al efecto del mundo físico y a todas las diferentes expresiones del sistema de pensamiento del ego en el mundo físico. Así que no hay grados de dificultad en los milagros porque todo lo que el milagro hace es decir que el problema NO está aquí en el cuerpo o en el mundo o en lo que esta persona me está haciendo. El problema es simplemente que tomé la decisión equivocada. El milagro trae el problema de vuelta a donde está en la mente.
Para decirlo simplemente, como veremos en estas secciones, la causa de cada enfermedad, de cada dolor, de cada problema, es LA CREENCIA EN LA SEPARACIÓN. Una vez que definimos la causa con claridad, es obvio que la solución es volver a unirse al Espíritu Santo. Si el problema es que me separé del Espíritu Santo en primer lugar y me dirigí hacia el ego, entonces la solución es simplemente deshacer lo que he hecho. Regreso a mi mente al lugar donde tomé la decisión. Esta es la parte de mi mente que puede elegir, que es donde reside el poder de mi mente. Y luego tomo otra decisión. Es por eso que Jesús dice que su Curso es tan simple. Todo problema surge porque hemos soltado su mano y nos hemos alejado de su amor y de su sistema de pensamiento y nos hemos identificado con el ego. LA SOLUCIÓN ES SIMPLEMENTE TOMAR SU MANO DE NUEVO.
En esta sección vamos a ver la idea que ya he mencionado brevemente, de que se necesitan dos personas para hacer una enfermedad. Por eso, desde el punto de vista de Jesús -- pero no desde el punto de vista del mundo -- nadie aquí está enfermo. Se necesitan dos personas para hacer una enfermedad, así como se necesitan dos personas para hacer una batalla, para librar una guerra. El ego comienza con su creencia de que está en guerra contra Dios. Pero esa creencia está totalmente dentro de su propio sistema; Dios ni siquiera sabe acerda de ello. El Espíritu Santo no está en guerra con el ego. Es la versión del ego o proyección del Espíritu Santo que está en guerra con el ego. No hay guerra. Todo el asunto es completamente una invención.
De manera similar, si la causa de nuestra enfermedad es que estamos separados de Dios, pero Dios ni siquiera sabe que estamos separados de Él, entonces no estamos separados de Él. Si Dios supiera de la separación, si Dios de hecho llamara a lo que hemos hecho "pecado", entonces el pecado sería real, y nosotros realmente nos habríamos separado de Él. El punto del Curso es que, puesto que Dios no sabe acerca de la separación, NUNCA SUCEDIÓ, Y POR LO TANTO NO HAY NADA POR LO QUE EXPIAR. Esa es una definición que Jesús da para la Expiación. Él lo contrasta con la visión cristiana tradicional, que sostiene que Dios sabe que nos hemos separado de Él. Dios sabe que hemos pecado contra Él, y por lo tanto el pecado es real. Ahora tenemos que expiar por ello, que es de donde proviene toda la idea de que el sufrimiento y el sacrificio tienen un valor.
En opinión del Curso, Dios NO sabe de la separación. Por lo tanto, todo el asunto es simplemente una invención. La Expiación entonces es simplemente la corrección de nuestro error -- alejarnos del Espíritu Santo y dirigirnos hacia el ego. Así que la Expiación, o la corrección, es simplemente volver al Espíritu Santo. El milagro entonces es el medio por el cual hacemos eso. Veremos cómo se explica esto a medida que repasemos la sección.
Podemos ver de nuestra discusión anterior que cuando me altero porque estás enfermo, estoy tan enfermo como tú. Obviamente si estoy alterado por tu enfermedad, estoy haciendo que tu enfermedad sea muy real. Se necesitan dos de nosotros para hacer una enfermedad -- tú decides que estás separada y enfermo, y yo decido y estoy de acuerdo contigo. En ese punto, estoy actuando como el ego, porque eso es lo que hace el ego -- hace que el error sea real, hace que el pecado, la separación y la enfermedad sean reales.
Se nos pide en cambio que pensemos como el Espíritu Santo, y que reflejemos Su alternativa en la mente. Esto significa que no hago el error real -en un nivel práctico, NO NIEGO QUE TÚ ESTÉS MANIFESTANDO SÍNTOMAS FÍSICOS, PERO NIEGO QUE ESOS SÍNTOMAS FÍSICOS TENGAN UN EFECTO EN MÍ. Si me siento culpable por lo que has hecho o estás haciendo, si me siento ansioso o deprimido o enojado por ello, entonces obviamente lo estoy haciendo realidad. En ese momento la curación es imposible. Claramente, si estoy haciendo que tu enfermedad sea real, estoy haciendo que la separación, el cuerpo, el juicio y las diferencias sean reales.
La salida de este problema es abandonar el campo de batalla, como dice el Curso, elevarme por encima del campo de batalla (T-23.IV). Dejo el campo de batalla y vuelvo a ese lugar en la mente donde está Jesús. Eso es lo que el Curso llama el instante santo -cuando elijo volver a la mente con él, contemplar todo esto, y luego verlo de otra manera. Veo que tu enfermedad o angustia es tu llamado de ayuda, lo que refleja mi mismo llamado de ayuda.
Kenneth Wapnick, Ph.D.
Fragmento ~ La Verdadera Empatía - PARTE IX: Comentarios sobre la Sección "El acuerdo a unirse" (T-28.III) ~ (9 DE 21) por el Dr. Kenneth Wapnick.

No entendemos

EL EGO NOS HARÍA CREER QUE REALMENTE SÍ ENTENDEMOS LA DIFERENCIA ENTRE LO QUE ES VERDAD Y LO QUE ES FALSO, lo que es importante para mí y lo que no lo es.
De modo que lo más importante, para repetir, es entender que NO ENTENDEMOS. Eso es lo que Jesús quiere dar a entender con la diferencia entre la HUMILDAD y la ARROGANCIA, que es un tema importante en el Curso. La arrogancia dice: «Yo sí sé, sí entiendo». La arrogancia dice: «Puedo leer este curso una o dos o cinco veces y entender lo que dice». La humildad dice: «Si no tengo ni la más mínima idea de qué me trato yo, ¿cómo voy a tener una mínima idea de qué se trata este curso?».
Gran parte de esto, como se afirma con gran claridad en este pasaje, nos está ayudando a darnos cuenta de que NO SABEMOS. Pero, si pensamos que sabemos, no vamos a creer que haya necesidad de que se nos enseñe. Por lo tanto, ¿cómo puede Jesús ayudarnos con este curso? Este es un curso docente. Es un camino espiritual cuyo objetivo directo es la enseñanza, lo cual significa que, como estudiante de este camino, tienes que estar DISPUESTO A QUE SE TE ENSEÑE. Si crees que ya sabes lo que es el mundo, si crees que ya sabes lo que es el perdón, NO hay manera de que este curso te lo enseñe. NO hay manera de que nadie te lo enseñe, porque ya estás tan seguro de que lo entiendes. Dije antes que la gente piensa que hay diferentes interpretaciones válidas de este curso. Si esto es lo que piensas, nunca aprenderás lo que significa este curso, porque pensarás que tu interpretación es válida porque es tu interpretación, y que eso es aceptable. NO ES ACEPTABLE. No sabrás lo que el Curso te está enseñando precisamente porque estás tan ENDEMONIADAMENTE SEGURO DE QUE LO ENTIENDES. Por consiguiente, NO estarás dispuesto a que se te enseñe.
Este es un curso de enseñanza CON JESÚS COMO EL MAESTRO, y su mensaje llega a través de estos libros. Si crees que ya los entiendes, ¿cómo vas a aprender de ellos? Entonces incluso ¡PENSARÁS QUE PUEDES ENSEÑARLO! Él está diciendo que es muy importante que entiendas que NO ENTIENDES. No entiendes qué es lo que más te conviene, ¿cómo podrías entender un curso cuyo propósito es enseñarte lo mucho que NO SABES, Y LO DEMENTE QUE ESTÁS? Simplemente estar en este mundo ¡es prueba de que estás demente! Pensar que tienes un cerebro que piensa es demente, porque el cerebro no piensa: el cerebro es el reflejo o la sombra de un sistema de pensamiento en tu mente. Pero si no tienes mente, ¿cómo puedes saber que existe un problema?
Kenneth Wapnick
REGLAS PARA TOMAR DECISIONES
Fragmento Parte IX Regla 2 (cont.)

Odio Especial

SI TE ENCUENTRAS A TI MISMO HACIENDO JUICIOS - DE ODIO ESPECIAL O DE AMOR ESPECIAL -
esa es una señal segura de que has elegido no despertar del sueño y recordar tu Ser, has elegido en su lugar permanecer PRISIONERO, pero culpando a otros por tu condición. Cuando descubras lo que has hecho, NO DEBES JUZGARTE NI SENTIRTE CULPABLE. Simplemente pide ayuda a Jesús para recordar que no eres feliz aquí, y que ningún juicio que hayas hecho, o especialismo que hayas buscado, te ha traído nada más que la ilusión de felicidad y paz. Pídele a Jesús que te ayude a mirar sin juzgarte, lo que también significa mirar a los demás sin juzgarlos.
Para repetir, si quieres saber lo que está pasando en tu mente, presta atención a lo que estás PENSANDO, PERCIBIENDO y SINTIENDO. Si hay paz y un espíritu de unirse con otros en un objetivo común, sabrás que has elegido al Espíritu Santo como tu Maestro. Por otro lado, si te sientes inquieto, esa es la señal segura de que has elegido al ego.
Kenneth Wapnick
Fragmento comentario
Lección 82
(Repaso II)

La Verdadera Empatía

SABES QUE ESTÁS ENVUELTO EN UNA FALSA EMPATÍA más que en una verdadera empatía cuando te sientes impulsado a hacer algo: tú «tienes» que consolar a alguien; tú «tienes» que resolver el problema; tú «tienes» que remediar la situación; tú «tienes» que aliviar el dolor; tú «tienes» que hacer algo. De lo que estamos hablando no es de lo que haces a nivel de comportamiento, sino del ímpetu que sientes dentro de ti, de la «necesidad» que tienes de hacer algo. En la verdadera empatía no haces nada. El Amor de Dios simplemente lo hace a través de ti, pero tú no tienes «necesidad» de ayudar a nadie más. Hablaremos más sobre esto a medida que avancemos.

(Párrafo 1 - Oración 1) «Sentir empatía no significa que debas unirte al sufrimiento, pues el sufrimiento es precisamente lo que debes negarte a comprender.» Cuando nos convertimos en el ego, inventamos un mundo que nos enseña lo que ya le hemos enseñado al mundo: QUE ES BUENO AYUDAR A LA GENTE. Cuando el Curso habla de unirse, no significa unirse con personas en el nivel del cuerpo o en el nivel de la forma. No significa unirse a grupos de Un Curso de Milagros o con otros grupos para hacer cosas. Se trata de unirse con el Espíritu Santo, lo que significa aprender a aceptar el hecho de que ya estamos unidos. CUANDO DECIMOS: "TENGO QUE UNIRME A TI", LO QUE DECIMOS ES: "CREO QUE NO ESTAMOS UNIDOS Y AHORA DEBO HACER ALGO AL RESPECTO". Por eso el Curso nos enseña que el perdón significa que perdonamos lo que «NO » se ha hecho, no lo que «se ha» hecho. Cuando Jesús habla de unirse «verdaderamente», quiere decir DEJAR IR LAS INTERFERENCIAS que hemos puesto dentro de la mente a la unidad que ya existe. Todo lo que hacemos es remover las interferencias a la conciencia de esa presencia de unidad en la mente.

Al principio del texto, Jesús dice que el Curso no pretende enseñar el significado del amor porque eso está más allá de lo que se puede enseñar (T-In.1:6); en cambio, se nos enseña a eliminar las interferencias a la conciencia de la presencia del amor. No nos unimos entre nosotros, porque ya estamos unidos. NOS UNIMOS AL ESPÍRITU SANTO, que entonces se convierte en el recordatorio y el testimonio y la prueba de que ya somos uno con Dios. En la FALSA EMPATÍA sentimos que realmente TENEMOS QUE UNIRNOS A ALGUIEN. La verdadera empatía significa unirse con la fortaleza del Espíritu Santo en la mente, y eso significa que automáticamente nos uniremos con la fortaleza de los demás, porque la fortaleza de Cristo ya está plenamente unida en nosotros y plenamente una. No hay nada que tengamos que hacer.

El ego quiere que nosotros, como vemos repetidamente, hagamos real el cuerpo, y que hagamos real la enfermedad y el sufrimiento. Cuando te veo sufriendo y con dolor y quiero hacer algo al respecto, ¿qué te estoy diciendo realmente? Estoy diciendo que tú y yo somos diferentes; tú y yo estamos separados; tú estás con dolor y yo no tengo dolor. Estamos comenzando con las cuatro afirmaciones que el ego ha hecho en su biblia. 1) Vemos separación. 2) Ahora hay una diferencia: tú estás con dolor, yo no. 3) Yo juzgo que tengo algo que tú no tienes, y te lo voy a dar porque soy una persona maravillosa. 4) Y eso básicamente constituye un ataque, porque decir que tengo algo que tú NO tienes significa que soy mejor que tú. La verdad es que ambos somos uno en Cristo, y ambos tenemos exactamente el mismo amor, la misma identidad espiritual, y la misma paz. No hay diferencia. Cuando hago real tu sufrimiento, estoy haciendo real el cuerpo y nos veo como diferentes, que es exactamente lo que el ego quiere.

Fragmento ~ LA VERDADERA EMPATÍA - Parte IV: Comentarios sobre la sección "La verdadera empatía" (T-16.I) ~ (4 de 21) por el Dr. Kenneth Wapnick.

No hay nada que temer



La lección 48 es linda, breve y dulce: "No hay nada que temer". Si Dios es la fortaleza en la que confiamos, nada en este mundo podrá jamás darnos miedo. La base del miedo es el principio de que la culpa exige castigo. Si tengo miedo, es porque primero me vi a mí mismo como culpable y débil. Si elijo a Jesús como la fuente de mi fortaleza, no soy débil ni separado, y por lo tanto no soy culpable. Si no soy culpable, no proyectaré la creencia de que seré castigado. Sin tal creencia, no puede haber miedo. Se trata del mismo proceso una vez más, todo el tiempo. Si quiero vivir sin miedo, tengo que vivir sin culpa. Si quiero vivir sin culpa, necesito que Jesús me ayude a mirarla.
Kenneth Wapnick,Ph.D
Viaje a través del Libro de Ejercicios de UCDM

La unión mayor



«NO LO INVITES A UNIRSE A TI EN LA BRECHA QUE HAY ENTRE VOSOTROS, PUES SI LO HACES, CREERÁS QUE ÉSA ES TU REALIDAD ASÍ COMO LA SUYA.»
Eso es lo que siempre hacemos el uno con el otro. Nos invitamos unos a otros a unirnos en la brecha, a unirnos en el sueño, a unirnos en el cuerpo, para HACER QUE LA ILUSIÓN SE HAGA REALIDAD DE ALGUNA MANERA, a unirse con nosotros en lo que sea que estemos involucrados, en términos del cuerpo. No en términos de la mente, sino en términos del cuerpo. Es la misma idea cuando la gente quiere unirse a otros estudiantes de Un Curso de Milagros, sin darse cuenta de que realmente están pidiendo a la gente que se una a ellos en la pequeña brecha, que se unan a ellos en el sueño. Quieres unirte a la gente a nivel de la mente, sean o no estudiantes del Curso. Creer que sólo puedo ser feliz si estoy con gente del Curso de Milagros es una locura. En todos los niveles, eso es una locura, porque es un intento de unirse en el sueño, de unirse en la forma. Quieres unirte a todos. La unión es a nivel de la mente. No tiene nada que ver con la forma.
Kenneth Wapnick
~ La Verdadera Empatía - Parte XVI: Comentarios sobre la Sección "La unión mayor" (T-28.IV) (cont.) ~ (16 de 23) por el Dr. Kenneth Wapnick.

Divagación de la Mente

DIVAGACIÓN DE LA MENTE
NO tenemos miedo porque nuestro cuerpo tenga una enfermedad fatal, o porque no tengamos dinero suficiente para el pago de la hipoteca el mes próximo, o porque se pueda desatar una guerra, o porque un animal salvaje esté rondándonos. ESE ES UN EJEMPLO DE DIVAGACIÓN MENTAL -pensar que estamos temerosos y perturbados, o deseosos de algo que está fuera de nosotros. En realidad todo es una proyección de lo que está dentro de nosotros. Es por eso por lo que necesitamos adiestramiento específico, y por qué tenemos que practicar: porque somos “DEMASIADO TOLERANTES CON LAS DIVAGACIONES DE LA MENTE.” Amamos nuestro especialismo. Amamos complacerlo bien sea el especialismo que nos hace FELIZ, o el especialismo que nos hace LLORAR. Cuando nuestro especialismo nos hace llorar, hay una parte de nosotros que se alegra en secreto, porque entonces podemos alegar que somos una víctima inocente de lo que alguien nos ha hecho. Así que hay una parte perversa de nuestras mentes que disfruta el sufrimiento, de modo que podamos señalar a alguien con un dedo acusador y decir: “Tú me hiciste esto.” TODO ESTO ES UN EJEMPLO DE DIVAGACIÓN MENTAL. Es por eso por lo que tenemos que practicar, y practicar, y practicar. Es por esto por lo que este es un Curso muy difícil: ¡porque es tan sencillo! No transige no hace excepciones.
🌿No existe absolutamente nada en este mundo que pueda ayudarnos, así como tampoco existe nada en este mundo que pueda hacernos daño. Absolutamente nada: ¡por la sencilla razón de que no hay mundo alguno! 🌿
Kenneth Wapnick, Ph.D.

Relaciones especiales

«Tal vez aún no te hayas percatado de que el ego ha urdido un plan para la salvación que se opone al de Dios. Ése es el plan en el que crees.»

La mayoría de nosotros no cree que al vivir nuestras relaciones especiales de amor y odio estamos eligiendo activamente contra Dios. Es por eso que Jesús pregunta en el texto que si supiéramos que nuestras relaciones especiales fueron un triunfo sobre Dios, ¿las desearíamos? (T-16.V.10: 1) Él nos está ayudando a comprender que no solo tenemos un plan para salvarnos del dolor, sino que este plan se opone directamente a Dios. Es útil pensar en este aspecto de «uno-o-el-otro» de nuestras vidas, ya que percibir la situación tal como es nos permitirá cambiar de mentalidad y tomar la decisión correcta.

Kenneth Wapnick

A Path to Peace

A Course in Miracles A Path to Peace

...we can trust nothing outside us, because everything is an illusion, projected by the ego to distract our attention from our minds. But the one thing in all the world we can trust is what is inside—in our right minds, the “resting place”—and that is the Holy Spirit. And so He is always asking that He be offered a place where He can rest. The same metaphor is used in many other places. There is the lovely lesson, “I will be still an instant and go home” (W-pI.182), which states that the Christ in us Who comes as a little child asks that He make His home in us. And there are other places where Jesus says the same thing—that he will rest in us and we will rest in him. Finally, we read this beautiful statement of the unity of our rest that embraces the Sonship as one—it closes Lesson 109, “I rest in God”:

You rest within the peace of God today, quiet and unafraid. Each brother comes to take his rest, and offer it to you. We rest together here, for thus our rest is made complete, and what we give today we have received already. Time is not the guardian of what we give today. We give to those unborn and those passed by, to every Thought of God, and to the Mind in which these Thoughts were born and where they rest. And we remind them of their resting place each time we tell ourselves, “I rest in God” (W-pI.109.9).

Excerpted from The Journey Home.

Continue to more excerpts:
https://facim.org/monthly-topics/peace/

T-17.IV.9 - Look at the picture

T-17.IV.9-11 - Look at the picture, and realize that death is offered you.

We find here one of the strongest of Jesus' pleas in A Course In Miracle, wherein he asks us to LOOK at the mind's guilt.... he is teaching us that the bodily frame is a defense against death itself (ideas leave not their source). This, however, does not mean we should feel guilty because of our special relationships. Indeed, we were born creatures of specialness, and though it is in our DNA, we do not have to be bound by it. Rising above the world with Jesus beside us, we return to the mind that transcends our genetic structure. We cannot reach that decision-making point, though, until we first LOOK at the ego's special relationships without judgment & guilt, and do not seek to justify, rationalize, or spiritualize our mistaken choices.

Journey Through The Text Of ACIM
Ch 17, p. 14, Vol 3
Ken Wapnick, PhD

T-22.III.9 - La Relacion Santa

T-22.III.9:3-6. Una relación santa, por muy recién nacida que sea, tiene que valorar la santidad por encima de todo lo demás. Cualquier valor profano producirá confusión, y lo hará en la conciencia. En las relaciones no santas se le atribuye valor a cada uno de los individuos que la componen, ya que cada uno de ellos parece justificar los pecados del otro. Cada uno ve en el otro aquello que le incita a pecar en contra de su voluntad. De esta manera, cada uno le atribuye sus pecados al otro y se siente atraído hacia él para poder perpetuar sus pecados. Y así se hace imposible que cada uno vea que él mismo es el causante de sus propios pecados al desear que el pecado sea real. 

KW#45 - El Proceso de ayudar a otros

CAPÍTULO 9
V. El sanador no sanado
P#45 PROCESO DE AYUDAR A OTROS.
P: Mi pregunta se refiere al PROCESO DE AYUDAR A OTROS. Al estudiar el Curso, me doy cuenta de que la salvación del mundo y la mía es mi única función. Sin embargo, ¿existe un programa acreditado o algún tipo de certificación basada en el Curso que podría llevarse a cabo, en un campo como la psicoterapia o el asesoramiento?
R: Lo primero es abordar la segunda parte de su pregunta, pero no puede haber una capacitación formal basada en el Curso para preparar a alguien para el rol de terapeuta o consejero porque el Curso no tiene nada que decir sobre formas o roles específicos. Esto no significa que no haya quienes ofrezcan un plan de estudios de este tipo, pero no está realmente en línea con las intenciones del Curso como una enseñanza espiritual. Podría estar capacitado, por ejemplo, en psicoanálisis o terapia conductual o consejería Rogeriana, cada uno de los cuales emplea un modelo teórico muy diferente y diferentes técnicas y prácticas de los otros enfoques, y aún así utilizar los principios del Curso en su trabajo con los pacientes. ESTO SE DEBE A QUE EL CURSO ESTÁ DESTINADO A AYUDARLO A CAMBIAR LA FORMA EN QUE PERCIBE LAS SITUACIONES y LAS RELACIONES DENTRO DE SU PROPIA MENTE y no tiene nada que decir acerca de cómo se COMPORTA O ACTÚA CON LOS DEMÁS. Y así, cualquier forma de práctica terapéutica, incluso si se pudo haber hecho inicialmente para mantener la separación, puede usarse para un resultado verdaderamente curativo cuando se COLOCA BAJO LA GUÍA DEL ESPÍRITU SANTO.
El suplemento Psicoterapia: propósito, proceso y práctica proporciona una aplicación útil de los principios del Curso en un contexto terapéutico, pero una lectura cuidadosa de los mismos deja muy claro que Jesús solo está hablando sobre lo que está SUCEDIENDO DENTRO DE LA MENTE DEL TERAPEUTA. NUNCA HACE RECOMENDACIONES SOBRE CÓMO DEBE ACTUAR EL TERAPEUTA CON EL PACIENTE o CLIENTE. Las ideas que un terapeuta desarrolla a partir del Curso sobre la naturaleza de la realidad y el propósito del mundo y del yo, primero desde la perspectiva del ego de la realidad del pecado y la culpa, y luego desde la perspectiva de la percepción sanada del Espíritu Santo, pueden o puede que no sean cosas que sería apropiado discutir con un paciente. Pero siempre sería el contenido del perdón y no palabras o conceptos específicos que el terapeuta querría compartir con el paciente. Y el contenido se comparte en cualquier momento CUANDO EL TERAPEUTA HA LIBERADO TODOS LOS JUICIOS QUE PUEDE TENER EN MENTE CONTRA EL PACIENTE, QUE NO SON MÁS QUE LAS PROYECCIONES DE JUICIOS QUE TIENE CONTRA SÍ MISMO. El folleto describe este proceso: “El TERAPEUTA VE EN EL PACIENTE TODO LO QUE NO HA PERDONADO EN SÍ MISMO y, POR LO TANTO, TIENE OTRA OPORTUNIDAD DE VERLO, ABRIRLO PARA
REEVALUARLO Y PERDONARLO. Cuando esto ocurre, él ve sus pecados como pasados ​​a un PASADO QUE YA NO ESTÁ AQUÍ ... El PACIENTE ES SU PANTALLA PARA LA PROYECCIÓN de sus pecados, PERMITIÉNDOLE DEJARLOS IR "(P-2.VI.6: 3-4 , 6).
Y para volver a sus comentarios de apertura con sólo algunas aclaraciones. CUANDO HABLAS DE AYUDAR A LOS DEMÁS y observas que el Curso habla de la salvación del mundo y de la nuestra como nuestra única función, quieres asegurarte de que entiendes lo que significa la salvación del mundo. El libro dice que "la salvación del mundo depende de mí" (W-pI.186.h). Pero la salvación del mundo no se refiere a HACER NADA EN EL MUNDO ni a tener un efecto en nada externo, incluidos los demás, en el mundo. La salvación del mundo depende de que YO RETIRE LAS PROYECCIONES DE CULPA que he puesto sobre el mundo, y que luego liberemos esos juicios de mí mismo, el mismo proceso que acabamos de leer en el suplemento Psychoterapia . Al final, al no tener otro propósito, el mundo externo desaparecerá, al igual que la culpa que hemos proyectado sobre él desaparece a la luz del perdón. En otras palabras, "no hay mundo" para guardar (W-pI.132.6: 2).
Y así, mientras tanto, antes de que nuestra mente esté completamente curada, no queremos que ninguna de las acciones que realicemos en el mundo provenga de nuestra propia percepción de QUÉ AYUDA NECESITAN LOS DEMÁS, NO LO SABEMOS. TODAS NUESTRAS PERCEPCIONES SE BASAN EN UNA CREENCIA EN LA REALIDAD DE LA SEPARACIÓN, LA ESCASEZ, LA FALTA Y LA PÉRDIDA, por lo que nuestras propias intervenciones solo servirán para reforzar esa creencia en nosotros mismos y en los demás. No podemos saber ni entender qué es la ayuda real, en un estado mental separado. Pero cuando liberamos nuestros propios juicios, quejas y culpa, entonces la parte de nuestra mente, el Espíritu Santo, que sí sabe es libre de expresarse a través de nosotros. Y la ayuda siempre será un recordatorio de que el pecado, la culpa y la separación no son reales, expresados ​​en una forma que puede aceptarse en otra sin aumentar el temor (T-2.IV.5). Pero no habremos tomado la decisión por nuestra cuenta sobre cómo hacerlo mejor. Como Jesús no observa tan sutilmente, “Tu función aquí es solo decidir en contra de decidir lo que quieres, en RECONOCIMIENTO DE QUE NO SABES. ¿Cómo, entonces, puedes decidir lo que debes hacer? Deje todas las decisiones a Aquel que habla por Dios, y por su función tal como Él la conoce "(T-14.IV.5: 2-4

KW - El mundo es nuestro salon de clases

Jesús utiliza como un instrumento de aprendizaje para llevar nuestra atención de vuelta a la mente. No estamos aquí para sanar ni salvar el mundo, ni para cuidar de nosotros ni de los que amamos, sino para aprender. El mundo es nuestra clase, y es útil ver lo pronto que lo olvidamos, al permitir que el cuerpo sea el protagonista.

Ciertamente, este es el propósito del cuerpo. Los cuerpos dominan nuestras vidas, pues gritan: «A mí, a mí, a mí: sírveme, acaríciame, atácame, ámame; sobre todo, préstame atención». Una astuta — pero sumamente efectiva — maniobra del ego es hacer el cuerpo tan repulsivo que se nos rechace e ignore.

Después de todo, el mundo no nos odiaría tanto ni nos daría la espalda si primero no nos prestase atención. Por lo tanto, el ego nos atrapará de cualquier manera, bien siendo buenas personas con quienes todos quieran estar, o tan terribles que todos nos den la espalda. Seamos amados u odiados, lo único que importa es que nos presten atención.

Más adelante comentaremos que el enfoque de enmarcar nuestros días como clases provee de un ambiente seguro, protegido y maravilloso dentro del cual, en realidad, nada externo puede hacernos daño, puesto que la mente es lo único que aprende. En la sección final del «Manual para el maestro» — «En cuanto a lo demás» — Jesús nos asegura que nos beneficiaremos grandemente de este marco y de pedir ayuda al Espíritu Santo:

«Si has formado el hábito de pedir ayuda en toda circunstancia o situación, puedes estar seguro de que te dará sabiduría cuando la necesites» (M-29.5:8).

Esta sabiduría no es acerca de qué trabajo tomar, en qué relación estar o dónde vivir; se trata de una sabiduría que nos ayuda a darnos cuenta de que nada tiene importancia aquí. Además, aprendemos que todo lo que pasa es un instrumento para ayudarnos a alcanzar el lugar de paz en nuestro interior. Por lo tanto, Jesús nos dice:

«Prepárate para ello cada mañana; recuerda a Dios cuantas veces puedas a lo largo del día, pídele ayuda al Espíritu Santo cuando te sea posible, y por la noche, dale las gracias por Sus consejos. Y tu confianza estará ciertamente bien fundada» (M-29.5:9–10).

En cierto sentido, esto es el alfa y omega de Un curso de milagros — el principio y el fin — ; la sanación se fomenta cuando vemos lo rápidamente que tratamos de alejarnos de esta simple verdad, y entonces nos perdonamos a nosotros mismos”.

Ken Wapnick
Fuente: Libro “El Arco del Perdón”

T-9.V.8 - Un Terapeuta no Cura

T-9.V.8. Un terapeuta no cura, sino que deja que la curación ocurra espontáneamente. Puede señalar la obscuridad, pero no puede traer luz por su cuenta, pues la luz no es de él. No obstante, al ser para él, tiene que ser también para su paciente. El Espíritu Santo es el único Terapeuta. Él hace que la curación sea evidente en cualquier situación en la que Él es el Guía. Lo único que puedes hacer es dejar que Él desempeñe Su función. Él no necesita ayuda para llevarla a cabo.

KW - El Arco del Perdón

No podemos aprender verdaderamente de Jesús ni beneficiarnos de su curso a menos que ACEPTEMOS que es la mente la que aprende– lo que denominamos el tomador de decisiones, NO EL CUERPO. Si creemos que el cuerpo aprende, nuestras vidas girarán en torno a nuestras necesidades físicas y psicológicas, y nuestro aprendizaje se centrará en cómo satisfacer mejor nuestras necesidades. Sin embargo, como mentes, nuestro aprendizaje se centra en un «desaprendizaje», que es como Jesús caracteriza el verdadero aprendizaje (M-4.X.3:7).

La parte TOMADORA DE DECISIONES de la mente aprende a DESAPRENDER su elección equivocada a favor del ego. Se nos tiene que enseñar que, cuando elegimos al ego, se nos enseñó falsamente y, por lo tanto, aprendimos lecciones descabelladas que no nos hacen felices ni pacíficos. Estas lecciones no le ponen fin al sufrimiento ni nos conceden vida eterna. Por eso nuestro maestro Jesús quiere que cuestionemos por qué elegimos continuamente al ego, cuando es la única cosa que no sabe lo que se tiene que enseñar; de hecho, no sabe nada en absoluto y solo quiere el mal para nosotros. En un Curso de milagros, Jesús nos pide muchas veces – implícita y explícitamente – que orientemos nuestro día desde la PERSPECTIVA DEL PROPÓSITO. Nos pide que, cuando despertemos, pensemos en su propósito como en un aula de clases, y que luego lo reafirmemos por la noche cuando nos retiremos a dormir. 
Por ejemplo, en la lección 61 dice: Asegúrate de comenzar y finalizar el día con una sesión de práctica. De este modo, te despertarás reconociendo la verdad acerca de ti mismo, la reforzaras a lo largo del día y te iras a dormir reafirmando tu FUNCIÓN Y EL ÚNICO PROPÓSITO que tienes aquí. (L-pI.61.6:1-2) 


Kenneth Wapnick

Fragmento
Libro: El Arco del perdón

T-9.III.6 - La Corrección del Error

T-9.III.6. Tú no te puedes corregir a ti mismo. ¿Cómo ibas a poder entonces corregir a otro? Puedes, no obstante, verlo verdaderamente, puesto que te es posible verte a ti mismo verdaderamente. Tu función no es cambiar a tu hermano, sino simplemente aceptarlo tal como es. Sus errores no proceden de la verdad que mora en él, y sólo lo que es verdad en él es verdad en ti. Sus errores no pueden cambiar esto, ni tener efecto alguno sobre la verdad que mora en ti.

KW - Forma vs. Contenido

NO CONFUNDAS LA FORMA CON EL CONTENIDO
“Cada vez que alguna forma de relación especial te tiente a buscar amor en ritos, recuerda que el amor no es forma sino contenido. La relación especial es un rito de formas, cuyo propósito es exaltar la forma para que ocupe el lugar de Dios a expensas del contenido. La forma no tiene ningún significado ni jamás lo tendrá. La relación especial debe reconocerse como lo que es: un rito absurdo en el que se extrae fuerza de la muerte de Dios y se transfiere a Su asesino como prueba de que la forma ha triunfado sobre el contenido y de que el amor ha perdido su significado.”
~UCDM Capítulo16: El Perdón de las Ilusiones (La decisión de alcanzar la compleción).
Esta sección es muy clara y hay que entender lo que está diciendo. El amor no es forma, Jesús no es forma, UCDM no es forma. Se convierte en una relación especial cuando haces de estos algo especial, cuando le rindes culto a sus palabras. La gente se vuelve loca con las palabras, como si las palabras que escribió Helen fuesen sagradas. ¡Por el amor de Dios eran sólo palabras! Y en el Manual nos dicen que las palabras fueron fabricadas para separarnos de Dios. Las palabras son símbolos de símbolos por lo tanto están doblemente alejadas de la realidad. Y la gente pelean por las palabras así como han peleado por las palabras de la Biblia. La gente piensa que las palabras de este curso son sagradas porque son las palabras de Jesús. Jesús no habla. Están confundiendo forma con contenido.
Nuevamente “La relación especial es una prueba de que la forma ha triunfado sobre el contenido y de que el amor ha perdido su significado”. No cometas el mismo error con este curso. Lo estás condenando a la muerte porque estás aceptando el sistema de pensamiento de muerte. Extraes fuerza de lo que has matado y ahora crees que eres fuerte porque eres un estudiante de UCDM, armado contra todos aquellos que no lo entienden de la manera en que tú lo entiendes.
Lo que hace este curso lo que es, es el Amor que está detrás. La música está en el silencio detrás de las notas. Confundes las notas del curso con el silencio entre las notas-el silencio que es este curso. Las palabras de este curso no son nada, el concepto, la brillante teoría es nada. Es el Amor lo que es este curso. Y este Amor está en tu mente recta. Y es el Amor lo que deseas y que te lleva a la vida eterna donde no existe la muerte. Ríndele culto a este curso y estarás invitando a la muerte porque será el triunfo de la forma sobre el contenido.
~Ken Wapnick: “On Death and Dying” (Trad. M. Bermúdez)

KW - El Canto del Niño

La idea del niño se puede abordar de dos formas. En Un curso de milagros, ser un niño es esencialmente negativo. A un niño le dan rabietas y exige que se satisfagan sus necesidades cuando él quiere, sin preocuparse por nadie más. Jesús utiliza la frase “la limitada sabiduría de un niño” (T-29.IX.6:4), pues el niño no entiende el lenguaje de los adultos e insiste en que lo que ve y siente es la realidad. Por consiguiente, los niños viven su fantasía, pues tienen habilidad para proyectar sobre sus juguetes y hechos reales. Sin embargo, esto no es tan diferente de lo que nosotros como adultos hacemos con el mundo ilusorio. Jugamos con juguetes distintos, pero el contenido es el mismo, pues nosotros también creemos que nuestros juguetes significan algo, tanto si estamos disparando armas en una guerra como haciendo tratos de negocios o intentando deshacernos de personas que no nos agradan.
Esta es la guerra del especialismo, donde tú y yo nos enfrentamos en el campo de batalla para ver quien mata al otro primero y obtiene todo lo posible de esa victoria. En el amor especial, tratamos de canibalizarse unos a otros, sin que parezca que eso es lo que estamos haciendo. Nos sentamos, por así decirlo, a la mesa de negociaciones del ego: necesito algo de ti para compensar la carencia que hay en mí; pero sé que no me lo vas a conceder, porque tú me lo arrebataste inicialmente. Puesto que no me lo vas a devolver, tengo que pagarte por ello, lo cual tomo a mal y me produce amargura.
El regateo consiste en que te pagaré por lo que quiero de ti y, naturalmente te daré lo menos posible, y lo menos posible soy yo. Intento discernir lo que necesitas y, por supuesto, tú haces lo mismo conmigo. Así es como funcionan las relaciones en el mundo, el juego del especialismo que los niños juegan cuando están fuera del arco. Pero hay otro niño, descrito en la lección 182. Este es el Niño interno, que parece pequeño porque nuestro miedo es tan enorme. Jesús nos pide que nutramos a este Niño y que pensemos en Él como lo que llegaremos a ser cuando crezcamos, que es el resultado de vivir bajo el arco.
Necesitamos recordar que el arco representa el marco dentro del cual debemos vivir nuestro día, y en el que debemos pensar tan a menudo como podamos. Pedimos a Jesús que nos recuerde nuestra seguridad cuando estamos junto a él, pues fuera de su arco de paz somos vulnerables; lo que significa que en cualquier momento en que nos sintamos vulnerables a un huracán, a una relación abusiva, a una caída de la bolsa, a un presidente o primer ministro indiferente siempre se debe a que estamos fuera del arco y vivimos como un niño consentido que se deleita en sentirse desdichado para poder culpar a quienes lo rodean. Por eso nos hemos fabricado con un par de pulmones saludables: para poder llorar, gritar y conseguir que la gente nos preste atención.
Kenneth Wapnick
EL Arco del Perdón

T-20.VIII.7 - The world is an hallucination.

"The Vision of Sinlessness" (T-20.VIII)(7:3-4) 
What if you recognized this world is an hallucination? What if you really understood you made it up?
Jesus means these words very literally. An hallucination from a clinical point of view refers to seeing, hearing, or smelling something that is not there. Jesus is telling us the whole world is an hallucination—we are literally seeing something that is not there. The world is simply a projection of a thought in our mind that itself is not there. The world that we perceive and experience is a world of separation, differences, and judgment. Because ideas leave not their source in our mind, the world simply reflects the thought of judgment, the perception of differences in our mind. But that thought does not exist either, because we in truth never left our Father's house.

Culpa frente al remordimiento

Últimamente he empezado a hacer una distinción entre la culpa y el remordimiento. El problema con la culpa es que, una vez que eres culpable, inevitablemente seguirás haciendo lo que te haya hecho culpable. La culpa dice que he hecho algo terrible en el pasado, soy una persona terrible en el presente, y merezco ser tratada como una persona terrible en el futuro. Por lo tanto, la culpa retiene el «pecado». Recuerden, la culpa no existe, así que lo más devastador de la culpa no es la culpa en sí, sino lo que sucede cuando creemos que somos culpables. La culpa dice: esto es tan horrible que no puedo ni siquiera mirarlo. Estamos tan abrumados por el odio que sentimos hacia nosotros mismos que lo reprimimos, y lo que se reprima, se proyectará. Una vez más, la culpa garantiza que seguiremos haciendo lo que, para empezar, nos hizo culpables. Eso es lo que Freud llamó la compulsión de repetición.
Remordimiento, según estoy utilizando el término, reconoce que hice algo que fue un error —no algo pecaminoso—, que probablemente lastimó a otras personas, que sin duda me lastimó a mí y que no quiero hacer de nuevo. Podemos llamarlo «culpa saludable» cuando miras algo que has hecho, y en lugar de sentirte culpable y sepultarlo bajo tierra porque eres un gusano de lo más reprensible, dices: «Esto fue un error, y ahora entiendo por qué lo hice. No quiero volver a hacerlo porque causa demasiado dolor tanto a otras personas como a mí». En ese momento, ya no es culpa. Simplemente estás diciendo que cometiste un error y no quieres cometerlo otra vez. Eso es lo que yo llamaría remordimiento. La culpa, en cambio, asegura que lo seguirás haciendo. La idea de mirar con Jesús es cambiar la percepción del ego que genera culpa a la percepción de Jesús de la que nace el remordimiento.
La totalidad del Curso, desde la primera hasta la última página, simplemente nos dice una y otra vez: «Ustedes han cometido un error. No los estoy juzgando por eso. No son unas personas malas ni pecaminosas, sino que han cometido un error, y les explicaré por qué lo cometieron: se debe a que le tienen miedo al amor. Les mostraré todas las diferentes formas en las que se ha cometido el error: todas sus defensas y todas sus formas de especialismo. Se las estoy mostrando para que puedan mirarlas conmigo sin juzgar». Eso es remordimiento. No es el error en la forma. La culpabilidad siempre se adhiere a lo específico y luego reprime la culpa. El remordimiento dice que esto fue un error de contenido: elegí al maestro equivocado, y por eso hice y dije todas estas cosas, pero ya no quiero hacer eso, porque ahora veo las consecuencias de haber elegido mi ego. Veo lo que eso me cuesta. No siento la paz de Dios. No siento Su Amor, y eso es lo que quiero. Ahora uso mis errores como un AULA DE CLASES donde puedo crecer y aprender para no repetirlos. LA CULPA ME MANTIENE APRISIONADO EN SÍ MISMA.
Repito, una vez que sientes culpa, debes reprimirla, y todo lo que reprimas, lo proyectarás. Ello encontrará su forma de exteriorizarse. Quieres mirar tu error y no llamarlo pecado. Simplemente di: «Esto es algo que no quiero hacer de nuevo». Practica lo que dice al comienzo del capítulo 18. Esta sección, «El sustituto de la realidad», comienza hablando del error original. El siguiente párrafo habla de todas las formas que ha adoptado el error original, todas nuestras formas de especialismo, pero ahora el contexto es el error original. Queremos aplicar esto a todas las formas específicas que el error original ha adoptado para separarnos del Amor.
«No llames pecado a esa proyección, sino locura, pues eso es lo que fue y lo que sigue siendo. Tampoco la revistas de culpa, pues la culpa implica que realmente ocurrió. Pero, sobre todo, no le tengas miedo» (T-18.I.6:7-9).
Esa es la definición de remordimiento. Digo que esto fue una demencia; nunca podría haber sucedido, y ya no hace falta que le tenga miedo. Esto asegurará que nunca lo repita. Si llamo a lo que hice pecaminoso y me siento culpable, tendré que tenerle miedo, y entonces estoy preparando el escenario para que se repita continuamente, no necesariamente en la misma forma, pero ese subyacente odio de uno mismo encontrará su forma de exteriorizarse mediante lo que yo diga y haga.
Por lo tanto, la idea es mirar tus errores y reconocer que son errores. No llames pecado a esa proyección, sino locura, pues eso es lo que fue y lo que sigue siendo. Tampoco la revistas de culpa… Pero, sobre todo, no le tengas miedo. A medida que transcurre el día y me doy cuenta de todas las diferentes maneras en que reflejo mi creencia en la realidad de la diminuta idea loca —cada vez que me enfado, así como cuando me siento ligeramente irritado, ansioso, temeroso, olvidadizo, que me porto desconsiderado para con alguien, todas las distintas maneras en que me muestro no amoroso—, puedo mirar eso en mí mismo y no juzgarlo. No me aplico feos apelativos del Curso: estás sintiendo culpa, estás defendiéndote contra la verdad, etc. Estoy desaprendiendo el error que yo y todos los demás cometimos en ese instante original cuando miramos la diminuta idea loca, nos horrorizamos por ella, la calificamos de pecaminosa y nos la tomamos en serio. En el momento en que nos la tomamos en serio, fue como si esta voluta de nada se hubiese fraguado en cemento, se hubiese vuelto real, sólida y siniestra. Por lo tanto, tuvimos que huir como endemoniados de ella, y nos inventamos un infierno en el cual refugiarnos, que es el mundo y el cuerpo. Todo esto fue para escapar de un pensamiento de pecado que nunca sucedió, todo porque nos tomamos en serio la diminuta idea loca.
Una vez más, el problema no era el pensamiento de estar separado, porque eso nunca ocurrió. ¿Cómo podría tomarse en serio lo que no sucedió y nunca podría suceder? Ese fue el problema: que nos lo tomamos en serio. Eso se transforma en nuestro mundo por todas las diferentes maneras en que nos mostramos poco amorosos y desconsiderados, ya sea con nosotros mismos o con los demás. Ser de mentalidad correcta significa ser de mentalidad errónea y reconocer nuestras decisiones equivocadas, pero sin sentirnos culpables por ellas. No me juzgo por elegir a mi ego, no lo justifico, no lo consiento y no lo racionalizo. Digo: «Esto es lo que hice, y no quiero volver a hacerlo». Esa es la distinción entre la culpa y el remordimiento. La culpa te arraiga en el mundo del pecado que garantiza que seguirás siendo poco amoroso y desconsiderado. El remordimiento dice: «Cometí un error. Eso es lo único que fue». Así no olvidamos reírnos. ¡Tan solo cometí un error!
Kenneth Wapnick
UNA ESPIRITUALIDAD LLENA DE ESPERANZA
Parte XI
Extractos de dos talleres celebrados en la
Fundación para Un curso de milagros
Temécula, California

Pregunta # 780

SI CREO QUE MI OBJETIVO INMEDIATO ES VER EL CUERPO COMO NADA, EL DOLOR COMO IRREAL Y MI HERMANO COMO SI NO ME HICIERA NADA,
el Curso me parecerá un proceso muy frustrante y contraproducente. Y Jesús sería un maestro irracional si esas fueran sus expectativas para mí. Pero NO lo son. El Curso pretende ser un proceso muy suave que comienza pidiéndonos que nos aceptemos donde creemos que estamos. Y también nos pide que estemos dispuestos a ser honestos con nosotros mismos acerca de cuál ha sido el resultado mientras continuamos poniéndonos a cargo de nuestra propia felicidad. Porque si somos honestos, tendremos que admitir que no hemos estado haciendo un muy buen trabajo. Es a través del reconocimiento de nuestro propio fracaso para alcanzar la paz y la felicidad que estamos dispuestos a permitir que Jesús se encargue de los pensamientos en nuestra mente. Y de eso se trata realmente el perdón -- dejar de lado nuestros propios juicios e interpretaciones de los eventos y las personas en nuestras vidas para que Jesús pueda ofrecernos una interpretación alternativa que no refuerce la separación y la culpa.
Con el tiempo, como parte de un proceso de por vida de practicar el perdón, tendremos una inversión cada vez menor en nuestra propia interpretación de lo que nos está sucediendo y, en particular, quién y qué debe ser considerado responsable de nuestra infelicidad. Cada vez más, estaremos dispuestos a alejarnos de la creencia en la culpa en nuestra mente y, como resultado, tendremos menos necesidad de proyectar la culpa fuera de nuestra mente en los demás y en nuestro propio cuerpo. Muy gradualmente, como un efecto secundario del proceso de perdón, aunque no es nuestro enfoque, descubriremos que estamos menos identificados con el cuerpo y sus necesidades, y cada vez más llegaremos a reconocer que todo el dolor proviene de un pensamiento en la mente y tiene nada que ver con el cuerpo. Pero esta comprensión no es donde comenzamos, ni será nuestra experiencia hasta que estemos bien adentrados en nuestro camino del perdón.
Dr. Kenneth Wapnick
FRAGMENTO
Entiendo que el cuerpo no es real, pero sigo tan profundamente arraigado en él. ~ (Q&A - FACIM - #780

T-18.VI.1 - El Cielo

El Cielo no es un lugar ni tampoco una condición. Es simplemente la conciencia de la perfecta unicidad, y el conocimiento de que no hay nada más: nada fuera de esta unicidad, ni nada adentro. 

T-18.VI.1:5-6

T-22.II.13. Lo único que necesitas hacer para morar aquí apaciblemente junto a Cristo, es compartir Su visión. Su visión se le concede inmediatamente y de todo corazón a todo aquel que esté dispuesto a ver a su hermano libre de pecado. Y tienes que estar dispuesto a no excluir a nadie, si quieres liberarte completamente de todos los efectos del pecado. ¿Te concederías a ti mismo un perdón parcial? ¿Puedes alcanzar el Cielo mientras un solo pecado aún te tiente a seguir sufriendo? El Cielo es el hogar de la pureza perfecta, y Dios lo creó para ti. Contempla a tu santo hermano, tan libre de pecado como tú, y permítele que te conduzca hasta allí.

T-13.II.7 - Felicidad y Paz

T-13.II.7 Este curso ha afirmado explícitamente que su objetivo es tu felicidad y tu paz. A pesar de ello, le tienes miedo. Se te ha dicho una y otra vez que te liberará, no obstante, reaccionas en muchas ocasiones como si estuviese tratando de aprisionarte. A menudo lo descartas con mayor diligencia de la que empleas para descartar los postulados del ego. En cierta medida, pues, debes creer que si no aprendes el curso te estás protegiendo a ti mismo. Y no te das cuenta de que lo único que puede protegerte es tu inocencia.

Taller - Una Espiritualidad de Esperanza

T-11.IV.5:3 Por eso es por lo que la culpabilidad tiene que ser deshecha y no verse en otra parte.

Un Curso de Milagros:
Una Espiritualidad llena de Esperanza
Extractos de dos talleres celebrados en la
Fundación para Un Curso de Milagros
Temécula, California

Kenneth Wapnick, Ph.D.
Parte I

Pregunta:
Vengo hasta acá y te escucho dar clases, leo el Curso y trato lo mejor que puedo de practicarlo, pero, caray, soy cada vez más consciente de cuán renuente estoy a hacerlo. Soy una máquina de proyección y me lo tomo en serio. A veces pierdo la esperanza y empiezo a dudar de que podamos llegar a ese tomador de decisiones y elegir otro DVD. ¿De veras podemos hacer eso? ¿O estamos condenados a vivir este DVD por el resto de la vida y simplemente darnos cuenta de que es un DVD, en lugar de elegir la paz y elegir ser amorosos? Actualmente hay mucha presión en mi trabajo, mucha ansiedad, y no sé cómo no elegir eso. A veces me desespero un poco.

Ken:
Creo que todos estarían de acuerdo con lo que estás comentando. Todo el mundo tiene esa experiencia. La mayoría de las personas vienen al Curso porque sus vidas no están funcionando, pero no son conscientes de qué tan mal están las cosas hasta que comienzan a trabajar con este material. Y eso es porque el mundo da esperanzas. Siempre hay algo: otra relación, otro banco que asaltar sin que te atrapen, alguna droga o el alcohol, etc. Siempre hay algo para distraernos, pero cuando realmente comenzamos a entender lo que el Curso está diciendo, nos ponemos más ansiosos. Reconocemos que en realidad no hay esperanza dentro del sistema del ego, un sistema de pensamiento todopoderoso que se ha vuelto todopoderoso porque es un sistema que nos gusta.

Esto puede ser muy desconcertante en los días buenos y francamente desesperanzador en otros días. Sin embargo, no podemos llegar a la luz sin atravesar la oscuridad. Ese es un tema importante en este curso. Jesús dice que juntos disponemos de la lámpara que disipará al ego (T-11.V.1:3). Eso significa mirar al ego, y algunas de las descripciones del ego en este curso pintan una imagen horripilante y de plano espantosa. Lo que lo hace peor es darnos cuenta de que está hablando de nosotros. Hay algunas secciones muy fuertes que hablan de carne arrancada de los huesos (T-24.V.4:8), de arrojar a tu hermano al precipicio (T-24.V.4:2) y de elegir sufrir para que maten a otro (T-31.V.15:10).

Descripciones como estas no son fáciles de procesar y pueden dar pie a sentimientos de desesperanza. La esperanza radica en la comprensión de que hay un motivo de que nos sintamos de esa manera; de ahí mi continuo hincapié en la metafísica. La razón por la que el mundo es tan desesperanzador es que cuando nos identificamos con nuestros cuerpos, realmente no hay esperanza. Creemos que nos liberamos al morir, pero el Curso dice: «Existe el riesgo de pensar que la muerte te puede brindar paz» (T-27.VII.10:2). Luego resulta que casi de inmediato volvemos a encontrarnos aquí o en otro aspecto del sueño. No hay esperanza en el mundo. No hay esperanza dentro de la ilusión porque, una vez que nos identificamos con la ilusión, es lo único que vemos. Se necesita tiempo y mucha disciplina para empezar a entender que el mundo no es lo que parece.

Con frecuencia digo: «No te creas la mentira» y «No les creas a los que te dicen que dos y dos son cuatro», pues se basan en la creencia de que en este mundo hay leyes lógicas que son válidas, cuando lo cierto es que todo aquel que esté cuerdo sabe que dos y dos son cinco, porque aquí nada tiene sentido. Empezar a entender eso es extraordinariamente útil porque así al menos podemos agarrarnos de una cuerda de salvamento que tiene sentido.

El mundo ofrece cantidad de cuerdas de salvamento, toda suerte de adicciones. Cerca del final del texto, hay una sección muy potente llamada «La verdadera alternativa», en la que dice que aquí todos los caminos conducen a la muerte (T-31.IV.2:11). ¡No hay esperanza en el mundo! A veces he dicho que Un curso de milagros, que yo sepa, es la única espiritualidad que ofrece verdadera esperanza, en el sentido de que no ofrece ninguna esperanza de cambio en el mundo. La esperanza que el Curso ofrece es su enseñanza de que todo lo que parece suceder aquí está sucediendo en nuestra mente tomadora de decisiones. Ahí es donde está la esperanza, pero el problema es que no vemos ninguna alternativa, lo cual es lo que esta pregunta está expresando y que es muy cierto. La verdad del ego comienza a venirse abajo cuando reconocemos que es un caso perdido y que únicamente parece todopoderoso porque creemos en él. Es entonces cuando comenzamos a tener un asomo de esperanza, que puede crecer y crecer, pero no estaría dirigida a hacer que el mundo funcionara mejor para nosotros. Recuerda la frase: «No trates. . . de cambiar el mundo, sino elige más bien cambiar de mentalidad acerca de él» (T-21.in.1:7), lo que significa que tenemos poder sobre él.

Así que podría darse un período de mucho estrés en tu trabajo, y aunque no pudieras elegir la paz, al menos podrías saber que en algún nivel podrías elegir la paz. Podrías ir al trabajo y hacer lo que tuvieras que hacer, soportar las necedades que tuvieras que soportar y aun así estar en paz. Saber por lo menos que eso es una posibilidad te infundiría algo de esperanza. También ayuda tener presente que los sentimientos de desesperanza y desesperación representan una decisión.

Se necesita mucho trabajo, mucho estudio de lo que el Curso está diciendo, para ser capaces de integrar esto en nuestras vidas y empezar a ver que, efectivamente, no es forzoso estar molesto. Puede que esto no sea lo más agradable que le haya ocurrido a mi cuerpo, aún así yo podría estar en paz. ¡Lleva trabajo! Pero vale la pena porque así no seguiremos con la idea falaz de que algo aquí va a hacernos felices: la creencia de que finalmente encontraré la relación idónea o el trabajo idóneo, el clima idóneo, el físico idóneo —o cualquier otra cosa que mejore mi autoestima y me haga feliz. Ahora nos damos cuenta de que nada de eso va a funcionar. Todos ya hemos vivido lo suficiente como para percatarnos de eso. Hemos probado suficientes cosas distintas del mundo y simplemente no funcionan.

La razón por la que Un curso de milagros funcionará es que nos llevará del cuerpo a la mente, del símbolo a la fuente. Eso sí lo podemos controlar. El comienzo de la Lección 70 indica claramente que no hay nada en el mundo que pueda hacernos felices o infelices; nada del mundo puede darnos dolor ni placer. Luego dice que esto nos pone a cargo del universo al que pertenecemos, tenemos control del universo de la mente, estemos felices o tristes (L-pI.70.2:3). Esto no tiene nada que ver con las circunstancias externas. Incluso si no experimentamos eso, al menos saberlo intelectualmente es un muy buen comienzo porque nos restituye el poder. De lo contrario, todos somos impotentes y no tenemos más remedio que subsistir a duras penas con un ápice de poder. Nos parece que a veces podemos controlar una parte de nuestras vidas o a una persona en particular, pero en realidad creemos que estamos a merced de fuerzas incontrolables, especialmente las fuerzas del envejecimiento y de la economía. Son cosas que pasan: las personas pierden el trabajo y la casa, sin que ellos hayan hecho nada. Pensamos que así es la vida hoy en día. O nos da cáncer a nosotros o a un ser querido. En cuanto a lo que acontece a nivel mundial, eso no lo podemos controlar, pero sí podemos controlar cómo lo vemos.

La frase donde dice que el mundo que vemos es una «imagen externa de una condición interna» (T-21.in.1:5) nos da la salida. El mundo que vemos es una proyección, un símbolo de una condición interna, que es la decisión de la mente a favor del ego o del Espíritu Santo: el poder de elegir. Eso nos da la esperanza de que, incluso estando inmersos en circunstancias horrendas, podríamos estar en paz. Al principio lo creemos intelectualmente o nos esforzamos por creerlo intelectualmente. En algún momento, si seguimos esforzándonos, se convertirá en algo más parecido a una experiencia, pero requiere mucho trabajo porque estamos desaprendiendo toda una vida —si no es que múltiples vidas— de dedicarnos a hacer real el símbolo y olvidarnos de la fuente.

La pregunta también refleja, aunque no se mencionó, la resistencia que todos tenemos a aceptar que es cierto lo que estoy diciendo y lo que dice el Curso. El mundo al parecer es un testigo tan poderoso. Como dijo Wordsworth: «El mundo es demasiado para nosotros». Es demasiado poderoso. La enfermedad es demasiado poderosa. La situación financiera del mundo es demasiado poderosa. La guerra es demasiado poderosa. El padecimiento es demasiado poderoso. La muerte es demasiado poderosa. No podemos superar nada de eso; en el nivel del cuerpo, no podemos. Pero sí podemos superar nuestro sistema de creencias porque tenemos el poder de cambiarlo. Ahí es donde reside la esperanza.

¿Que si de veras es posible? Sí, de veras es posible. Te diría que incluso podrías hacerlo esta misma tarde, pero eso te provocaría un ataque de pánico, de modo que no lo diré.

Parte II

Veamos una lección que expresa todo esto muy bien: la Lección 284 «Puedo elegir cambiar todos los pensamientos que me causan dolor». Lo que esto da a entender es que no es el mundo el que nos causa dolor; no son el trabajo ni el jefe los que nos causan dolor; no es nuestra relación especial la que nos causa dolor; no es el cuerpo el que nos causa dolor. Nuestros pensamientos son los que nos causan dolor, lo mismo que nos dicen la Lección 5 y la Lección 34: «Nunca estoy disgustado por la razón que creo» y «Podría ver paz en lugar de esto». He aquí lo que la Lección 284 dice:

(L-pII.284.1:1) Las pérdidas no son pérdidas cuando se perciben correctamente.

El mundo siempre juzga las pérdidas en relación con el cuerpo: estoy perdiendo mi salud, mi vitalidad, mi juventud, mi felicidad, mi trabajo, mi dinero, mi ser querido, mi casa. Siempre hay pérdidas que se exteriorizan. Cuando percibimos las pérdidas de forma debida, nos damos cuenta de que no podemos perder nada ahí fuera. No hay nada ahí fuera, y cualquier percepción de pérdida proviene de que nuestra mente ha creído en ella, una creencia que podemos cambiar: «Puedo elegir cambiar todos los pensamientos que me causan dolor».

(L-pII.284.1:2-4) El dolor es imposible. No hay pesar que tenga causa alguna. Y cualquier clase de sufrimiento no es más que un sueño.

En otras palabras, el mundo no nos hace sufrir. El sufrimiento es parte del sueño del ego. Ahora viene un pasaje que es muy importante tener presente porque nos ayuda a recordar que esto es un proceso:

(L-pII.284.1:5-6) Esta es la verdad [es decir, todo aquí es una ilusión; el placer y el dolor son ilusorios], que al principio solo se dice de boca y luego, después de repetirse muchas veces [probablemente muchas, muchas, muchas veces, pero eso estropearía la métrica, por lo que solo hay un «muchas» —estoy seguro de que Helen oyó «muchas, muchas, muchas veces»], se acepta en parte como cierta, pero con muchas reservas. Más tarde se considera cada vez más en serio y finalmente se acepta como la verdad.

Este enunciado describe de forma muy clara el proceso que recorre todo estudiante de Un curso de milagros. Leemos las palabras, decimos: «¡Qué bien!». Tal vez hasta las palabras nos parezcan bonitas y nos gustaría creerlas, pero tenemos reservas: podemos ver que eso funcionaría en ciertos casos, pero no en otros; en algunas relaciones o enfermedades, pero en otras no: con un dolor de cabeza, pero no con un cáncer. Oponemos reparos: «¡Pero debo pagar la mensualidad de la hipoteca!». Y entonces decimos las palabras una y otra vez. Seguimos leyéndolas y escuchándolas. Después las aceptamos parcialmente, todavía con muchas reservas. Entonces comenzamos a pensar en ellas con más y más seriedad. Y finalmente las aceptamos como la verdad. Lo que nos convence de aceptarlas como la verdad no son las palabras. Lo que nos convence es nuestra propia experiencia. Comenzamos a ver que en el nivel de la forma estamos pasando por un trance horrible, pero aun así podemos estar en paz. Por lo tanto, puede que alguien me haya dicho algo muy hiriente, pero no tengo que tomarlo de manera personal. Comenzamos a practicar eso cada vez más, y a verlo cada vez más. «Los que tienen miedo pueden ser crueles» (T-3.I.4:2). La gente nos trata con crueldad, pero están tan asustadas como nosotros. Habríamos de preguntarnos: «¿Por qué he de formar yo parte de su sueño?».

Hay una sección importante en el capítulo 28 llamada «El acuerdo a unirse» (T-28.III). El contexto es la enfermedad, y Jesús nos dice que no aceptemos el sueño de enfermedad de nuestro hermano (T-28.III.3:3), lo que no significa que nos volvamos insensibles al sufrimiento de otra persona; no tomamos a risa su dolencia ni nos volvemos desconsiderados. Significa que no perdemos la paz, lo que en realidad nos hará mucho más solidarios y considerados porque no habrá conflicto, culpa ni miedo que nos impidan ser una libre expresión de amor.

Esto es algo que podemos practicar. Cuando alguien dice algo desconsiderado, no tenemos que formar parte del sueño de esa persona. Pero si nos molestamos, estamos diciendo: «Sí, tienes razón. El sueño de la separación es real y está lleno de víctimas y victimarios; siento pena por las víctimas y odio a los victimarios». Podríamos dar un paso atrás frente a eso y recordar que, si todos somos iguales, los victimarios en el fondo creen que han sido víctimas, y la única manera de que pueden lidiar con su dolor es tomar la ofensiva. Una vez más, «Los que tienen miedo pueden ser crueles». Toda víctima es un victimario silencioso que señala con un dedo acusador que dice: «Mírame, hermano, por tu culpa muero» (T-27.I.4:6).

Más adelante, el texto dice: «Y lo que ves en cualquier clase de sufrimiento que padezcas es tu propio deseo oculto de matar» (T-31.V.15:10). Siempre he dicho que, de todo el libro, ese es el pasaje que cuesta más trabajo realmente mirar. «Y lo que ves en cualquier clase de sufrimiento que padezcas es tu propio deseo oculto de matar.» Queremos sufrir para que alguien más deba rendir cuentas. Existimos, pero no es culpa nuestra; Dios castigará y destruirá a esa otra persona. Un pasaje paralelo viene antes y dice que los pecados de nuestro hermano están «escritos en el Cielo... y que van delante de él…» (T-27.I.3:2). Nuestro sufrimiento le dice a Dios que mire los pecados de esa persona, que están escritos en el Cielo y van delante de ella, lo que significa que sus pecados la conducen al infierno donde será castigada. Y como es uno o el otro, si tú estás en el infierno, yo debo estar en el Cielo.

Entender esto nos da algo a lo cual podremos recurrir cuando estemos inmersos en situaciones horrendas o dolorosas, que es donde casi siempre estamos todos. Podemos decir —y decirlo en serio—: «Podría ver paz en lugar de esto». Reafirmemos este punto importante: esto no quiere decir que disculpemos el comportamiento desconsiderado ni la crueldad de la gente. Solo significa que no atacamos esa conducta. Son personas asustadas, pero todo el mundo está asustado y, por lo tanto, todo el mundo tiene pensamientos y sentimientos despiadados, y actúa con saña. La mayoría no robaríamos bancos ni violaríamos ni mataríamos a gente inocente, ni nos sentiríamos contentos de haber bombardeado una aldea: «¡Hoy me fue muy bien! Maté a ciento cincuenta personas y la mayoría de ellas eran mujeres y niños. ¡Se lo tenían merecido!». La mayoría de nosotros no haría eso, pero en cierto nivel todos lo haríamos. Quizá no lo haríamos en el nivel de la forma, pero cuando nos alegramos de que hayan capturado y castigado severamente —si no es que matado— al violador local, no somos diferentes del violador. Estamos diciendo que el sufrimiento de otra persona me produce placer. Y bien, ¿no es eso lo que hace un violador? El violador dice: «Tú no me importas. Solo quiero mi placer». Pues bien, nosotros queremos el placer de saber que van a matar al cabrón culpable y no a nosotros. A todos nos consta que eso nos produce un gran placer. Observen a una familia cuyo hijo ha sido asesinado; obsérvenlos fuera de la sala de audiencias, cuando se ha pronunciado el veredicto y el tipo que mató a su hijo, o que violó y mató a su hija, irá a prisión y nunca saldrá de allí. La familia está eufórica ¡Se ha hecho justicia! ¡Para nada! Se ha hecho injusticia porque allí no hay amor. El amor no castiga. El amor quizá pondría límite a la capacidad de las personas para crear erróneamente, pero nunca se haría con un afán de castigar.

Todos estamos silenciosamente contentos cuando atrapan al victimario, por lo que no somos mejores que él. Eso es lo que debemos ver. No confundamos el símbolo con la fuente. En el nivel del símbolo, todos somos muy diferentes. En el nivel de la fuente, que es la mente separada, todos somos iguales. Todos somos un Hitler y un Stalin en secreto. Todos somos asesinos. Todos somos un Jesús o un Buda en secreto porque todos tenemos mentes correctas. Todos somos iguales. Todo el mundo tiene una mente correcta —todos. Si excluimos a una sola persona, estamos excluyendo a toda la Filiación, porque lo que hace que la Filiación sea la Filiación es que está unificada. Todos somos uno. Este es un pensamiento muy aleccionador.

Con frecuencia digo que, si quieres ver hasta dónde has llegado con este curso, simplemente mira uno de los juicios que emites y pregúntate si aplicarías ese mismo juicio a todos en la Filiación. Toma cualquier pensamiento desconsiderado que tengas con respecto a cualquier persona y pregunta si lo extenderías para abarcar a todos, incluyendo a Jesús y a las personas que aquí amas. Lo más probable es que digas: «No. Jesús nunca violó a nadie. Nunca construyó una bomba ni bombardeó a la gente inocente de una aldea». Al juzgar y pensar mal de los demás, lo que estamos haciendo es diferenciar y fragmentar la Filiación. Estamos diciendo que hay una jerarquía de ilusiones, lo que —como hemos visto— es la primera ley del caos (T-23.II.2:1-2). Estamos diciendo que hay personas aquí que son diferentes de otras personas.

Las personas son diferentes en el nivel de la forma, pero no en el nivel de la mente. No confundamos el símbolo con la fuente. Los símbolos pueden diferenciarse, a menos que los hagamos símbolos de mentalidad correcta, en cuyo caso incluyen a todos. Por lo tanto, si tienes una maravillosa experiencia beatífica en presencia de una gran obra de arte o de un fabuloso paraje natural y te niegas a permitir que ese amor abarque a todos, estás negando la belleza de esa experiencia. Estás diciendo que puedes tener una maravillosa experiencia del Amor de Dios, tome la forma que tome, pero que no puedes llevarla contigo a casa porque tienes a todos esos chiquillos gritones que interrumpen tu paz; o que no puedes meterla en el lugar de trabajo; o que no puedes llevarla contigo cuando ves las noticias.

Cuando pensamos de esa manera, estamos tomando la experiencia del amor y la estamos limitando, lo que significa que ya no es amor. Pensar o hacer algo desconsiderado no nos hace pecadores, pero sí dice que todavía valoramos, afirmamos y damos fe de la realidad de la separación, la realidad de la fragmentación; es decir, que hay una jerarquía de ilusiones, que en este mundo hay gente buena y gente mala. Es cierto que hay personas a las que juzgamos como buenas, que a nuestro parecer hacen cosas buenas; y personas a las que llamamos malas, que a nuestro parecer hacen cosas malas. Sin embargo, no todos estarían de acuerdo con nuestro parecer, lo que significa que no es un punto de vista universal, y si no es universal, no es real.

Parte III

La mentira del mundo es que los símbolos significan algo, y ese significado es que diferencian. De ahí la falsedad de los símbolos. Ese es el significado que los símbolos tienen para el ego. El propósito de cualquier símbolo es remitirnos a la fuente. Si es la fuente de mentalidad errónea, queremos cambiar de mentalidad. Si es la fuente de mentalidad correcta, queremos fortalecerla y compartir el amor que proviene de esa decisión de mentalidad correcta. Eso es lo que hace que este curso sea tan difícil. Hay una sección llamada «Salvación sin transigencias» (T-23.III). Si realmente queremos salvarnos, es decir, salvarnos de nuestra decisión a favor de la culpabilidad, todos deben ser incluidos en nuestra decisión. Este curso es intransigente. Su tono es muy apacible, y la experiencia de tener a Jesús como nuestro maestro es muy amorosa, bondadosa y paciente, pero él es intransigente. En un mensaje Jesús le dijo a Helen algo que es realmente para todos nosotros: «Te amaré, te honraré y respetaré absolutamente lo que has hecho, pero no lo apoyaré a menos que sea verdad» (T-4.III.7:7). Él no apoya nada de lo que decimos o creemos. Este curso anula todo lo que creemos que es verdad. Jesús respeta lo que pensamos porque proviene del poder de nuestra decisión. Si no respetamos el poder de nuestra decisión de elegir al ego, nunca respetaremos ese poder de elegir al Espíritu Santo, pero Jesús no apoyará nuestra elección a favor del ego porque no es verdad.

En ese sentido, este curso es intransigente. Es dulce, apacible, amoroso y bondadoso, pero ¡vaya que es intransigente y claro! Muchos estudiantes caen en la tentación de esquivar lo que dice, al pensar que Jesús no está hablando en serio; o lo esquivan haciendo caso omiso de ciertas cosas que leen. Por ejemplo, cuando Jesús nos dice que nuestros ojos no ven, hacemos de cuenta que no hemos visto esa frase. Correcto, ¿entendido? Los ojos no ven. Fingiremos que no vemos el enunciado que dice que nuestros ojos no ven. Veremos lo que queremos ver.

Por lo tanto, al practicar este curso, no obstante, debemos compartir la bondad y la apacibilidad de nuestro maestro, pero debemos ser intransigentes en no atribuir causa a nada externo. Nunca estamos disgustados por la razón que creemos (L-pI.5). Creemos que estamos disgustados porque... Y todos tenemos una larga lista de «porques». Podemos decir con la misma facilidad que creemos que somos felices porque... lo que significa que nunca estamos felices por los motivos que creemos. El mundo miente. El mundo fue hecho para mentir. «Nada es tan cegador como la percepción de la forma» (T-22.III.6:7). La forma miente. Nos ciega. El símbolo nos impide ver la fuente. Por eso: «Nada es tan cegador como la percepción de la forma». Por eso no debemos creer a la gente que nos dice que dos y dos son cuatro. Quienes digan eso no entienden. Podrían ayudarnos con un problema corporal, pero no nos servirán para volver a casa. Podrían ofrecernos una forma particular de magia que ayude a aliviar el dolor, o nos podrían indicar cómo trasladarnos del lugar A al lugar B. Eso no tiene nada de malo, pero no nos llevará a casa. Lo que nos llevará a casa es pedir ayuda a alguien, pero no tomar la ayuda en serio. Nos tomamos en serio la ayuda en el nivel de los efectos que pueda tener en nuestro cuerpo o en el cuerpo de los seres queridos, pero no la tomamos en serio en el sentido de otorgarle realidad. Dos y dos no son cuatro; son cinco, porque nada de este mundo tiene sentido, especialmente el hecho de que parezca tener sentido.

El mundo se basa en leyes que provienen de la creencia en la nada, según la cual hay un pensamiento de separación que da lugar a un mundo de tiempo y espacio que está gobernado por diferentes tipos de leyes: las leyes de la física, la química, la biología, la psicología, el desarrollo humano, etc. Todas ellas se derivan de la creencia de que el tiempo y el espacio son reales, la cual se deriva del pensamiento de que la separación de Dios es real. Todo esto es realmente una creencia en la nada, y nada obtendrán de nada. Todo en este mundo es producto de nuestro pensamiento, tal como dicen los físicos cuánticos. Sin embargo, lo que los físicos cuánticos por lo general no dicen es que ese pensamiento es la culpabilidad.

Se nos dice que el mundo «es el sistema ilusorio de aquellos a quienes la culpabilidad ha enloquecido» (T-13.in.2:2). El mundo es un «sistema ilusorio» —es decir, demente— «de aquellos a quienes la culpabilidad ha enloquecido». La culpabilidad es lo que fabricó a este mundo y la culpabilidad es lo que sostiene a este mundo. El perdón es lo único que puede deshacer la culpabilidad. El perdón dice que ahí fuera no hay nada que perdonar: tú no me hiciste nada, lo que equivale a decir que quizá hayas lastimado mi cuerpo o los cuerpos de mis seres queridos, pero no me quitaste la paz de Dios porque esa está en mi mente y solo yo tengo el poder de quitarme la paz de Dios. Pero cuando digo que me la quitaste porque me golpeaste, abusaste de mí, me humillaste, me abandonaste, me insultaste, me robaste o lo que sea, estoy diciendo que no tengo el poder de quitarme la paz. No tengo una mente. Eres tú quien tiene el poder. De hecho, tienes el poder y lo estás utilizando. Tú me quitaste la paz de Dios. Esa es la mentira.

El mundo de dos y dos son cuatro nos diría que sí, que eso es lo que la gente hizo, y miren el efecto que tuvo. Tuvo un efecto en un cuerpo, pero el cuerpo no existe. El cuerpo es una proyección de un pensamiento que nunca ocurrió. Insisto en volver a eso porque el embrollo del compañero que formuló la pregunta no tiene otra salida. Así que, si todos quieren ayudar, tienen que decirle que lo que les estoy diciendo es verdad. Es la única manera de salir de ese lío. No hay esperanzas en este mundo. El mundo se fabricó para no ofrecer esperanzas. ¿Por qué? Porque la única esperanza reside en la mente tomadora de decisiones. Ahí es donde está la esperanza porque es ahí donde está el problema. Cuando nos sustraemos de la mente y nos situamos en el sueño como una figura onírica, como un cuerpo en un mundo, nos estamos privando de tener conciencia de la mente, lo cual quiere decir que estamos cortando la única fuente de esperanza que existe.

Este curso, lo repito, es lo único —que yo sepa— que ofrece verdadera esperanza porque nos remite a la mente enseñándonos en primer lugar por qué hicimos el mundo, por qué seguimos viniendo a este mundo, por qué seguimos abogando por este mundo, por qué incluso llegamos a pensar que Un curso de milagros se trata de cómo vivir en este mundo y de que Jesús nos va a decir algo. ¡En el nombre de Dios, ¿qué nos podría decir, excepto que somos el Nombre de Dios?! Eso es lo que él nos diría. Él no nos habla. Esa es una alucinación auditiva, que podría ser útil si llevara a la gente más allá de la alucinación, y a medida que crecieran se volvieran como él —como dice en el poema de Helen, «Plegaria a Jesús»—: para que al mirarte la gente no sea a mí a quien vean, mas solo Te vean a Ti (The Gifts of God [Los regalos de Dios], pp. 82-83). En ese caso la voz es útil porque conduce más allá de sí misma.

Dios, el Espíritu Santo y Jesús no hablan de lo específico. El amor es inespecífico. Lo traducimos en algo específico. Puede ser un símbolo de mentalidad correcta y ser muy útil, pero necesitamos utilizar el símbolo para volver a la fuente. Recuerden las frases de la Lección 161: «El odio es algo concreto. Tiene que tener un blanco» (L-pI.161.7:1-2). Una frase anterior dice: «Así fue como surgió lo concreto» (L-pI.161.3:1). Esta es una referencia a por qué se hizo el mundo. Hicimos un mundo de lo específico para mantenernos anclados en un sistema de pensamiento de lo específico. Hay un Hijo específico que atacó a Su Padre específico —ahora ya tenemos dos, ambos específicos.

Por eso el Curso dice: «El mundo se fabricó como un ataque contra Dios» (L-pII.3.2:1). Es una proyección del pensamiento de ataque: que estamos mejor fuera del Amor de Dios. Por lo tanto, fabricamos un mundo que es lo contrario del Cielo. Fabricamos un yo que es lo contrario del Cristo que somos. El Cielo es abstracto, lo que significa que es inespecífico y no dualista; así que fabricamos mundos específicos, cuerpos específicos, problemas específicos, necesidades específicas, voces específicas que escuchamos decirnos cosas específicas, todo lo cual hace que el mundo de lo específico sea real. Nunca llegaremos a casa de esa manera. Hay que utilizar lo específico para que nos conduzca a lo inespecífico. Eso es distinto, pero no confundamos el símbolo con la fuente.

En el Curso se nos enseña que el propósito del tiempo es enseñarnos que el tiempo no existe. El propósito de lo concreto es enseñarnos que no hay nada concreto en el Cielo. El propósito de estar en el mundo es aprender que no hay mundo. Para la mente correcta el propósito de estar en un cuerpo es aprender que no somos cuerpos. El libro de ejercicios dice una y otra vez: «No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó» (L-pI.201-220). Dios nos creó como espíritu. Y cuando creemos que somos algo distinto de eso, es porque creemos que somos una mente separada. Siempre somos una mente separada, nunca un cuerpo separado. Esa es la ilusión, la mentira. «Nada es tan cegador como la percepción de la forma.» La percepción ve el símbolo. Ve la forma y se detiene allí. No va más allá de la forma. Este curso nos enseña a utilizar las palabras, los cuerpos y las relaciones como una manera de llegar más allá de ellos. No confundamos el símbolo con la fuente.

Un símbolo representa algo o simboliza algo que no puede expresarse de otra manera. El amor no puede expresarse aquí. El amor es la unidad perfecta. El Curso dice que el perdón es el reflejo del amor del Cielo. Es el equivalente terrenal del amor, pero no es el amor. El reflejo de la unidad del amor del Cielo es la igualdad de la Filiación, y en ese reconocimiento de que todos somos iguales no hay juicio. ¿Cómo puede uno juzgar lo que es lo mismo? Solo se puede juzgar lo que es diferente. «El amor no hace comparaciones» (L-pI.195.4:2) porque el amor es la unidad perfecta. El amor del ego compara todo el tiempo, todo el tiempo. Así es como sabes que es el ego.

Una vez más, este curso se nos dificulta por su naturaleza intransigente, pero en eso mismo se halla también la esperanza de este curso; ahí es donde está la salvación; y por eso requiere mucho trabajo y gran esfuerzo. Hay una serie de pasajes que son muy reconfortantes. Uno de ellos nos dice: «No temas que se te vaya a elevar y a arrojar abruptamente a la realidad» (T-16.VI.8:1). No sucede así. Hay un pasaje aún más potente en el capítulo 27: «Mas ese sueño es tan temible y tan real en apariencia, que él no podría despertar a la realidad sin verse inundado por el frío sudor del terror y sin dar gritos de pánico, a menos que un sueño más apacible precediese su despertar y permitiese que su mente se calmara para poder acoger —no temer— la Voz que con amor lo llama a despertar...» (T-27.VII.13:4). Tenemos que proceder paso a paso. No vamos directo del yo al Ser. El yo se va transformando. Algunas veces en el Curso Jesús nos dice que el Espíritu Santo no nos quita nuestras relaciones especiales, sino que las transforma (véase, por ejemplo, T-17.IV.2:3).

De ser un yo culpable, enojado y deprimido, vamos transformándonos en un yo tranquilo. Nuestra percepción que ve a todos como diferentes —algunos buenos y otros malos— se transforma en la percepción que ve a todos como iguales. Todavía forma parte de la ilusión, pero es la manera de salir de la ilusión. Es lo que el Curso llama el sueño feliz (T-18.V). No tiene que ver con nada físico. Los sueños felices son aquellos sueños apacibles que preceden a nuestro despertar, llevándonos al punto desde el cual podemos despertar porque ya no tenemos tanto miedo. Paulatinamente nos vamos transformando de un yo de mentalidad errónea a un yo de mentalidad correcta. El yo identificado con la mente errónea ataca, juzga y establece diferencias. El yo identificado con la mente correcta perdona, mira más allá del pecado al error y más allá del error a la verdad. Ve a todos como iguales. El yo identificado con la mente correcta no juzga, y si hay un acto de juicio, ese yo no juzga la decisión. Identificados con la mente correcta somos pacientes, apacibles y bondadosos con nuestros propios egos, lo que nos permite ser pacientes, apacibles y bondadosos con el ego de los demás. Ser más pacientes y bondadosos con los egos de los demás refuerza nuestra paciencia y apacibilidad con nosotros mismos.

Esto requiere un gran esfuerzo y mucha práctica. Tenemos que mirar cada pensamiento del ego que tenemos y no justificarlo ni sentirnos culpables por ninguno de ellos ni castigarnos, sin importar lo grande o pequeño que esos pensamientos puedan ser. El Curso dice dos veces que una leve punzada de irritación es una máscara que cubre el rostro de intensa furia (L-pI.21.2; M-17.4).

Llegamos a equiparar un pensamiento del ego con una defensa. Nos sentimos culpables porque hemos rechazado el amor. Esto dejó un vacío en nosotros, una carencia que tenemos que llenar tomando algo del exterior, ya sea desarrollando relaciones de amor especial que satisfagan nuestras necesidades, o robando la inocencia de otros, lo cual hacemos, atacándolos y dándoles nuestra pecaminosidad para ganarnos su inocencia, porque es uno o el otro. Todo esto ocurre simplemente porque nos dio miedo el amor, pues en presencia del amor no existimos. Por lo tanto, rechazamos el amor para protegernos. Preservamos este yo tomando nuestro pecado y culpabilidad y proyectándolos sobre otras personas. Y eso es lo que hacemos a lo largo de todo el día.

Nos damos cuenta de que enojarnos, emitir juicios y compadecernos a nosotros mismos tiene un propósito. Nada de ello sucede por mera casualidad. La razón o el propósito es escapar del terrible peso de la culpa: no verla en nosotros mismos, sino en los demás. «El odio es algo concreto» (L-pI.161.7:1). Debe haber alguien ahí fuera a quien podamos odiar, y como no lo hay, tenemos que inventar a una persona o inventar algo. Por eso caminamos por este mundo siempre enojados, siempre emitiendo juicios, siempre ansiosos, siempre temerosos, siempre comparando, siempre buscando fuera algo que llene este agujero que creemos tener dentro.

El ego nos dice que, si vamos dentro, desapareceremos en el Corazón de Dios y nuestro yo dejará de existir. Por eso, de nuevo, necesitamos proceder poco a poco. No vamos del yo al Ser; transformamos nuestro sentido de identidad. El proceso para lograr eso implica aprender a ver a todos como iguales, y luego perdonarnos a nosotros mismos cuando no vemos la igualdad, sino que vemos a todos como diferentes.

Recordemos, este no es un curso de hacer; es un curso de deshacer. Simplemente seguimos mirando y, si seguimos mirando, con el tiempo aprenderemos a no tomar tan en serio al ego. Aprenderemos a no darle poder sobre nosotros. Nos daremos cuenta de que tenemos poder sobre el ego y seremos mucho más indulgentes con nuestros errores. Diremos: «Simplemente me dio miedo. No es para tanto. No significa que esté haciendo mal el Curso». No hay más que un solo ego, un solo sistema de pensamiento del ego; así que, siempre estamos haciendo lo mismo una y otra vez. Lo importante es la actitud que tenemos hacia al ego.

Parte IV

Siempre me gusta leer esta frase tan reconfortante del texto:

«La condición necesaria para que el instante santo tenga lugar no requiere que no abrigues pensamientos impuros. Pero sí requiere que no abrigues ninguno que desees conservar» (T-15.IV.9:1-2).

No dice que debamos estar libres de pensamientos del ego. No vamos a pasar de un yo que es puro ego a un yo totalmente sin ego, eso viene al final del viaje, pero es un viaje. También se indica que es un proceso de transformación gradual y apacible. No dice que no debamos tener pensamientos del ego, pensamientos impuros. Por supuesto que los tendremos; habrá pensamientos de separación, de ataque, etc. Pero la condición sí requiere que no tengamos ninguno que deseemos conservar, es decir, pensamientos que deseemos ocultarle al Espíritu Santo o a nosotros mismos. No queremos justificarlos, racionalizarlos, espiritualizarlos ni negarlos. Simplemente queremos reconocer que, justo en este momento, nos ha dado miedo el amor, y que la única manera de preservarnos en la presencia del amor —al que hemos juzgado como temible— es atacar, deprimirnos, enfermarnos, cansarnos, correr a refugiarnos en esta o aquella adicción, o algo por el estilo. Solo necesitamos darnos cuenta de lo que estamos haciendo. Eso es todo.

Otra frase que cito todo el tiempo tiene que ver con aprender a estar más allá del sufrimiento. Dice que la manera de trascender el sufrimiento es mirar el problema tal como es, no de la manera en que lo hemos urdido (T-27.VII.2:2). No se nos pide que soltemos el problema. No se nos pide que nos convirtamos en una persona sin ego, en un abrir y cerrar de ojos. Si queremos acabar con el sufrimiento, lo único que tenemos que hacer es mirar el problema tal como es, no de la manera en que lo hemos urdido. La manera en que lo hemos urdido es que sustrajimos el problema de su fuente, que es la decisión de nuestra mente a favor del ego, y la proyectamos sobre un símbolo, el cuerpo. Así es como hemos urdido el problema, para que nunca se resuelva. Nunca se resolverá porque se ha sustraído de su fuente.

Mirar el problema tal como es significa ver que nos dio miedo el amor, así que lo rechazamos. Rechazamos el símbolo del amor: Jesús, el Espíritu Santo o cualquier otro símbolo que hayamos elegido. Rechazamos el amor y luego nos sentimos culpables, porque eso es una reminiscencia del «pecado original» cuando todos rechazamos el Amor de Dios. En lugar de mirar el problema tal como es, proyectamos el problema sobre alguna cosa o lugar en el que no se encuentra. El problema está en nuestra mente, así que lo proyectamos sobre un cuerpo donde no existe el problema. Lo proyectamos sobre un mundo de cuerpos donde el problema no existe.

Todo lo que se nos pide es que miremos eso y digamos: «Sí, esto es lo que he hecho, y lo hice porque tengo miedo del amor». Pero eso no es ninguna novedad. No tenemos que negarlo, racionalizarlo ni justificarlo. No tenemos que hacer nada. Solo decimos: eso es lo que hemos hecho. Todos le tememos al amor, de lo contrario no habríamos nacido en cuerpos. Entonces, ¿qué tiene de particular? Eso es lo que queremos aprender a decir acerca del ego: «¡Qué tiene de particular!».

Hay otro pasaje maravilloso que compara todas nuestras relaciones especiales con «plumas arrastradas por el viento» (T-18.I.7:6). Jesús nos dice: «Deja que se las lleve el viento» porque no son nada (T-18.I.8:1). Eso es lo que tienen en común. Todas ellas son como plumas. No son nada. Parecen ser diferentes (distintas formas, colores y texturas), pero todas son iguales porque no son nada; una nada que finge ser la causa de nuestros problemas, aunque literalmente no son nada. Sin embargo, mientras pensemos que somos algo —que es lo que todos pensamos—, tenemos que usar los demás «algos» del mundo para aprender que no tienen ningún poder sobre nosotros.

No es útil que solo se nos diga que somos ilusiones. Ya sé que he pasado gran parte del día diciéndoles que no están aquí [risas], pero es que yo no soy tan buena gente como Jesús. Lo importante es que se nos diga que lo ilusorio es pensar que algo ahí fuera pueda hacernos felices o infelices. Eso lo podemos aprender. Mientras entremos cada mañana al cuarto de baño y nos identifiquemos con la imagen que vemos en el espejo del lavabo, será imposible creer que no somos cuerpos. Es muy importante saberlo intelectualmente, pero en el nivel experiencial no es muy útil, y en un nivel práctico es irrelevante. Lo que sí tiene relevancia, en cambio, es que aprendamos «Nunca estoy disgustado por la razón que creo» (L-pI.5). No es culpa de nadie más que no experimentemos la paz de Dios en este preciso momento, no importa lo que se nos haya hecho. No importa lo que un microorganismo haya hecho en nuestro cuerpo para enfermarlo; no es por eso por lo que no sentimos la paz de Dios. Eso lo podemos aprender.

Por lo tanto, la ilusión dentro de nuestra existencia ilusoria aquí es que el mundo nos ha hecho esto (sea lo que sea «esto»). El mundo no nos lo ha hecho. Nosotros nos lo hemos hecho. Hacia el final del capítulo 27, aprendemos que «el secreto de la salvación no es sino este: que eres tú el que se está haciendo todo esto a sí mismo» (T-27.VIII.10:1). No somos responsables de que los egos de otros nos ataquen. Esa es su responsabilidad, pero somos responsables de percibirlo como un ataque que nos ha robado nuestra paz. Eso es lo que podemos aprender y eso requiere mucho trabajo, pero es factible. Es posible. Esa es la transformación. El mundo no se transforma. ¿Cómo podría transformarse lo que no es nada? Nuestra percepción es lo que se transforma, y la transformación es un proceso apacible que nos lleva de considerar que el símbolo es lo primordial hasta darnos cuenta ahora de que no es tan importante. Lo importante es la fuente porque esta es la que nos da poder, poder genuino. Ese cambio paulatino, apacible y bondadoso es lo que transforma nuestra percepción del mundo.

La gente no es amable en este mundo. Siempre digo que la gente amable no viene aquí; se queda en casa con Dios. La gente culpable viene aquí; la gente temerosa viene aquí; la gente enojada y despiadada viene aquí; la gente inclemente y cruel viene aquí; la gente delirante viene aquí. La gente amable no viene aquí. Entonces ¿qué tiene de particular que haya gente ahí fuera que nos ataquen? Ya sabemos que los funcionarios públicos mienten y engañan. ¿A eso le llaman noticias? No es ninguna noticia que haya gente que nos robe, que nos mienta en los negocios, que nos mienta en las relaciones. Ahora bien, si hubiera una persona verdaderamente honrada, alguien con integridad, ¡eso sí que sería noticia! El último escándalo, mentira o engaño acaba por aburrirnos después de un rato.

Una vez más, no queremos cambiar el mundo: «No trates. . . de cambiar el mundo, sino elige más bien cambiar de mentalidad acerca de él» (T-21.in.1:7). El proceso es una transformación gradual que consiste en dar menos importancia a lo que está ahí fuera —como una fuente de dolor y rechazo o como una fuente de felicidad y placer— y dar más importancia a lo que está dentro, en nuestra mente. Lo hacemos de manera paulatina porque el miedo a perder nuestro yo individual es tan grande. Fabricamos el mundo literalmente —literalmente fabricamos el mundo— como un solo Hijo colectivo para preservar la individualidad de nuestra mente separada. No lo fabricamos para escondernos de Dios. Eso es lo que nos dijo el ego, pero la verdadera razón por la que lo fabricamos fue escondernos de nuestra mente y así no cambiar nuestra decisión en ella. Esto es algo realmente importante de entender. Es el significado de la cita que dice: «No es a la crucifixión a la que realmente le tienes miedo. Lo que verdaderamente te aterra es la redención» (T-13.III.1:10-11).

No le tememos a la crucifixión. Amamos la crucifixión. En primer lugar, fue la que nos dio la existencia. El cristianismo forjó sus múltiples religiones sobre la crucifixión, el sacrificio y el sufrimiento. Lo que nos aterra de verdad es la redención que se encuentra en nuestra mente tomadora de decisiones que eligió al ego, pero que ahora puede elegir al Espíritu Santo como su maestro. Eso es lo que tememos. Por eso inventamos el mundo de los cuerpos, para que estuviéramos sin mente. Luego inventamos todo tipo de problemas para que absorbieran nuestra atención.

Hemos pasado añares como sociedades tratando de entender los problemas que nos aquejan y luego añares tratando de resolver esos problemas. Literalmente es como un ciego llevando a otro ciego porque confundimos el símbolo con la fuente. Ni siquiera sabemos que hay una fuente. Los problemas no se pueden resolver externamente porque tan pronto como resolvemos un problema, el verdadero problema de la culpabilidad en nuestra mente genera otro problema. Eso es lo que las Lecciones 79 y 80 dicen muy claramente. Resolvemos un problema y otro surge para ocupar su lugar, porque el problema no está en el mundo; no está en los símbolos. Está en lo que los símbolos representan. Queremos que haya problemas para que nuestra atención esté siempre dirigida hacia y atrapada por el mundo exterior, el mundo sin conciencia de la mente. Así nunca logramos retomar conciencia de la mente porque, entonces nuestra decisión sería otra. Por lo tanto, necesitamos un proceso que cambie paulatinamente nuestra forma de mirar al mundo y de mirarnos unos a los otros, y lo hacemos de forma paulatina porque nuestro miedo es tan grande.

* * * * * * * * * * *

Se me ocurrió concluir el taller leyendo otro de los poemas de Helen, llamado «Transformación» (The Gifts of God, p. 64). Es un poema muy lindo. No voy a relatar todas las circunstancias, pero se anotó en Semana Santa, por lo que hay una alusión a la Pascua al final. Brevemente, diré que sucedió cuando Helen y yo y un sacerdote amigo nuestro fuimos a visitar a un grupo de monjas que vivían en el sector sureste de Manhattan. Era Domingo de Ramos y también la Pascua judía, así que hicimos una combinación del Séder pascual con el Domingo de Ramos. Terminamos de comer, y antes de pasar a la capilla para celebrar la misa, espontáneamente permanecimos sentados en silencio.

Algo pasó, y todos a la vez (éramos unas cinco o seis personas) de pronto nos quedamos muy callados. Fue como si el mundo desapareciera, y simplemente permanecimos de esa manera durante un rato. Como yo siempre andaba buscando una excusa para sugerir que Helen escribiera un poema, de regreso a casa le dije que con aquello se podría escribir un buen poema. Y uno o dos días después Helen anotó este poema. Lo utilizo para concluir el taller porque describe lo que mencioné sobre todo al final, donde el mundo se transforma: «Lo trivial su magnitud amplía, mientras lo que grande parecía vuelve a su pequeñez merecida. Lo tenue resplandece, y lo que brillante fuera titila, se desvanece y al fin desaparece». Estas palabras se refieren al cambio: el mundo no desaparece de inmediato, pero la forma en que lo miramos comienza a cambiar. Lo que antes parecía grande era el mundo, el mundo de los símbolos, y lo que parecía insignificante era la mente. De hecho, la mente era tan insignificante que ni siquiera sabíamos que existía. Eso comienza a cambiar, y lo que parecía tan nimio e insignificante o inexistente —la mente— poco a poco comienza a cobrar una mayor magnitud. Nos damos cuenta de que esta es la fuente. Esta es la causante de que estemos molestos. Esta es la causante de que estemos en paz. La gran importancia y eficacia que parecía tener todo lo que sentíamos empieza a menguar porque ya no confundimos el símbolo con la fuente. Ahora utilizamos el símbolo como una forma de retomar conciencia de la fuente.

Es evidente que este poema refleja esa experiencia con las hermanas, pero habla de este cambio repentino, y se requiere trabajo para lograr que se dé. Esa es la idea. Tenemos que hacer el trabajo diario de realmente mirar todo de manera diferente. Y aunque todavía nos sintamos enojados, deprimidos o emocionados por eventos o cosas, no justificamos los sentimientos, puesto que nos damos cuenta de que, en efecto, esto es lo que estoy experimentando, pero en realidad no es así. Miramos el problema tal como es: la decisión de la mente de ser un ego, y no de la manera en que lo hemos urdido, que consiste en pasar el problema de la mente al mundo y dar al mundo poder causal para que nos alegre o nos entristezca. Reconocemos que ese poder reside siempre y únicamente en nuestras mentes.

Este poema, de nuevo, representa este cambio. Termina con un símbolo de la Pascua de Resurrección porque se anotó durante el tiempo de Pascua, pero en el Curso la resurrección no tiene nada que ver con la historia bíblica. La resurrección es el despertar del sueño de la muerte.

Transformación

Súbitamente ocurre. Hay una Voz
que pronuncia una Palabra, y todo cambia.

Entiendes una antigua parábola
que parecía confusa. Y que no obstante decía
precisamente lo que decir quería. Lo trivial
su magnitud amplía, mientras lo que grande parecía
vuelve a su pequeñez merecida.
Lo tenue resplandece, y lo que brillante fuera
titila, se desvanece y al fin desaparece.
Todas las cosas asumen el papel asignado
previo al tiempo, en antigua armonía
que del Cielo canta en tonos fascinantes
que borran la duda y la cautela que
todos los demás roles suelen acarrear. Pues
la certeza, de Dios ha de ser.

Súbitamente ocurre,
y todas las cosas cambian. El ritmo del mundo
se transforma en concierto. Lo que antes fue severo
y hablar de muerte parecía ahora es canto de vida,
y se une al coro a la eternidad.
Ojos que no veían, comienzan a ver, y oídos
largo tiempo sordos a la melodía comienzan a oír.
En el silencio súbito renace
el antiguo entonar del canto de la creación,
recordado, aunque por largo tiempo silenciado.
Junto a la tumba parado está el ángel radiante de esperanza,
portador del mensaje de salvación: «Que libre seas,
y aquí no permanezcas. Prosigue rumbo a Galilea».

(The Gifts of God, pág. 64)

Parte V

P: Así como el mundo se arrastra pesadamente, lo mismo ocurre con practicar Un curso de milagros. Me parece que cuanto más avanzas y prácticas, y cuanto más te desvinculas del mundo, más difícil es mantener un interés en algo aquí. Levantarse por la mañana para acudir al trabajo es la misma rutina de siempre. Incluso con las actividades deportivas, practicas un deporte durante unos años, te aburres y lo cambias por otro. Te interesas en una teoría de conspiración, pierdes interés en esa y encuentras otra. Al practicar este curso, ¿cómo lidias con el hastío?

R: La única manera de que esto no te aburra, te resulte monótono y pesado es tener muy claro lo que quieres. Si tuvieras claro que tu objetivo es despertar de este sueño y volver a casa, nunca experimentarías que tu vida se arrastra pesadamente. Verías todo lo que sucede como una oportunidad para que avances y algún día puedas salir de aquí, no que dejes el mundo a través de la muerte, sino que dejes todo el sistema de pensamiento. El problema es que sientes ambivalencia con respecto al objetivo —como todos la sentimos— porque si no sintiéramos esa ambivalencia, ya lo habríamos logrado. Seguimos aquí, dando tumbos y avanzando tediosamente con este curso, porque todavía estamos indecisos en cuanto al objetivo.

P: Dentro del mundo, vas a la universidad durante tres, cuatro o los años que sean. Le dedicas tiempo y esfuerzo, obtienes el diploma y lo cuelgas en la pared. Supongo que todavía estoy esperando mi diploma del Curso.

R: Cuando vas a la universidad, tienes un objetivo, que es graduarte. Haces todo lo que tienes que hacer para graduarte porque ese es tu objetivo. Si tienes ambivalencia con respecto al objetivo, reprobarás algunas clases, obtendrás «incompletos» por no asistir al examen final, no entregarás los trabajos que te pidan. No harás todo lo que tienes que hacer, porque no quieres alcanzar la meta. Te da miedo lo que te espera después de graduarte, así que sigues en la universidad. Hay muchas personas que hacen eso porque tienen miedo de crecer. Una vez que salen de la universidad, son adultos y tienen que valerse por sí mismos en el mundo. Pero si prolongan su estancia durante 6, 8, 10, 12 años, es más fácil, debido a su ambivalencia con respecto a la meta.

Es lo mismo aquí. Todos tenemos miedo de crecer, de graduarnos de este curso y de estar de vuelta en casa con Dios. Sentimos ambivalencia con respecto al objetivo porque valoramos la individualidad y el especialismo. Por lo tanto, nos demoramos y después de un tiempo la demora se arrastra pesadamente. Es la misma idea de la respuesta que Jesús le dio a Helen cuando ella se quejó de que el Curso no estaba funcionando, que se arrastraba pesadamente: ¡ya basta! Jesús le preguntó si alguna vez había considerado que ella no había hecho lo que el Curso decía. Si tu objetivo es estar fuera del sueño, entonces será imposible que tu vida aquí no te resulte dichosa, no debido a nada intrínseco del mundo, sino por las lecciones que estás aprendiendo. Si realmente quisieras graduarte de la universidad y aprender al mismo tiempo, disfrutarías de las asignaturas. Si hubiera alguna que no te agradara o que no te ayudara a alcanzar tu objetivo, no la tomarías. Así que, si tu objetivo es dejar este mundo lo antes posible, este curso lo hará, pero tienes que ser consciente de que el objetivo final es no estar en un cuerpo, no por medio de la muerte, sino por medio de no formar parte de este sistema de pensamiento.

Una y otra vez, lo cual siempre es exasperante, Jesús dice que este es un curso muy simple; con eso quiere decir que hay un solo problema y una sola solución. ¿Qué podría ser más sencillo? En respuesta a Helen cuando ella se quejaba de que este curso era demasiado difícil, él dijo:

(T-31.I.1) ¡Qué simple es la salvación! Tan solo afirma que lo que nunca fue verdad no es verdad ahora ni lo será nunca. [El problema es que esto significa que nosotros tampoco somos verdad.] Lo imposible no ha ocurrido ni puede tener efectos. Eso es todo. ¿Podría ser esto difícil de aprender para aquel que quiere que sea cierto? Lo único que puede hacer que una lección tan fácil resulte difícil es no estar dispuesto a aprenderla. ¿Cuán difícil puede ser reconocer que lo falso no puede ser verdad y que lo que es verdad no puede ser falso? Ya no puedes decir que no percibes ninguna diferencia entre lo falso y lo verdadero. [Recuerden, este es el capítulo 31, Helen llevaba tres años anotando el dictado, por no mencionar toda la comunicación personal.] Se te ha dicho exactamente cómo distinguir uno de lo otro y lo que tienes que hacer si te confundes. ¿Por qué, entonces, te empeñas en no aprender cosas tan sencillas como estas?

Esta es la reprimenda más delicada que podría uno recibir; pero la cosa se pone un poco peor.

(T-31.I.2:1-2) Hay una razón. Pero no creas que es porque las cosas simples que la salvación te pide que aprendas sean difíciles…

Una manera de distinguir lo que es falso de lo que es verdad en este mundo es que todo lo que te separe de cualquier otra persona es falso, y cualquier cosa que te permita decir que todo el mundo es igual es verdad. La verdad de que todos somos iguales es un reflejo de la verdad de la Unidad del Cielo.

(T-31.I.2:3-4) … pues la salvación solo enseña lo que es extremadamente obvio. La salvación simplemente te conduce de una aparente lección a la siguiente, mediante pasos muy sencillos que te llevan dulcemente de una a otra, sin ningún esfuerzo.

La tensión que todos sentimos es nuestra resistencia. Si tu coche va a 90 ó 100 kms por hora, el motor trabaja normal. Simplemente anda. Pero si tienes puesto el freno de mano, el motor puede resentirse. Si continúas conduciendo con el freno de mano puesto, vas a estropear tu motor y tus neumáticos, pero el problema es el freno, no el coche. El motor está bien. Bueno, eso es lo que todos estamos haciendo. Este curso aceleraría nuestro retorno a casa. ¿Qué podría ser más fácil? Lo que es verdad es verdad; lo falso es falso. ¡Eso es todo! El Curso expone este argumento con increíble congruencia de principio a fin. El problema es que tenemos miedo porque «lo falso es falso» se refiere a nuestra identidad. «Lo que es verdad es verdad» se refiere a nuestra verdadera Identidad. Nos aferramos a esta identidad falsa, a este especialismo, a este cuerpo, y ese es el freno. Por eso hay tensión.

(T-31.I.2:5-6) Esto no puede crear confusión, sin embargo, estás confundido. Pues de alguna manera crees que es más fácil aprender y entender lo que es totalmente confuso.

Lo que está totalmente confundido es el sistema de pensamiento del ego que trata de decirnos que lo que es verdad es falso y que lo que es falso es verdad. Eso es bastante confuso, y todo esto es porque valoramos este yo. Si lees este curso como un cuerpo, te confundirás porque pensarás que todo se trata del cuerpo o del mundo. Te confundirás con respecto a lo que dice y lo distorsionarás; por lo tanto, no obtendrás los beneficios que este curso está prometiendo. Pero si reconoces que esto se trata de la mente, te darás cuenta de que cualquier dificultad que se te presente se deberá a que todavía estás valorando el cuerpo y tus experiencias aquí como persona. No puedes culpar al Curso, porque te está diciendo de forma congruente una y otra vez que se trata de la mente, no del cuerpo ni del mundo. Nos confunde lo que dice y nos resulta difícil hacer lo que dice, porque estamos conduciendo con el freno puesto.

(T-31.I.2:7) Lo que te has enseñado a ti mismo constituye una hazaña de aprendizaje tan gigantesca que es ciertamente increíble.

Esto es muy importante. Aquí Jesús nos presenta el apogeo de su argumento, el motivo de su apacible reprensión: «No estás siendo honesto. No me digas que no puedes aprender este curso. Mira lo que has aprendido».

De nuevo, lo que nos hemos enseñado es que lo que es falso es verdad y lo que es verdad es falso. Nos hemos enseñado todo este sistema de pensamiento enrevesado, intrincado y complicado del ego. No solo eso, después inventamos un mundo y aprendimos a dominarlo. Sabemos vivir en este mundo. Sabemos vivir con nuestros cuerpos. Sabemos hacer que nuestros cuerpos sobrevivan. Es muy complicado. Ese no es el caso en el Cielo, puesto que el espíritu no hace nada; simplemente es. En este mundo tenemos que hacer mucho para sobrevivir físicamente, tan solo para que el cuerpo siga funcionando, y además está el aspecto psicológico, que el cuerpo siga funcionando emocionalmente. Lidiar con las relaciones es extraordinariamente complicado, pero todos somos expertos en ello. Todos somos expertos en la culpa; todos somos expertos en ser una víctima.

(T-31.I.3:1) Nadie que entienda lo que has aprendido, con cuánto esmero lo aprendiste y los sacrificios que llevaste a cabo para practicar y repetir las lecciones una y otra vez, en toda forma concebible, podría jamás dudar del poder de tu capacidad para aprender.

No hay un poder más grande en el mundo. La «capacidad para aprender» de la que Jesús está hablando es realmente el poder de la mente para elegir. Jesús dijo que nadie podría dudar del poder de nuestra capacidad para aprender. Recuerden lo que implica vivir en este mundo. Pónganse a pensar simplemente lo que implica haber fabricado este mundo, habérnoslo imaginado.

(T-31.I.3:2-6) No hay un poder más grande en todo el mundo. El mundo se construyó mediante él, y aún ahora no depende de nada más [nada más que el poder de tu mente para creer en ello]. Las lecciones que te has enseñado a ti mismo las aprendiste con tanto esmero y se encuentran tan arraigadas en ti que se alzan como pesadas cortinas para nublar lo simple y lo obvio. No digas que no puedes aprender. Pues tu capacidad para aprender es tan grande que te ha enseñado cosas tan difíciles como que tu voluntad no es tu voluntad, que tus pensamientos no te pertenecen e incluso, que no eres Quien eres.

Recuerda, el tiempo no existe. Esto se está escribiendo ahora mismo.

(T-31.I.4) ¿Quién podría afirmar que lecciones como estas son fáciles de aprender? Sin embargo, has aprendido eso y más. Por muy difícil que haya sido, has seguido dando cada paso sin quejarte, hasta construir un mundo de tu agrado. Y cada una de las lecciones que configuran al mundo procede del primer logro de tu aprendizaje [el error original de que yo podría estar separado de mi Creador y Fuente y podría hacer un yo y un mundo que fuera lo opuesto al Ser en el Cielo que Dios creó], el cual fue de tal enormidad que, ante su magnitud, la Voz del Espíritu Santo parece débil e inaudible. El mundo comenzó con una extraña lección, lo suficientemente poderosa como para dejar a Dios relegado al olvido y a Su Hijo convertido en un extraño ante sus propios ojos, exiliado del hogar donde Dios Mismo lo ubicó. Tú que te has enseñado a ti mismo que el Hijo de Dios es culpable, no digas que no puedes aprender las sencillas lecciones que la salvación te enseña.

Esta es la respuesta a la queja de que este curso no funciona, de que no es práctico y es demasiado enrevesado. No podríamos pedir nada que sea tan simple. Como dice en el libro de ejercicios: «. . . lo falso es falso y… lo que es verdad jamás ha cambiado» (L-pII.10.1:1). El problema es que no queremos aprenderlo.

Parte VI

(T-31.I.2:7-8) Lo que te has enseñado a ti mismo constituye una hazaña de aprendizaje tan gigantesca que es ciertamente increíble. Pero lo lograste porque ese era tu deseo...

Ese era tu deseo, lo que significa que nuestro deseo no es aprender las lecciones que este curso está enseñando, porque si lo fuera, lo haríamos. Miren lo que aprendimos en su lugar. Ese es el punto clave. No creo que haya nadie que aduciría lo contrario y que piense que pueda salirse con la suya. Este mundo es increíblemente complicado. Basta pensar en cómo funciona el cuerpo. Es muy complicado y genialmente concebido; tan es así que, para confundirnos aún más, cuando se descompone necesitamos teorías más complicadas para arreglarlo. Es interminable. Hicimos microorganismos como los virus mutantes, que son más inteligentes que las vacunas inyectadas para derrotarlos. Se vuelve cada vez más increíble, confuso y desesperanzador. Fabricamos el mundo así, y aprendimos a sobrevivir en él.

Así que Jesús tiene todo el derecho de decir: «No me digas que no puedes aprender lo que te estoy enseñando». La razón por la que no lo aprendemos es que no es nuestro deseo. Por eso dice: «lo lograste porque ese era tu deseo». Una de las características que hacen que este curso sea único es que se centra en la motivación, que por supuesto es un importante término psicológico. Cualquier maestro sabe que es de lo más frustrante tener que enseñar a unos estudiantes que no están motivados. Cualquier terapeuta sabe que el paciente enviado por el juzgado, o el alumno enviado por la escuela son los peores pacientes, porque no quieren estar allí. El juez ha dicho que tienen que acudir. Pero como no están motivados, no aprenderán ni cambiarán.

Así que el gran desafío de Jesús como nuestro maestro en este curso es motivarnos a aprender, y la única manera en que puede motivarnos a aprender es convenciéndonos de que necesitamos aprender, lo que significa que necesitamos saber cuán desgraciados e infelices nos sentimos debido a lo que nos hemos enseñado. He unido dos frases que juntas rezan: «Renuncia ahora a ser tu propio maestro, pues se te enseñó mal» (T-12.V.8:3; T-28.I.7:1). Tenemos que admitir que se nos enseñó mal y que no nos gusta la forma en que estamos viviendo, pero sin culpar a las circunstancias externas.

Todos los que estamos aquí podríamos sentirnos extraordinariamente felices aprendiendo que no estamos aquí. «¿De qué otra forma puedes encontrar dicha en un lugar desdichado, excepto dándote cuenta de que no estás en él?» (T-6.II.6:1) Darnos cuenta de que realmente no estamos aquí es lo más dichoso que podríamos aprender. Ahí es donde está la esperanza. Si no estamos aquí, ¿dónde estamos? Estamos en nuestra mente, y sí que podemos hacer algo con respecto a nuestra mente. Sí que podemos hacer algo con respecto a lo que estamos pensando. Eso nos da esperanza. Eso es lo que nos devuelve el poder, no el poder de dominar, oprimir y mandar, sino el poder de elegir.

Una vez más, Jesús está diciendo que no debemos dudar de nuestra capacidad para aprender. Miren lo que nos hemos enseñado. Las leyes de las relaciones especiales son increíblemente complicadas, y pasamos toda una vida aprendiendo a dominarlas. El amor no es complicado. Simplemente amas. No haces distinciones. Amas a todos, no importa lo que hagan, no importa lo que digan, no importa quiénes sean.

El especialismo no es así. Con el especialismo, tienes que inspeccionarlo todo. ¿Dónde están las debilidades de esta persona? ¿Dónde están sus fortalezas? ¿Qué quiero arrebatarle? ¿Cómo lo consigo? ¿Cómo hago que parezca que realmente no lo estoy consiguiendo cuando en realidad ya lo conseguí? ¿Cómo engaño a la persona? Es muy complicado, pero todos somos expertos en ello; ya lo hacemos automáticamente sin pensarlo. Empezamos a aprenderlo al nacer. ¿Cómo puedo llamar la atención de mis padres? Lloro. Funciona. Me cargan, y luego me sacan el aire y estoy bien. Luego si quiero más atención, acumulo más gases. Somos hábiles en eso y nunca dejamos de echar el aire. Imagínense lo útil que sería pasarnos la vida entendiendo que todo es simplemente un aire, y todo lo que la gente quiere es que la carguen y le den palmaditas en la espalda, y que alguien le diga: «Ya, ya, todo va a estar bien». Sabemos cómo conseguir que la gente nos responda así.

No estamos hablando de un solo cuerpo, de un solo planeta ni de un solo sistema solar. Estamos hablando de todo un cosmos. Es extraordinariamente complicado. Los científicos están buscando la explicación sencilla, una sola cosa que lo explique todo. No saben dónde buscar. Aquí está la única cosa que lo explica todo: el tomador de decisiones eligió a favor de la culpabilidad. Esa es la explicación, y la verdadera teoría de las cuerdas es cómo se concatena todo esto y se fabrica un mundo. El agujero negro es el agujero negro de la culpabilidad que se lo traga todo. Es muy simple y la solución es simple. Lo miras y recuerdas reírte de la absurda idea de que una parte de la Unidad viva y amorosa de Dios pudiera desprenderse ella misma de esa Unidad y declararse su propio yo y su propio creador. Pero esto significa renunciar a lo que creemos que es verdad.

Por eso las frases hacia el comienzo del capítulo 24 dicen: «Aprender este curso requiere que estés dispuesto a cuestionar cada uno de los valores que abrigas. Ni uno solo debe quedar oculto...» (T-24.in.2:1-2). Pues bien, todos tenemos una lista multitudinaria de valores, pero el valor principal es: me valoro. Valoro el sistema de pensamiento que me fabricó. Valoro el sistema de pensamiento de ataque que me protege y me preserva, porque el pensamiento que no perdona, el pensamiento que ataca, «protege la proyección» (L-pII.1.2:3). Mientras pueda justificar mi odio por ti y mi enojo contra ti, mi ataque contra mí mismo permanece oculto, protegido y nunca sanará. Eso es lo que apreciamos; eso es lo que valoramos. Es por eso que valoramos el ataque y es por eso que valoramos el cuerpo. El cuerpo demuestra que existimos.

Es por eso que este no es un curso sobre el cuerpo; este es un curso sobre la mente. «Este es un curso acerca de causas y no de efectos» (T-21.VII.7:8). El milagro devuelve el problema a la causa para que pueda cambiarse. La magia introduce el problema, la causa, en el mundo del efecto y confunde los dos. Dice que el mundo, que es realmente el efecto, me ha causado. Yo soy la víctima; estoy a merced de fuerzas que están fuera de mi control. De ahí la importancia de la Lección 76: «No me gobiernan otras leyes que las de Dios». Creemos que estamos bajo las leyes del cuerpo, las llamadas leyes naturales. Las únicas leyes verdaderas que tenemos son las leyes de Dios, que son las leyes del Amor y la Unidad y de la vida eterna. Si quieren llamarla ley, la ley del perdón es lo que salva la brecha para llevarnos, de las leyes del mundo y del cuerpo, a las leyes de Dios. Por lo tanto, todo lo que Jesús nos está diciendo es: «No me digas que no puedes aprender mi curso».

Este curso tiene todo incluido. A la gente siempre le gusta algo novedoso, tener otra forma de practicar el perdón, otro libro, etc. Se encuentra todo aquí. No necesita una secuela (Un hijo de Un curso de milagros) [risas]. Viene con todo y maestro, ¡con todo y pilas! No tienen que adquirir nada adicional. Sus enseñanzas son muy congruentes y sencillas. Por eso no hacemos lo que dicen, porque nos gusta lo complicado. «La complejidad forma parte del ámbito del ego» (T-15.IV.6:2). Una vez más, ¿que podría ser más simple que decir lo falso es falso y lo que es verdad es verdad? Lo falso no puede ser verdad y lo que es verdad no puede ser falso.

Si bien el Curso nos habla de la Unidad del Cielo, nos enseña cómo vivir ese principio de unidad en este mundo aprendiendo que todos somos iguales. «Haz que este año sea diferente al hacer que todo sea lo mismo» (T-15.XI.10:11). Vean a todos como el mismo porque todos tenemos la misma mente. Vean cada situación como la misma porque todas forman parte de nuestra aula de clases, si elegimos aprender de ella; es decir, si elegimos aprender las lecciones de perdón. Una vez más, viene con todo un maestro y un plan de estudios. Nosotros somos el plan de estudios. El aula es nuestra vida, y el plan de estudios son todas nuestras relaciones. ¿Por qué buscar en otra parte? Buscamos en otra parte porque esto nos atemoriza demasiado, y nos atemoriza porque es la verdad. Algo en todos nosotros sabe que es la verdad, y por eso lo hemos adoptado y le hemos dedicado todo este tiempo, pero es realmente importante reconocer también nuestro temor. Volvemos entonces a esa idea de la resistencia. Tenemos que mirar la resistencia como la razón por la que no estamos aprendiendo lo que es tan simple.

Parte VII

«Entrar en la Presencia de Dios»

«No puedes entrar en la Presencia de Dios si atacas a Su Hijo» es una frase de la sección «La herencia del Hijo de Dios» en el capítulo 11 del texto. Esta es otra de esas frases que encierran toda la teoría del Curso. Nos ayuda a entender por qué nos enojamos, criticamos, juzgamos y buscamos defectos. También en esa sección, y de hecho en la sección anterior, así como en muchos otras partes del Curso, se nos enseña que atacar a otros no difiere de atacarse uno a sí mismo. Culparse uno a sí mismo es igual que culpar a otros porque, como no hay un mundo ahí fuera y la proyección da lugar a la percepción, cualquier cosa que sintamos con respecto a nosotros mismos enseguida lo expresaremos exteriormente. Cualquier cosa que expresemos exteriormente es un resultado directo de lo que estamos sintiendo dentro.

Por lo tanto, la idea de que no podemos entrar en la Presencia de Dios si atacamos a Su Hijo funciona para el ataque dirigido a uno mismo, así como a otros. Nuestro terror de entrar en la Presencia de Dios es la razón por la que hicimos el mundo inicialmente, y una de las principales formas de defendernos de ese miedo y protegernos de entrar en la Presencia de Dios es atacar. Por eso en el Curso se nos dice que «el mundo se fabricó como un ataque contra Dios» (L-pII.3.2:1). ¡Así fue! Todo aquí es un ataque contra Dios: nacer es un ataque contra Dios, respirar es un ataque contra Dios, porque todo esto hace que el cuerpo sea real, y si somos cuerpos, no somos mentes. Si no somos mentes, no hay manera de que podamos tener acceso al pensamiento que nos lleva a la Mente, a la Mente de Dios o la Mente de Cristo. Así que atacamos porque no queremos entrar en la Presencia de Dios.

El cuarto obstáculo a la paz, «El temor a Dios», es una sección maravillosa por muchas razones. Las secciones de «Los obstáculos a la paz» en el capítulo 19 del texto nos llevan a emprender un viaje, y cuando llegamos al cuarto obstáculo, la idea es que estamos casi listos para traspasar el último velo, para deshacer el obstáculo final y estar en la Presencia de Dios, que es realmente estar en la Presencia de nuestro verdadero Ser. Esa sección final no habla de Dios. No habla de la unidad con la Divinidad ni de «una Unidad unida cual Uno»; no se mete en presuntuosas y sofisticadas ideas no dualistas. De lo que habla este pasaje es del perdón de tu hermano. Eso es lo que hace que el Curso sea tan diferente de cualquier otra espiritualidad. Al mismo tiempo que contiene todas estas ideas sublimes y maravillosas sobre nuestra unidad con Dios, sobre la naturaleza ilusoria del universo físico, y sobre el hecho de que la única realidad es Dios y la Unidad de Dios, nos anima y nos da pautas muy específicas sobre la manera de vivir en este mundo ilusorio. El principio que debe regir nuestra vida cotidiana aquí es el perdón. Esa es la manera de lograr nuestro objetivo final de regresar a lo que en un pasaje se describe como «una Unidad unida cual Uno» (T-25.I.7:1). La manera de entrar en la Presencia de Dios es por medio del perdón total de otra persona, quienquiera que sea ese objeto de amor especial o de odio especial.

En lugar de hablar de cómo es la Presencia de Dios, el Curso nos dice cómo alcanzar la Presencia de Dios, cómo regresar adonde nunca dejamos de estar. El tema de esta clase, No puedes entrar en la Presencia de Dios si atacas a Su Hijo, lo resume todo. Así es como lo hacemos. También nos da una manera de entender por qué estamos constantemente atacándonos a nosotros mismos y a los demás. No importa cuántos años hayamos estado estudiando este material ni cuán devotos, sinceros y serios hayamos sido al hacerlo, eso no nos impide juzgar, buscar defectos, criticar, enojarnos; y ciertamente no nos impide tener todos los sentimientos de odio a uno mismo, que son la culpabilidad o el ataque contra uno mismo. Esto explica por qué.

Siempre me gusta citar la famosa frase de Hamlet: «Loco como está, no deja de hablar con cierto método». Hay un método en nuestra locura. Hay una razón, un propósito detrás de todo lo que hacemos aquí, especialmente para todos nuestros pensamientos de ataque. Es un tema importante del libro de ejercicios, un tema importante de todo en este curso. Hay una lección importante: «Abrigar resentimientos es un ataque contra el plan de Dios para la salvación» (L-pI.72). Pues bien, el plan de Dios para la salvación es el perdón. Si estamos abrigando resentimientos, es obvio que no estamos perdonando. Abrigamos resentimientos por una razón: no queremos aceptar el plan de salvación de Dios, que es el perdón. La consumación final de ese plan es la aceptación de la Expiación. Inventamos problemas por una razón. Hay una razón, no solo para enojarnos, sino para ponernos ansiosos, temerosos y deprimidos. Hay una razón para inventar problemas cuando no hay problemas, para inventar un mundo y creer que hay un mundo cuando no hay mundo. Hay una razón detrás de todo eso.

La sección «¿Qué es la paz de Dios?» en el manual para el maestro nos dice muy claramente que cuando nos enojamos, es como si se dejara caer un telón y con ello desapareciera la paz de Dios (M-20.3-4). Ese enunciado expone un propósito. Nos enojamos porque no queremos la paz de Dios, queremos que haya un telón, algo entre nosotros y la paz de Dios, algo que nos impida entrar en la Presencia de Dios. Por eso nos enojamos; por eso consentimos todos nuestros pensamientos de especialismo y todas nuestras prácticas de especialismo. Por eso cualquier acto nuestro que haga real el universo fenoménico —el mundo físico— es intencional. Una vez más, eso es lo que hace que este curso sea único.

Parte VIII

«Entrar en la Presencia de Dios» (cont.)

Una vez más, es uno o el otro. O existo yo como un objeto separado, una cosa separada, comenzando como un pensamiento separado en la mente y luego convirtiéndome en un cuerpo separado, o la alternativa: lo que hay es Dios. Uno o el otro. Dado que creemos que existimos, eso significa que no hay Dios, lo cual desde luego es lo que el ego quiere. Si no hay Dios, ¿cómo vamos a poder entrar en Su Presencia? Ese, por supuesto, es el deseo de todos. No queremos entrar en la Presencia de Dios porque en esa Presencia no hay individualidad, no hay singularidad ni especialismo. Solo hay «una Unidad unida cual Uno». Como tenemos miedo de eso, siempre estamos eligiendo separarnos, y como el cuerpo es la encarnación del pensamiento de la separación, siempre estamos eligiendo hacer reales nuestros cuerpos.

Una de las mejores maneras de hacer real el cuerpo es atacar a los demás, vernos a nosotros mismos como separados de otros cuerpos. Me has lastimado, has abusado de mí, me has puesto en ridículo, me has traicionado, me has abandonado, has sido desconsiderado conmigo. Hay un «tú» que ha sido un victimario, y hay un «yo» que es la víctima. Por lo tanto, hay separación, y por consiguiente es uno o el otro.

Ver todo como lo mismo es la corrección de la creencia del ego de que todos somos diferentes. El principio de uno o el otro dice que somos diferentes, comenzando con la percepción de que Dios es diferente de Su Hijo, el Hijo es diferente de Su Padre. Eso se traslada a todo en este mundo donde nuestros cuerpos nos dicen que somos diferentes de otros cuerpos. No hay dos cuerpos iguales. Incluso los gemelos idénticos acaban no siendo perfectamente iguales. Tendrán diferentes personalidades, gustos y aversiones diferentes, y desarrollarán síntomas diferentes. Aquí nadie ni nada es igual; todos somos diferentes. Uno o el otro.

Pero en el nivel de la mente, que es donde está nuestra verdadera realidad, todos somos iguales, y es en ese nivel donde reconocemos la verdad del principio que afirma juntos, o no lo hacemos en absoluto. No puedo entrar en la Presencia de Dios a menos que lo haga contigo. No es que tenga que hacerlo contigo físicamente. Podrías haber muerto hace 30 años, y aún podría yo estar abrigando un resentimiento contra ti. Eso es suficiente para mantenerme fuera del Cielo, que es lo que quiero. Esa es la idea clave que subyace a todo en este curso. No queremos entrar en el Cielo, porque si eso quisiéramos, estaríamos ahí. Estaríamos ahí porque ya estamos ahí. En otras palabras, despertaríamos del sueño que nos dice que no estamos en el Cielo. «Estás muy a gusto en Dios, soñando con el exilio . . .» (T-10.I.2:1). Todo aquí es un sueño. Estamos muy a gusto en Dios. Esa es nuestra realidad. Nunca nos fuimos. Seguimos siendo el único Hijo de Dios, perfectamente uno con Él, indiferenciados de Él, pero estamos soñando que estamos en un exilio de separación, protegidos por la defensa del especialismo.

Por lo tanto, soy una persona especial con necesidades especiales, y tú eres una persona especial con habilidades especiales que pueden satisfacer mis necesidades especiales. Mis necesidades especiales y tus habilidades especiales se encontrarán, y ese es el «matrimonio feliz» que, por supuesto, es realmente un infierno, pero creemos que es el Cielo. Es el Cielo, porque es nuestra versión del Cielo. Nuestra versión del Cielo es la existencia, y no importa si es una existencia feliz o una existencia desgraciada. No importa si estamos felices o tristes, vivos o muertos. Si estoy muerto, entonces existí en un momento, y dependiendo de cuál sea mi sistema de creencias, puedo seguir existiendo después de que mi cuerpo muera. Mientras existamos, todo está bien. Ese es el Reino de los Cielos para el ego.

El ataque es una forma maravillosa de reforzar nuestra existencia. Tu existencia supone una amenaza para la mía; por lo tanto, tengo derecho a defenderme. Del mismo modo, crees que mi existencia supone una amenaza para la tuya, y por eso crees que tienes derecho a defenderte. Ese es el objeto de la mayoría de las relaciones. De hecho, es el objeto de todas las relaciones hasta que reconocemos cuál es su verdadero objeto, y entonces cambiamos de mentalidad y pedimos ayuda. Todas ellas tienen por objeto reafirmar nuestra existencia.

Hay una sección importante hacia el final del capítulo 28 titulada «Los votos secretos» que habla de los votos que nos hacemos mutuamente (T-28.VI). El contexto de la exposición es la enfermedad, pero el principio funciona para todo lo demás. Todos hacemos un voto —de hecho, hay un párrafo que habla de un juramento— que continuamente hacemos el uno al otro de que defenderemos nuestra existencia. No importa quién esté arriba, quién gane, quién pierda o quién se beneficie. Da igual, siempre y cuando nos ayudemos mutuamente a afirmar la realidad de nuestra existencia aquí como cuerpos, como criaturas separadas. No importa si crees que estás en una relación amorosa o en una relación de odio porque son iguales. Lo son porque finalmente cumplen el mismo propósito, y no solo eso, debajo del aparente amor de todos modos hay odio. Reflejan un voto secreto, un juramento sagrado, una promesa que nunca romperemos de que nos reforzaremos mutuamente la existencia. Al ego no le importa si nos amamos uno al otro durante 50 años o nos odiamos uno al otro durante 50 años, siempre y cuando haya una relación entre «uno y otro».

Esa es otra forma de entender por qué, cuando escribimos nuestros guiones como individuos y soñamos nuestro sueño, comenzamos nuestra vida física con unos padres. Ellos son «el otro». Primero, son dos. Tiene que haber dos si habrá un tercero. En algún momento nace el bebé. Ahora hay un «otro» en relación con los otros dos, o con los sustitutos de los padres. Da igual. Siempre hay un «otro». El bebé no puede sobrevivir sin la ayuda de otra persona. Si no hay nadie más, el bebé morirá, porque no será capaz de obtener alimentos ni de protegerse. Por lo tanto, integrado en el sistema está el hecho de que hay algún «otro». Eso es lo que consideramos nuestro nacimiento físico, pero solo es una recreación del nacimiento del ego.

El ego nace de su oposición a Dios. Por eso el Curso comenta el problema de la autoridad. Aquí todos tienen un problema de autoridad. ¿Quién es el autor de mi existencia? Desde el punto de vista del ego, Dios y el ego están luchando por la autoría de nuestra existencia. Y, por supuesto, el dios que está luchando es solo una proyección del ego, porque el verdadero Dios ni siquiera sabe que nos fuimos, pues no nos fuimos. Siempre tiene que haber alguien en oposición.

El ego surgió al creer que se oponía a Dios y que Dios se oponía a nosotros. Uno o el otro. Hay una frase del manual para el maestro que dice: «No creas que Él se ha olvidado» (M-17.7:4). Dios nunca se ha olvidado de nuestro pecado; por lo tanto, Él, «un padre iracundo persigue a su hijo culpable. Mata o te matarán. . .» (M-17.7:10-11). Uno o el otro. Esa es la base ontológica de todo lo que ha sucedido. La totalidad del universo físico que abarca miles y miles de millones de años —no solo nuestro sistema solar ni tan solo nuestra galaxia— proviene de la proyección de ese único pensamiento de uno o el otro. Nosotros (el único Hijo) nos opusimos a Dios al abandonarlo y decirle, en esencia, que Su Amor no era suficiente, y que queríamos algo más que el Todo. Entonces proyectamos eso y creímos que ahora Dios nos estaba abandonando y estaba enojado con nosotros. Esa es la batalla eterna de la que tratamos de escapar; pero nunca escaparemos. No podemos escapar porque ese recuerdo está siempre ahí: «No creas que Él se ha olvidado». Dios nunca se olvidará de lo que hicimos.

Eso es lo que continuamente nos impulsa a hacer real el mundo. La gente a veces pregunta: ¿Por qué las personas regresan aquí? ¿Acaso no saben? ¿No se acuerdan de lo horrible que era? ¿Quién quiere volver a vivir la adolescencia? ¿Quién quiere luchar con todas estas relaciones horribles? ¿Quién quiere pasar por el dolor de envejecer y luego morir? ¿Quién quiere hacer eso? ¿Por qué seguimos haciéndolo? Pues bien, no es que se nos olvide. Lo recordamos condenadamente bien. Queremos el sufrimiento, el dolor, el Sturm una Drang de nuestras vidas. Queremos el conflicto porque eso es lo que demuestra que existimos. Eso es lo que la gente no entiende. Recordamos nuestro propósito. Nos gusta ser individuos, motivo por el cual Jesús no deja de llamarnos dementes. Nos olvidamos del dolor; no del dolor físico y psicológico: ese lo recordamos y nos encanta. Nos encanta el hecho de que estemos aquí. Lo que olvidamos es el dolor de estar separados, lo costoso que nos resulta. Nos sostiene ese fugaz momento del placer de decirle a Dios que se fuera al cuerno —al creer que nos habíamos salido con la nuestra— y de luego inventar todo un mundo que apoyara el hecho de que nos salimos con la nuestra; y olvidamos la agonía. No hay palabras en ningún idioma que puedan abarcar la atroz agonía y dolor de estar separados. Lo único que sabemos es que apreciamos nuestra existencia, y que gustosamente moriríamos —de hecho, morimos una y otra vez— para sostenerla.

Lo que tenemos que hacer con este curso es dejarnos elevar por encima del campo de batalla y contemplar con Jesús, desde lo alto, cómo es realmente este mundo. Por eso hay tantos pasajes en este curso que hablan de cómo es el mundo. Prácticamente nada en este curso habla de cómo es el Cielo, pero gran parte de él habla de cómo es el mundo y cómo es la vida en el cuerpo. El comienzo del capítulo 13 es uno de esos pasajes incisivos que lo describen. El pasaje comienza con la frase: «El mundo que ves es el sistema ilusorio de aquellos a quienes la culpabilidad ha enloquecido» (T-13.in.2:2). Es la culpabilidad por creer que destruimos el Cielo. Uno o el otro: si yo existo, el Cielo debe ser destruido. Entonces Jesús describe cómo es el mundo y cómo es estar en un cuerpo. Termina el pasaje diciendo: «Si este fuese el mundo real, Dios sería ciertamente cruel» (T-13.in.3:1). Si este fuese lo que realmente es la realidad, Dios sería ciertamente cruel, porque ¿quién crearía un mundo en el que hubiera tanto dolor y sufrimiento? Bueno, la respuesta es a todas luces: Dios no. Nosotros lo hicimos, y hay un método en nuestra locura, una razón de que lo hayamos hecho, y la razón es que demuestra que hemos logrado lo imposible. Demuestra claramente que nunca volveremos a casa. Lo creemos porque no queremos volver. No queremos entrar en la Presencia de Dios.

Hay otra frase importante que dice: «El recuerdo de Dios aflora en la mente que está serena» (T-23.I.1:1). Pues bien, no queremos el recuerdo de Dios. Si permitimos que ese recuerdo alboree en nuestra conciencia, desapareceremos en él, porque no podríamos soportar el Amor de ese pensamiento si nos permitiéramos experimentarlo. Así que no nos dejamos experimentarlo. Si «el recuerdo de Dios aflora en la mente que está serena», todo lo que tenemos que hacer es mantener nuestras mentes ocupadas. Bueno, el pecado, la culpabilidad y el miedo mantienen a nuestras mentes muy ocupadas. Entonces nuestras mentes proyectan todo esto, inventamos un mundo, y luego estamos continuamente ocupados reforzando el hecho de que hay un mundo aquí. Nuestros cuerpos al parecer están ocupados. Siempre están haciendo algo. Incluso cuando pensamos que estamos durmiendo, nuestros corazones están bombeando, nuestros pulmones están respirando, nuestro sistema digestivo está trabajando. Cuando estamos despiertos, todos sabemos lo ocupados que solemos estar, no solo con lo que nuestros cuerpos hacen, sino en cuanto a cómo pensamos. Siempre estamos muy ocupados, y todo esto es intencional porque «el recuerdo de Dios aflora en la mente que está serena».

Si tenemos miedo de ese silencio a causa de adónde nos conducirá, basta que mantengamos a nuestra mente y a nuestra persona en un perpetuo estado de desasosiego, y todos somos muy buenos para inventar un problema tras otro. Somos expertos en eso, unos verdaderos maestros. Tan solo la forma en que hicimos el cuerpo tan imperfecto es prueba de eso. Siempre tenemos que comer, que respirar, que evacuar. Siempre tenemos que hacer algo, y a medida que envejecemos, las cosas se vuelven cada vez más problemáticas. A eso añádasele toda la idea de las relaciones en un nivel psicológico, y se vuelve casi imposible. Todo es intencional. No queremos entrar en la Presencia de Dios, por lo que atacamos continuamente a Su Hijo, siendo Su Hijo nosotros mismos y todos los que forman parte de nuestras vidas. Una vez más, no importa si estamos atacándonos a nosotros mismos o atacando a algún otro.

Parte IX

«Entrar en la Presencia de Dios» (cont.)

Este siguiente pasaje habla de este proceso:

(T-11.IV.4:5-6) Las fases iniciales de esta inversión son con frecuencia bastante dolorosas [el cambio de la mente errónea a la mente correcta], pues al dejar de echarle la culpa a lo que se encuentra fuera, existe una marcada tendencia a albergarla dentro. Al principio es difícil darse cuenta de que esto es exactamente lo mismo, pues no hay diferencia entre lo que se encuentra dentro y lo que se encuentra fuera.

Esta es otra frase que contiene la totalidad de este curso, tanto la metafísica como la aplicación práctica. No hay diferencia entre dentro y fuera. Si no hay diferencia entre dentro y fuera, las mismas palabras son irrelevantes y carecen de sentido. La palabra dentro solo tiene significado cuando hay un fuera. Un interior es lo opuesto a un exterior. De lo contrario, ¿qué significa interior? Y si no hay interior, entonces ¿qué significa exterior? Tenemos que recordar que este es un sistema no dualista; no hay dentro y fuera.

El principio central del Curso que explica o describe eso es las ideas no abandonan su fuente. El pensamiento de la separación, la idea de la separación nunca ha abandonado su fuente en la mente, lo que significa que la proyección no funciona. La mentira fundamental del ego es que podemos deshacernos de lo que no queremos poniéndolo fuera de nosotros mismos. Dios no ha olvidado, y Dios nos atrapará en la mente, así que nos deshacemos del mundo interior que no nos gusta proyectándolo y haciendo un mundo exterior. Pero si las ideas no abandonan su fuente, no hay mundo exterior. No hay ningún fuera; por lo tanto, no hay ningún dentro. Lo único que hay es la mente.

Uno de los preciosos poemas de Helen llamado «Despierta en la quietud» comienza con la frase: «Que la paz te cobije, dentro y fuera por igual». No podemos tener paz exterior si no hay paz interior, y si hay paz interior, debe haber paz exterior, por eso nunca va a haber paz en este mundo, pues la gente siempre está procurando forjar una paz externa. Dado que el mundo se basa en el principio del ego de uno o el otro, en cualquier tipo de tratado o acuerdo de paz habrá siempre un ganador y un perdedor. El perdedor, por supuesto, solo espera hasta tener fuerza, y entonces se convertirá en el ganador y algún otro será el perdedor. Por eso cada revolución exitosa contiene las semillas para la próxima revolución, y nada cambia. La gente tiene miedo de la paz interior.

Recuerden: «El recuerdo de Dios aflora en la mente que está serena» (T-23.I.1:1). Así que la manera de no tener una mente serena es no tener un mundo sereno, por lo cual nuestro mundo es todo menos sereno. Siempre está en estado de guerra, ya sea que estemos en guerra con otros gobiernos, otras razas, otras religiones u otras especies como microorganismos. Siempre estamos en guerra. Tenemos todas las guerras personales que siempre estamos entablando dentro de nuestras familias, con nuestros amigos y colegas de trabajo, etc.

Una vez más, todo es intencional. Primero nos culpamos a nosotros mismos, atacándonos, y luego mágicamente pensamos que podemos deshacernos de la culpabilidad proyectándola sobre algún otro.

(T-11.IV.5:1-2) Si tus hermanos forman parte de ti y los culpas por tu privación, te estás culpando a ti mismo. Y no puedes culparte a ti mismo sin culparlos a ellos.

«No puedes culparte a ti mismo sin culparlos a ellos» porque Ia proyección da lugar a la percepción. Todo lo que hagamos real para nosotros mismos en nuestras mentes, lo proyectaremos, y como lo proyectamos, lo percibiremos ahí fuera. Percibimos nuestros propios «pecados secretos y odios ocultos» y nuestra culpabilidad. Hacemos que todo eso sea real y luego decimos que es intolerable y que tenemos que deshacernos de eso. Lo proyectamos y ahora creemos que algún otro es el malo, el pecador. Como un pensamiento en la mente, digo que yo no soy el que se separó de Dios, algún otro lo hizo. Entonces aquí me tienen. He nacido, y ahora me doy cuenta de que fueron mis padres quienes me separaron de Dios. Yo no quería abandonar mi reino de los cielos en el vientre de mi madre. Alguien, algo me empujó, y entonces lo convirtieron en algo de gran importancia. Nadie prestó atención al hecho de que yo estaba llorando, de que no quería irme.

Podemos ver cómo la vida física comienza de esa manera. Llegamos a existir, no a causa de una decisión tomada por nuestra mente, sino a causa de un espermatozoide y un óvulo. Toda la genialidad biológica de los científicos, hace décadas que nos explica sobre los espermatozoides, los óvulos, los cigotos, y nos seguimos de frente. Resulta obvio. Por eso estamos aquí; por eso nacimos. Pero si las ideas no abandonan su fuente, nada está sucediendo biológicamente, porque no existe lo biológico. Solo existe lo psicológico. No hay nada del cuerpo que estudiar ni entender. Lo único que hay es una mente y cómo funciona. No hay problemas biológicos, fisiológicos, neurológicos. Únicamente hay un problema psicológico: la mente está eligiendo al maestro equivocado. Solo hay una solución: que la mente elija al maestro correcto. ¡Eso es todo! Muy simple. Entonces finalmente:

(T-11.IV.5:3) Por eso es por lo que la culpabilidad tiene que ser deshecha y no verse en otra parte.

Estos simples enunciados afirmativos lo dicen todo. Donde vemos la culpa es en el mundo de los cuerpos. Las personas leen este curso y por desgracia lo malinterpretan todo. Creen que se trata de la sanación de las relaciones. Bueno, el Curso eso dice, pero no quiere decir eso. Jesús no siempre dice la verdad [risas], cuando menos, no en la forma. Su contenido es lo que debemos entender. Siempre dice la verdad, pero no en el nivel de la forma. Él simplemente nos dice: «la culpa tiene que ser deshecha y no verse en otra parte», no verse en algún otro cuerpo. El problema no está en mi relación contigo. Mi relación contigo no tiene que ser sanada. No tengo una relación contigo. No hay «fuera». La relación que requiere sanación es la de mi mente con mi ego. Ese es el problema.

El Curso está escrito así porque creemos que somos cuerpos, así que los cuerpos se relacionan con otros cuerpos. Ya que ahí es donde se centra la atención de nuestras mentes, ahí es donde comienza el Curso, solo para que aprendamos que la proyección da lugar a la percepción. Mi pésima relación contigo es una proyección de mi pésima relación conmigo. En mi mente elegí identificarme con el pensamiento equivocado, es decir, con el ego. Ahora bien, esto no significa que no sea útil hablar con otra persona, pero al final, si realmente lo estás haciendo bien, te darás cuenta de que no hay nada de qué hablar con la otra persona. La otra persona no es mi problema. No importa lo que hayas hecho o no hayas hecho, no eres mi problema. Yo soy mi problema, pero el «yo» no es la figura que tiene un nombre y está revestido de un cuerpo. La persona que es el problema es mi mente que ha elegido al maestro equivocado. Ahí es donde se deshace la culpabilidad.

El problema no es la culpabilidad. La culpabilidad dice que pequé; el pecado dice que me separé. Bueno, no me separé, por lo tanto, no hay pecado ni culpabilidad. ¿Cómo podría ser un problema la culpabilidad? El problema no está en la culpabilidad. El problema está en la decisión de mi mente de creerse la culpabilidad. Hay una gran diferencia. Por lo tanto, no lucho contra mi culpabilidad. No lucho contra la culpa que proyecté sobre ti. Utilizo la culpa que te proyecté para volver a la culpabilidad a favor de la cual decidí en mi mente, para poder elegir de manera diferente. Esta distinción es absolutamente crucial. «Por eso es por lo que la culpa tiene que ser deshecha y no verse en otra parte.»

Saltándome una frase:

(T-11.IV.5:5) Culparse uno a sí mismo es, por lo tanto, identificarse con el ego, y es una de sus defensas tal como culpar a los demás lo es.

«Culparse uno a sí mismo», lo cual sigue siendo culpabilidad, «es, por lo tanto, identificarse con el ego», lo cual significa que ese es el problema. La identificación de la mente con el ego es el problema. Aquí lo dice bien claro. ¿Por qué elegimos la culpabilidad cuando es tan dolorosa? La razón es que la culpabilidad dice que nos separamos, y si nos separamos, ya no estamos en la Presencia de Dios. La culpabilidad también dice que lo que hemos hecho es tan inconcebible que incluso si creyéramos haber deshecho nuestra culpabilidad, aun así, Dios no nos recibiría de nuevo. Esto nos revela el protagonismo de la culpabilidad como defensa. Es una defensa, igual que lo son la ira, la enfermedad, la depresión y todo lo demás aquí. La culpabilidad dice que nunca podremos estar en la Presencia de Dios porque nos separamos de Él, y no solo eso, no merecemos estar en Su Presencia.

Me gusta siempre recordar a la gente que, si piensan que yo o el Curso hemos inventado todo esto, simplemente lean la historia de Adán y Eva en el tercer capítulo del Génesis. Ese es el mito de Occidente. El capítulo 3 es absolutamente genial. Los que lo escribieron eran expertos. Es una representación genial del surgimiento del sistema de pensamiento del ego con los mismísimos conceptos que encontramos en este curso, culminando en el castigo final. Por si fuera poco, que Adán y Eva fueran castigados con el sufrimiento y la muerte por su pecado, además de eso, se les expulsó del jardín, fueron desterrados del reino, y Dios puso querubines con lanzas encendidas en la entrada para impedir que pudieran regresar. Ese es el destierro máximo.

¿Por qué es ese el mito occidental? ¿Por qué la totalidad de la Biblia —del capítulo 3 del Génesis en adelante— se deriva de ese mito? Según las historias cristianas, Jesús no habría sido enviado a este mundo si no hubiera sido por el pecado. Todo en la Biblia tiene sus raíces en ese tercer capítulo. Es por eso por lo que suplico a los estudiantes del Curso que no piensen ni por un minuto que el Curso es una extensión de la Biblia, un «tercer testamento». No tiene absolutamente nada que ver con la Biblia, aparte de su lenguaje, pero nada en cuanto a su enseñanza. En la Biblia, el pecado se hace tan real que Dios mismo responde a él con mano dura, lo que obviamente lo hace real. Luego, parece que se le ablanda el corazón, pues siente un poco de lástima por algunos de Su pueblo —aunque no por todo el pueblo. Después envía a Jesús para redimir al mundo y así no perezca a causa del pecado de Adán. San Pablo, el arquitecto de la teología cristiana, habla del pecado de Adán.

Ese es el sistema de pensamiento subyacente en todas las personas de este mundo, crean o no en Dios. Es la idea de que hemos hecho algo totalmente inconcebible. La culpabilidad es lo que nos arraiga en eso, por eso la culpa es la defensa del ego de la que surge todo lo demás. Pero es una defensa, lo que significa que la elegimos para protegernos de lo que tememos. Lo que tememos como egos individuales, como entidades individuales, como yos especiales y únicos, es recordar que todo esto es un sueño que inventamos, porque en ese momento desapareceríamos en la Presencia que se encuentra más allá del velo y el mundo habría desaparecido; no solo el mundo tal como lo conocemos, sino que el mundo entero habría desaparecido. El mundo es «el sistema ilusorio de aquellos a quienes la culpabilidad ha enloquecido» (T-13.I.2:2). Si eliminas la culpabilidad, deja de haber mundo. Si no hay mundo, el «yo» que creo que soy, acomodado en este cuerpo, cesaría de existir. Por lo tanto, protejo el mundo y me protejo yo mediante todo tipo de defensas, todas las cuales se derivan finalmente de la culpabilidad. La culpabilidad, sin embargo, es una decisión, así como el ataque, la enfermedad y la depresión son decisiones.

Es central para nosotros, entonces, darnos cuenta del propósito que cumple la culpabilidad. Es una defensa del ego. Atacarse a uno mismo también lo es. El ataque es una defensa del ego. Más adelante en el texto está la sección muy importante llamada «Los dos cuadros», donde Jesús dice que «todas las defensas hacen lo que defenderían» (T-17.IV.7:1). El propósito de una defensa es protegernos de lo que tememos. El hecho mismo de que tengamos una defensa está diciendo que tenemos miedo de algo. En consecuencia, cada vez que elegimos una defensa y luego nos identificamos con ella, estamos eligiendo identificarnos con su propósito, el cual es escapar del miedo, que nos dice que hay algo de lo que debemos tener miedo.

Parte X

«Entrar en la Presencia de Dios» (Conclusión)


Solo para complicar la cosa —por eso el ego es tan genial (hasta podríamos decir que es la madre de todos los genios maléficos)—, una vez que elegimos la culpabilidad como defensa, tenemos que defendernos de la culpabilidad. El ego sobrepone una defensa sobre una defensa sobre una defensa. Elegimos la culpabilidad como una defensa que dice que el pecado es real, y entonces tenemos que protegernos de los horrores de la culpabilidad; a saber, que Dios nos vaya a castigar, porque es uno o el otro. Una de dos: o yo destruyo a Dios o Él me destruye a mí. Luego proyectamos nuestra culpa en un mundo que fabricamos y sobre toda la gente que ponemos en ese mundo. Entonces nos enojamos con la gente, esperando que por arte de magia Dios vea lo que está pasando, reconozca como sacrosanto el principio de uno o el otro y diga: «Sí, es uno o el otro, y he aquí a los culpables», con lo cual ahora nosotros nos convertimos en los inocentes.

Si tú tienes la culpa, yo no la tengo. Soy inculpable. Pues bien, la inculpabilidad es el sinónimo de inocencia. Soy inocente; esa persona es la que es pecadora. A esa persona es a la que matarán. Pero el problema es que cuando te ataco proyectando mi culpabilidad sobre ti, hay una parte de mí que sabe que estoy inventándome esto y que tú no eres responsable de que yo esté enfermo o de que me sienta molesto, ni eres responsable de mi perpetuo desasosiego. No has hecho nada. Por lo tanto, creeré que, como yo estoy atacándote, se justifica que tú me respondas con un contrataque, así que tendré miedo. Ese es el ciclo de ataque-defensa del que habla la Lección 153: «Los ciclos de ataque y defensa, y de defensa y ataque …». Te ataco como una forma de librarme de mi culpa. En vez de culparme a mí mismo, te echo la culpa a ti, pero ahora tú me vas a contraatacar, y tengo miedo, lo cual significa que la culpabilidad que se originó en mi mente al tratar de protegerse de su miedo al amor ahora engendra miedo. Así que tengo miedo y siento culpa como una defensa contra el miedo, la cual me conduce a tener miedo. ¡Genial!, porque no sabemos lo que ha pasado. Lo único que sabemos es que tenemos miedo de ser atacados desde todas partes. Cada vez que tengamos un pensamiento de ataque —lo cual quiere decir que cada vez que nos sintamos culpables porque inevitablemente la culpabilidad siempre conducirá a pensamientos de ataque— sentiremos culpa por el pensamiento de ataque, y la culpa exige castigo. Creeré que la persona a la que estoy atacando me corresponderá con un ataque.

¿Por qué creen que nos enfermamos? Nos enfermamos porque cada vez que respiramos, cada vez que damos un paso, estamos matando a cientos de miles de microorganismos, que ahora se van a desquitar. Así que nos da gripa, contraemos virus, resfriados y toda clase de enfermedades extrañas y exóticas. ¿Por qué elegimos enfermarnos? Porque la enfermedad es una forma de mitigar el castigo de Dios. Creemos que merecemos ser castigados por Dios a causa de lo que hemos hecho. Y el castigo máximo, por supuesto, es la muerte y ser expulsados para siempre del Reino, lo cual significa ir a dar al infierno. Así que hacemos un trato con Dios. Las relaciones especiales siempre giran en torno a hacer tratos y negociar. Decimos: «Mira, sé que hice algo terrible. Sé que Tú estás muy ocupado; muchas cosas están sucediendo en Tu mundo, así que me castigaré a mí mismo para evitarte esa molestia. Me enfermaré». Y realmente pensamos que Dios se traga ese cuento.

¿Qué agentes nos hacen enfermar? Todos estos microorganismos que intencionalmente —en el colmo del egoísmo y egocentrismo— destruimos cada vez que respiramos, cada vez que comemos algo y cada vez que damos un paso. Cada vez que nos subimos a un coche y conducimos, Dios sabe los estragos que estamos causando. Estamos matando a todo el mundo, pero no creemos que son personas, porque son muy pequeñitos y no podemos verlos. Pero nosotros sabemos que ellos lo saben y ellos tienen familia, y corre la voz. «Agarren a ese tipo. Él acaba de pisotear a cientos de miles de nuestros parientes. ¡Agárrenlo!» Y entonces me enfermo.

Una teoría prominente es que el cáncer es causado por un virus. Bueno, esas son todas las personas que hemos matado, excepto que no las llamamos personas porque establecemos diferencias entre los que risiblemente llamamos seres vivos. A algunos los llamamos personas y a otros los llamamos gérmenes (los malos), sin detenernos a pensar en eso. Cuando Buda dijo que debíamos tener compasión por todos los seres vivos, lo decía en serio. Es por eso por lo que el budismo, cuando realmente se practica de la forma en que se originó, es una disciplina y una espiritualidad muy bondadosa y apacible. Enseña compasión por todos los seres vivos. Pero forjamos una creencia en las diferencias. No vemos a todas las personas y todas las cosas como iguales.

No estoy diciendo que debamos dejar de respirar, o que usemos filtros especiales, o que caminemos con una escoba como lo hacen algunos budistas para no pisar a ningún ser vivo. Simplemente debemos entender la demencia del sistema y que todo él gira en torno a la culpabilidad y al castigo. Por eso elegimos continuamente entrar en este mundo. Nuestra culpabilidad es la que nos impulsa a entrar en este mundo; la culpabilidad es la que nos sostiene en este mundo; y es culpabilidad la que refuerza la misma culpabilidad que nos condujo a entrar en este mundo. Es un círculo muy vicioso. Estamos atrapados en esta mordaza de culpabilidad. La culpabilidad nos lleva a atacar; el ataque nos lleva a temer un contraataque, lo cual significa que tenemos que defendernos, lo cual solo hace que nos sintamos más culpables.

Por lo tanto, tenemos estos dos ciclos que se retroalimentan: el ciclo de culpa y ataque y el ciclo de ataque y defensa, y terminan donde comenzaron, con la culpabilidad. Solo damos vueltas y vueltas: culpabilidad, ataque, ataque, defensa, y no hay manera de salir de esto. Veamos un pasaje maravilloso de la Lección 153:

«Es como si un anillo la estuviera sujetando firmemente [a la mente], dentro del cual otro anillo la atenaza y dentro de ese otro más, hasta que finalmente pierde toda esperanza de escapar o de obtener su liberación. Los ciclos de ataque y defensa, y de defensa y ataque, se convierten en los círculos que forman las horas y los días, los cuales atan a la mente con gruesos anillos de acero reforzado, que retornan tan sólo para iniciar de nuevo. No parece haber respiro ni final para este aprisionamiento que atenaza a la mente cada vez más» (L-pI.153.3).

¡Un retrato muy claro de cómo es la vida en este mundo! Y la gente piensa que este es un mundo agradable. ¿Cómo puede ser un mundo agradable cuando esto es lo que está sucediendo todo el tiempo? Los gobiernos, las religiones, las razas viven así porque los individuos viven así. Este es el sistema de pensamiento del ego; esto es lo que fabricó el mundo. ¿Por qué la mente está aprisionada? Porque la mente elige estar aprisionada.

Hay dos secciones paralelas en el texto: «La confusión entre dicha y dolor » y «La diferencia entre aprisionamiento y libertad» (T-7.X; T-8.II). Los entendemos al revés. Creemos que el pasaje anterior de la Lección 153 se trata de la libertad: de que estoy libre de mi culpabilidad. Pues bien, realmente es aprisionamiento. A veces pensamos que nuestra vida funciona de maravilla porque hemos dominado la parte del ataque, pero nos olvidamos de la culpabilidad. La mente que toma decisiones elige aprisionarse a sí misma porque tiene miedo de lo que sucedería si la mente fuera libre. Si la mente fuera libre, reconocería libremente su elección equivocada y se tomaría la libertad de elegir de nuevo. Cuando elija la Expiación del Espíritu Santo, cuando elija a Jesús como su maestro y el perdón en lugar de un resentimiento, nuestro yo individual desaparecerá, porque es un yo sostenido mediante la culpabilidad y preservado mediante el ataque.

Elegimos aprisionar a nuestra mente por medio de la culpabilidad y luego atacamos para que nunca tengamos que remontarnos a esa parte tomadora de decisiones y elegir de nuevo. Todos huimos de la mente como un solo Hijo, colectivamente. Fabricamos todo el cosmos, todo el universo y nos fragmentamos en pequeños pedazos de ego, los metimos en un cuerpo, olvidamos que lo hicimos, y lo único que nos queda es vivir aquí en el cuerpo, regidos por unos principios de los que no somos conscientes: uno o el otro, mata o te matarán. Alguien detrás de nosotros mueve los hilos de nuestras marionetas, y ni siquiera lo sabemos. Creemos que estamos vivos. Esa es la absurda naturaleza de todo esto.

Cuando das un paso atrás, te das cuenta de que es una farsa. Otra cosa está moviendo los hilos que nos hacen hacer, decir, pensar y sentir todo lo que hacemos, decimos, pensamos y sentimos. No tenemos ni idea de que somos simples robots, programados por una mente que está impulsada por la culpabilidad y dice: «Dios nunca se ha olvidado, así que identifícate con un cuerpo y estarás a salvo». No recordamos eso. De lo contrario, le diríamos al ego, tal como lo describe un pasaje con tono humorístico: Me diste gato por liebre. Me dijiste que yo estaría a salvo en un cuerpo. Sin embargo, estoy en un cuerpo y me atacan todo el tiempo (T-4 V.4). Pero hemos olvidado que se nos dijo eso, así que lo único que nos queda es estar en un cuerpo, escuchando la misma voz que dice: «ataca, ataca, ataca», y olvidamos la decisión de la mente a favor de la culpabilidad que nos sigue impulsando a atacar, atacar, atacar y luego a defender, defender, defender. Eso es lo único que oímos, y así es como vivimos.

Creemos que el principio de uno o el otro tiene que ver con mi cuerpo frente a tu cuerpo, mi religión frente a tu religión, mi país frente a tu país, mi equipo deportivo frente a tu equipo deportivo, mi sexo frente a tu sexo. Da igual. Siempre estamos librando una batalla, y olvidamos que el principio de uno o el otro no tiene nada que ver con los cuerpos. Tiene que ver con un sistema de pensamiento demente que está en la mente, pero que está protegido en la mente por su decisión de olvidar que tenemos una mente, y de luego identificarse con un cuerpo que creemos que es externo a la mente. De hecho, ni siquiera sabemos que tenemos una mente. Tan solo pensamos que el cuerpo está aquí.

Pero si las ideas no abandonan su fuente, los cuerpos del mundo y el mundo en sí son simplemente proyecciones de un sistema de pensamiento que nunca ha abandonado su fuente en la mente. Por eso el problema tiene que verse donde está, no en otra parte. Mi problema no es mi relación especial contigo ni con mis padres. No es que mi cuerpo esté envejeciendo, ni es con las personas con las que estoy viviendo o trabajando. El problema no es con el gobierno del que soy ciudadano. El problema es la decisión de mi mente a favor del ego, nada más. Es tan simple que no podemos creer que ese sea el problema, por lo cual el ego fabricó un sistema de pensamiento muy complicado que culmina en un mundo muy complicado en el que no hay soluciones. Nunca resolveremos los problemas del mundo o del cuerpo, porque el cuerpo y el mundo no son el problema. El problema es que nos aterra que nuestra mente vaya a elegir entrar en la Presencia de Dios. Así que valoramos nuestra culpa, valoramos la seriedad del pecado, valoramos nuestro temor al castigo de Dios y valoramos la defensa que aparentemente nos protege de todo eso, la cual es vivir en este mundo como un cuerpo. Y así olvidamos que el propósito de este curso es que Jesús nos anime a volver a la mente para que podamos elegir de manera diferente: libertad en lugar de aprisionamiento. Esa es nuestra única esperanza.

Parte XI

Culpa frente a remordimiento

Últimamente he empezado a hacer una distinción entre la culpa y el remordimiento. El problema con la culpa es que, una vez que eres culpable, inevitablemente seguirás haciendo lo que te haya hecho culpable. La culpa dice que he hecho algo terrible en el pasado, soy una persona terrible en el presente, y merezco ser tratada como una persona terrible en el futuro. Por lo tanto, la culpa retiene el «pecado». Recuerden, la culpa no existe, así que lo más devastador de la culpa no es la culpa en sí, sino lo que sucede cuando creemos que somos culpables. La culpa dice: esto es tan horrible que no puedo ni siquiera mirarlo. Estamos tan abrumados por el odio que sentimos hacia nosotros mismos que lo reprimimos, y lo que se reprima, se proyectará. Una vez más, la culpa garantiza que seguiremos haciendo lo que, para empezar, nos hizo culpables. Eso es lo que Freud llamó la compulsión de repetición.

Remordimiento, según estoy utilizando el término, reconoce que hice algo que fue un error —no algo pecaminoso—, que probablemente lastimó a otras personas, que sin duda me lastimó a mí y que no quiero hacer de nuevo. Podemos llamarlo «culpa saludable» cuando miras algo que has hecho, y en lugar de sentirte culpable y sepultarlo bajo tierra porque eres un gusano de lo más reprensible, dices: «Esto fue un error, y ahora entiendo por qué lo hice. No quiero volver a hacerlo porque causa demasiado dolor tanto a otras personas como a mí». En ese momento, ya no es culpa. Simplemente estás diciendo que cometiste un error y no quieres cometerlo otra vez. Eso es lo que yo llamaría remordimiento. La culpa, en cambio, asegura que lo seguirás haciendo. La idea de mirar con Jesús es cambiar la percepción del ego que genera culpa a la percepción de Jesús de la que nace el remordimiento.

La totalidad del Curso, desde la primera hasta la última página, simplemente nos dice una y otra vez: «Ustedes han cometido un error. No los estoy juzgando por eso. No son unas personas malas ni pecaminosas, sino que han cometido un error, y les explicaré por qué lo cometieron: se debe a que le tienen miedo al amor. Les mostraré todas las diferentes formas en las que se ha cometido el error: todas sus defensas y todas sus formas de especialismo. Se las estoy mostrando para que puedan mirarlas conmigo sin juzgar». Eso es remordimiento. No es el error en la forma. La culpabilidad siempre se adhiere a lo específico y luego reprime la culpa. El remordimiento dice que esto fue un error de contenido: elegí al maestro equivocado, y por eso hice y dije todas estas cosas, pero ya no quiero hacer eso, porque ahora veo las consecuencias de haber elegido mi ego. Veo lo que eso me cuesta. No siento la paz de Dios. No siento Su Amor, y eso es lo que quiero. Ahora uso mis errores como un aula de clases donde puedo crecer y aprender para no repetirlos. La culpa me mantiene aprisionado en sí misma.

Repito, una vez que sientes culpa, debes reprimirla, y todo lo que reprimas, lo proyectarás. Ello encontrará su forma de exteriorizarse. Quieres mirar tu error y no llamarlo pecado. Simplemente di: «Esto es algo que no quiero hacer de nuevo». Practica lo que dice al comienzo del capítulo 18. Esta sección, «El sustituto de la realidad», comienza hablando del error original. El siguiente párrafo habla de todas las formas que ha adoptado el error original, todas nuestras formas de especialismo, pero ahora el contexto es el error original. Queremos aplicar esto a todas las formas específicas que el error original ha adoptado para separarnos del Amor.

«No llames pecado a esa proyección, sino locura, pues eso es lo que fue y lo que sigue siendo. Tampoco la revistas de culpa, pues la culpa implica que realmente ocurrió. Pero, sobre todo, no le tengas miedo» (T-18.I.6:7-9).

Esa es la definición de remordimiento. Digo que esto fue una demencia; nunca podría haber sucedido, y ya no hace falta que le tenga miedo. Esto asegurará que nunca lo repita. Si llamo a lo que hice pecaminoso y me siento culpable, tendré que tenerle miedo, y entonces estoy preparando el escenario para que se repita continuamente, no necesariamente en la misma forma, pero ese subyacente odio de uno mismo encontrará su forma de exteriorizarse mediante lo que yo diga y haga.

Por lo tanto, la idea es mirar tus errores y reconocer que son errores. No llames pecado a esa proyección, sino locura, pues eso es lo que fue y lo que sigue siendo. Tampoco la revistas de culpa… Pero, sobre todo, no le tengas miedo. A medida que transcurre el día y me doy cuenta de todas las diferentes maneras en que reflejo mi creencia en la realidad de la diminuta idea loca —cada vez que me enfado, así como cuando me siento ligeramente irritado, ansioso, temeroso, olvidadizo, que me porto desconsiderado para con alguien, todas las distintas maneras en que me muestro no amoroso—, puedo mirar eso en mí mismo y no juzgarlo. No me aplico feos apelativos del Curso: estás sintiendo culpa, estás defendiéndote contra la verdad, etc. Estoy desaprendiendo el error que yo y todos los demás cometimos en ese instante original cuando miramos la diminuta idea loca, nos horrorizamos por ella, la calificamos de pecaminosa y nos la tomamos en serio. En el momento en que nos la tomamos en serio, fue como si esta voluta de nada se hubiese fraguado en cemento, se hubiese vuelto real, sólida y siniestra. Por lo tanto, tuvimos que huir como endemoniados de ella, y nos inventamos un infierno en el cual refugiarnos, que es el mundo y el cuerpo. Todo esto fue para escapar de un pensamiento de pecado que nunca sucedió, todo porque nos tomamos en serio la diminuta idea loca.

Una vez más, el problema no era el pensamiento de estar separado, porque eso nunca ocurrió. ¿Cómo podría tomarse en serio lo que no sucedió y nunca podría suceder? Ese fue el problema: que nos lo tomamos en serio. Eso se transforma en nuestro mundo por todas las diferentes maneras en que nos mostramos poco amorosos y desconsiderados, ya sea con nosotros mismos o con los demás. Ser de mentalidad correcta significa ser de mentalidad errónea y reconocer nuestras decisiones equivocadas, pero sin sentirnos culpables por ellas. No me juzgo por elegir a mi ego, no lo justifico, no lo consiento y no lo racionalizo. Digo: «Esto es lo que hice, y no quiero volver a hacerlo». Esa es la distinción entre la culpa y el remordimiento. La culpa te arraiga en el mundo del pecado que garantiza que seguirás siendo poco amoroso y desconsiderado. El remordimiento dice: «Cometí un error. Eso es lo único que fue». Así no olvidamos reírnos. ¡Tan solo cometí un error!

Un curso de milagros:
Una espiritualidad llena de esperanza
Extractos de dos talleres celebrados en la
Fundación para Un curso de milagros
Temécula, California

Kenneth Wapnick, Ph.D.
Parte XII

1. Resistencia

P: ¿Puedes hablar de distinguir entre la resistencia al Curso si es tu camino y la resistencia al Curso si no es tu camino? Y después ¿podrías contar la historia de Helen y los árboles?

R: ¡Es una pregunta excelente! Prácticamente todos los que están en esta sala se han sentido atraídos por Un curso de milagros como su camino espiritual y probablemente no vayan a retractarse. Sienten que evoca algo en ustedes, sin embargo, como todos somos humanos y todos tenemos mentes divididas al igual que todos los demás, le oponemos resistencia porque es la verdad.

La sección «La última pregunta que queda por contestar» en el capítulo 21 del texto plantea cuatro preguntas. Los tres primeros son relativamente fáciles de responder, pero luego Jesús dice: puede que aún no hayas respondido a la última, que es: «¿Y deseo ver aquello que negué porque es la verdad?». Dice que no te das cuenta de que responder «sí» a esa pregunta significa decir «no al no» (T-21.VII.12:4). En otras palabras, si realmente estás diciendo que quieres ver lo que negaste, que quieres ver la verdad, entonces primero debes mirar a la negación de la verdad —al ego— y decir que ya no quieres eso.

De hecho, ese es realmente el meollo del proceso del Curso. A menudo me gusta decir que no hay nada positivo en este curso. Lo que es verdaderamente positivo es Dios, y Dios no toma parte en la teoría del Curso. Dios no es el problema. No sabemos nada acerca de Dios o de la realidad, así que no se dice mucho acerca de cómo es Dios ni de qué es el Cielo. Dios se menciona en cada página, ciertamente, pero no en términos de lo que Dios es, porque ese no es el problema. Lo que es positivo en este curso es el deshacimiento de lo que es negativo. No se titula Un curso de amor, sino Un curso de milagros, porque el amor es la verdad. El milagro es la corrección de la falsedad. El comienzo del capítulo 28 dice: «El milagro no hace nada. Lo único que hace es deshacer» (T-28.I.1-2).

Podríamos decir lo mismo sobre el perdón. El perdón no hace nada. De hecho, la frase que casi siempre cito del libro de ejercicios dice: «El perdón… es tranquilo y sosegado, y no hace nada. Simplemente observa, espera, y no juzga» (L-pI.1.4:1,3). Así que el perdón es la corrección o el deshacimiento del juicio del ego. Todo en la mente correcta, que es de lo que se trata este curso, es el deshacimiento o la corrección de todo lo que está en la mente errónea. El Curso dice que el ego siempre habla primero y está equivocado, y que el Espíritu Santo es la Respuesta (T-5.VI.3:5–4:2).

Por lo tanto, lo que es positivo en el Curso, de nuevo, es el deshacimiento de lo negativo. Otra frase que cito con frecuencia del capítulo 16 dice: «Tu tarea no es ir en busca del amor, sino simplemente buscar y encontrar todas las barreras dentro de ti que has levantado contra él» (T-16.IV.6:1). Nuestra tarea no es buscar el amor, que es el Cielo, Dios, la verdad y la Unidad, sino buscar y encontrar todas las barreras que hemos puesto entre nosotros y el amor, las cuales son el sistema de pensamiento del ego, y en el contexto de ese pasaje particular, la relación especial. Cuando encontramos lo que hemos colocado entre nosotros y el amor, lo miramos sin juzgarlo, y luego desaparece.

Entonces, ¿quiero ver lo que negué porque es la verdad? Ahí es donde se encuentra la resistencia al Curso. Todos hemos elegido este como nuestro camino espiritual porque reconocemos la verdad aquí. Entendamos o no la teoría del Curso, reconocemos que hay verdad aquí, pero eso no nos impide hacer exactamente lo contrario de lo que el Curso dice. Uno de los mensajes claros de este curso es que no juzguemos. Pues bien, eso no nos detiene, ¿verdad? Todo este curso se trata de deshacer nuestras relaciones especiales. Eso no impide que sigamos consintiéndolas, y sobre todo que desarrollemos una relación especial con el propio Curso. El hecho de que hagamos la mismísima cosa que este Curso (el cual creemos que es la verdad y que es nuestro camino espiritual) nos dice que no hagamos, refleja nuestra resistencia. Nos resistimos al curso porque es nuestro curso, porque es nuestro camino a casa.

Por otro lado, podría haber personas que se resistan al Curso por razones de mentalidad correcta, debido a que no es su camino. Aunque una parte de ti jura y perjura que amas este curso —que el Curso es la respuesta—, hay algo dentro de ti que dice que el Curso no es para ti. Como ustedes saben, el Curso dice que es solo un camino entre muchos miles (M-1.4), una afirmación que siempre impresiona dada la naturaleza absoluta de tantas otras religiones. El Curso dice que no es la única forma de la verdad. Por lo tanto, este curso podría no ser para ti, pero entonces te apegas a él por orgullo, porque todos tus amigos lo estudian o porque piensas que si fracasas Jesús va a enojarse contigo, o porque tienes en tan gran estima al Curso que dejarlo significaría que estás reprobándolo o algo por estilo, cuando la verdad del asunto es que simplemente estás resistiéndote a él, y tal vez deberías aceptarlo. El problema es que no sabes cuál es.

Recuerdo algo que me pasó hace muchos años cuando todavía suponía que me iba a convertir en monje. Esto fue antes de conocer a Gloria, y de hecho antes de ver el Curso. Conocía a Helen y a Bill, pero aún no había visto el Curso. Estaba alojándome en un monasterio trapense en Israel. Pensaba quedarme allí una semana durante la Navidad, y terminé sintiéndome muy a gusto. El abad quería que me quedara, y durante un tiempo realmente pensé que lo haría. Mi estancia se prolongó tres meses, aunque no había sido mi intención. Era un monasterio francófono, y yo no era muy hábil con ese idioma, aunque sabía algo de francés. El abad, que sabía inglés, me dijo: «Si vas a quedarte aquí, tienes que estudiar francés», lo cual era obvio. Yo podía leerlo mejor de lo que podía hablarlo, pero tendría que llegar a dominar el idioma. Yo sabía suficiente francés para conversar con el abad y para pedir que los monjes me pasaran la sal, o preguntar: «¿Qué hiciste hoy?» (cosa que uno ni siquiera debía hacer), pero no era capaz de sostener una conversación más seria.

Así que el abad me dio algunos libros de francés para que los estudiara. Los abrí una vez si acaso, pero no pude estudiarlos. Ahora bien, soy muy buen estudiante, soy inteligente, ya sabía algo de francés y pensé que estaba motivado para aprender a dominar el idioma y poder quedarme en el monasterio. Tras una o dos semanas de seguir así, se me ocurrió que ello podía deberse a dos motivos. Y este es realmente el quid del asunto. Una de dos: o me estaba resistiendo a quedarme en el monasterio, o no debía quedarme en el monasterio, y por eso no estaba estudiando francés. Me tardé un poco en darme cuenta de que no estaba estudiando francés porque no tenía que estar allí. Finalmente dejé el monasterio. Una cosa llevó a la otra, y terminé regresando a Estados Unidos. Fue entonces cuando vi el Curso por primera vez.

Pero no siempre se sabe, y cuando no sepas, en la medida en que te sea posible, no tomes una decisión. A veces no tienes opción. Las circunstancias pueden exigir que tomes una decisión de inmediato, pero muy a menudo no es forzoso. Puedes demorarte, y básicamente debes suponer que sabrás cuál es la respuesta cuando conozcas la respuesta. Por lo tanto, en relación con el Curso, si descubres que te estás resistiendo al Curso una y otra vez, deberías al menos considerar la posibilidad de que tal vez el Curso no sea para ti. No es un pecado. Esta no es la única manera de llegar al Cielo, y si piensas por un minuto que los estudiantes de Un curso de milagros disponen de una manera de llegar al Cielo más pronto que cualquier otra persona, no conoces a muchos estudiantes de Un curso de milagros. Es solo un camino entre muchos miles. Así que no hay una respuesta fácil.

Básicamente, es lo mismo que preguntar: «¿Cómo sé si es mi ego o el Espíritu Santo?». ¿Cómo podemos discernirlo? Es más útil decir: «No lo sé todavía» que lanzarte a una respuesta cuando realmente no tengas que hacerlo. Es útil al menos abrirte a la posibilidad de que te estás resistiendo al Curso cuando sigues olvidando la lección del libro de ejercicios, te quedas dormido al leer el texto o te disgusta el lenguaje. Estás teniendo estas experiencias o bien porque este es tu camino a casa, o bien porque este no es tu camino a casa, y debes escuchar eso. Una vez más, no existe nada que esté bien ni nada que esté mal, pero al menos debes abrirte a esa posibilidad.

2. La historia de Helen y los árboles

La mayoría de la gente no sabría de qué se trata todo esto, y es interesante que este tema haya surgido ahora, porque el próximo artículo del boletín informativo será sobre este mismo tema. [Nota del editor: The Lighthouse (El faro), diciembre, 2009]. Es la culminación de una serie de experiencias de Helen, que de hecho tuve la ocasión de compartir con ella. Empezó una noche mientras estábamos sentados en su sofá. Esa era la hora del día, una vez completadas todas nuestras compras y cuando ella había terminado de exponer todas sus diatribas del día contra Bill, cuando nos sentábamos en el sofá y rezábamos. Era entonces cuando ella sentía la presencia de Jesús, y a veces se le ocurrían cosas muy interesantes.

Esa noche, de repente entró en otro estado. Se describió a sí misma de pie conmigo. Ella era Helen, pero llevaba un vestido blanco que estaba rasgado, sucio y hecho jirones. Yo era un niño. No estaba claro si era su hijo, sobrino o simplemente un amigo muy cercano, pero era como una relación de madre e hijo. Estábamos parados en la tierra de Qumrán, que es donde se encontraron los Manuscritos del mar Muerto en Israel. De hecho, el verano anterior, Helen, Bill y su amigo, Louis (el marido de Helen) y yo estábamos en Israel. Mientras estábamos allí, Helen tuvo dos experiencias sorprendentes:

1) En una de ellas Helen miraba hacia el mar Muerto, que podía verse desde Qumrán, y dijo: «La altura está mal». Ya no recuerdo si dijo que el nivel del agua debía ser más alto o más bajo, pero dijo que estaba mal. Bill abrió la guía, y como era de esperar, decía allí que hace dos mil años el nivel de las aguas del mar Muerto era el que Helen había dicho.

2) La otra experiencia tuvo lugar mientras yo estaba a solas con ella en Qumrán, el emplazamiento de las ruinas de la comunidad esenia que fue destruida por los romanos en el año 70 d.C. La comunidad esenia era una comunidad judía, una especie de comunidad monástica, lo cual era poco frecuente en el judaísmo. Existía antes de la época de Jesús. Eran muy estrictos. Algunos de los manuscritos que se han encontrado hablan de un maestro de justicia que vendría; a los cristianos les gusta pensar que esa es una profecía que alude a la llegada de Jesús. Hay también algunas ideas de la Nueva Era que dicen que Jesús era un esenio. En fin, los esenios fueron destruidos por los romanos, pero en las ruinas se puede ver dónde estaban la biblioteca y la cocina, dónde dormían, etc. En eso estábamos cuando Helen me llamó para que caminara por donde ella estaba, y resultó ser un cementerio. Se sintió realmente atraída a caminar por el cementerio, y luego se puso muy agitada, al decirme: «Aquello (se refería a Jesús) dijo: "Deja que los muertos entierren a los muertos"». Helen no creía en las vidas pasadas —toda esa idea la ponía muy incómoda—, pero tenía una clara sensación de haber sido sepultada allí. Por lo tanto, con «deja que los muertos entierren a los muertos», Jesús realmente le estaba diciendo que el pasado ya pasó; sigamos adelante.

En esta secuencia, que comenzó con Helen describiéndome lo que ella estaba viendo, a medida que ella me lo describía, yo podía de hecho verlo con ella: estábamos de pie en Qumrán mirando todas estas ruinas. Repito, estaba sucia y su vestido estaba rasgado. Lo que sucedió después de eso tuvo lugar a lo largo de una serie de noches subsecuentes. Emprendimos un viaje hacia el norte. Caminamos por el río Jordán, y sucedieron todo tipo de cosas, algunas de las cuales he olvidado, pero recuerdo muy claramente una de ellas. Estábamos caminando a orillas del Jordán, y en la playa había una estrella de mar que tenía un brazo roto. Helen sintió que era función de ella ayudar a esta estrella de mar a regresar al agua, con el entendimiento de que así podría regenerarse. Esa fue una experiencia muy significativa para Helen. Otro día —en que yo no la acompañé—, ella caminaba con Jesús por la Quinta Avenida en Nueva York. Entró en una de las joyerías y sintió que Jesús le compró una estrella de oro. (De hecho, es la estrella que llevo puesta ahora.) Ella sintió que la estrella era un regalo que Jesús le había hecho. Para ella, la estrella era un símbolo de Jesús, y creo que la estrella de mar era, en cierto sentido, un símbolo del Cristo fracturado, y al ayudarla a regresar al agua, ella estaba poniendo de su parte para sanar a la Filiación.

Toda la serie de episodios culminó cuando llegamos a la Baja Galilea, que era el sitio bíblico en el que Jesús se crió —Nazaret, según la Biblia— y donde hizo gran parte de su ministerio y de su predicación. Llegamos a una arboleda. Era muy, muy hermoso. Helen de repente se echó a llorar, y en medio de los árboles vio a la figura de Jesús. Ella me dijo: «Nunca pensé que volvería a ver esos árboles». Esa es la historia.

Ese viaje realmente representa —de nuevo, no recuerdo muchos de los incidentes específicos— un viaje desde el ego hasta el Espíritu Santo, de la mente errónea hasta la mente correcta, comenzando con la destrucción de Qumrán que, según lo que Helen sintió en estas visiones, fue realmente una devastación. Es casi como ir desde la crucifixión hasta la resurrección, y culminó en esta experiencia increíblemente conmovedora para ella de pensar que nunca volvería a ver esos árboles. Es como si la inocencia que pensamos que habíamos destruido, que habíamos desechado y perdido para siempre, ahora la tuviéramos de nuevo.

La frase «Juntos desapareceremos en la Presencia que se encuentra detrás del velo, no para perdernos, sino para encontrarnos a nosotros mismos; no para que se nos vea, sino para que se nos conozca» (T-19.IV-D.19:1) se trata de la inocencia que pensábamos que habíamos perdido porque la habíamos desechado, y de repente, se ha encontrado. No creo que podamos tener una experiencia más importante ni más dichosa que reconocer de repente que la inocencia que pensábamos que jamás recuperaríamos, está ahí. Eso proviene de una experiencia de realmente saber, casi por primera vez, que eres realmente perdonado. No creo que haya nada en este mundo que pueda igualar la pura dicha y felicidad, o pueda ser ni remotamente tan conmovedora como esa experiencia de saber que, no importa qué cosas horribles crees que has hecho ni qué tan horrible sea aquello en lo que crees que te has convertido, el amor y la luz en ti nunca se ha extinguido, y que esa inocencia siempre ha estado ahí.

Fuente: https://facim.org/online-learning-aids/excerpt-series/un-curso-de-milagros-una-espiritualidad-llena-de-esperanza/un-curso-de-milagros-una-espiritualidad-llena-de-esperanza-parte-i/