Taller - El Significado del Juicio

El tema del juicio forma parte esencial de las enseñanzas de Jesús en Un curso de milagros, así que debe formar parte esencial de nuestra práctica del Curso. Como Jesús señala al principio del texto, la decisión de juzgar es la causa de nuestra pérdida de paz. Por lo tanto, cuando nos encontremos con nosotros mismos y con todos los demás sin juicio, experimentaremos una liberación y una paz tan profunda que sobrepasará cualquier cosa que podamos imaginar (T-3.VI.2:1; 3:1).

Esta serie de extractos es de un taller impartido una tarde de junio 1992 en nuestro centro en Roscoe, Nueva York. Se basa en «El sueño de perdón» en el capítulo 29 del texto y se centra en las cuatro formas del juicio:

(1) El sueño de juicio contra nosotros mismos;
(2) Mirar este juicio ininterrumpido de culpabilidad con Jesús sin juicio adicional;
(3) Juzgar todas las cosas de acuerdo con el juicio del Espíritu Santo; y
(4) Unirnos con Jesús en el juicio de que el Amor de Dios es la única realidad.



SE NECESITA UN PASO INTERMEDIO.
La cuestión crucial, sin embargo, es cómo llegar del primer juicio —el sueño de juicio del ego— al tercer juicio, la percepción del Espíritu Santo que ve todo como una expresión de amor o una petición de amor. Pasaremos mucho tiempo hablando de este SEGUNDO TIPO DE JUICIO. No tiene un nombre en el Curso, pero se refleja a todo lo largo del libro. Este es el juicio que emitimos cuando miramos el juicio del ego y reconocemos que todos nuestros PENSAMIENTOS y JUICIOS no han tenido ningún efecto, cosa que explicaré después. Sin este paso intermedio, es imposible saber verdaderamente de qué se trata el juicio del Espíritu Santo. Uno de los errores que los estudiantes cometen cuando comienzan a trabajar con el Curso es pensar que es fácil pasar del primer al tercer tipo de juicio; del juicio del ego —las DIFERENCIAS, el ESPECIALISMO y el ATAQUE — al juicio del Espíritu Santo que reconoce a todos como iguales y que la única diferencia aparente es que la gente o bien expresa amor o lo pide.

Quienquiera que haya trabajado seriamente durante cierto tiempo con Un curso de milagros reconocerá que NO ES FÁCIL pasar de los juicios de nuestro ego al juicio del Espíritu Santo. SE NECESITA UN PASO INTERMEDIO. Una vez más, ese es el juicio que abordaremos. Este tipo de juicio se expresa muy claramente en una de las definiciones importantes que el Curso da para el proceso del perdón: «El perdón... es tranquilo y sosegado y no hace nada. Simplemente observa, espera y no juzga» (W-pII.1.4:1,3). Jesús nos insta repetidamente a tomar su mano y a contemplar con él la oscuridad del ego. Su exhortación es la segunda forma de juicio. No niega los pensamientos del ego que expresamos en el mundo: todos los pensamientos de violencia, perversidad y asesinato.
Este paso reconoce que todos nuestros pensamientos, en el fondo, no pueden ejercer ningún efecto en nuestra paz interior. Eso nos permite mirar al mundo y ver de verdad que aquí todos están expresando o pidiendo amor. SIN ESTE SEGUNDO JUICIO, LOS PASOS TERCERO y CUARTO SON ABSOLUTAMENTE IMPOSIBLES. Cuando digo —como he dicho muchas veces— no se salten pasos, este es el paso del que hablo. Significa que realmente miremos el hecho de que juzgamos constantemente.

EL SIGNIFICADO DEL JUICIO
Kenneth Wapnick, Ph.D.
Parte I (1/7)

Este taller es básicamente compañero del otro taller que di sobre el juicio, titulado «Juzgar o no juzgar». Terminaremos en el mismo lugar, pero lo abordaremos desde un enfoque un poco diferente. Me gustaría estructurar este taller en torno a cuatro tipos diferentes de juicio, tres de los cuales se articulan directamente en Un curso de milagros, y el cuarto, que es en realidad el segundo tipo de juicio en la secuencia que vamos a comentar, está implícito a todo lo largo del Curso.
El primero es el sueño de juicio del ego, basado en la idea de que pudimos separarnos de Dios. Es una manera de juzgar a Dios como inadecuado, si no es que enclenque. El ego con su gran poderío doblegó a Dios, usurpó Su autoridad e inventó su propio mundo. Este juicio está basado en las diferencias, todas ellas formas de ataque.
 
Voy a saltarme el segundo tipo de juicio aquí y volver a él en breve. El Curso se refiere al tercer tipo como el juicio del Espíritu Santo, que se comenta más claramente en «El juicio del Espíritu Santo» (T-12.I) y en «La igualdad de los milagros» (T-14.X), dos secciones que no repasaremos en este taller. A todos se nos pide que compartamos este juicio, que ve a todos y a todo en este mundo como expresando o pidiendo el Amor de Dios. No hay ataque en este tipo de percepción.
El cuarto juicio del que habla el Curso se llama el Juicio Final o el Juicio de Dios (por ejemplo, T-2.VIII; W-pII.10). Este juicio ocurre justo al final del proceso de la Expiación. Afirma que «lo falso es falso y lo que es verdad nunca ha cambiado» (W-pII.10.1:1). Este juicio pone fin al sueño por completo. Es la expresión pura del principio de la Expiación: la separación nunca sucedió. Una vez que hemos aceptado y nos hemos identificado con el juicio del Espíritu Santo, el Juicio Final de Dios está a un pelo de distancia. En la descripción metafórica del Curso, Dios se inclina para elevarnos hasta Él —el último paso de Dios.
 
La cuestión crucial, sin embargo, es cómo llegar del primer juicio —el sueño de juicio del ego— al tercer juicio, la percepción del Espíritu Santo que ve todo como una expresión de amor o una petición de amor. Pasaremos mucho tiempo hablando de este segundo tipo de juicio. No tiene un nombre en el Curso, pero se refleja a todo lo largo del libro. Este es el juicio que emitimos cuando miramos el juicio del ego y reconocemos que todos nuestros pensamientos y juicios no han tenido ningún efecto, cosa que explicaré después. Sin este paso intermedio, es imposible saber verdaderamente de qué se trata el juicio del Espíritu Santo. Uno de los errores que los estudiantes cometen cuando comienzan a trabajar con el Curso es pensar que es fácil pasar del primer al tercer tipo de juicio; del juicio del ego —las diferencias, el especialismo y el ataque— al juicio del Espíritu Santo que reconoce a todos como iguales y que la única diferencia aparente es que la gente o bien expresa amor o lo pide.
 
Quienquiera que haya trabajado seriamente durante cierto tiempo con Un curso de milagros reconocerá que no es fácil pasar de los juicios de nuestro ego al juicio del Espíritu Santo. Se necesita un paso intermedio. Una vez más, ese es el juicio que abordaremos. Este tipo de juicio se expresa muy claramente en una de las definiciones importantes que el Curso da para el proceso del perdón: «El perdón... es tranquilo y sosegado y no hace nada. Simplemente observa, espera y no juzga» (W-pII.1.4:1,3). Jesús nos insta repetidamente a tomar su mano y a contemplar con él la oscuridad del ego. Su exhortación es la segunda forma de juicio. No niega los pensamientos del ego que expresamos en el mundo: todos los pensamientos de violencia, perversidad y asesinato.
 
Este paso reconoce que todos nuestros pensamientos, en el fondo, no pueden ejercer ningún efecto en nuestra paz interior. Eso nos permite mirar al mundo y ver de verdad que aquí todos están expresando o pidiendo amor. Sin este segundo juicio, los pasos tercero y cuarto son absolutamente imposibles. Cuando digo —como he dicho muchas veces— no se salten pasos, este es el paso del que hablo. Significa que realmente miremos el hecho de que juzgamos constantemente.
 
Mi taller anterior plantea la pregunta «juzgar o no juzgar», y se diría que la respuesta obvia es que no debemos juzgar. Pero esa es la respuesta equivocada. La respuesta correcta es que no solo juzguemos, sino que no hay manera de que evitemos juzgar, porque eso es lo que es este mundo. Todo este mundo se basa en la premisa de que es válido nuestro juicio de Dios y del Hijo de Dios. Así que primero queremos ser capaces de juzgar y no sentirnos culpables por ello; eso es inherente a este segundo paso. Miramos todos los juicios que emitimos contra otras personas, contra nosotros mismos, contra Jesús y contra Dios, pero sin juzgarnos por emitirlos —es decir, sin sentirnos culpables.
 
En este taller, para revisar estos cuatro pasos, nos basaremos en la sección del texto titulada «EL SUEÑO DE PERDÓN » (T-29.IX). Pero antes de pasar a ese capítulo me gustaría comentar los pasos con un poco más de detalle: primero el sueño de juicios del ego; después lo que es mirar estos juicios con Jesús sin sentirnos culpables, lo cual nos permite mirar a todas las personas en el mundo como nuestros hermanos en Cristo; y por último el final del proceso, la Expiación: el reconocimiento de que todo en este mundo es una ilusión.
 
Todo el sistema de pensamiento del ego comenzó con el juicio inicial que se produjo cuando la «diminuta idea loca» pareció surgir dentro de la mente del Hijo de Dios. Antes de eso Dios y Su Hijo moraban juntos en el Cielo en una unión tan perfecta que incluso sería imposible hablar de Dios como Creador o Fuente distinta de Cristo, Su Efecto o Su Hijo. En otras palabras, ninguna diferenciación es posible en el Cielo. El juicio, por supuesto, siempre se basa en la diferenciación. Todos nuestros juicios implican comparar a una persona con otra, una serie de acontecimientos con otra, un objeto con otro, etc. Todo nuestro mundo de percepción se basa en eso. De ahí que no haya percepción ni juicio en el Cielo.
 
Cuando el Curso habla del Juicio de Dios, debe entenderse como la expresión de esta Unidad perfecta. La presencia de Dios como unión perfecta y Amor perfecto, y la presencia de Cristo como eternamente uno con la Unidad de Dios y el Amor de Dios es el juicio con respecto a todo lo que el ego piensa. Y ese juicio simplemente dice: «lo falso [el pensamiento de separación] es falso y lo que es verdad [la realidad de la unidad del Cielo] nunca ha cambiado» (W-pII.10.1:1). Pero cuando la «diminuta idea loca» pareció surgir, apareció de repente la dualidad. Y ese fue el nacimiento del juicio.
 
Ahora el Hijo de Dios comenzó a experimentarse a sí mismo en relación con —como separado de— su Creador y Fuente. Y no experimentó esa relación de una manera muy grata. El Hijo se percibía a sí mismo como carente, con Dios teniendo injustamente lo que a él le faltaba; pero también percibía que ahora poseía el poder de robarle a Dios lo que creía tener merecido. Así es que el Hijo se convirtió en el creador y la fuente de la vida. Se convirtió en el que existía por su cuenta. Ese fue el nacimiento del ego. En ese instante, Dios se convirtió en el efecto del Hijo, pues el Hijo era ahora la causa de Dios. 
El Curso se refiere a esto como la usurpación del papel de Dios. El Hijo se establece como su propio creador, de manera que Dios —como verdaderamente es— deja de existir, al menos dentro de la mente del Hijo. Dios ya no es la Fuente de todo Ser, sino que ahora el Hijo lo es.

El juicio inicial es que hay una diferencia desleal o injusta entre mí mismo y Dios, lo que me deja en un estado de escasez o carencia. Mi ego concluye que me falta la condición de creador —de estar en el trono— porque Dios me ha privado de ella. Por lo tanto, estoy justificado en recuperar de Dios lo que es legítimamente mío. Ese es el juicio inicial. Entiendan que un aspecto crucial de este juicio inicial es que se basa en las diferencias. Antes de que pareciera surgir la «diminuta idea loca», no existía una conciencia separada que pudiera observar, percibir ni pensar en diferencia alguna.
 
Ahora saltándome unos cuantos pasos: de esta «diminuta idea loca» y de su sueño de juicio inicial surgió todo el universo físico. Cuando Jesús dice en Un curso de milagros que este mundo es una ilusión, quiere decir que todo el universo físico es una ilusión. Es irreal. Sabemos que es irreal porque el mundo que vemos y experimentamos es un lugar de diferencias. Así es como percibimos. Al trabajar con Un curso de milagros, es sumamente importante que reconozcamos que todo en el mundo es completamente irreal. Por consiguiente, cualquier pensamiento de que Dios o el Espíritu Santo hagan algo en este mundo debe ser falso. Si Ellos hicieran cualquier cosa en este mundo por nosotros, estarían dementes porque estarían haciendo real el mundo de la dualidad, lo que desacreditaría Su propia integridad como espíritu puro que es perfectamente uno.
 
El mundo entero del tiempo y el espacio —un mundo de diferencias— surge del pensamiento de que el Hijo podría ser diferente de Dios. Somos este mundo al que creemos venir cuando nacemos. Pero no «venimos» a él; el mundo viene de la proyección del pensamiento de separación y diferencias dentro de nuestras mentes. Por eso el principio, «Las ideas no abandonan su fuente» (T-26.VII.4:7), es tan crucial para entender las enseñanzas del Curso. El mundo no es más que la proyección de este pensamiento de separación y culpabilidad. Y no ha abandonado su fuente en nuestras mentes donde también permanecemos nosotros, lo que significa que no hay mundo ahí fuera.
 
El juicio que todos emitimos es que hay un mundo al que venimos, un mundo dentro del cual nos experimentamos a nosotros mismos fuera de nuestras mentes y que existirá después de que muramos. Luego exploraremos eso con más detalle. Sin embargo, todo este mundo es un sueño de juicio. Es un sueño porque está fuera de la realidad de la Mente de Dios; y es de juicio porque cualquier cosa fuera de la Mente de Dios debe percibirse como diferente de ella, y eso es un juicio.
 
Es imposible que existamos en este mundo sin este tipo de juicios. Nuestro mundo es de hecho un mundo de percepción. Todos nos percibimos en relación con los demás y con las cosas que están fuera de nosotros, y Jesús no dice que debamos negar que esta es nuestra experiencia. Al principio del texto dice que es casi imposible negar nuestra experiencia física en este mundo (T-2.IV.3:10). Pero, según veremos, nos pide que la miremos de otra manera. El caso es que no podemos existir en este mundo como individuos separados —creyendo que cada uno de nosotros tiene un cuerpo real y una personalidad distintos de los cuerpos y las personalidades de otras personas —y no juzgar. A todos se nos da muy bien negar cuánto juzgamos. 

Un claro ejemplo de cómo los estudiantes del Curso caen en esta trampa se presentó al estallar la guerra del Golfo. Cuando ciertos estudiantes expresaban su preocupación por lo que sucedía en el Golfo Pérsico, otros les decían: «¿Cuál guerra? No hay guerra ahí fuera. Si dices que hay una guerra ahí fuera, si ves un noticiero y hablas de ello, le estás dando una realidad que no tiene». No se daban cuenta de que ellos estaban emitiendo un juicio aún peor porque estaban diciendo: «Hay algo terrible ahí fuera que no quiero ver. Así que lo espiritualizaré y diré que Un curso de milagros afirma que aquí todo es irreal, que nadie es diferente, que la guerra es imposible; por lo tanto, no hay guerra ahí fuera». Desde un nivel metafísico por supuesto que es cierto; pero —salvo contadas excepciones— aquí en el mundo nadie está en ese nivel.

Así es que no se nos pide que neguemos los juicios que emitimos; de ahí la importancia de hablar de este paso intermedio entre el sueño de juicio del ego y el juicio del Espíritu Santo: que estemos dispuestos a aprender a estar cómodos con todos los juicios que emitimos. Para empezar, eso significa entender que simplemente estar en este mundo, despertar por la mañana y creer que hemos despertado aquí, es un juicio y un ataque. Estamos diciendo: «Creo que estoy en casa aquí en mi cama». La verdad es que estamos en casa en Dios, y no estaríamos soñando que hemos despertado en nuestro dormitorio si no quisiéramos abandonar a Dios. Si todo transcurre dentro de nuestras mentes y todo es una elección —como Un curso de milagros nos dice una y otra vez— entonces simplemente creer que estamos aquí en el mundo es un pensamiento de ataque. 

Es un pensamiento de ataque, pues dice que prefiero estar aquí en lugar de estar con Dios, mi Creador y mi Fuente. Y peor aún, estoy diciendo que no solo creo que quiero y puedo estar aquí, sino que creo que estoy aquí, lo que significa que estoy aquí a expensas de Dios. He usurpado Su lugar. He acabado con Él y me he colocado en Su trono.

El simple hecho de respirar oculta este perverso pensamiento de ataque, este juicio que dice que estoy separado de Dios, soy mejor que Él, y mi individualidad y mi existencia fueron adquiridas a costa de Él. Ahora bien, esto no significa que debamos sentirnos culpables porque tomamos aire cada 15 ó 20 segundos ni porque despertamos por la mañana y nos sentimos bien. Significa que no debemos caer en el engaño de pensar que tales experiencias son santas o espirituales, que son reales y sobre todo que están exentas de juicio. No podemos hacer nada en este mundo sin juicio porque de eso se trata estar en este mundo. Así que la respuesta no es que no debemos juzgar. La respuesta es que debemos aprender a estar cómodos con todos los juicios que emitimos porque solo entonces podremos trascenderlos.
Permítanme añadir otro ingrediente relacionado con el mecanismo de la negación. Una vez que creemos que realmente estamos aquí, como he estado diciendo, suponemos que nosotros —en vez de Dios— somos el creador y la fuente de nuestro propio ser. 

La culpa que eso implica es enorme, porque el ego nos dice que no podemos matar a Dios y esperar salir impunes. Aquí nace nuestra culpabilidad, seguida del miedo aterrador de que, cuando Dios nos atrape, nos destruirá. Así que, para protegernos del horror de nuestra culpabilidad proveniente de lo pasmoso que fue el pecado de apoderarnos del trono de Dios, todos fingimos que no lo hemos hecho. Ese es el mecanismo de la negación o la represión. Y conforme a una ley inexorable de la mente del ego, una vez que negamos algo, debemos proyectarlo.
 
Así que primero nos juzgamos por atacar a Dios, pero luego decimos: «Yo no soy el que cometió esta barbaridad. Alguien más lo hizo». Tomamos nuestra propia culpabilidad por creer que hemos atacado a Dios separándonos de Él y la proyectamos. Encontramos a alguien más a quien culpar; así ya no somos conscientes de que este sueño de juicio se originó en nuestras propias mentes. Creemos que el sueño es realidad y que existe afuera, externo a nosotros. Pero la verdad es que el sueño de juicio nunca ha abandonado su fuente dentro de nuestras mentes. Aunque no lo recordemos, nosotros somos los que estamos soñando este sueño de juicio, pecado y ataque —de asesinar a Dios y sobre Su cadáver destrozado erigir nuestro propio yo.
 
El problema básico es que primero nos juzgamos a nosotros mismos como pecadores, luego decimos que esto es tan terrible que nunca lo volveremos a mirar. Entonces protegemos ese pensamiento escondiéndolo de nosotros mismos. El pensamiento es tan horrible y nos induce tanta ansiedad que juramos nunca volver a mirarlo: el primer nivel de protección. Luego tomamos el pensamiento, lo proyectamos y lo ponemos en otra persona: el segundo nivel de protección. Así es que nunca aceptamos la responsabilidad de ese pensamiento porque ya no sabemos de su existencia. Lo hemos echado al inconsciente. Nos decimos: «Yo no soy el que ha hecho esto; fue alguien más. Yo no soy el que es pecaminoso; alguien más ha pecado contra mí. Yo no soy el que cometió el error; yo no soy el que dio una vuelta prohibida o hizo esto o lo otro. Alguien más lo hizo». En otras palabras, protegemos el juicio y mientras lo sigamos protegiendo nunca se sanará. Por eso es tan importante esta segunda forma de juicio. Tenemos que aprender a ser conscientes, no de que somos en verdad unos miserables pecadores, unas criaturas desgraciadas del especialismo empeñadas en destruir a todo el mundo, sino de que creemos que lo somos. Es muy diferente. Dios no nos ve así. De hecho, Dios no nos ve en absoluto. Así nos vemos a nosotros mismos. 

Pero una vez que nos hemos visto así, negamos ese pensamiento y lo protegemos poniéndolo en alguien más. En el ámbito psicológico, cuando decimos que alguien se pone a la defensiva, significa que la persona erige un muro al sentirse amenazado por algo que se le dice. Esa persona realmente está diciendo: «No te me acerques. Este pensamiento de pecado y juicio que estoy emitiendo contra mí mismo es tan doloroso que no puedo mirarlo ni quiero que tú lo mires». Esto es lo que realmente significa estar a la defensiva. Es una actitud de proteger la idea de que soy una persona terrible. Ni Dios ni Jesús nos ven así; nosotros nos vemos así. Pero si nos negamos a reconocer lo que creemos que somos nunca podremos cambiar nuestra decisión en la mente en cuanto a esa creencia.

Por eso no podemos simplemente pasar del sueño de juicio del ego al juicio del Espíritu Santo, Quien ve que todo el mundo está pidiendo amor o expresando amor. Es esencial que primero nos entrenemos —y Un curso de milagros es ese programa de entrenamiento— para mirar el sistema de pensamiento del ego. Este no es un curso de negación o de fingir que en el mundo no suceden cosas terribles que expresan los terribles pensamientos que transcurren en la mente del Hijo. Una y otra vez Jesús usa palabras muy fuertes como asesinato y perverso para describir el sistema de pensamiento del ego. Él no dice que este mundo sea maravilloso. ¿Cómo puede ser un mundo maravilloso si se fabricó para escapar de Dios? ¿Cómo puede ser un mundo maravilloso si sirve como protección para que nunca miremos el sueño de juicio subyacente, que es irreal, pero que creemos que es real? ¿Cómo puede ser un mundo maravilloso si se interpone en el camino de la sanación?
 
Al trabajar con el Curso, queremos desarrollar una actitud de poder mirar con los ojos bien abiertos lo que es el mundo —ya sea a nivel internacional, a nivel interpersonal o a nivel personal dentro de nuestras propias mentes. El objetivo de Un curso de milagros es que seamos capaces de mirar estos pensamientos del ego sin juicio. Cuando ese juicio desaparece, cuando realmente podemos mirar todo el odio y el especialismo dentro de nosotros —la necesidad de ser importantes, todas las formas de exigir que se nos trate como si lo fuéramos—, cuando podamos mirar eso sin juzgarnos ni sentirnos culpables por estos pensamientos, sin temer ningún tipo de castigo, entonces desparecerán porque el pensamiento básico del ego es irreal. El pensamiento básico que subyace a la totalidad del sistema de pensamiento del ego —y de todo el universo físico— es un pensamiento irreal. Es un pensamiento que dice que realmente podemos intimidar a Dios, doblegarlo y establecernos como Dios. 

Si podemos mirar eso como lo que es, sin juzgarlo, nos daremos cuenta de que, como dice en un pasaje del texto: «Es motivo de risa pensar que el tiempo pudiese llegar a circunscribir a la eternidad, cuando lo que esta significa es que el tiempo no existe» (T-27.VIII.6:5). En otras palabras, la «diminuta idea loca» que dio lugar a este mundo es precisamente eso: diminuta porque es insignificante sin poder ni efecto alguno, y loca porque es demente. El ego no puede lograr lo imposible. Nos puede llevar a creer que lo imposible ha sucedido, pero no puede hacer que suceda. Mas si no lo miramos no sabremos lo que realmente es.
 
Así que el propósito de Un curso de milagros es que lleguemos al punto en que realmente podamos mirar al ego. Y cuando lo hagamos se disolverá como dice el Curso «en la nada de donde provino...» (M-13.1:2). En ese momento el juicio del Espíritu Santo se convierte en una realidad para nosotros. Puesto que entonces solo llevamos dentro el Amor de Cristo y dentro de nuestras mentes solo experimentamos el amor de Jesús por nosotros, cuando miramos el mundo vemos de la manera que él ve. Y entendemos, como explica el texto, que cada ataque es realmente una expresión de miedo (T-2.VI.7:1). Y debajo del miedo está la petición de amor que se ha negado, lo que significa que ahora contemplamos el mundo y vemos a todos como pidiendo amor o expresando amor. Así que nuestra respuesta es siempre la misma.
 
Ya sea que me pidas amor o me expreses amor, como tu hermano en Cristo te extenderé amor. Ya no veré ninguna diferencia. Las diferencias superficiales no me importarán. Lo único que importará es que estás pidiendo amor o expresando amor. Entonces el amor en mí te saluda, mi respuesta siempre es la misma. Ese es el juicio del Espíritu Santo. A partir de ahí, explica el Curso, Dios se inclina y nos eleva de nuevo a Sí Mismo y todo el sueño desaparece. Una vez más, lo que permite que ocurran este tercer y cuarto paso —el juicio del Espíritu Santo y el Juicio Final de Dios— es este segundo paso de mirar sin juicio nuestro sistema de pensamiento del ego, con toda su fealdad, perversidad y falta de bondad. Pero lo miramos con una sonrisa que dice que estos pensamientos no ejercen ningún efecto en Quién soy, ningún efecto en mi relación con Jesús y, por lo tanto, ningún efecto en mi relación con Dios.

Parte II (2/7)
Pasemos ahora a «El sueño de perdón» (T-29.IX).

📘(1:1) El que es esclavo de ídolos lo es porque está dispuesto a serlo.

Esta parte del texto habla mucho de ídolos. En Un curso de milagros un ídolo es simplemente otro término para el ego y sus objetos de especialismo. En otras palabras, es algo falso a lo que otorgamos valor y realidad.
 
🔹️(1:2) Y dispuesto tiene que estar para poderse postrar en adoración ante lo que no tiene vida y buscar poder en lo que es impotente.
Claramente esto se refiere al sistema de pensamiento del ego. El sistema de pensamiento del ego no tiene vida porque está fuera de la Vida de Dios y no tiene poder porque está fuera del poder de Dios. Por supuesto, el ego dentro de su sueño cree que ha robado la vida de Dios, por lo que ahora el ego (el Hijo separado de Dios) tiene vida y Dios no tiene ninguna. El ego también cree que ha robado el poder de Dios para crear, así es que ahora el ego tiene ese poder y Dios no. Esto es a lo que Jesús se refiere aquí como el ídolo.
 
🔹️(1:3) ¿Que le sucedió al santo Hijo de Dios para que su deseo fuera dejarse caer más bajo que las piedras del suelo y esperar que los ídolos lo elevasen?
Jesús básicamente está preguntando cómo empezó todo esto: ¿cómo es posible que hayamos ido a parar en la situación en que nos encontramos, donde negamos nuestra realidad como Cristo, nuestro poder y el Amor de Dios? Con nuestra pecaminosidad y culpabilidad hemos caído «más bajo que lo bajo» debido a este terrible concepto de nosotros mismos. Y luego buscamos que algo fuera de nosotros nos ayude, nos haga sentir mejor. Ese es el propósito de los ídolos del especialismo: creo que Dios no puede ayudarme, pero esta persona especial, este rasgo especial, este acontecimiento especial o este objeto especial en el mundo pueden hacerme sentir bien elevándome por encima del estado rastrero en el que he caído.
🔹️(1:4) Escucha, pues, tu historia en el sueño que tejiste, y pregúntate si no es verdad que no crees que sea un sueño.

Jesús nos habla como individuos, pero también como una sola mente colectiva del ego que inventó esta historia. Él está diciendo (una vez que traspasas las dos negaciones) que debemos cuestionarnos honestamente si esto es lo que realmente creemos. De veras creemos que este mundo es la realidad. No importa cuánto tiempo hayamos estudiado este curso ni cuánto afirmemos que nos lo creemos, hay una robusta parte de nosotros que no cree que este mundo sea un sueño. Y podemos reconocer esto en la medida en que observamos cómo nuestras mentes se llenan de juicios; todas las pequeñas cosas del mundo que nos atraen; todos los odios y resentimientos mezquinos a los que nos aferramos; todas las cosas triviales que enarbolamos como símbolos de la injusticia; todas las cosas del especialismo que deseamos para nosotros y para los demás, etc. Por todos estos pensamientos es evidente cuánto nos identificamos con este sueño y lo hacemos realidad. Jesús lo dice una y otra vez en muchos lugares. Es sumamente importante prestar atención porque él nos está diciendo que, efectivamente, creemos que este mundo es la realidad; efectivamente, creemos que hemos acabado con Dios y que el especialismo nos dará lo que queremos. 

🔹️«Las leyes del caos» (T-23.II) es probablemente la exposición más fuerte en Un curso de milagros sobre el sistema de pensamiento del ego con toda su demencia. 

En esa sección, tras describir las cinco leyes del caos, Jesús dice que quizás insistamos en que no creemos en ellas, pero luego afirma: «Hermano, crees en ellas» (T-23.II.18:3). Creemos que estas leyes realmente son válidas. Y creemos que el mundo basado en estas cinco leyes del caos de hecho está ahí. Así que es sumamente importante no caer en la trampa de insistir en que estamos exentos de todo juicio tan solo porque hemos completado el Libro de ejercicios o porque llevamos cinco, diez o quince años estudiando el Curso. No es fácil revocar el sistema de pensamiento del ego porque no solo contiene todos los pensamientos de juicio, sino que es el pensamiento de juicio. Y mientras nos identifiquemos como un ser separado con nuestra propia personalidad y un cuerpo que está separado de otros cuerpos, entonces estamos creyendo la totalidad del sistema de pensamiento del ego. De nuevo, no es solo que creemos en un sueño de juicio, creemos que somos este sueño de juicio. Y sabemos que somos un sueño de juicio porque nos identificamos como una de las figuras en ese sueño de juicio.
Ahora Jesús nos va a contar un cuento, como un hermano mayor le contaría un cuento del mundo a sus hermanitos.
 
📘(2:1-2) En la mente que Dios creó perfecta como Él Mismo se adentró un sueño de juicios. [Esto es cuando la «diminuta idea loca» pareció surgir.] Y en ese sueño el Cielo se trocó en infierno, y Dios se convirtió en el enemigo de Su Hijo.

En ese sueño realmente creímos que éramos diferentes de Dios, que teníamos una conciencia que podía experimentarse en relación con Dios y en oposición a Él. En ese instante el Cielo y Dios desaparecieron. Si el Cielo y Dios son el estado de la Unión y Unidad perfectas, y ahora empiezo a experimentarme como diferente y esa diferencia es real, entonces el Cielo debe desaparecer porque he negado la realidad básica del Cielo. Eso es lo que significa «el Cielo se trocó en infierno» y por eso Dios se convirtió en el enemigo. Antes de ese pensamiento de diferencias Dios y Cristo estaban perfectamente unificados. Una vez que surge el pensamiento de una separación creemos que nos hemos separado de Dios. Le hemos robado nuestra identidad, y ahora Dios está en pie de guerra y quiere robárnosla. El Dios del Amor se ha convertido en un Dios vengativo. Este es el comienzo del sueño de juicio.
 
🔹️(2:3-5) ¿Cómo puede despertar el Hijo de Dios de este sueño? Es un sueño de juicios. Para despertar, por lo tanto, tiene que dejar de juzgar.

Esto suena bien y parece muy fácil. Pero como ustedes saben por su trabajo con el Curso, no es así de fácil. Si este es un sueño de juicios basado en diferencias, para despertar de este sueño y volver a la morada que nunca abandonamos, evidentemente debemos dejar de juzgar. El problema es que, debido al poder de nuestras defensas, no sabemos que estamos juzgando. Esa es la clave para entender el perdón. Es muy fácil decir que vamos a dejar de juzgar; pero no sabemos lo que realmente estamos diciendo porque no sabemos cuánto juzgamos. No sabemos hasta qué punto realmente somos hijos del especialismo y hasta qué punto el especialismo nos mantiene en marcha, día tras día. Es el aire que respiramos, el principio que nutre todas nuestras relaciones. El especialismo rige absolutamente todo lo que hacemos en este mundo. El problema es que no somos conscientes de ello porque no lo vemos en nosotros mismos, sino fuera de nosotros. Cada vez que nos percatamos de ponernos a la defensiva con respecto a cualquier cosa, o de experimentar una resistencia a hacer o decir algo o a estar con alguien, hay algo de especialismo oculto, algún juicio que no queremos ver. Toda actitud defensiva —cada vez que sentimos que nuestro cuerpo físico o psicológico se tensa— es indicio de que sentimos el peligro de una amenaza externa a nuestro especialismo. En nuestras mentes, hay un pensamiento de juicio que no queremos mirar. El problema no es el pensamiento de juicio; la verdad es que no hay ningún pensamiento de juicio. Todo el asunto es inventado. El problema es que creemos que hay un pensamiento de juicio. Y una vez que creemos que hay un pensamiento de juicio nos sentiremos culpables por ello. Y una vez que nos sentimos culpables por ello deberemos negarlo y proyectarlo para que podamos verlo fuera. Esto es sumamente importante. El problema no es el sistema de pensamiento del ego. El problema no es todo el especialismo.

El problema no son todos los juicios que emitimos. No existe el sistema de pensamiento del ego. No existe el pensamiento de especialismo. No existe el juicio. El problema es que creímos que existen. Y una vez que nos lo creímos jamás volvimos a mirar al interior de nuestras mentes. En su lugar inventamos el cuerpo y el mundo para que pudiéramos centrar toda nuestra atención fuera de la mente en el cuerpo, en los demás cuerpos que parecen existir fuera de nosotros y en el mundo en el que todos los cuerpos parecen existir.
 
La verdad es que no hay mundo ahí fuera; el mundo es un pensamiento inventado para ocultar otro pensamiento inventado. Pero si no miramos el pensamiento inventado original nunca sabremos que no está ahí. Esto no significa que tengamos que mirar el pensamiento original de atacar a Dios. Todo lo que tenemos que hacer es mirar el pensamiento dentro de nuestras mentes que dice: «Existo como una persona separada; soy importante y todos los demás son mis enemigos». Pero nadie quiere mirar eso. Por eso tratamos de convencernos de que este es un mundo encantador y amoroso con toda esta gente encantadora a mi alrededor, y la gente más encantadora son los estudiantes de Un curso de milagros. 
Basta asistir a una reunión de algún grupo de Un curso de milagros para convencerse de la ilusión que encierra ese enunciado. El problema es la negación. Creemos que, como estudiamos un libro sobre el amor, somos criaturas del amor, y como nos reunimos con otras personas que estudian este libro sobre el amor, todos somos hijos del amor. Todo lo que estamos haciendo es reprimir cantidad de pensamientos de odio, especialismo, competencia, celos y asesinato que no queremos mirar. Pero si no los miramos, seguiremos creyendo que son reales. De nuevo, el problema no son los pensamientos de especialismo. Los pensamientos de especialismo no existen, pero existe la creencia de que existen. Y una vez que aceptamos esa creencia tenemos que protegerla. Es entonces cuando se echa a andar el sistema defensivo. Y el mundo se fabricó literalmente como una manera de defendernos contra mirar hacia dentro y ver a nuestras propias mentes.
 
Lo más difícil es mirar hacia dentro. Jesús lo deja sentado en muchos pasajes del Curso. Dos secciones específicas —«Introspección» (T-12.VII) y «El miedo a mirar dentro» (T-21.IV)— lo dicen con toda claridad, pero la idea se expresa a todo lo largo del Curso. Si miráramos dentro nos daríamos cuenta de que ahí no hay nada excepto el Amor de Dios. No hay nada que provenga del ego porque no hay ego. El problema no es el sistema de pensamiento del ego. El problema es la parte de la mente dividida a la que normalmente me refiero como el tomador de decisiones, que cree que hay un sistema de pensamiento del ego y por lo tanto cree que tiene que defenderse de él.
 
Así que los juicios que emito contra ti, otorgando importancia y realidad a las diferencias, son realmente una proyección del juicio que he emitido contra mí mismo por hacer real la diferencia entre mí mismo y Dios. Insisto en emitir juicios contra ti porque eso me protege de realmente mirar el juicio que he emitido contra mí mismo. Todo lo que ha sucedido es que me he quedado dormido, he soñado un sueño en el que soy diferente de Dios y he juzgado pecaminoso ese sueño de juicio. Y luego dije: «Necesito otro sueño —el mundo— para defenderme contra el primer sueño. Una vez que he fabricado el sueño del mundo, creo que necesito más sueños para protegerme de todos los sueños de juicio anteriores. Así es que nunca logro volver al sueño de juicio original contra Dios.
 
Por consiguiente, lo más difícil del mundo es dejar de juzgar: «Para despertar, por lo tanto, tiene que dejar de juzgar». El problema, de nuevo, es que no somos conscientes de que estamos juzgando. Ustedes están malinterpretando este curso si piensan que se trata de cualquier cosa que no sea mirar a su ego y sonreírle: mirar al ego con el amor de Jesús o el Espíritu Santo a su lado y darse cuenta de que no hay nada ahí. Pero deben mirar, lo que significa que deben entrar en contacto con la parte de su mente que tanto teme y tanto se resiste a mirar todo el especialismo. Este no es un curso sobre el amor. Aquellos que apenas comienzan a trabajar con el Curso tal vez puedan evitar ese error y no caer en la trampa de pensar que este es un curso sobre el amor; no lo es. Es un curso sobre cómo mirar el especialismo con esta Persona de amor —Jesús o el Espíritu Santo— a nuestro lado. Una vez que podemos hacer eso el especialismo desaparece, la defensa se esfuma junto con la necesidad de defendernos contra el especialismo, y todo lo que queda es el amor que se extiende automáticamente a través de nosotros. Todo lo que tenemos que hacer es mirar sin juicio al especialismo. Pero eso es muy difícil, porque toda nuestra existencia como individuos se basa en la noción de que en nuestras mentes hay un pensamiento de juicio tan aterrador que si alguna vez lo miramos seremos destruidos. Así es que haremos cualquier cosa menos mirarla.
 
🔹️(2:6) Pues el sueño parecerá prolongarse mientras el Hijo forme parte de él. Mientras creamos que somos criaturas del juicio, que somos parte de este pensamiento de estar separados de Dios, el sueño parecerá existir, porque el sueño no es más que una proyección de ese pensamiento.
 
🔹️(2:7) No juzgues, pues el que juzga tendrá necesidad de ídolos, que impedirán que el juicio recaiga sobre sí mismo.

Esto es básicamente de lo que he estado hablando. En resumen, Jesús nos está diciendo que no juzguemos. Cuando juzgamos, primero nos juzgamos a nosotros mismos. Nuestra culpa por hacerlo es tan enorme que tenemos que proyectarlo y fabricar un ídolo para que podamos ver que el pecado y la culpa residen en el ídolo en lugar de residir en nosotros mismos. Pero no es más que una proyección de nuestro propio ego. En el discurso popular un ídolo por lo general es una imagen de Dios. Pues bien, el ego se hace Dios, como pensamiento, entonces lo proyecta, le da un cuerpo, una forma y lo venera. Básicamente, ese es el ídolo del especialismo o del juicio.
Cada uno de nosotros tiene necesidad de ídolos «que impedirán que el juicio recaiga sobre sí mismo». Así que en lugar de mirar nuestra propia culpa que es nuestro juicio de nosotros mismos, la culpa ahora recae sobre otro. Por eso partimos de la necesidad de inventar un mundo. Como dice el Libro de ejercicios, el odio debe ser concreto (W-pI.161.7:1) y «así fue como surgió lo concreto» (W-pI.161.3:1). Teníamos que tener algo fuera de nosotros que creyéramos real, algo sobre lo cual pudiéramos proyectar nuestra culpabilidad. Por eso hemos forjado un Dios iracundo y vengativo, un Dios del especialismo. Por eso hemos inventado un mundo lleno de gente para que pudiéramos encontrar a alguien a quien culpar. Pero el juicio no recae en el mundo fuera de nosotros porque al final no hay mundo fuera de nosotros. El juicio que hago recaer sobre ti es realmente la proyección del juicio que he emitido con respecto a mí mismo. Pero tengo que mirar mi necesidad de emitir este juicio.
 
🔹️(2:8) Tampoco puede conocer al Ser que ha condenado.

Así que no solo desconozco quién eres tú, sino que ciertamente no conozco al Cristo que soy yo porque he dicho que el Hijo de Dios, como realmente soy, ya no existe. Cuando me separé de Dios y convertí la dualidad en la verdad convertí la unión de Dios y Cristo en una ilusión, lo que significa que Dios y Cristo desaparecieron. Creo que ataqué a Dios y a Cristo y que los he condenado. Pero nunca recordaré que todo esto es una invención mía, porque creo que esta realidad encierra una amenaza tan grande que jamás debo volver a mirarla. Así que sigo protegiéndome repetidamente al nunca mirar la culpabilidad en mi mente. Y la solución de todo esto es que realmente mire el hecho de que yo lo estoy inventando todo. Y eso no lo sabré mientras no lo mire.
 
🔹️(2:9) No juzgues, pues si lo haces, pasas a formar parte de sueños malvados, en los que los ídolos se convierten en tu «verdadera» identidad [verdadera está entre comillas, porque obviamente no es lo que somos], así como en la salvación del juicio que, lleno de terror y culpabilidad, emitiste acerca de ti mismo.
 
De nuevo, comenzamos con ese pensamiento básico de juicio: he traicionado y abandonado el Amor de Dios. Le he dado la espalda, lo he usurpado y lo he robado. Y la culpabilidad por lo que he hecho es tan abrumadora que automáticamente conduce al terror de que Dios —o el Amor— me vaya a atacar a cambio. Así que, para escapar, tomo toda la culpabilidad y el terror, los proyecto fuera de mí y fabrico un ídolo. Digo que el ataque provino de algo externo a mí. Yo no soy el que lo hizo; fue alguien más; alguien más es el asesino.
 
Y todo lo que tenemos que hacer es reconocer este escenario como lo que es.

Parte III (3/7)
«El sueño de perdón» (T-29.IX) (cont.)

📘(3:1) Todas las figuras del sueño son ídolos, concebidos para que te salven del sueño.
 
Todo lo que percibimos y creemos que está fuera de nosotros forma parte del sueño. Estos son los ídolos y su propósito es hacer real el sueño exterior, para protegernos del sueño dentro de nuestras mentes, que no queremos mirar. Los estudiantes del Curso desvirtúan esta idea una y otra vez al intentar de cualquier manera posible hacer real algún aspecto del sueño externo. Es por eso que muchos estudiantes ponen gran énfasis en ver que Jesús o el Espíritu Santo hacen cosas por ellos en el mundo. Es una manera sutil de hacer que Ellos sean parte de la ilusión, mientras que en el Curso Jesús nos pide que llevemos la ilusión a la verdad, no que traigamos la verdad a la ilusión. Tenemos considerable interés en hacer real el sueño exterior porque, si es real afuera, no tenemos que mirar el sueño dentro de nuestras mentes. ¿Qué mejor manera de hacer que parezca real, que pedir que Dios o Jesús o el Espíritu Santo operen en él?
Es por eso que es un error confundir Un curso de milagros con los sistemas de pensamiento de la Nueva Era. El Curso no transige de ninguna manera con la verdad de que todo el universo físico es una ilusión. Pero queremos hacer realidad las figuras del sueño —incluidos el Espíritu Santo y Jesús— para protegernos contra el sueño subyacente dentro de nuestras mentes.
 
🔹️(3:2) No obstante, [todos estos ídolos] fueron concebidos para salvarte de aquello de lo que forman parte.

Estos ídolos fueron fabricados para salvarnos del ídolo que fabricamos dentro de nuestras propias mentes (el sistema de pensamiento del ego) que dice: «He robado de Dios y ahora existo. Tengo lo que me he robado. Ya no tengo que devolverlo y existo por mi cuenta. Y ahora Dios existe fuera de mí». El ego comienza con ese pensamiento de juicio inicial, que es el comienzo del sueño. Entonces dentro de nuestras mentes se convierte en un sueño en toda regla, en el que somos diferentes de Dios, le hemos robado y hemos pecado contra Él. Ahora la culpabilidad por lo que hemos hecho nos dice que Dios nos castigará. Este es el sueño aterrador dentro de nuestras propias mentes. Es tan aterrador que no lo miramos, sino que lo proyectamos para que ahora parezca estar fuera de nosotros. Y todo lo que nos arraigue más en el sueño exterior contribuirá convenientemente al propósito del ego, incluso si se hace en nombre de Dios, como las religiones lo han hecho durante siglos. Es sumamente tentador para la gente hacer lo mismo con Un curso de milagros: incorporar parte de la verdad a la ilusión haciendo que la ilusión sea real. Si ustedes hacen eso nunca lograrán escapar del sueño porque no sabrán que no es más que un sueño.
 
🔹️(3:3) De esta manera, el ídolo mantiene el sueño vivo y terrible, pues ¿quién podría desear un ídolo a menos que estuviera aterrorizado y lleno de desesperación?

El «tú» al que Jesús se dirige en estos pasajes es la mente, la parte de la mente que elige, lo que yo llamo el tomador de decisiones. Es la parte de nuestras mentes que se ha identificado primero con el sistema de pensamiento del ego. Es un sistema de pensamiento de terror y desesperación que dice que necesitamos protegernos del terror y la desesperación, negándolo; es decir, sin nunca volver a mirarlo. Acto seguido lo proyectamos y lo vemos fuera de nosotros mismos. Por eso necesitamos un mundo de personas y objetos específicos. Proyectamos todos estos pensamientos de pecado, culpabilidad y juicio, para que ya no se vean en el interior, sino fuera. Mientras creamos en la realidad del ídolo nunca sabremos que el ídolo realmente yace dentro de nuestras mentes.
 
🔹️(3:4) Esto es lo que el ídolo [cualquier cosa en el mundo externo a nosotros] representa. Venerarlo, por lo tanto, es venerar la desesperación y el terror, así como el sueño de donde estos proceden.

Esto es cierto para los ídolos del especialismo que pensamos que son maravillosos y nos hacen felices, así como para los ídolos del especialismo que odiamos. En una parte anterior del texto, «Los obstáculos a la paz» (T-19.IV), Jesús habla de esto de otra forma: «Y mientras creas que [el cuerpo] puede darte placer, creerás también que puede causarte dolor» (T-19.IV-A.17:11). El placer y el dolor son caras opuestas de la misma ilusión. Ambos hacen que el cuerpo sea real porque ambos dicen que hay algo fuera de nosotros que puede alegrarnos o entristecernos y ocasionarnos dolor. La verdad es que lo único que puede traernos felicidad es elegir el Amor del Espíritu Santo. Lo único que puede traernos dolor es elegir al ego. Eso es todo. No hay nada más.
Estas líneas representan la misma idea; de ahí que nuestro interés en el mundo se vuelva tan marcado. Es fácil caer en esta trampa, incluso como estudiantes de un curso que enseña que no hay mundo, pues todavía creemos que los comportamientos externos de alguna manera significan algo. Estos de por sí no significan nada. Su único significado es el que les damos. Lo importante nunca es nada externo —lo que los cuerpos hacen o no hacen—, sino nuestra decisión interna de elegir al ego y la separación, o de elegir a Jesús y la unión. Una vez que centramos nuestra atención en el exterior y creemos que lo que hacemos es importante, útil, sanador o amoroso nos hemos dejado atrapar por el especialismo, puesto que estamos venerando al ídolo del especialismo. Pensaremos que estamos cumpliendo una función de sanación o amor, pero realmente es un ídolo de desesperación y terror.
 
Al venerar a los ídolos del especialismo que están afuera, no solo estamos venerando el terror, la desesperación y la culpa, sino todo el sueño del cual el terror, la desesperación y la culpa no son más que componentes. Estamos venerando el sueño de que tenemos lo que le hemos robado a Dios y que nunca devolveremos, pues ahora existimos como individuos que podemos valernos por nosotros mismos. Si no nos encantaran el terror, la desesperación y la culpa, no los sentiríamos continuamente. Nos encantan porque hacen real el pensamiento de la separación —el pensamiento del juicio original contra Dios—, que hace real nuestra existencia separada de Dios. Por eso tenemos un tremendo interés en la propia importancia, en ser un individuo singular: establece que el sueño es real. El estado de terror o desesperación en nuestras mentes dice que el sueño es real; tanto la culpabilidad como el pecado son reales.
 
🔹️(3:5) Todo juicio es una injusticia contra el Hijo de Dios, por lo que es justo que el que le juzgue no eluda la pena que se impuso a sí mismo dentro del sueño que forjó.

Es importante darnos cuenta de que todo el sistema de pensamiento del ego es real dentro de sí. No es la realidad, pero dentro del sueño en sí es muy real. Cuando dormimos por la noche y soñamos, experimentaremos el sueño de forma muy real. Todo este mundo es un sueño. Tal como Jesús explica en otro lugar (por ejemplo, T-18.II.5:13-14), no hay diferencia entre lo que llamamos sueños cuando dormimos y lo que él llama sueños despiertos, como lo que estamos experimentando en este momento. Todos son iguales; no son más que diferentes expresiones de los pensamientos en nuestras mentes. Dentro del sueño del ego el miedo al castigo es muy real. Dentro de ese sueño, el miedo de experimentar daño —físico o emocional— es muy real. No se nos pide como estudiantes de Un curso de milagros que neguemos nuestras experiencias, sino que no las hagamos realidad. Hay una diferencia crucial entre esos dos enfoques.
 
En otras palabras, todos experimentamos miedo y creemos que nuestro miedo se debe a algo externo que puede afectarnos. La interpretación del ego es que seremos visitados por la ira de Dios; esa es nuestra experiencia. Es posible que no lo experimentemos conscientemente como la ira de Dios, pero sin duda experimentamos que el miedo es causado por algo externo a nosotros. Recordemos que nuestros cuerpos son tan externos a nuestras mentes como el cuerpo de cualquier otro. Pero eso no lo hace realidad. Ahí es donde las Iglesias cristianas se equivocaron; tomaron su experiencia del miedo y escribieron una teología al respecto. Dijeron que esta es la realidad de Dios: Dios ve nuestro pecado como real y tiene un plan para ayudarnos a expiarlo; básicamente es un plan de asesinato. Entonces el plan se convierte en un plan de sufrimiento y sacrificio. Si creemos que nos estamos sacrificando para aplacar a Dios, nos complacerá sacrificarnos. Pero eso no lo hace realidad. Nuestra experiencia es que sale el sol y se pone, pero eso no lo hace realidad. 

La verdad es que, al girar la tierra sobre su propio eje, nos da la impresión de que el sol gira alrededor de la tierra. De hecho, la tierra es la que gira alrededor del sol. Del mismo modo las personas podrán experimentar que el Espíritu Santo o Jesús hacen cosas por ellos en el mundo, pero eso no significa que realmente las hagan. No confundan la experiencia con la realidad. El ego siempre interpreta las experiencias con el fin de construir una teología que contribuya a sus fines que, por supuesto, es desde un principio la razón de que tengamos la experiencia. Dentro del sueño, cada vez que emitimos un juicio, afirmamos que somos diferentes de Dios, nos hemos separado de Él, hemos pecado contra Él y le hemos robado. Siendo así, nuestra culpabilidad exigirá que no podamos escapar del castigo que dicta la ira de Dios. 

Todo este mundo, que es un mundo de cambio y de muerte, es testigo del hecho de que es verdad lo que el ego nos ha enseñado. Si nuestra existencia que llamamos vida, en el fondo, se le robó a Dios, cuando Dios nos robe la vida que le robamos a Él, estaremos sin vida, es decir, muertos. Así interpreta el ego nuestra muerte.
 
🔹️(3:6) Dios sabe de justicia, no de castigos.
La justicia de Dios, por supuesto, no tiene nada que ver con nuestro concepto de la justicia. La justicia de Dios declara que no pasó nada. Si no pasó nada no hay culpabilidad ni castigo.
 
🔹️(3:7) Pero en el sueño de juicios tú atacas y se te condena; y deseas ser el esclavo de ídolos que se interponen entre tus juicios y la pena que estos conllevan.

Sin embargo, Dios no nos condena. Nos condena la proyección de nuestra propia culpabilidad, que inventa un Dios que está enojado. Entonces negamos toda la dinámica e inventamos un mundo en el que continuamente condenamos y juzgamos a los demás, pero creemos que ellos nos condenaron y juzgaron primero. No obstante, nuestro juicio está en nuestras mentes; es nuestra culpabilidad. La proyectamos e inventamos un mundo de ídolos que nos castigarán; y realmente pensamos que hay un mundo ahí fuera que nos afecta. Todo esto forma parte del sueño y, desde dentro del sueño, parece muy real.

Parte IV (4/7)
«El sueño de perdón» (T-29.IX) (cont.)

📘(4:1) No puede haber salvación en el sueño tal como lo estás soñando.

Esta es la historia del mundo. Explica por qué todo intento de traer la paz ha sido inútil y ha fracasado. Siempre estamos tratando de lograr la paz en el marco del mundo. Siempre estamos tratando de mejorarlo todo aquí, cuando nada puede estar mejor aquí, porque, en primer lugar, este es un mundo de odio; en segundo lugar, aquí ni siquiera hay mundo. Lo que debe mejorar es nuestra decisión. Hemos elegido al ego, que fue un error. Deshacer ese error consiste en elegir a Jesús o al Espíritu Santo. Pero nada puede mejorarse aquí. Una vez que tratamos de mejorar el mundo, estamos cayendo en la trampa del ego. ¿Por qué querríamos mejorar el mundo a menos que primero creyéramos que algo no funciona en el mundo? Y si creemos que algo no funciona en el mundo, por lo visto creemos que aquí hay un mundo, que es exactamente lo que el ego quiere que creamos. Es preciso creer que hay un mundo aquí porque esa es nuestra defensa contra el mundo que hemos hecho real dentro de nosotros mismos y que nos aterra.

🔹️(4:2) Pues los ídolos no pueden sino ser parte de él, para salvarte de lo que crees haber hecho, y de lo que crees que hiciste para volverte un pecador y extinguir la luz interna.

Lo que creemos que hemos hecho es asesinar a Dios y ahora Dios nos va a asesinar a nosotros. Todos creemos que hemos robado la luz del Cielo, lo que significa que hemos destruido esa luz. La luz que consideramos real —el sol y las estrellas— es realmente artificial. Pensamos que la luz del sol difiere de la luz de una bombilla; una la llamamos natural y la otra artificial o innatural. Toda es innatural. Ciertas personas piensan que hay una diferencia entre los alimentos naturales y los procesados, los innaturales con químicos y otros aditivos artificiales. Todos los alimentos son innaturales porque todo en este mundo es innatural. No hay distinción entre los niveles de la ilusión. Tal como la primera ley del caos lo declara: hay una jerarquía de ilusiones (T-23.II.1). Todos creemos que hemos extinguido la luz.

Aquí la sección comienza a cambiar de enfoque. Jesús nos va a decir cómo lidiar con este sueño. Es obvio que este sueño de juicio es tan enorme que parece imposible de superar. No se nos pide que lo superemos por obra nuestra —y ciertamente no por obra de nuestro ego. Lo único que se nos pide que hagamos es inherente al segundo paso del juicio: mirar el sueño y verlo como es. No se nos pide negar lo que experimentamos en este mundo físico, emocional o psicológico. Solo se nos pide comenzar el proceso de negar que lo que experimentamos tenga poder sobre el Amor y la paz de Dios en nuestro interior. Con respecto a eso sí que podemos empezar a hacer algo.

No tenemos que experimentar la paz, pero al menos debemos darnos cuenta de por qué no experimentamos la paz. Si no estamos en paz no es por algo que me dijiste o no me dijiste, ni por lo que has hecho o no has hecho. Si me siento débil e indispuesto no se debe a alguna anomalía en mi cuerpo. Siempre es debido a una anomalía en mi mente: he escogido al ego en lugar del Espíritu Santo. Por eso Jesús dice una y otra vez cuán simple es su curso. Es simple porque todo es verdad o es falso, y nunca hay nada intermedio. La única causa de todo en este mundo es mi decisión de que sea real. Si soy feliz es porque he escogido estar feliz. Si estoy triste es porque he escogido estar triste. Cómo me sienta no tiene nada que ver con factores externos.

El sistema de pensamiento de juicio del ego comienza a deshacerse cuando reconocemos lo que es: un sistema de pensamiento de juicio que nos hace sentir molestos o felices. No tiene nada que ver con nada al exterior; es un sistema de pensamiento que hemos elegido. En otras palabras, no ha sucedido nada. El problema no es el sueño de juicio. El problema es que creemos en el sueño de juicio. No hay ningún sueño de juicio. No hay ningún pecado contra Dios. Dios ni siquiera sabe que algo ha sucedido, porque no ha sucedido nada. Si no hay pecado contra Dios no hay culpabilidad. La culpabilidad solo proviene del pecado. Y no puede haber miedo, porque el miedo proviene de la culpabilidad. No habrá pecado en mi mente que tenga que negar ni defenderme contra él. Y si no tengo que negarlo ni defenderme contra él no necesito un mundo, porque el único valor del mundo es que sirve como un escondite donde pueda protegerse mi culpabilidad.

Entonces Jesús dice:
🔹️(4:3-5) Criatura de Dios, la luz aún se encuentra dentro de ti. No estás sino soñando, y los ídolos son los juguetes con los que sueñas que juegas. ¿Quiénes, sino los niños, tienen necesidad de juguetes?

Este es solo uno de varios lugares (por ejemplo, T-11.VIII.7:1; T-12.II.4:6) donde Jesús se dirige a nosotros como niños. No es muy favorable su impresión de nuestra madurez; y describe el mundo entero de odio, crueldad, asesinato y especialismo como un juego de niños (por ejemplo, W-pI.153.7-8). Eso sin duda lo pone todo en un contexto totalmente diferente. Pensamos que son muy serios nuestros problemas y los de nuestros allegados, así como los del mundo en general. Y dentro del sueño, en efecto, son muy serios.

Pero cuando colocamos el sueño frente a la realidad, nos damos cuenta de lo trivial que es todo. Dentro del sueño no es trivial, así como en una pesadilla nocturna lo que transcurre en nuestras mentes no parece trivial. Solo cuando despertamos nos damos cuenta de que todo ha sido invención nuestra. Únicamente es trivial cuando lo miramos desde la perspectiva del Amor de Dios. Así que mi ansiedad e inquietud, mi temor, terror y culpa provienen de no mirar el sueño en el contexto del Amor de Dios y no provienen de nada de lo que creo que está sucediendo en mi vida.

Todo el propósito del Curso es ayudarnos a entender esto. Si me he alterado no es por lo que me estás haciendo. Me siento culpable porque una vez más he soltado la mano de Jesús o del Espíritu Santo y me siento solo. Y en mi soledad me aterra que la ira de Dios descienda sobre mí y me castigue por lo que he hecho. Por eso estoy molesto. No tiene nada que ver con algo que tú ni nadie más en el mundo diga ni con nada de lo que esté sucediendo. Es un error confundir el Curso con otros sistemas espirituales que enseñan que el Espíritu Santo interviene en el mundo. Si lo hiciera, Él se estaría dejando engatusar por el mismo ardid del ego que nosotros. El Espíritu Santo o Jesús permanecen dentro de nuestras mentes como un faro de luz que simplemente irradia su amor, recordándonos que podríamos elegir la luz de ese amor en lugar de la oscuridad del ego.

Toda la paz, el consuelo y la dicha que deseamos se encuentra en ese amor. Todo lo demás que estamos haciendo es como un juego de niños. Cuando los niños juegan — «a fantasear», como a veces se dice— lo que hacen no es real. En su momento, puede que les parezca real a ellos, pero el adulto que los está observando se da cuenta de que no es real. Jesús es el adulto que está contemplando nuestro pequeño espacio de juego con todos los soldaditos. Un grupo de soldados está acabando literal o simbólicamente con otro grupo. Pensamos que es serio, pero Jesús nos dice que no lo es. Por eso nos llama niños. Como tales, no entendemos la diferencia entre la apariencia y la realidad. Todos caemos en la trampa de pensar que es muy importante lo que hacemos y lo que decimos, el lugar donde vivimos, lo que acontece en el mundo, etc. Somos unos niños que solo vemos el mundo a través de la lente miope de nuestra percepción muy limitada.

Así que, de nuevo:
🔹️(4:5-7) ¿Quiénes, sino los niños, tienen necesidad de juguetes? Los niños juegan a gobernar el mundo, y les otorgan a sus juguetes el poder de moverse, hablar, pensar, sentir y comunicarse por ellos. Sin embargo, todo lo que los juguetes parecen hacer tiene lugar en las mentes de los que juegan con ellos.

Una de las modalidades de psicoterapia para niños es la terapia de juego, donde el niño recibe muñecas y otras figuras para que representen lo que está dentro de su mente y que él no puede verbalizar. El niño da realidad a las figuras proyectando sobre ellas problemas irresueltos con los padres, con los hermanos y consigo mismo. Lo que el niño está haciendo no tiene nada que ver con las figuras en sí. El chiquillo hace que las figuras representen los pensamientos dentro de su mente. Pues bien, eso es exactamente lo que es este mundo. Y nos tomamos muy en serio lo que parece suceder en el mundo que creemos que está ahí fuera, para que no tengamos que entrar en contacto con el mundo de juicio en nuestro interior.

Así que una parte esencial del proceso de Un curso de milagros es desarrollar una relación con Jesús o el Espíritu Santo. Si ninguno de esos dos nombres les funciona sustitúyanlos con cualquier otro símbolo que les refleje una presencia amorosa, exenta de ego, que esté dentro de ustedes mas no provenga de ustedes. Una relación personal con Jesús o el Espíritu Santo les permite comenzar a separarse del yo y del mundo que parece estar fuera de ese yo. Ese proceso nos permite mirar lo que está sucediendo y darnos cuenta de que solo es un juego de niños. Dentro del juego parece muy real y muy potente, pero eso no significa que deje de ser simplemente un juego de niños.

Y de nuevo:
🔹️(4:7-8) Sin embargo, todo lo que los juguetes parecen hacer tiene lugar en las mentes de los que juegan con ellos. No obstante, ansían olvidarse de que ellos mismos son los autores del sueño en el que los juguetes son reales, y no quieren reconocer que los deseos de estos son en realidad los suyos propios.

Los niños se involucran mucho y se identifican con sus juegos de fantasear, al olvidar que todo es inventado. Pero eso es exactamente lo que todos hacemos. Nos conducimos como niños. Es risible pensar que somos adultos. Físicamente puede que lo seamos, pero ciertamente no somos adultos desde un punto de vista espiritual. Inventamos todo esto y luego olvidamos que lo hemos inventado. Si nos hallamos alterándonos por un reportaje en el noticiero o por algo en nuestros mundos personales, como estudiantes de este curso desde luego no queremos combatir ni negar lo que estamos sintiendo. Debemos dar un paso atrás y mirarlo con Jesús o el Espíritu Santo, observar cómo nos estamos alterando por algo que creemos que está fuera de nosotros.

Ahora bien, de nuevo, no estamos hablando simplemente de lo que los ojos ven. Estamos hablando de observar nuestra reacción ante lo que ven —nuestra interpretación de lo que los ojos contemplan— y darnos cuenta de que lo que estamos viendo fuera y creemos que es real y tiene un efecto en nosotros no es más que una proyección de un pensamiento que no queremos mirar en nosotros mismos. Eso es todo lo que tenemos que hacer. No tenemos que combatir el pensamiento ni tratar de cambiarlo. Simplemente tenemos que mirarlo, pero con honestidad. Y la honestidad dice que si estoy sintiendo algo —si me siento enojado, alterado, temeroso, culpable o con dolor— no se debe a algo fuera de mi mente. Es por una decisión que mi mente ha tomado de verme una vez más como separado del Amor de Dios. Y lo que estoy sintiendo es el efecto de esa decisión: la culpa, el miedo, el sufrimiento y el dolor, que automáticamente provienen de creer que he pecado. Eso es lo único que tengo que hacer. Solamente debo darme cuenta de que esto no es lo que pensé que era.

Parte V (5/7)
Ahora pasaremos al párrafo 7 de «La visión de la impecabilidad» (T-20.VIII).

📘(7:1) Los juicios no son sino juguetes, caprichos, instrumentos insensatos para jugar al juego fútil de la muerte en tu imaginación.
 
Todo este mundo es parte de nuestra imaginación. No tiene fundamento en la realidad. Tengamos en cuenta que cuando emitimos el juicio original, pensamos que era cualquier cosa menos un juguete. Creímos que era muy serio. Fue un juicio que decía que nos volvimos en contra de Dios y le robamos, que destruimos a Dios, a Cristo y a la Unidad del Cielo. ¡Eso no parece un juguete! Estamos diciendo que nuestra mente es extremadamente poderosa. Mira lo que logró: lo imposible. Ese es el juicio original y se expresa una y otra vez en todo lo que transcurre en el mundo, sin excepción. Todo parece tan pesado, tan importante, tan real, tan valioso, tan perverso y destructivo y maravilloso, etc. Y todo procede del juicio original: le hice algo terrible a Dios. Y el otro lado es: «Pero ¿no es maravilloso? Ahora tengo mi propia individualidad; soy único y soy importante». Por supuesto que le robé todo eso a Dios, lo que significa que oculto bajo esa sensación de asombro y dicha está el terror. No obstante, la verdad es que todo es un juguete. No pasó nada. Tan solo pensé que le había robado algo a Dios. Tan solo pensé que lo había destruido. Tan solo pensé que había destruido a Jesús en la cruz. No sucedió nada. Todo fue pura invención.
 
🔹️(7:2) La visión, en cambio, enmienda todas las cosas y las pone dulcemente bajo el tierno dominio de las leyes del Cielo.

La visión ocurre cuando, acompañados de Jesús, miramos todos nuestros juicios terribles: los terribles juicios que emito sobre ti y los que emito sobre mí mismo, pues son un mismo juicio. Los miro con Jesús y digo: «Esto no es más que un juguete. No afecta el Amor de Cristo en ti ni en mí. No tiene ningún efecto sobre el amor de Jesús por mí». En otras palabras, no sucedió nada. Eso nos dice la visión.
 
🔹️(7:3-4) ¿Qué pasaría si reconocieras que este mundo es tan solo una alucinación? ¿O si realmente entendieras que fuiste tú quien lo inventó?

Estas palabras de Jesús deben entenderse de forma muy literal. Desde un punto de vista clínico, alucinar se refiere a ver, oír u oler algo que no está ahí. Jesús nos dice que el mundo entero es una alucinación; literalmente estamos viendo algo que no está ahí. El mundo es simplemente una proyección de un pensamiento en nuestra mente, que a su vez no está ahí. El mundo que percibimos y experimentamos es un mundo de separación, diferencias y juicio. Puesto que las ideas no abandonan su fuente en la mente, el mundo simplemente refleja el pensamiento de juicio, la percepción de diferencias en la mente. Pero ese pensamiento tampoco existe, porque en verdad nunca abandonamos la casa del Padre.
 
🔹️(7:5-7) ¿Y qué pasaría si te dieras cuenta de que los que parecen deambular por él [el mundo], para pecar y morir, atacar, asesinar y destruirse a sí mismos, son totalmente irreales? ¿Podrías tener fe en lo que ves, si aceptaras esto? ¿Y lo verías?
La respuesta por supuesto es que tenemos miedo de darnos cuenta de que este mundo es una alucinación, que es pura invención. Por lo tanto, no lo vemos de esa manera. Nos da miedo ver que es pura invención porque entonces el mundo aparentemente externo pierde todo valor como defensa. Si creo que el mundo es real, no tengo que mirar a mi mente. Si me doy cuenta de que el mundo es invención, entiendo que lo que estoy percibiendo afuera es una proyección de lo que está dentro de mi mente. Eso significa que debo mirar este terrible pensamiento de juicio que está dentro. Y eso no lo quiero hacer.
 
📘(8:1-2) Las alucinaciones desaparecen cuando se reconocen como lo que son. Esa es la cura y el remedio.
Este es realmente el quid del segundo paso del juicio y me gustaría dedicar unos minutos a comentarlo. Si reconozco que lo que percibo es pura invención pierde su valor como defensa, lo que significa que desaparece porque ya no lo necesito. La única razón de que el mundo siga existiendo para nosotros es la necesidad de que nos proteja de la culpabilidad del juicio original. Ese es el propósito del mundo. Si ahora me doy cuenta de que no hay mundo ahí fuera y que todo lo que estoy viendo es pura invención, he refutado el mito de la defensa, lo que significa que la defensa desaparece.
Así que «las alucinaciones desaparecen cuando se reconocen como lo que son». En otras palabras, tengo que mirarlas. Siempre volvemos a esto. Miro el hecho de que me estoy enojando, de que me estoy poniendo ansioso, de que estoy furioso, de que tengo un dolor insoportable, de que estoy en éxtasis, de que ansío con ganas la llegada de cierto acontecimiento maravilloso. No importa si es positivo o negativo; si tengo ganas de que algo suceda porque creo que me producirá placer, o si me da pavor algo que creo que me producirá dolor. Tan solo tengo que darme cuenta de que lo estoy inventando. No tengo que dejar de creer en ello ni dejar de temerlo ni dejar de emocionarme por ello. Simplemente tengo que saber lo que he hecho. Eso es lo único que se nos pide: «estar algo dispuestos». No se nos pide que soltemos el asunto por completo —estamos demasiado aterrorizados.
 
Es por eso que en el Curso con muy pocas excepciones (por ejemplo, T-5.II.3:10; M-17.8:4), Jesús nos pide que estemos algo dispuestos, es decir dispuestos a comenzar el proceso de dar un paso atrás y mirar, lo que automáticamente significa dar un paso atrás con Jesús; el ego nunca nos permitiría mirar al ego mismo sin juicio. Si estoy mirando a mi ego sin juicio, debo estar mirando con Jesús, lo que significa que miro a mi ego y digo: «Esto es lo que estoy haciendo. Me estoy resistiendo tercamente. Me estoy aferrando a esto porque el Amor de Dios me da miedo. Preferiría mucho más asesinarte a ti que dejarme asesinar por Dios. Preferiría darme gusto con todo mi especialismo que tener la paz de Dios». Al menos sé que eso es lo que estoy haciendo. No tengo que cambiarlo, porque si siento que tengo que cambiarlo, lo he hecho real. Si alguna vez crees que Jesús (o el Espíritu Santo) te está obligando a hacer algo, entonces no es Jesús. Es el Jesús de tu ego. Jesús nunca te obligaría a hacer nada porque sabe que no hay nada que deba hacerse. Todo lo que él hace, por su misma presencia en nuestras mentes, es recordarnos apaciblemente que podríamos mirar de manera diferente lo que está pasando. No tenemos que mirarlo de otra manera; tan solo reconocer que hay otra forma de mirar. Es posible que no elijamos hacerlo de inmediato, pero reconocer que hay otro modo es la sanación y el remedio.
 
🔹️(8:3) No creas en ellas [las alucinaciones], y desaparecen.
Este es un proceso. Puede que intelectualmente crea que estas son alucinaciones, pero una parte de mí aún se aferra a ellas. Así que miro eso y me doy cuenta de que entiendo que todo esto es pura invención. Entiendo que nunca estoy molesto por la razón que creo. Sin embargo, todavía quiero aferrarme a este especialismo, a este agravio, a esta depresión y al dolor, porque más miedo me da lo que estos ocultan: el Amor y la paz de Dios. Eso es lo que me da miedo, pero al menos ahora lo sé.
He aquí la siguiente línea muy importante:
 
🔹️(8:4) Lo único que necesitas reconocer es que tú hiciste esto.
Jesús no dice que lo único que necesitas hacer es renunciar a esto, o cambiarlo, o combatirlo, o luchar contra ello. Dice: «Lo único que necesitas reconocer es que tú hiciste esto».
 
🔹️(8:5-6) Una vez que aceptas este simple hecho y recuperas el poder que les habías otorgado, te liberas de ellas. Pero de esto no hay duda: las alucinaciones tienen un propósito, mas cuando dejan de tenerlo, desaparecen.

El propósito de las alucinaciones es protegerme del Amor de Dios. Pero si puedo comenzar a saber que el amor de Jesús está plenamente presente dentro de mí, a pesar de que todavía le tengo miedo, y que mi único problema es que sigo rechazándolo, entonces ya no necesito una defensa contra esto. Ya no tengo que creer que el problema es externo a mí, porque ahora sé que el problema es interno. Tal vez todavía me dé miedo la solución. Tal vez todavía me dé miedo el amor, pero ahora al menos entiendo a qué le tengo miedo. No te tengo miedo a ti. No tengo miedo de envejecer y morir. No tengo miedo de no tener suficiente dinero. No tengo miedo de contraer el SIDA. No tengo miedo de que estalle otra guerra. No tengo miedo de una recesión. Tengo miedo del Amor de Dios, y no le pongo otro nombre a mi miedo. Ahora sé lo que es. Puede que aún decida mantener alejado a Jesús, pero al menos ahora sé lo que estoy haciendo.
 
🔹️(8:7) La pregunta, por lo tanto, no es nunca si las deseas o no, sino si deseas el propósito que apoyan. Esto es extremadamente importante. El problema nunca son todos los ídolos, todas las formas que adopta la alucinación. El problema es que deseo el propósito que apoyan. Quiero mantener alejado de mí el Amor de Dios. A eso le tengo miedo porque en presencia del Amor de Dios desapareceré como un individuo separado. De nuevo, no desaparecemos de golpe: «No temas que se te vaya a elevar y arrojar abruptamente a la realidad» (T-16.VI.8:1). 

Antes de que yo desaparezca del todo, lo que desaparece es mi ansiedad, mi culpa, mi depresión, mi dolor, etc., todas las cosas negativas que estoy sintiendo. Y lo que ocupa su lugar es el Amor y la paz de Dios, que experimento dentro del yo separado que creo ser. Pero ahora al menos conozco la diferencia entre la realidad y la ilusión. Eso significa que empiezo a madurar. Ya no estoy en pañales.
En eso consiste este paso del proceso: simplemente entiendo el verdadero problema y lo llamo por su debido nombre. El problema no es nada externo. Su debido nombre es mi miedo al Amor de Dios. Ahora soy consciente de cómo he utilizado el mundo y a todas las personas en mi mundo personal, así como todo mi especialismo, para resistir y defenderme de este Amor. Si puedo comenzar a mirar con Jesús a mi lado lo que he estado haciendo, empiezo a entender que el amor no me condena ni me castiga. Si puedo comenzar a tener la experiencia de mirar cuán odioso he sido para con Jesús y, por lo tanto, con todos los demás, y si puedo mirar eso con el amor de él a mi lado —un amor que no me juzga por el odio—, puede que comience a entender que «los juicios no son sino juguetes, caprichos». No son la realidad. Por eso es importante mirar con Jesús o con el Espíritu Santo.
 
🔹️(8:8-10) Este mundo parece tener muchos propósitos, todos ellos diferentes entre sí y con diferentes valores. Sin embargo, son todos el mismo. Una vez más, no hay grados, sino solo una aparente jerarquía de valores.
Todo en el mundo tiene el único propósito de servir para mantener alejado el Amor de Dios; en eso no hay grados.

Parte VI (6/7)
Retomemos ahora «El sueño de perdón», comenzando con el párrafo 5.

📘(5:1-5) Las pesadillas son sueños pueriles. En ellos los juguetes se han vuelto contra el niño que pensó haberles otorgado realidad. Mas ¿tiene acaso un sueño el poder de atacar? ¿Podría un juguete volverse enorme y peligroso, feroz y salvaje? Esto es lo que el niño cree, pues tiene miedo de sus pensamientos y se los atribuye a los juguetes.
 
Aquí, como en otros lugares del Curso, Jesús habla específicamente de lo que hacen los niños, pero luego toma ese ejemplo y lo generaliza a todos nosotros. Un niño siente mucha culpa y miedo. Si a un niño dormido de repente lo despierta un sonido fuera de la ventana, tal vez piense que es un hombre malo que va a lastimarlo o matarlo, pero no es más que el crujido del viento entre los árboles. No obstante, los pensamientos de culpa y miedo alojados en el niño ahora tienen una realidad fuera de él, porque primero los hizo reales dentro de sí. Primero cree que es culpable y temeroso, lo que significa que cree que merece ser castigado. Luego proyecta eso y toma un estímulo neutro —el viento que cruje entre los árboles— y lo traduce en un hombre que va a irrumpir en su habitación y matarlo. Sin embargo, esto es exactamente lo que todos hacemos. El niño «tiene miedo de sus pensamientos y se los atribuye mejor a los juguetes». Creemos que somos un pensamiento temeroso, el pensamiento que mató a Dios. Ahora bien, no tenemos que entrar en contacto con ese pensamiento ontológico original de destruir a Dios porque, siempre estamos en contacto con él en varias formas concretas. Cada vez que tengo un pensamiento negativo acerca de mí mismo, en cualquier nivel, es una expresión de la culpabilidad original. Cualquier temor o ansiedad que atribuyo a algo fuera de mí proviene del miedo original de que Dios me castigue. Y ese pensamiento proviene de la idea de haber hecho real y poderoso el pensamiento de separación, el pensamiento de juicio original. Una vez que fabricamos el pensamiento y le damos una realidad, lo proyectamos sobre el mundo.
 
🔸️(5:6) Y la realidad de estos [la realidad de los juguetes] se convierte en la suya propia porque parecen salvarlo de sus pensamientos.
 
Los juguetes serían cualquier cosa del mundo a la que le damos importancia. Aquí volvemos al propósito de todos los ídolos: el especialismo. Parece que tengo miedo de algo externo. En realidad, me encanta que algo externo me atemorice, porque preferiría mil veces lidiar con el miedo a algo que está fuera de mí que lidiar con el miedo que le tengo a Dios dentro de mí. Siempre, al parecer, hay algo que pueda hacer con mi temor de algo fuera de mí, pero no hay nada que pueda hacer para escapar de la presencia iracunda, vengativa y maníaca de Dios dentro de mí. Así es que negamos el miedo interior y lo ponemos fuera de nosotros. De nuevo, ese es el propósito de los juguetes externos: parecen salvarnos del pensamiento interior. Preferiría odiarte y creer que estás tramando contra mí que entrar en contacto con el horror subyacente de que Dios está tramando contra mí.
 
🔸️(5:7) Sin embargo, los juguetes mantienen sus pensamientos vivos y reales, pero él los ve fuera de sí mismo, desde donde pueden volverse contra él puesto que los traicionó.

Esta es la misma idea que se expresa anteriormente en la sección del texto, «Los dos cuadros», con el enunciado importante: «las defensas hacen lo que defenderían» (T-17.IV.7:1). El propósito de cualquier defensa es protegernos de nuestro miedo, de lo que nos esté dando miedo. Pero cuanto más creemos que necesitamos una defensa, nos identificamos con ella e invertimos en ella, tanto más estamos diciendo que algo dentro de nosotros es vulnerable y merece castigo. Así que «las defensas hacen lo que defenderían». Se supone que nos protegen de nuestro miedo, pero en lugar de eso, nos infunden aún más miedo. Esta línea expresa el mismo principio.
 
Cuanto más crea yo que hay cosas fuera de mí que pueden darme placer o dolor, más realidad otorgaré a los pensamientos que les dieron origen. La única razón por la que necesito los ídolos externos —ídolos de placer o ídolos de dolor— es para protegerme del pensamiento de juicio. El hecho de que tengo estos ídolos fuera de mí me dice que tengo un pensamiento de juicio que estoy protegiendo. Y veo que los ídolos fuera de mí se vuelven contra mí para castigarme por la traición que creo haberles hecho. En lo más profundo de mí, creo que yo soy un asesino. Mi existencia misma aquí como un individuo separado dice que maté a Dios. Y no solo maté a Dios, sino que tomé ese pensamiento de asesinato, lo desgajé, lo fragmenté y ahora creo que voy a acabar con todos los demás. Así funciona el especialismo. Yo quiero mi compañero especial, mi amor especial, mi objeto especial y mataré a cualquiera que se interponga en mi camino. Por supuesto todo el mundo se interpone en mi camino porque todos quieren el mismo especialismo que yo. Así que siempre me encuentro en estado de guerra. Este mundo es un campo donde se libra una batalla perpetua de especialismo. Creo que todos me van a hacer lo que secretamente creo que yo les hice. En secreto creo que yo soy el asesino; pero ahora lo proyecto y creo que todos los demás me van a matar.
 
🔸️(5:8) El niño cree que necesita los juguetes para poder escapar de sus pensamientos porque cree que sus pensamientos son reales.
 
Cada uno de nosotros es el niño, pensando que necesitamos estos ídolos de especialismo. Pensamos que nuestros pensamientos son reales y tenemos que escapar de ellos. Y ese es el propósito del mundo. Sabemos que todavía somos un esclavo de nuestro especialismo; basta percatarnos del interés invertido en ciertas cosas del mundo. Sin embargo, no se trata de negar todos nuestros juicios y nuestro especialismo. Más bien queremos mirarlos. Jesús no está pidiendo que nadie se desprenda de su codicia y sus ídolos de especialismo: de los amigos y de todas las cosas externas que creemos necesitar. Solo se nos pide que los miremos como lo que son.
 
Por supuesto que nos aterra hacer incluso eso. Así es que todos malentienden lo que dice el Curso, a pesar de que realmente es muy claro. Sabemos en cierto nivel que, si de verdad miramos nuestro especialismo con Jesús a lado, él no nos lo quitará —nosotros lo soltaremos. La parte de nosotros que todavía se identifica con el especialismo no quiere dejarlo ir. Si mirar las diversas formas de nuestro especialismo constituye la manera de soltarlas, entonces es obvio: si deseas conservarlas ¡no las mires! Y si el único papel del Espíritu Santo es mirar nuestro especialismo con nosotros, entonces para negarle ese papel, simplemente tenemos que creer que Él hace cosas por nosotros en el mundo. Es por eso que la gente malinterpreta las enseñanzas del Curso y tiene un interés tan desquiciado en creer que el Espíritu Santo hace cosas por ellos en el mundo. Si nos diéramos cuenta de que Su propósito no es darnos sitios para aparcar ni curar nuestros cuerpos ni buscarnos nuevos amantes ni conseguirnos mil dólares, sino más bien estar dentro de nuestras mentes para que podamos unirnos a Él y mirar nuestro ego, entonces toda la culpabilidad y el especialismo desaparecerían. Por consiguiente, para que no desaparezcan decimos: «No, eso no es lo que el Espíritu Santo hace. Él hace cosas en el mundo».
 
🔸️(5:9) Y así, convierte todo en un juguete para hacer que su mundo siga siendo algo externo a él, y pretender que él no es más que una parte de ese mundo.
 
Un niño sentado a solas, con el más mínimo ingenio, puede convertir cualquier cosa en un juego. Simplemente toma algo y comienza a jugar con él, lo que significa que le proyecta un significado. Y eso es lo que todos hacemos. Convertimos todo en un ídolo de especialismo. El Libro de ejercicios dice: «siempre es posible encontrar otra» (W-pI.170.8:7). Si esta forma no funciona, encontraré otra y si no otra: cualquier cosa que ocupe mi mente y la distraiga de donde en realidad están el problema y la respuesta: en mi mente. Todos creemos que el mundo está fuera de nosotros y jugamos dentro de él. Me introduzco en el mundo, juego con él mientras estoy aquí, lo abandono cuando muero, y aquí se queda para que el próximo niño se introduzca en él y se ponga a jugar.
 
📘(6:1) Llega un momento en que la infancia debería dejarse atrás para siempre.
Esta línea se tomó de una afirmación de San Pablo (1 Corintios 13:11). Jesús está diciendo: «Ya no tienes que seguir siendo un niño. Toma mi mano y déjame enseñarte a mirar el mundo como te digo que es. Si me dejas mostrarte cómo mirar a tu ego —como algo que no es de temerse—, poco a poco irás madurando hasta llegar a parecerte a mí». Un niño aprende a crecer identificándose con los adultos. Decimos que, si un niño no tiene buenos modelos, ese niño no madurará bien. La idea es encontrar un modelo que nos ayude a convertirnos en adultos maduros.
 
Así que Jesús nos está diciendo: «Yo soy ese modelo para ti. Toma mi mano, déjame enseñarte y crece conmigo. Te ayudaré a madurar. Te ayudaré a mirar todo en tu mundo como parte del juego de un niño, a pesar de que parezca tan real y terrible. Si crees que es tan real y terrible, es porque has soltado mi mano y no estás aprendiendo de mí. Estás creyendo que tú ya sabes sin mi ayuda». Esa es la arrogancia del ego. Creemos que entendemos lo que está pasando. La verdad es que no entendemos nada.
He aquí alguien que nos ha dado un libro y permanece para enseñarnos, para ayudarnos a aprender. Queremos ser conscientes de que cada vez que convertimos algo en la gran cosa, hemos vuelto a soltarle la mano. Jesús nunca nos diría que algo es la gran cosa. Ni siquiera piensa que él sea la gran cosa. Solo Dios es la gran cosa. Pero, como Él es lo único disponible en este lugar, ni siquiera Él es la gran cosa, porque la palabra «gran» implica un contraste. Nada en este mundo es la gran cosa. Así que cuandoquiera que sientan la tentación de emitir semejante juicio, sepan que han olvidado quién es su maestro. Y no es que realmente hayan olvidado quién es —lo han rechazado porque tienen demasiado miedo.
 
🔸️(6:2-4) No sigas aferrándote a los juguetes de la niñez. Deséchalos, pues ya no tienes necesidad de ellos. El sueño de juicios no es más que un juego de niños, en el que el niño se convierte en un padre poderoso, pero con la limitada sabiduría de un niño.
 
Esto describe lo que creemos que hemos hecho con Dios; creemos que ahora somos el padre. En muchas obras de la literatura del mundo se ensalza la gran sabiduría de un niño. Pero ese no es el parecer de Jesús. No le entusiasman mucho los niños. Cree que no entienden nada. Por eso utiliza esto como una imagen. Los niños no son puros ni inocentes. Son tontos: con poca sabiduría. Y eso es lo que él dice de nosotros; no es que seamos malvados o pecaminosos, simplemente no entendemos. Nuestra arrogancia radica en pensar que sí.
 
🔸️(6:5) Lo que le hiere es destruido; lo que le ayuda, bendecido.
 
En pocas palabras, esto constituye el amor especial y el odio especial. Cualquier cosa que creamos que nos lastima, que por supuesto es una proyección de nuestra propia necesidad de lastimar, lo destruimos —física o verbalmente o dentro de nuestras mentes; o lo hacemos tramando con la gente contra otros. Lo que creemos que nos ayuda —en otras palabras, que ayuda a nuestro ego— sentimos que es bendecido. Eso es el amor especial.
 
🔸️(6:6) Excepto que juzga con el criterio de un niño que no sabe distinguir entre lo que le hace daño y lo que le sanaría.
 
Este es otro punto importante en el Curso. Una y otra vez Jesús trata de convencernos de que no entendemos nada. Confundimos el dolor y la alegría, nos dice (T-7.X). Confundimos el aprisionamiento y la libertad (T-8.II); y los avances con los retrocesos (T-18.V.1:6). No entendemos nada. No sabemos lo que más nos conviene (W-pI.24). Lo que creemos que nos ayudará —darnos gusto con nuestro especialismo— realmente nos lastimará. Y pensamos que no conseguir lo que queremos nos lastimará, pero eso realmente nos ayudará.
 
🔸️(6:7) Cosas adversas parecen acontecerle, y tiene miedo del caos que ve en un mundo que cree gobernado por las leyes que él mismo promulgó.
 
Las cosas malas parecen acontecer, y olvidamos que somos nosotros quienes lo inventamos todo. En realidad, no está aconteciendo nada.

Parte VII (7/7)
«El sueño de perdón» (T-29.IX) (CONCLUSIÓN)
 
Estamos preparados para el tercer paso del juicio, pero permítanme resumir brevemente antes de seguir adelante. El primero tipo de juicio es el sueño de juicio del ego, que siempre está basado en las diferencias y el ataque. El segundo juicio es poder mirar ese primer juicio sin juzgarlo, ser capaces de mirar toda la fealdad de nuestros egos —la crueldad, la falta de bondad, el odio, el asesinato y el canibalismo— y luego decir: «esto es simplemente un juguete». Mirarlo implica entender el propósito que cumplen estos sueños de juicio. Tenemos pensamientos poco bondadosos, críticos y odiosos porque nos aterra el Amor de Dios. La presencia de Jesús en nuestras mentes es lo que nos está volviendo locos y, para defendernos de esa presencia amorosa, inventamos ídolos de especialismo, y entonces nos sentimos incluso más culpables. Por lo tanto, en esta segunda forma de juicio, que realmente es mirar el juicio del ego, nos damos cuenta de que el juicio es un juguete con el que juega la mente de un niño. Juzgamos porque tenemos miedo del verdadero pensamiento de amor dentro de nosotros. Sustituimos ese pensamiento de amor real por el pensamiento de la culpa y el pensamiento del juicio, y luego lo proyectamos y lo vemos en los demás.
 
Solo necesitamos mirar ese proceso, no con el objetivo de cambiarlo, sino simplemente con el objetivo de mirarlo a través de la visión de Cristo. Al mirarlo a través de la mirada de Jesús, nos damos cuenta de que este es simplemente un tonto juego de niños que hemos hecho porque tenemos miedo del pensamiento de odio en nuestras mentes. Pero ese pensamiento de odio es una defensa contra el pensamiento de amor, lo que significa que no somos unos pecadores despreciables; simplemente estamos atemorizados. Tenemos miedo del amor de Jesús. Mas eso es todo lo que tenemos que hacer. Una vez que lo hagamos por completo y sin ninguna reserva nos encontraremos en el mundo real, que es lo que ahora comentaremos conforme continuamos con «El sueño de perdón».
 
En el mundo real miro sin culpa toda mi culpabilidad y miro sin odio todo mi odio, lo que significa que la culpabilidad y el odio desaparecerán. Si miro la culpabilidad y el odio con Jesús a mi lado y dejo de juzgarme por haberlo rechazado, traicionado y abandonado a él, mi única realidad será su presencia unida a la mía, mi presencia unida a la suya. Y desde ese amor conjunto contemplaré un mundo diferente. No será un mundo que haya cambiado físicamente, sino un mundo que veré de forma diferente porque yo habré cambiado. Ahora contemplaré lo que el Curso llama el mundo real, que no tiene nada que ver con lo que parece ser externo. Es simplemente el juicio que emito con respecto a mí mismo, que dice que no he hecho nada malo. Como Jesús dice antes en el Curso: «Hijo de Dios, no has pecado, pero sí has estado muy equivocado» (T-10.V.6:1). 

Y entonces me doy cuenta de que no he hecho nada pecaminoso. Simplemente he cometido un error y ese error es creer que podría estar separado de Dios. Ahora me doy cuenta de que no estoy separado. Y uniéndome a Jesús, la verdad de esa comprensión se hace realidad para mí. Desde esa presencia de amor dentro de mí, ahora miro al mundo y todo lo que veo son expresiones de amor o peticiones de amor. Solo hay amor dentro de mí, así es que eso es lo único que puedo ver fuera de mí.

📘(T-29.IX.6:8-9) El mundo real, no obstante, no se ve afectado por el mundo que él cree real ni sus leyes han cambiado porque él no las entienda.
 
Mi incapacidad para entender lo que es el amor no cambia el amor. Mis ataques contra el amor no cambian el amor. El amor simplemente espera con paciencia dentro de mi mente hasta que yo regrese a él .
 
📘(7:1) El mundo real es también un sueño.
 
Por eso este tercer paso de juicio no es el último. El cuarto y último paso es la finalización total del sueño. En el mundo real todavía estamos dentro del sueño, pero somos plenamente conscientes de que es un sueño. ¿Y cómo podríamos enojarnos con el sueño de otra persona? No nos enojamos con algo que sabemos que no es real. Solo nos enojamos con algo que creemos que tiene el poder de afectarnos. Por eso Jesús no se enojó al final de su vida ni sentía miedo ni culpabilidad ni, sobre todo, dolor. Él sabía que no le pasaba nada. Sabía que él no era su cuerpo.
 
🔸️(7:1-3) El mundo real es también un sueño. Excepto que en él los personajes han cambiado y no se ven como ídolos traicioneros.
 
Esto no significa que las figuras cambien físicamente. Cambian en cuanto a lo que representan. Así pues, solo te veo como un enemigo porque me he visto primero a mí mismo como enemigo: creo que soy el que ha traicionado y destruido el Amor de Dios. Pero si ahora siento el amor de Jesús dentro de mí, ya no me veré a mí mismo como un enemigo. Si siento su amor dentro de mí, sé que no he matado el amor. Y si no lo he matado, no hay pecado, no hay culpabilidad y no hay necesidad de protegerme proyectando la culpa fuera de mi mente. Así que ahora miro a la misma persona que está hincando un clavo en mi cuerpo, pero ya no veo que esté traicionándome. La veo como un hermano en Cristo, que tiene miedo. Y en la demencia del miedo, cree que se pone a salvo destruyéndome a mí. Así es como Jesús percibía.
 
🔸️(7:4) El mundo real es un sueño en el que no se usa a nadie para que sea el sustituto de otra cosa ni tampoco se le interpone entre los pensamientos que la mente concibe y lo que ve.

Ya no necesito que seas una defensa contra estos pensamientos de juicio en mi mente ni que te coloques entre mí y la venganza de Dios. Al proyectar mi culpa y juzgarte, mi ego espera que cuando Dios venga en busca del pecador que le ha robado, no vea al pecador en mí, sino en ti. Así que estoy a salvo porque ahora Dios te va a pillar a ti en lugar de pillarme a mí. Pero una vez que mi culpabilidad ha desaparecido ya no necesito esa defensa.
 
🔸️(7:5) No se usa a nadie para lo que no es, pues las cosas infantiles hace mucho que se dejaron atrás. Te estoy utilizando como parte de mi sueño, negando así Quién eres como Cristo. 

Estoy negando tu realidad porque te veo como lo que quiero que seas. Al negar primero mi realidad como Cristo y verme a mí mismo como un ego pecaminoso y culpable, debo negar tu realidad como Cristo y verte a ti como un ego pecaminoso y culpable. La forma en que me veo automáticamente se convierte en la forma en que te veo a ti; no puede ser de otra manera. El único valor del mundo es que me muestra que lo que veo al exterior es una proyección de lo que está dentro. Si quiero saber de quién es la mano que he tomado —la de Jesús o la del ego— solo tengo que monitorear cómo estoy experimentando el mundo. Y si algo en el mundo perturba mi paz o me trae paz, sé que he soltado la mano de Jesús y he tomado la del ego.
 
🔸️(7:6) Y lo que una vez fue un sueño de juicios se ha convertido ahora en un sueño donde todo es dicha porque ese es su propósito.
 
Esto no significa necesariamente que el mundo cambie. No estamos hablando de un cambio externo. El mundo exterior de Jesús ciertamente no dio un giro favorable al final. Estamos hablando del propósito que damos al mundo: cambiar del juicio y la culpabilidad a la dicha y la paz. Nuestra percepción del mundo necesariamente cambiará en consecuencia, es inevitable.
 
🔸️(7:7) Ahí solo pueden tener lugar sueños de perdón, pues el tiempo está a punto de finalizar.

El tiempo no ha terminado por completo porque no estamos al final de la ilusión; pero estamos al final del uso de la ilusión por parte del ego. Así es que también estamos al final de toda ansiedad, miedo y dolor.
 
🔸️(7:8) Y las figuras que entran a formar parte del sueño se perciben ahora como hermanos, no en juicios, sino en amor.
 
De nuevo, no cambia nada externo. Solo lo que es interno cambia. Y debido a que mi mente cambia, identificada ahora con el amor de Jesús en lugar del odio del ego, automáticamente veré a todos bañados en ese amor. Pero como sigo formando parte del mundo de los sueños y de la mente dividida, me daré cuenta de que dentro de la mente todo es un pensamiento de amor o un pensamiento de miedo. Así, pues, reconoceré que cualquier acción tuya que parezca un ataque falto de amor proviene del miedo y no es realmente un ataque. En otras palabras, dentro de la mente dividida solo hay pensamientos de miedo y pensamientos de amor. El ego interpreta los pensamientos de miedo como pensamientos de especialismo, ataque, asesinato y canibalismo. Pero en mi mente correcta yo los percibo todos como meras expresiones de miedo. Y el miedo es realmente el miedo al Amor de Dios, que ha sido negado por el sistema de pensamiento de separación y culpabilidad del ego. Entonces eso es todo lo que estoy viendo. Puede que las imágenes, las formas del sueño, sean exactamente las mismas, pero el significado es completamente diferente.
 
📘(8:1-2) No es necesario que los sueños de perdón sean de larga duración. No se concibieron para separar a la mente de sus pensamientos…
 
Esta es la corrección de la aseveración del ego de que las ideas abandonan su fuente (T-26.VII.12; W-pI.167.4), que puedo tener un pensamiento separado de mi mente, que luego podría proyectar fuera de mi mente. En el mundo real, a través del perdón, me doy cuenta de que todo es uno. Y finalmente entiendo que ni siquiera Jesús está separado de mí. Tanto Jesús como yo somos pensamientos que formamos parte del mismo amor. En mi mente, nada está separado.
 
🔸️(8:3) … ni intentan [ los sueños de perdón] probar que el sueño lo está soñando otro.
Eso es lo que el ego siempre intenta probar: no es mi sueño de juicio ni mi sueño de traición. ¡Es tu sueño de juicio y traición!
 
🔸️(8:4-6) En ellos se puede oír una melodía que todos recuerdan, si bien no lo han oído desde antes de los orígenes del tiempo. 

El perdón, una vez que es total, hace que la atemporalidad esté tan cerca que entonces se puede oír el himno del Cielo, no con los oídos, sino con la santidad que nunca se ausentó del altar que se encuentra eternamente en lo más profundo del Hijo de Dios. Y cuando este vuelve a oír este himno, se da cuenta de que nunca había dejado de escucharlo.
 
Esto es lo que se llama el canto de la oración en el folleto del mismo nombre (S-3. IV.1:10), y lo que en la hermosa sección al comienzo del capítulo 21 se conoce como la canción olvidada (T-21.I), la canción siempre presente en nuestras mentes. No es una canción que se escucha con los oídos. Jesús está hablando metafóricamente acerca de la experiencia de la unión del Amor de Dios con Cristo.
 
🔸️(8:7) ¿Y adónde va a parar el tiempo, una vez que se han abandonado los sueños de juicios?
 
Esta afirmación deja muy clara la razón por la que vivimos en el mundo como lo hacemos: no queremos recordar la canción. Para recordar esa canción, debemos estar dispuestos a olvidar la canción del ego. ¿Y cuál es la canción del ego? Que yo existo como una persona separada, que tengo lo que le robé a Dios (la cuarta ley del caos [T-23.II.9]), pero que alguien más es responsable de ello. No queremos renunciar a nuestro especialismo, a nuestra singularidad, a nuestra individualidad. La gente elogia el maravilloso mundo de las diferencias que Dios ha creado. Todo el mundo es singularmente diferente; no hay dos objetos iguales: todos tenemos huellas dactilares diferentes; cada copo de nieve es único. ¡Y señalamos esto como prueba de que este es el mundo de Dios! Pero este es el mundo del ego. El mundo de Dios es la Unidad perfecta. ¡Este es un mundo de las diferencias perfectas! Esa es la canción del ego y no queremos renunciar a ella. Nos damos cuenta de que escuchar la canción del Cielo —que siempre se canta en nuestras mentes porque el Espíritu Santo la refleja— significa renunciar a la canción del especialismo y la individualidad del ego. Todos queremos conservar nuestro pastel, pero a la vez comérnoslo. Queremos ambas canciones, lo que no puede sino desvirtuar la verdad.
 
📘(9:1) Siempre que tienes miedo, de la clase que sea —y tienes miedo si no estás experimentando una profunda felicidad, certeza de que dispones de ayuda y una serena confianza de que el Cielo te acompaña— ten por seguro que has forjado un ídolo que crees que te va a traicionar.
 
Cuandoquiera que no sintamos un profundo contento, una certeza de que disponemos de ayuda y una serena confianza de que Dios siempre nos acompaña, hemos fabricado un ídolo del especialismo. Ese ídolo es lo que creemos que hemos hecho de nosotros mismos. Luego proyectamos el ídolo y creemos que ha de volver y nos va a traicionar.
 
🔸️(9:2) Pues bajo tus esperanzas de que el ídolo te salve, yace la culpa y el dolor de la autotraición y de la incertidumbre, tan profundos y amargos, que el sueño no puede ocultar completamente tu sensación de fracaso.
 
Los sentimientos de perdición, desesperación, temor y desesperanza que todos sentimos —y todos en este mundo los sentimos porque todos moriremos— realmente provienen de ese pensamiento dentro de cada uno de nosotros que dice: «Maté a Dios y eso es irrevocable. Nunca podré volver al lugar que abandoné». Por supuesto que nunca podré volver porque no quiero renunciar a lo que me impide volver: mi individualidad. El deseo secreto del ego, de nuevo, es conservar lo que robó, pero culpar a otra persona por ello.
 
🔸️(9:3) El resultado de tu autotraición tiene que ser el miedo, pues el miedo es un juicio que inevitablemente conduce a la frenética búsqueda de ídolos y de la muerte.
 
La autotraición es nuestra creencia de que hemos traicionado a Quien realmente somos como Cristo. Esa es la culpa que sentimos, que automáticamente conduce al miedo que proviene de juzgar que lo que hemos hecho es pecaminoso y está mal. Entonces debemos proyectar el pecado fuera de nuestras mentes y creer que hay algo ahí fuera, de lo cual ahora debemos escondernos. Así que el problema ya no está en nuestras mentes; está fuera de nosotros.
 
📘(10:1) Los sueños de perdón te recuerdan que estás a salvo y que no te has atacado a ti mismo.
 
Eso es lo que Jesús nos demostró y todavía nos enseña. El pensamiento de separación es irreal, nunca sucedió. Nunca ataqué a Dios. Nunca ataqué a Cristo. Nadie sufrió un ataque. Todo fue un sueño. Así que no hay culpa ni miedo de que me ataquen a cambio. Cuando nos sentimos en la presencia del Amor de Dios absolutamente nada puede hacernos daño ni afectarnos. Eso no significa que no respondamos a lo que sucede en el mundo, pero la respuesta vendrá del amor. No proviene del temor ni de intereses separados ni del interés propio.
 
🔸️(10:2) De esta manera, tus terrores infantiles desaparecen y los sueños se convierten en la señal de que has comenzado de nuevo y no de que has tratado una vez más de venerar ídolos y de perpetuar el ataque.
 
El siguiente capítulo se titula «El nuevo comienzo», así que esta línea es un anticipo de eso. Cuando comenzamos a perdonar, de repente nos damos cuenta de que hay esperanza, que finalmente hemos iniciado un nuevo comienzo. El propósito de Un curso de milagros es ayudarnos con este nuevo comienzo. El nuevo comienzo significa que ya no lucho contra mi ego. Simplemente doy un paso atrás, con Jesús a mi lado, y miro mis pensamientos del ego en acción sin justificarlos, racionalizarlos, espiritualizarlos, negarlos ni proyectarlos. Simplemente los miro y me doy cuenta de que: «Esto es lo que estoy haciendo. Y lo estoy haciendo porque tengo miedo del amor». Si puedo mirar mi miedo al amor con el amor a mi lado, estoy empezando a aprender que el amor ya no es mi enemigo. 

🔸️(10:3-4) Los sueños de perdón son benévolos con todo aquel que forma parte de ellos. Y así, liberan completamente al soñador de los sueños de miedo.
 
El perdón no es algo que hagamos externamente. Permítanme volver a citar la línea que mencioné antes: «El perdón... es tranquilo y sosegado, y no hace nada. Simplemente observa, espera y no juzga» (W-pII.1.4:1,3). El perdón no hace nada. Perdonamos a nuestro hermano por lo que no ha hecho (T-30.IV.7:3). El perdón no es activo. No hago nada para ti, por ti ni contigo. El perdón no es algo que mi cuerpo haga. Es algo que mi mente hace volviendo a su interior y mirando mis pensamientos críticos y faltos de perdón. El perdón tan solo mira esos pensamientos sin juzgarlos. «Simplemente observa, espera y no juzga»: esa es la idea clave. Entonces, puede que mi cuerpo haga o diga algo. Pero el perdón no es una acción. Es el deshacimiento de un pensamiento y, aún más importante, es mirar, con una apacible sonrisa, la fealdad del sistema de pensamiento del ego.
 
🔸️(10:5) Él [el soñador] deja entonces de tener miedo de sus propios juicios, pues no ha juzgado a nadie ni ha intentado liberarse mediante juicios de lo que los propios juicios imponen.
 
Ya no tengo que temer ni lo que he llamado mi juicio ni la proyección de mi juicio sobre ti, porque no he hecho nada. El juicio debe imponer castigo y dolor, y he tratado de evitar mi propio castigo juzgándote a ti: «Tú eres el pecador, no yo; así que no soy yo quien debería ser castigado». Así pues, he tratado de escapar de lo que mi juicio me dice que debo recibir, insistiendo en que yo no soy el que ha juzgado; eres tú quien ha juzgado y atacado.
 
🔸️(10:6) Y ahora recuerda continuamente lo que había olvidado cuando los juicos parecían ser la manera de salvarle de la sanción que ellos mismos imponen.
 
Estamos recordando el Amor de Dios que es lo que olvidamos. El juicio de los demás parecía ser la forma en que me salvaría de ser castigado por odiarme a mí mismo. Pero mientras yo juzgaba, el Amor de Dios yacía sano y salvo dentro de mí, esperando pacientemente mi regreso. Tan solo tengo que llamar a Jesús, no de una manera mágica, sino simplemente mirando con él mis pensamientos del ego, mirando lo que mi ego ha hecho y ha fabricado en el mundo, y decir: «He hecho esto solo porque te tenía miedo». Y si puedo aprender a decírselo cada vez más a menudo, sin temor de que él me juzgue, voy a aprender que no hay juicio. En el fondo, no ha sucedido nada.
 
Para concluir el taller, pensé que podríamos leer una breve lección del Libro de ejercicios, la Lección 352. Es una buena manera de concluir porque refleja el paso final del juicio, el Juicio de Dios, que dice que no ha sucedido nada. El puro título casi podría hacer las veces de una lección. La lección en sí es una oración de nosotros a Dios Padre.

Los juicios son lo opuesto al amor. De los juicios procede todo el dolor del mundo, y del amor, la paz de Dios.El perdón ve solo la impecabilidad y no juzga. Esta es la manera de llegar a Ti. Los juicios me vendan los ojos y me ciegan. El amor, que aquí se refleja en forma de perdón, me recuerda, por otra parte, que me has proporcionado un camino para volver a encontrar Tu paz. Soy redimido cuando elijo seguir ese camino. No me has dejado desamparado. Dentro de mí yace Tu recuerdo, así como Uno que me lleva hasta él. Padre, hoy quiero oír Tu Voz y encontrar Tu paz. Pues quiero amar mi propia Identidad y hallar en Ella la memoria de Ti.