Taller - La Sanación del Sueño de la Enfermedad

La sanación del sueño de la enfermedad
Los extractos que siguen son del taller celebrado en el Centro de Temécula, California en febrero de 2002. Examinaremos la enfermedad y el cuerpo en su contexto metafísico, en el que su propósito se define como el cumplimiento del deseo del ego de mantener real la separación en nuestras mentes y proyectar la responsabilidad de nuestra condición. La enfermedad, sea cual sea su forma, se considera una sombra de nuestra creencia inconsciente en el pecado y la culpabilidad. El cuerpo y el mundo, por lo tanto, no son la fuente de la enfermedad ni de la curación. En consecuencia, la sanación reside en que seamos capaces de mirar con Jesús nuestra decisión de repudiar el amor y luego culpar a algo externo a nosotros mismos de nuestro estado lamentable. Al unirnos de esta manera con Jesús —sin juzgar— se elimina la causa de toda enfermedad.
Kenneth Wapnick, Ph.D.
Parte I
Tenía pensado comenzar con el sueño, ya que en cierto sentido es la esencia no solo de lo que comentaremos en este taller, sino de todo el Curso. Cuando uno habla de sueños siempre es apropiado invocar a Sigmund Freud, sin el cual, como he dicho muchas veces, no tendríamos Un Curso de Milagros. Su trabajo sobre los sueños no solo es la pieza central de toda su obra, sino en realidad de toda la psicología en el siglo XX, y ahora en el siglo XXI. Su primer libro importante, La interpretación de los sueños, se publicó en 1900 y obviamente se centraba en los sueños; pero Freud utilizó ese estudio como una plataforma para lanzarse a entender cómo funciona toda la psique. Escribió ese libro en una época en que la mayoría de los investigadores o personas que escribían sobre sueños tendían a denigrarlos, pues veían los sueños como tonterías que no encerraban ningún significado. Uno de los puntos más importantes derivados de esta obra inicial de Freud fue mostrar que los sueños eran muy significativos y tenían un propósito bien definido. Propósito, como ustedes saben, es un término significativo en el Curso. Jesús habla de ello una y otra vez, y si queremos entender algo en este mundo, debemos entender cuál es su propósito en relación con el sistema de pensamiento del ego y con la corrección de este mediante el sistema de pensamiento del Espíritu Santo.
Cuando Freud habló sobre el carácter y la finalidad de los sueños, habló concretamente sobre la capacidad que tienen de cumplir un deseo; un planteamiento conocido como «la teoría del cumplimiento de deseos». En términos generales, los sueños nos mantienen dormidos. Por la noche, cuando dormimos y las defensas tienden a relajarse un poco, todo el diabólico material inconsciente amenaza con salir a la superficie y, por consiguiente, despertarnos. El propósito del sueño es domar a estas fuerzas salvajes (según las concebía Freud) en el inconsciente y transigir con ellas, para permitirles existir y ayudarles a alcanzar algún tipo de resolución o realización. La idea más bien concreta del deseo es el cumplimiento de todos estos impulsos instintivos, pero principalmente es el deseo de que sigamos dormidos. En general, diríamos que los sueños existen para que se realice el deseo de permanecer dormidos; y en segundo lugar, para el cumplimiento de los deseos generados por estas fuerzas instintivas que, en la teoría de Freud, siempre tienen que ver finalmente con la sexualidad infantil. Una de sus aportaciones más perdurables fue ayudarnos a entender que los sueños tienen un propósito.
Cuando miramos el criterio del sueño que propone el Curso y lo vemos a través de la lente freudiana, la idea de que el sueño tiene este propósito más general de cumplir un deseo nos permite de repente entender por qué ha ocurrido el sueño. Y particularmente entendemos por qué el sueño que llamamos el universo físico y los sueños individuales que consideramos nuestras vidas han ocurrido como han ocurrido. Hay un método en la locura del ego y este método es el cumplimiento de un deseo. Aprendemos estudiando Un curso de milagros que el deseo que el mundo cumple para nosotros, y concretamente el deseo que cumplen nuestras vidas como individuos en este mundo, es el deseo de mantenernos dormidos, tal como lo enseñó Freud. Sin embargo, visto en el contexto metafísico, esto significa mantener vivo el deseo de estar separado de Dios. Esa es la condición dormida de la separación. El Curso nos dice que estamos muy a gusto en Dios, aunque soñando con el exilio (T-10.I.2:1). El exilio, por supuesto, es generado por la idea de que efectivamente hemos logrado lo imposible y nos hemos separado del Amor de Dios. Ese es el origen del sueño, y eso es lo que Jesús quiere decir cuando afirma, como lo hace en varios lugares, que el contenido de cada sueño es miedo (T-18.II.4; The Gifts of God [Los regalos de Dios], págs. 115-117). Es el temor de que de alguna manera Dios tome represalias y nos castigue por el pecado de habernos separado de Él. Por lo tanto, el propósito primordial que tiene el sueño del ego es el de mantenernos dormidos. Mantiene real la condición dormida de la separación, para que no vayamos a despertar del sueño y reconocer que todo el sistema de pensamiento del ego constituye el sueño.
Cerca del final del capítulo 27 Jesús hace la distinción entre dos niveles de sueño: el sueño secreto y el sueño del mundo (T-27.VII.11-12). En el diagrama (véase abajo), el primer nivel se representa en la caja de mentalidad errónea. Este es el sueño que esconde el deseo y el pensamiento de estar separado. Es el lugar de nacimiento de la profana trinidad de pecado, culpabilidad y miedo. El ego nos dice que nuestra separación de Dios fue un pecado, que matamos a Dios para poder vivir nosotros: el principio de uno o el otro. Enseguida se nos enseña que debemos sentirnos culpables por este pecado atroz de haber destruido el amor del Cielo; y como en el sistema del ego la culpabilidad siempre exige castigo, nos volvemos temerosos del castigo inevitable que creemos merecer: ser castigados por el objeto de nuestro pecado, es decir, Dios. Ese es el sueño secreto, el campo de batalla original donde el ego nos ve en guerra con Dios.
Puesto que esta constelación de pensamientos es tan horrible y tan llena de dolor y terror, el ego nos aconseja que podemos librarnos del dolor de nuestra culpabilidad y escapar del terror de ser aniquilados a manos de este Dios vengativo y maníaco, si abandonamos la mente, inventamos un mundo y allí nos ocultamos. A nivel específico, ocultaremos nuestro sistema de pensamiento, la imagen de nosotros mismos, en un cuerpo. Este es el comienzo de lo que Jesús llama el «sueño del mundo», representado en el diagrama por la caja de abajo, el del mundo y el cuerpo. Esta es la segunda parte del cumplimiento de deseos del ego: la fabricación del mundo y de todos los pensamientos fragmentados, cada uno de los cuales parece estar revestido de un cuerpo. En el plan del ego, el mundo nos permite conservar la identidad de esta existencia individual, de este yo especial —único, autónomo, independiente y libre—, pero desechar toda responsabilidad de él.
Resumido brevemente, el propósito del ego para el sueño del mundo y el cuerpo es quedarnos con la separación que creemos que le robamos a Dios, pero desechar el pecado asociado con eso. Cuando hablamos de desechar el pecado nos referimos a la proyección, otro término que debemos agradecerle a Freud, porque fue él quien describió por primera vez esta dinámica increíblemente importante. Si algo no me gusta de mí mismo, lo rechazo, lo niego y lo reprimo. Todo lo que yo reprima y se vuelva inconsciente, automáticamente lo proyectaré. Esa es la ley de la mente dividida: lo que reprimo inevitablemente lo proyectaré. Primero lo hundo en mi interior para que no tenga conciencia de ello, y luego lo echo fuera. Necesito cuerpos u objetos sobre los cuales pueda echar dicha culpa. Por eso se fabricó el mundo: para alojar a los miles y miles de millones de fragmentos que llamamos cuerpos o formas, porque vienen en toda variedad de formas y tamaños, tanto animados como inanimados. Sin embargo, aprendemos en el texto que nada es realmente inanimado o animado, todo es igual (T-23.II.19). Todo es literalmente nada, una nada que creemos que es algo. Tomamos la culpabilidad por sentirnos responsables de la separación que está en nuestras mentes y decimos que ya no está en mí; yo no soy responsable de la separación, alguien o algo más es el responsable, y el mundo surge para satisfacer esa necesidad o cumplir ese deseo.
Ese es el propósito de todos los sueños. Comienzan con el sueño secreto, como dice por ejemplo al comienzo de la Lección 93: «Crees ser la morada del mal, de las tinieblas y del pecado» (L-pI.93.1:1). El mundo surge para protegernos de lo horrible que es ese pensamiento; y entonces todos los demás se convierten en «la morada del mal, de las tinieblas y del pecado». Incluso, si da la casualidad de que tenga una imagen particularmente negativa de mí mismo, creeré que no es culpa mía. Soy esta persona horrible, inadecuada e inferior que ves, porque así me hicieron; los que me han hecho lo que soy son mis genes, mi educación, todas las fuerzas del mundo que me afectan y que me han formado. Sea cual sea el concepto que tengamos de nosotros mismos en este mundo, acaba por no ser nuestra culpa. Una vez más, el ego se las ingenia para conseguir dos objetivos mutuamente excluyentes. Conservamos la separación que creemos haber logrado robar de Dios, pero desechamos el pecado, que es la creencia de que lo hicimos. Ahora tengo mi yo separado sin conocimiento, conciencia o memoria de dónde vino; a saber, mi yo y los de todos nosotros, porque comenzamos como un solo Hijo y nos separamos como un solo Hijo. El sueño secreto lo compartimos todos por igual, porque el sueño es uno solo. La fragmentación en miles de millones de yos aparentemente separados no ocurre hasta que el segundo sueño comienza a surgir con la primera proyección del error (T-18.I.4-6). El error original es lo que todos compartimos como un solo Hijo: el sueño secreto. El sueño del mundo surge como una defensa contra eso. Su propósito es mantener intacto al yo separado, pero responsabilizar de ello a alguien, o a todos y todo, incluido al Dios que inventamos. Ese es el sueño.
Lo que se comenta a lo largo del Curso, así como en los dos folletos complementarios, es la idea de escindir el efecto de la causa, para que ese efecto ahora parezca ser una causa. En la parte izquierda superior del diagrama está la palabra causa, lo que significa que la mente escindida es la causa del mundo. Por lo tanto el mundo no es ni más ni menos que el efecto. Una vez que proyectamos la creencia en la separación —el pensamiento de pecado, culpabilidad y miedo— hacia fuera de nuestras mentes y lo vemos en otra parte, entonces aquello sobre lo que ha recaído la proyección se convierte en el efecto. Ese efecto es causado por el pensamiento en la mente que se ve animado y energizado por la dinámica de la proyección. El mundo es el efecto y la mente es la causa. Cuando escindimos el efecto de la causa, olvidamos la causa. En el diagrama, verán también la línea sólida, a la que denominamos el «velo de la negación» o «velo del olvido», que separa la mente del mundo. Ese velo cae frente a nuestras mentes para que olvidemos de dónde vino el mundo, y sin conciencia de la causa, solo vemos el efecto. Entonces tenemos que inventar alguna causa: ¿De dónde vino el mundo? ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Cuál es el propósito del mundo? Entonces creemos que el mundo nos causa a nosotros. Creo que este yo que creo ser es causado por el mundo de fuerzas que están fuera de mi alcance, comenzando con la unión de un espermatozoide y un óvulo. Da igual si la unión se efectúa en el dormitorio o en un tubo de ensayo; creo que mi vida física y mi vida psicológica comienzan cuando se unen el espermatozoide y el óvulo. En el contexto de vidas pasadas podríamos decir que lo que soy hoy es el efecto de la unión de muchos espermatozoides y muchos óvulos a lo largo de un período de siglos o milenios. Como quiera que trates de entenderlo, se reduce al mismo contenido: no estoy aquí por mi propia decisión, sino por algo externo a mí mismo que me causó.
Cuando escindimos el efecto de la causa y reprimimos la causa, ya no tenemos conocimiento de ella. En otras palabras, nos volvemos sin mente, porque la causa es la mente. Entonces nos quedamos con el efecto que ahora creemos que es una causa. Como veremos más adelante, la enfermedad se entiende en este marco. Cuando pensamos en una enfermedad, ya sean síntomas mentales o físicos, lo que catalogamos como enfermoo afectado no es ni más ni menos que el efecto de la causa. Un principio muy importante en el Curso, al que volvemos una y otra vez porque es tan central, es el principio de que las ideas no abandonan su fuente. La idea de un universo físico —no solo el mundo que percibimos— es la idea que nunca ha dejado su fuente en la mente. Esto significa que literalmente no hay mundo fuera de nuestras mentes porque las ideas no abandonan su fuente.
A nivel del microcosmos, por ejemplo, cuando busco deshacerme de mi culpabilidad, proyectarla sobre ti, hacer que te sientas culpable, hallar defectos, juzgarte, culparte, criticarte, etc., tengo la esperanza mágica de haberme deshecho de mi culpabilidad, del odio a mí mismo, de la terrible sentencia dictada en mi contra, colocándola sobre ti y convirtiéndote en la morada del mal, la oscuridad y el pecado. La culpabilidad y el pecado descansan sobre ti; ya no yacen dentro de mí. Esa es la esperanza mágica. No significa que me sienta menos culpable. De hecho, ese ataque refuerza mi culpabilidad, porque hay una parte de mí que sabe que te he atacado falsamente. No importa lo que hayas hecho; no importa cuán reprobables o despiadadas hayan sido tus acciones ante mis ojos o los del mundo entero; aun así no te hace responsable de lo terrible que me siento ni de la angustia, la intranquilidad o el desasosiego que siento dentro de mí. No importa cómo trate de proyectar mi culpabilidad y hacer que otra persona sea responsable de lo terrible que me siento, no cambia el hecho de que la culpabilidad sigue dentro de mí, porque las ideas no abandonan su fuente. La fuente de la culpabilidad en mi mente nunca me ha abandonado tan solo porque me dejé llevar por la idea mágica de pensar que podría desecharla colocándola en ti y luego hallar motivo para criticarte.
El principio de que las ideas no abandonan su fuente también opera en el Cielo. Somos una idea en la Mente de Dios y eso es lo que Jesús quiere decir en el Curso cuando habla de que somos pensamiento. Somos pensamiento; no somos carne. Somos un pensamiento en la Mente de Dios. Juntar eso con el principio de que las ideas no abandonan su fuente es una reafirmación del principio de la Expiación que dice que la separación de Dios nunca sucedió. Dentro de la demencia de nuestro sueño, somos libres de creer que hemos logrado lo imposible, pero eso no significa que lo hayamos hecho, porque las ideas no abandonan su fuente. La idea del Hijo de Dios nunca ha dejado su fuente en Dios. La idea de la culpabilidad nunca ha dejado su origen en mi mente cuando busco proyectarla sobre ti. La enfermedad de creer que podría destruir a Dios, salirme con la mía y luego ser feliz, nunca ha abandonado su fuente, aunque he inventado un cuerpo y he hecho que se enferme. La enfermedad nunca ha abandonado su fuente; la culpabilidad nunca ha abandonado su fuente; el amor nunca ha abandonado su Fuente.
El ego, por supuesto, enseña exactamente lo contrario. Todo el sistema de pensamiento del ego comienza con la propuesta de que las ideas sí abandonan su fuente.Una vez que la idea abandona su fuente, creemos que esta se ha vuelto inexistente. Y luego, una vez que empiezo el sueño secreto del ego, que es el hogar de la culpabilidad, el ego me dice que las ideas sí abandonan su fuente: puedo deshacerme de mi culpabilidad inventando un mundo donde se alojan cuerpos separados, sobre cada uno de los cuales puedo proyectar mi culpa. Así termino con ella y alguien más pagará el precio de mi pecado, no yo. De hecho, una causa y un propósito de la enfermedad es que me permite decir que tú me hiciste esto. Tú has hecho que me enferme. Y no importa si defino el patógeno como tú (mi madre, mi padre, mis hermanos, mis amantes, mi cónyuge, mis hijos, etc.) o si defino el patógeno como una bacteria o un virus. En cualquier caso, sigo diciendo que la razón por la que me siento tan miserable, tan privado de sosiego, tan incómodo es que me ha invadido un poder o una fuerza que está fuera de mi control. Ese es el propósito de la enfermedad, y volveremos una y otra vez a ello.
Pero lo que es de gran importancia y en cierto sentido constituye el trasfondo metafísico para todo lo que vamos a comentar, es entender realmente que no hay cuerpo, no hay enfermedad, no hay mundo: las ideas no abandonan su fuente. Solo hay pensamientos enfermos en nuestras mentes. Esa es la enfermedad. Un cuerpo enfermo se puede definir de muchas maneras: por un síntoma físico, por lo que solemos considerar una enfermedad mental, o simplemente por estar molesto con respecto a algo, un estado emocional transitorio. Todos estos no son ni más ni menos que el intento del ego de cumplir el deseo de su sueño, que es mantenernos separados y creyendo que tenemos una identidad separada de Dios. Ese pensamiento entonces acaba alojándose en un cuerpo, el cual entonces se define a sí mismo en términos de su diferenciación con respecto a otros cuerpos. Esa es la enfermedad, la creencia de que ese es quien soy.
Una vez más, el deseo secreto del ego es mantener intacto al yo separado, pero culpar de ello a alguien o algo más. Curiosamente, la palabra patógeno proviene del vocablo griego pathos, que significa enfermedad o dolencia y gen, que significa lo que causa o produce algo. En el mundo, tendemos a pensar —al igual que la mayoría de los biólogos y las personas del ámbito médico— que los patógenos son organismos como bacterias o virus que causan enfermedades. Cuando estudiamos Un Curso de Milagros,entendemos que el verdadero patógeno es la culpabilidad. Esa es la causa de una enfermedad; y más concretamente, es nuestra decisión a favor de la culpabilidad, porque esta no existe fuera de nuestra creencia en ella y deseo de ella. Deseamos la culpabilidad porque la culpabilidad dice que he pecado. El pecado dice que me he separado de Dios, lo que significa que este yo separado, con el que ahora me estoy complaciendo, es real, pero no quiero ser castigado por ello. Por eso tenemos el segundo sueño, el sueño del mundo, cuya finalidad es completar el deseo del ego cumpliéndoselo: hallando defecto en todos los demás y catalogando cuanto hay en el mundo como un patógeno potencial o real. Estoy plagado de enfermedad, no por mí, sino por alguna otra persona o cosa. Por eso hay un mundo. Recuerden, de nuevo, hay que entender el propósito. Por eso hay un mundo. Si van a entender algo acerca de este mundo, y sobre todo, acerca de este curso, deben reconocer el único propósito que tienen el cuerpo y el mundo. La finalidad de ambos es tener la capacidad de cumplir el deseo de mantener intactos mi pecado y mi yo separado. Ambos están en mi mente, pero luego mágicamente creo que, culpando a otras personas, puedo deshacerme de toda responsabilidad de ser pecador y de ser yo. Por eso hay un mundo de cuerpos. Como dice el libro de ejercicios: «Así fue como surgió lo concreto» (L-pI.161.3:1). Debe haber algo que yo odie. Necesito que ahí fuera haya algo por medio de lo cual pueda deshacerme de mi odio, del odio a mí mismo.
Como veremos más adelante, el Espíritu Santo tiene un uso diferente para el cuerpo: corregir la confusión de causa y efecto. Consideramos que los cuerpos son tanto efectos como causa: tu cuerpo ha causado el efecto, que es mi cuerpo que siente dolor. El Espíritu Santo nos ayuda a reconocer mediante nuestras percepciones erróneas del cuerpo que el cuerpo únicamente sirve para redirigir nuestra atención a la causa real, que es haber elegido a favor de la culpabilidad en la mente. Esa es la enfermedad.
​​​​​Parte II
​«La causa de la enfermedad» (S-3.I)
Pasemos ahora al folleto El canto de la oración, la primera sección del capítulo 3, «La causa de la enfermedad» (S-3.I). Solo leeremos los tres primeros párrafos, que presentan declaraciones muy claras del principio de causa-efecto que ya hemos visto. Recuerden, en el Curso, la enfermedad es la creencia en la separación, de ahí viene la culpabilidad. Esto será muy importante cuando comentemos después el carácter de la sanación.
(S-3.I.1:1) No confundas el efecto con la causa...
En otras palabras, no confundas el síntoma —la enfermedad como se manifieste psicológica o físicamente en el cuerpo— con la causa, que es la decisión en nuestras mentes de creer en el ego en lugar del Espíritu Santo: elegir la separación en vez de la unidad, la culpabilidad en vez del amor.
(1:1) ... ni pienses que la enfermedad se encuentra aparte y separada de lo que no puede sino ser su causa.
Este es nuestro viejo amigo, el principio de que las ideas no abandonan su fuente. Aquí Jesús se refiere a los síntomas. La enfermedad no se encuentra aparte o separada de su causa, que está en la mente y solo en la mente. Por eso es tan importante siempre tener una comprensión subyacente de la metafísica de Un Curso de Milagros; de lo contrario confundirás todo lo que dice sobre el mundo: su propósito y aparente realidad. Pensarás que el perdón y la sanación tienen que ver con el mundo o con los cuerpos. Estos errores te van a descarriar. Literalmente no hay mundo porque las ideas no abandonan su fuente.
(1:2) La enfermedad [síntomas corporales] es una señal, la sombra de un pensamiento malvado que parece ser real y justo de acuerdo con las normas de este mundo.
Esta idea de una sombra es importante en el Curso, y se encuentra en todo el material. El mundo no es más que una sombra de nuestra culpabilidad. Muchos de ustedes conocen la importante sección, «Los dos mundos», al final del capítulo 18 (T-18.IX), donde Jesús habla del mundo y del cuerpo como sombras de la culpabilidad, simplemente hacen lo que la culpabilidad les dice que hagan. Sabemos por nuestra vida cotidiana que una sombra no tiene sustancia. Sales al exterior y ves la sombra de un árbol en el suelo. Podemos considerar que el árbol es la realidad dentro del mundo, entonces la sombra sería simplemente la ausencia de luz, causada por el árbol mismo. La sombra no tiene sustancia; no es nada. Por eso Jesús utiliza el término sombra a lo largo del Curso y aquí en el folleto.
Nuestra enfermedad es una sombra. Es una proyección del pensamiento malvado que parece tener realidad, y el pensamiento malvado es la creencia de que nosotros somos malvados —«la morada del mal, de las tinieblas y del pecado» (L-pI.93.1:1)—, debido a lo que hemos hecho. Hemos destruido egoísta e inconsideradamente a Dios, hemos crucificado a Su Hijo, Cristo, para que pudiéramos tener lo que queremos. Cuando piensas en la palabra pecado, es útil equipararlo con el egoísmo porque eso es algo con lo que todos estamos familiarizados en nuestra vida cotidiana. El pecado básicamente está diciendo: «Dios me importa un bledo, yo quiero mi vida. Y si mi vida tiene que ser comprada a expensas de Dios, ¡que así sea! Voy a tener lo que quiero. Quiero mi existencia separada. Quiero librarme de Él. Quiero ser autónomo. Quiero ser independiente. Quiero tener pensamientos que sean míos, que no estén ligados a Él. Quiero amar por mi cuenta, conforme a mis propios términos. No quiero que ese amor esté asociado con Él. No me gusta este asunto de que las ideas no abandonan su fuente. Me gusta tener mi propia identidad. Y no me importa qué estragos pueda causar; no me importa si destruye al Cielo. ¡Conseguiré lo que quiero porque lo quiero!».
Ese es el pecado del egoísmo, y así es como todos vivimos aquí. Es la médula misma del especialismo. No me importa de qué modo utilizo a otras personas mientras queden satisfechas mis necesidades físicas y emocionales. Por supuesto que es mucho mejor si puedo engalanar todo este afán con términos espirituales o religiosos y darle cierto contexto. Pero simplemente estoy tratando de disimular lo que en realidad estoy tramando: mi canibalismo egoísta es el que quiere tomar de afuera y traer adentro, porque eso es lo que necesito y lo que quiero. Y no me importa quién sufra; lo único que me importa es conseguir lo que quiero. Esa es la verdadera culpabilidad. Ese es el pensamiento que catalogamos como malvado y pecaminoso. Y la enfermedad es una sombra de ese pensamiento.
(1:3) Es la prueba externa de «pecados» internos, y da testimonio de pensamientos rencorosos que hieren y procuran hacerle daño al Hijo de Dios.
Podemos ver aquí, como veremos una y otra vez, y por supuesto en cualquier página del Curso, cómo Jesús está redefiniendo el problema. Está diciendo que no está fuera; está en nuestras mentes. Queremos pensar que está fuera, y por lo tanto, llevamos siglos y milenios definiendo brillantemente las enfermedades y hemos llegado a entender lo que es un mal: de dónde viene, por qué viene, cómo viene y cómo tratarlo, que es exactamente lo que el ego quiere. Así que toda nuestra atención está arraigada en el mundo y el cuerpo. En el diagrama, la palabra enfermedad figura en la última línea de la caja rotulada MUNDO DE SEPARACIÓN – PERCEPCIÓN. Todo esto es una forma muy ingeniosa y astutamente disfrazada de proteger lo que Un Curso de Milagros denomina «el sueño secreto» (T-27.VII.11), que es la verdadera enfermedad. Ahí es donde está la culpabilidad, donde la aparente maldad está en nuestras mentes. Y solo restituyéndola a su fuente, que es la mente, podemos comprender lo que se halla en nuestras mentes, y que es totalmente inventado.
De nuevo, estamos definiendo la enfermedad, a grandes rasgos, como todo lo que me provoque intranquilidad y me impida estar en paz, ya sea porque tengo un órgano afectado, porque me duele el cuerpo, o me duele la psique por lo que una persona hizo, o por un recuerdo o la interpretación de un evento o relación. Todas estas instancias son una prueba de que he hecho algo malo por lo que merezco ser castigado. Recuerden, el sistema de pensamiento del ego se basa en ese sueño secreto que dice que Dios se vengará de nosotros por lo que le hicimos. Y entramos al sueño del mundo con esta culpabilidad a cuestas. Creemos que la mantenemos enterrada en la mente, pero aquello que enterramos nos acompaña. Freud nos ayudó a ver que estos demonios no son inexistentes; existen dentro de nosotros y por mucho que intentemos encubrirlos todavía están ahí. Así que nunca seremos felices ni estaremos en paz mientras no desenterremos a los demonios y domemos a las «bestias salvajes», como Freud las veía, tomando prestada la analogía de Platón de los corceles alados.
Así que llevamos a cuestas esta culpabilidad: el pensamiento de que merecemos ser castigados. Entonces cuando me enfermo, o algo anda mal en mi cuerpo o en mi vida, mi ego lo interpretará como el castigo de Dios. Juan Calvino erigió una religión entera sobre la idea de que Dios castiga a las personas pecadoras. Y sabes que eres pecador por el hecho de que algo toma un mal giro en tu vida; por ejemplo, no eres rico. La gente de la Nueva Era hace lo mismo que los calvinistas. Dicen que algo te pasa si estás enfermo. De lo que no se dan cuenta es que, cierto, algo te pasa si estás enfermo, pero todo el mundo está enfermo. La gente cuerda, la gente sana, no viene aquí. Los enfermos vienen aquí porque su enfermedad es una creencia de que están separados de Dios. En lugar de diferenciar a ciertos miembros de la especie como pecadores, personas fracasadas o gente mala porque algo les pasa o algo va mal en sus vidas, deberíamos ampliar ese criterio y darnos cuenta de que algo les pasa a todos, les esté yendo bien o no según la sociedad. Los cuerpos nunca son sanos. Los cuerpos siempre mueren. Freud también dijo que desde el momento en que naces te estás preparando para la muerte. Y lo decía desde una perspectiva tanto biológica como psicológica. Así que todos aquí están enfermos por muy bien que se sienta el cuerpo. Un cuerpo no puede ser sano porque, como veremos en breve, un cuerpo no es nada.
La enfermedad no está en el cuerpo. No es el cuerpo el que tiene que sanarse. La creencia en la muerte es el problema; no, el hecho de que el cuerpo muere. El cuerpo no muere, porque el cuerpo no vive. Eso no significa, sin embargo, que sea inmortal. ¡No vive! ¿Cómo puede vivir lo que no es nada? ¿Cómo puede morir lo que no es nada? La muerte es un pensamiento, como Un Curso de Milagros nos enseña una y otra vez. Es un pensamiento que tiene su origen en la creencia de que Dios murió para que yo pudiera vivir, y ahora tendré que morir para que Él pueda vivir. Esa es la interpretación del ego de la muerte física: es la venganza de Dios. Pero ya sea que el cuerpo viva o muera, el pensamiento de muerte está contigo de todos modos. El cuerpo no es a lo que hay que apelar; el cuerpo no es lo que hay que curar; el cuerpo no es a lo que hay que ayudar. A lo que hay que ayudar es a la mente, pero no puedes ayudar a una mente que no crees que existe.
Eso es lo único positivo que se puede decir de una enfermedad. Te alerta de un problema, y cuando realmente le pides a Jesús que te ayude, él te ayudará a entender que el problema no está en el cuerpo, no es por lo que otra persona o un agente patógeno hayan hecho para hacerte daño o enfermarte. El problema es tu proceso de tomar decisiones: se descarriló, tomaste la decisión equivocada. Ese es el problema. Una vez que reconocemos la existencia de un problema y que no podemos culpar a otras personas de ello o buscar su solución fuera de nosotros mismos, el cuerpo se convierte en un instrumento muy útil, pero no porque el cuerpo sea algo grandioso. No es nada grandioso. No es nada terrible. No es nada. Es simplemente un recurso sobre el que proyectamos, y una vez que proyectamos sobre él, podemos recordar que el ego habla primero y se equivoca (T-5.VI.3:5; 4:2). Por lo tanto, reconocemos que hay un problema para el cual necesitamos ayuda, y que esa ayuda consiste en acudir al interior de la mente, donde están Jesús o el Espíritu Santo. La ayuda que Ellos ofrecen constituye la sanación: nos enseña que el cuerpo enfermo —el organismo afectado, con el cual nos identificamos— es simplemente una sombra de una creencia en la maldad que hemos hecho real en la mente. Al entender eso, ahora podemos hacer algo con respecto al problema, porque nos damos cuenta de que el problema no está fuera; el problema está dentro. Como dice el comienzo del capítulo 21: el mundo es «la imagen externa de una condición interna» (T-21.in.1:5). Lo que está fuera nos indica lo que está dentro. Tenemos a un maestro en la mente que guiará nuestra visión, puesta en el exterior por los órganos sensoriales, para que la dirijamos de nuevo hacia el interior, donde está él. De eso está hablando Jesús aquí. De nuevo, cuando el cuerpo está enfermo o cuando hay dolor, el ego habla primero y lo interpreta como ¡estás recibiendo lo que te corresponde!
Cuando Jesús describe el sueño del mundo, como lo hace cerca del final del capítulo 27, habla de que hay un asesino ahí fuera que quiere que tu muerte sea «lenta y atroz» (T-27.VII.12:1). Eso es lo que hace el cuerpo y así es como muere. Desde el momento en que nacemos, nuestra muerte es inevitable, pero es lenta. Eso es lo que a un torturador le gusta hacer. No quiere acabar con tu vida así de fácil; quiere que pagues por tu crimen, tu pecado, tu injusticia. Y eso es lo que creemos que Dios está haciendo cuando creemos que Él hizo el cuerpo. Planea nuestra muerte, pero será prolongada, lenta y muy dolorosa. Por supuesto, todo eso lo transformamos al decir que Dios no fue Quien lo hizo. Tú lo hiciste, alguien o algo es responsable de mi enfermedad. Así que no se me está castigando por mi pecado, sino que tu pecado es el que está tratando de hacerme sufrir. Una vez que yo lo perciba de esa manera —y nacimos para percibirlo de esa manera— sufriré gustosamente. Con gusto aguantaré el abuso y la victimización. Aceptaré, apreciaré y estrecharé firmemente contra mi pecho todas las formas en que he sido víctima de abuso, incomprensión y tratamiento injusto a lo largo de mi vida. Sufriré de buen grado, para que pueda decir: «Mírame hermano, por tu culpa muero» (T-27.I.4:6). Y eso significa que Dios te castigará a ti cuando vea mi cuerpo con todo el sufrimiento, abuso y victimización, tanto mental como físico que ha padecido. Ese sufrimiento está señalando con un dedo acusador a alguien y está diciendo: «¡Tú hiciste esto!». Y en la demencia de mi pensamiento mágico, creo que Dios me escuchará y seguirá mi dedo acusador que apuntará directamente hacia ti. Entonces Él te castigará a ti.
Por lo tanto, la enfermedad, el padecimiento (desasosiego) y la incomodidad son sombras. Son una señal de alerta que dice que aquí hay pecado, y siguiendo el propósito del ego de fabricar el mundo —dar cumplimiento a su deseo— veré que el pecado es algo que yace en ti o en algo, en algún agente externo, en lugar de yacer en mí. Aquí dice por qué:
(1:4-5) Curar el cuerpo es imposible, y esto queda demostrado por la brevedad de la «cura». El cuerpo acabará muriendo de todas formas, y así lo único que hace su curación es demorar su retorno al polvo, de donde nació y al que volverá.
Por eso a la gente le gusta que la vida dure cada vez más. Y en nuestra sociedad ahora es un premio. Antes si vivías cuarenta o sesenta años era la gran cosa. Ahora llegar a los ochenta no es nada. La gente quiere llegar a los cien o ciento diez años, incluso hasta los ciento veinte. Quieren vivir para siempre. ¿Por qué? Porque queremos engañar a la Parca. Queremos engañar a Dios. Y solo estamos haciendo real la muerte para tratar de timarla. Hacemos real la culpabilidad tratando de negar que hay culpabilidad alguna, porque si no muero, eso significa que Dios no me ha encontrado, y así puedo permanecer en este cuerpo. ¿Por qué alguien de mente sana querría quedarse en este cuerpo? Este no es mi hogar. Como dice el Curso, esta es una parodia, una farsa de la maravillosa creación de Dios: Cristo como espíritu, no como cuerpo (véase T-24.VII.1:11; 10:9). El cuerpo es el hogar de la culpa, no del amor. Eso es lo que Jesús está diciendo aquí. La «brevedad de la “cura”» se refiere a nuestra aparente cura de una enfermedad; pero al final el cuerpo muere, como prueba de que el sistema de pensamiento del ego de pecado, culpabilidad y miedo sigue vigente, y sobre todo que es verdad.
Parte III
«La causa de la enfermedad» (S-3.I) (cont.)

(2:1) La falta de perdón del Hijo de Dios es la causa del cuerpo [el cuerpo es el efecto].

Jesús ni siquiera está hablando aquí de un cuerpo enfermo, en el sentido habitual de enfermedad. La causa del cuerpo mismo es la falta de perdón del Hijo de Dios. ¿Qué es la falta de perdón? La culpabilidad y el ataque. Proyecto mi culpabilidad y así le niego mi perdón a todo ser viviente. Ese es el ataque. Y esa es la causa del cuerpo. Una vez más, las ideas no abandonan su fuente. El cuerpo es la encarnación de un sistema de pensamiento de pecado, culpabilidad y miedo, la expresión del pensamiento de separación. No tiene existencia fuera de ese pensamiento. El cuerpo es una sombra, y como las sombras no tienen sustancia, es una sombra de nada.

Sin embargo, los niños pequeños pueden convertir las sombras en algo real. Un niño en la cama por la noche podría oír el viento susurrando en los árboles o ver sombras causadas por las ramas del árbol ondeando en el viento. El niño proyecta su miedo y su culpa sobre las sombras y luego piensa que hay ladrones por ahí, o asesinos, o extraterrestres. Esto es muy, muy real para el pequeño. Pero las sombras no son reales. No son nada, pero sobre esa nada, proyectamos algo que creemos que es real y tiene sustancia. Tomamos la culpabilidad en la mente, que proviene de la creencia de que nos separamos de Dios y la proyectamos en un cuerpo. Así que de repente el cuerpo se convierte en la encarnación del pensamiento de separación, dado forma. Y es un pensamiento de pecado y culpabilidad. Así que tomo el pecado y la culpabilidad en mi mente que se manifiesta en la sombra, mi cuerpo, y rápidamente me deshago de ella, proyectándola. Por eso, cuando todos —como un solo Hijo— inventamos nuestro sueño, lo hicimos de tal manera que hubiera padres. (No nos ocuparemos de otras especies ni de las llamadas formas de «vida» o de «no vida», solo del homo sapiens.) ¿Por qué inventamos este sueño con padres? Era nuestro propio sueño, así que no era forzoso que hubiera padres. Pero lo inventamos de esa manera porque necesitábamos unos cuerpos para poder proyectar sobre ellos la culpabilidad. Así, mi cuerpo y su condición se convierten en el efecto de tu culpa y pecado, no de mi culpa y pecado. De eso está hablando Jesús aquí.

(2:2) [el cuerpo] No ha abandonado su fuente [la falta de perdón, la culpabilidad en la mente], y esto queda claramente demostrado por su dolor y envejecimiento, y por la marca de la muerte que pesa sobre sí.

¿Por qué creen que la gente quiere llegar a una edad avanzada? ¿Por qué creen que la gente quiere deshacer el dolor, aparte de la razón obvia de no estar sufriendo? Es para mostrar que mi cuerpo sigue viviendo; y si mi cuerpo continúa viviendo para siempre sin dolor, puedo demostrar que no hay culpabilidad. Pero, ya que las ideas no abandonan su fuente, todo lo que he hecho es enterrarla, añadiendo un velo más, de modo que nunca me acerque al sueño secreto. Todo forma parte de la estrategia del ego para mantener intacto el pensamiento de separación, pero desechar la culpa para que otro resulte ser el responsable y deba rendir cuentas de ella, o sea, alguien más recibirá el castigo por mi pecado. Cuando uno mira las relaciones en el mundo es interesante ver que todos hacemos lo mismo uno con el otro, tratando desesperadamente de fingir que no es así. Todos tratamos de vernos como víctima inocente del pecado de otras personas.

Por lo tanto, conservo mi yo separado, y sufro gustosamente abuso y victimización para poder señalar con un dedo acusador y decir: «Tú me hiciste esto». Yo te lo hago a ti, tú me lo haces a mí, y esa es la relación especial de la que Jesús tanto habla en el texto. Es obvio que relaciones como estas no son precisamente agradables. Tratamos de disimularlas con bonitas cintas y papel de envolver, pero no son agradables, porque todas tienen el objetivo de robar, canibalizar y egoístamente tratar de extraer de otra persona la vida que creemos que nos falta. Eso es lo que hicimos originalmente con Dios, y eso es lo que hacemos cada vez que nos encontramos con otro cuerpo. Parte de nuestro sueño requiere que haya microorganismos (virus o bacterias) que podamos culpar de invadir nuestro espacio y canibalizar nuestra carne.

Recuerden, todo esto es un sueño, y Freud nos ayudó a entender que los sueños tienen un propósito. No suceden por casualidad. En la primera parte de La interpretación de los sueños, ofrece un panorama histórico de lo que la gente pensaba de los sueños. Nos muestra que los sueños cumplen un propósito. Al ampliar todo esto a nivel del macrocosmos, podemos ver que el sueño del universo físico —todo el cosmos— tiene un propósito. Un Curso de Milagros nos ayuda a entender, como ninguna otra espiritualidad lo ha hecho, qué propósito tiene el mundo físico, y por lo tanto, qué propósito tiene nacer como individuo y vivir en el mundo físico. No es un propósito muy amable: es conservar lo que robamos y culpar de ello a alguien más, quien deberá rendir cuentas y finalmente ser castigado por ello.

Otro principio muy importante del ego, que encaja con todo esto es el de uno o el otro. Es Dios o yo. Si Dios vive, yo no, porque en Dios no tengo vida independiente. Si todo lo que hay es Dios —Amor y Unidad— entonces, ¿cómo podría haber un ser individual, especial, singular, autónomo, independiente y libre? No puede ser. Por lo tanto, si voy a ser este ser especial, individual, singular, autónomo, independiente y libre, la Unidad de Dios tiene que ser sacrificada. Es uno o el otro. Ese es el principio básico y la plantilla sobre la que se formó el mundo entero. Nuestras vidas se basan en uno o el otro. Quiero sobrevivir, y eso significa que debe ser a costa tuya. Si voy a mantener mi separación, pero estar libre de pecado, entonces tú has de ser pecaminoso. Lo que te doy, ya no lo tengo; tú lo tienes. Esa es la naturaleza del mundo. Y aquí de eso habla Jesús.

Una vez más, «[el cuerpo] No ha abandonado su fuente, y esto queda claramente demostrado por su dolor y envejecimiento, y por la marca de la muerte que pesa sobre sí». Jesús está diciendo que no convirtamos el cuerpo en algo maravilloso, glorioso y santo. No lo es. Dios no tuvo nada que ver con él. El Espíritu Santo utiliza el cuerpo para un propósito santo, pero el cuerpo en sí no es nada. Fue hecho para ser el hogar —en forma— del mal, de las tinieblas y del pecado (L-pI.93.1:1), y eso es exactamente lo que está diciendo aquí. El cuerpo fue hecho para ser la prueba definitiva de que la separación de Dios sucedió.

Por eso a nadie le gusta realmente este curso, a pesar de lo que dicen los estudiantes. ¿Cómo te puede gustar un Curso donde no solo se afirma que no existes, sino que la débil y frágil existencia que crees poseer es la de un asesino despiadado y caníbal? Eso no te convierte en una persona muy agradable. ¿Cómo es posible que te guste un Curso que te diga eso? Y tienes que atravesar esa parte del Curso para llegar al fin último, que es darnos cuenta de que, como dice la Lección 93 en el libro de ejercicios: «La luz, la dicha y la paz moran en mí». No puedes llegar a la luz, la paz y la dicha hasta que pases por el mal, las tinieblas y el pecado. Entonces sí que te gustará este curso. De hecho, en ese momento ya no necesitarás el Curso.

(2:3) El cuerpo les parece temeroso y frágil a quienes piensan que sus vidas están bajo su mandato y vinculadas a su inestable y nimio aliento.

A pesar de lo que piensan todos los metafísicos en el mundo de Un Curso de Milagros, lo que realmente creemos es que nuestras vidas están muy ligadas a este cuerpo. Basta ver lo que pasaría si se interrumpiera tu suministro de oxígeno durante un minuto. Todas tus ideas espirituales se relegarían muy pronto al olvido. Así que Jesús en esencia nos está diciendo aquí, como en muchos otros lugares del Curso, que no debemos fingir que no somos cuerpos: «No me digas que realmente crees lo que te estoy diciendo. Creerlo realmente significa que te encuentras al final del viaje, en lo más alto de la escalera. Sin embargo, por ahora piensas que eres un cuerpo; así que vamos a tratarte como si lo fueras. Procura no negar lo que es tu cuerpo».

(2:4-6) La muerte los contempla conforme cada momento que pasa se escapa irrevocablemente de sus avariciosas manos, las cuales no los pueden retener. Y sienten miedo cuando sus cuerpos cambian y enferman. Pues sienten el fuerte hedor de la muerte en sus corazones.

Esta es una forma literaria de decir lo que Freud y muchas otras personas han dicho: desde el momento en que nacemos nos estamos preparando para la muerte. A una edad más avanzada, Freud comenzó a hablar del instinto de la muerte, porque reconoció que faltaba algo en su teoría.

Así que lo que Jesús está haciendo aquí es ayudarnos a reconocer lo que el cuerpo realmente es. Como muchos de ustedes saben, El canto de la oración se escribió después de que se publicara la primera edición del Curso, y tenía por objeto corregir los errores atroces que los estudiantes ya estaban cometiendo. El malentendido primordial que dio origen a la necesidad de escribir el folleto tenía que ver con pedir ayuda al Espíritu Santo y con el verdadero significado de la oración. Ese es el enfoque del primer capítulo. El segundo capítulo trata sobre el perdón y expone el plan del ego de perdonar-para-destruir, al que se alude a lo largo del Curso, aunque el término nunca se utiliza excepto en este folleto. Jesús trata de ayudarnos a comprender realmente qué es el perdón y qué cosa no es. Luego, aquí en el tercer capítulo, hace lo mismo con la curación.

En los inicios, muchos estudiantes pedían, y hoy en día (que, por supuesto, todavía forma parte de los inicios del Curso) todavía están pidiendo que el Espíritu Santo los cure. Jesús trata de explicar: «No me pidas que cure el cuerpo. ¿Cómo puedo curar algo que no existe? No pretendas que yo comparta tu locura. Pídeme que te ayude a sanar tu mente, porque ese es el problema». Y no trates de negar el propósito para el cual se fabricó el cuerpo. Provino de un pensamiento de muerte y, por lo tanto, es un pensamiento de muerte: las ideas no abandonan su fuente. Los cuerpos cambian y se debilitan, se deterioran y mueren porque provienen del pensamiento de culpabilidad. Creemos que hemos matado a Dios y que Él nos va a castigar. Ese pensamiento es el que debe deshacerse, no el cuerpo.
Parte IV 
«La causa de la enfermedad» (S-3.I) (conclusión)
(3:1) El cuerpo puede sanar como efecto del perdón verdadero.
Jesús no está hablando aquí del cuerpo físico. En otras palabras, los síntomas desaparecerán cuando se vaya la culpabilidad; pero en principio es posible que se vaya la culpabilidad, y aún sigan presentes los síntomas físicos. Sin embargo, ya no son «enfermedad», porque los síntomas ahora servirán para cumplir un propósito diferente, cualquiera que este pueda ser. No deben definir la enfermedad por el síntoma. No quieran centrarse en la mejoría de sus síntomas como prueba de que este curso funciona. Céntrense en la mejoría de su culpabilidad, la cual solo podría ocurrir cuando reconozcas que la culpabilidad es elección tuya y entiendas por qué la elegiste. Así puedes tomar una decisión más equilibrada en contra de la culpabilidad y a favor de la Expiación. El cuerpo se cura cuando ya no proyectas tu culpabilidad sobre él.
(3:2-4) Solo eso puede traer el recuerdo de la inmortalidad, que es el don de la santidad y del amor. El perdón no puede sino ser concedido por la mente que comprende que debe pasar por alto todas las sombras que cubren la santa faz de Cristo, entre las cuales la enfermedad debe considerarse una de ellas. No es nada más que esto [no veas la enfermedad como otra cosa que no sea una sombra]: la señal del juicio de un hermano sobre otro hermano y del Hijo de Dios sobre sí mismo.
En primer lugar, me juzgo a mí mismo. Me considero culpable por lo que le he hecho a Dios. Entonces proyecto esa culpabilidad y ahora te juzgo y te culpo a ti de algo cuya responsabilidad no puedo aceptar en mí mismo: la decisión de estar separado.
(3:5) Pues ha condenado al cuerpo a ser su prisión, y olvidó que fue él mismo quien le adjudicó ese papel.
Esta es una línea muy, muy importante. «Quien le adjudicó ese papel» no es el «yo» que creo que soy. Es aquel al que nos referimos como el tomador de decisiones. La parte tomadora de decisiones de mi mente es la que eligió creer en la interpretación que el ego dio a la separación, en lugar de creer en la del Espíritu Santo; a continuación, siguió, paso a paso, toda la narrativa del ego que aceptamos como una verdad incuestionable: no solo me separé, sino que pequé; no solo pequé, sino que debo sentirme culpable; no solo me siento culpable, sino que debo ser castigado por mi pecado. Y para escapar de ese castigo, el ego añade rápidamente: «Abandona la mente, proyecta la culpabilidad, inventa un mundo y un cuerpo; conserva tu separación, olvida de dónde vino y dales la culpa a todos los demás». Luego, olvido que lo hice. Por eso hablamos de ese velo del olvido. Ahora creo que estoy atrapado en este cuerpo como una prisión. ¡No puedo zafarme de él! Y si creo que estoy atrapado en mi cuerpo, creeré que la liberación y la libertad vendrán cuando abandone el cuerpo. Por eso está esa línea muy importante, también en el capítulo 27: «Existe el riesgo de pensar que la muerte te puede brindar paz» (T-27.VII.10:2). La gente piensa: «Al desprenderme de mi cuerpo cuando muero, soy libre, me libero». Pues, nada de eso. Sigues en la misma prisión de la culpabilidad en la que estabas antes de «morir». O bien a veces se adopta la otra forma: «Sí, mi cuerpo es una prisión, pero podría embellecerla; le pongo flores y le pinto las barras, le confecciono cosas bonitas. Podría convertir esta prisión en algo maravilloso, tan maravilloso que nunca quiera dejarla». Todo esto es simplemente un intento de cubrir la culpabilidad en mi mente para nunca volver al interior y descorrer el velo.
Pedirle ayuda a Jesús es pedir que te ayude a mirar la culpabilidad en ti, no en otra persona donde la pusiste. Es reubicar la culpabilidad en tu propia mente; reconocer finalmente que tienes una mente; entender el propósito que tiene la mente escindida; entender el propósito que tiene la culpabilidad; entender el propósito que tiene tu mundo. Solo entonces podrás cambiar ese propósito de culpabilidad a santidad, de pecado a salvación, de odio a amor, del ego a Dios, del mundo al Cielo, del cuerpo al espíritu —todos estos términos sirven para describir el mismo proceso.
Volviendo a la tercera frase: «El perdón no puede sino ser concedido por la mente que comprende que debe pasar por alto todas las sombras que cubren la santa faz de Cristo, entre las cuales la enfermedad debe considerarse una de ellas». Ese perdón solo puede ocurrir a través de mi entendimiento del propósito que esa falta de perdón ha cumplido en mi vida; ha servido tanto para mantener real la separación, como para protegerla de ser deshecha, proyectándola sobre otras personas.
El mundo así como nuestros cuerpos individuales son literalmente sombras del pensamiento de culpabilidad en nuestras mentes. La sombra no es la que tiene que curarse. La sombra no es la que tiene que cambiarse. Ciertamente, no es la que tiene que atacarse. A lo que hay que prestar atención es a la culpabilidad en la mente. El único valor que tienen el mundo y la vida corporal es que sirven para reorientar nuestra atención hacia dentro. De nuevo, reconocemos que el mundo es una imagen externa de una condición interna (T-21.in.1:5). Necesito el mundo porque ignoro que existe una condición interna. El mundo es el único vehículo del que dispongo, lo que Freud llamaba «el camino real», al referirse a los sueños que tenemos mientras dormimos. Dijo que los sueños son «el camino real para entender las actividades de la mente inconsciente». Jesús diría lo mismo. El sueño que es el mundo, que es el cuerpo, es «el camino real» para entender las actividades de la mente inconsciente. ¿Y cuáles son esas actividades? Son las decisiones continuas a favor de la separación y la culpabilidad.
Así que, cuando llego a entender cómo me estoy separando de ti —de qué manera estoy utilizando mi enfermedad para gozar del beneficio secundario de responsabilizarte de mí, de manipularte para que me cuides, te compadezcas de mí y te sientas culpable—, cuando entiendo todos los propósitos para los que he utilizado el cuerpo y específicamente cómo he utilizado la enfermedad, puedo reconocer que todas estas fueron las proyecciones de un propósito interno: la necesidad interior de verme a mí mismo como separado. Esa es la enfermedad original, pero quiero culpar de ello a todos los demás.
Cuando empiezas a centrarte en la enfermedad, ya sea en ti mismo o en otras personas, quieres verla en el contexto más amplio del propósito que el ego atribuye a los sueños de victimización. El cuerpo está hecho para que falle, así como los fabricantes construyen coches para que fallen y siempre tengamos que llevarlos al taller. Si podemos poner a un hombre en la luna, se diría que podríamos fabricar un auto que no tuviésemos que llevar al taller, pero no lo hacemos. Hemos fabricado, pues, al cuerpo para que falle. Y es obvio que el cuerpo fallará si no lo alimentas, le procuras agua, vestido, esparcimiento, etc. ¿Por qué fabricamos un cuerpo de esa manera? Es un sueño. Puedes hacer un sueño como te dé la gana, lo hacemos todas las noches. Hicimos nuestro sueño de esa manera porque queríamos que el cuerpo fuese el instrumento de victimización a manos de alguien o de algo más: de los mencionados poderes y fuerzas que no podemos controlar.
Debes entender tu vida en un cuerpo, y específicamente, entender la enfermedad de tu cuerpo en el contexto de esta perspectiva metafísica más amplia, que nos ayuda a entender el propósito: para qué sirve el mundo, y para qué sirve el cuerpo, así como todo lo que sucede con el cuerpo. Para decirlo de otra manera, la enfermedad —los síntomas físicos o psicológicos— representan relaciones especiales. Tengo una relación muy especial con mi cuerpo enfermo y con mi psique enferma. Me encantan porque me permiten conseguir lo que quiero. Utilizo mi relación especial con mi cuerpo, para promover mis relaciones especiales con otros cuerpos. Utilizo mi cuerpo para hacer que otros cuerpos se sientan culpables, para sacarles lo que yo quiero.
Todo niño conoce la ganancia secundaria de enfermarse: faltas a la escuela; recibes mucha atención; a veces mamá se queda en casa contigo, cuando normalmente no lo hace. Como adulto, si no te gusta lo que haces en el trabajo, enférmate. Si sientes necesidad de tomar un día libre, pero sin que te lo descuenten, enférmate. Enfermarse conlleva un enorme beneficio secundario. Si quieres que la gente se compadezca de ti, enférmate, lastímate, haz lo que el mundo llama un acto heroico, y todos dirán: «Pobrecito, mira cómo sufriste; perdiste la extremidad, pero ve qué maravilloso fue lo que hiciste». Convertimos a los mártires en héroes. Convertimos a las víctimas en héroes. Existe una inmensa ganancia secundaria .
Hay una razón para lo que le pasa al cuerpo. Nada sucede por casualidad. Es nuestro sueño. Fabricamos al cuerpo para que fallara, para que fuera víctima de poderes y fuerzas que no podemos controlar. No es por casualidad que el cuerpo sea de esa manera. Tenemos que pasar del efecto, que es el cuerpo enfermo, a la causa, que es la mente enferma, y entenderemos la causa comprendiendo el propósito. Queremos mantener la separación que le robamos a Dios, pero queremos desechar el pecado y la culpabilidad, y una de las maneras menos ofensivas de hacerlo es enfermándonos: «Hay este virus que me atacó, y por eso estoy enfermo».
Ahora bien, esto no significa que a nivel del mundo neguemos que hay virus y bacterias. Ciertamente los hay, pero su presencia es intencional. Forman parte de la misma Filiación enferma de la que todos formamos parte. Todos asumimos el papel de víctimas porque somos victimizadores secretos. Todos asumimos el papel de victimizadores porque somos víctimas secretas. Funciona en ambos sentidos. Todos somos victimizadores, pero alguien nos hizo de esta manera; por lo tanto, somos víctimas de la victimización de otra persona, y así sucesivamente.
. . . . .
​P: Hoy quiero salir de aquí con algunas realidades nuevas y siento que eso sucederá, pero estoy pensando si no será bueno tomar más a la ligera lo defectuoso que es el cuerpo, no darle tanta importancia.
R: Una de las razones por las que creo que es importante ser un poco serio, que es importante hablar del cuerpo de esa manera, es que a la mayoría de la gente no le gusta hablar de ello de esa manera. Y creo que Jesús se deja de sutilezas en este curso y dice las cosas sin tapujos, porque en el mundo hay una tendencia tan marcada a no entender al ego. Y Jesús realmente quiere que lo entendamos, porque, de lo contrario, no podremos tomar una decisión significativa en contra del ego. Ahora bien, el cuerpo al fin y al cabo no es nada. Eso es lo que «aligera» el asunto: el cuerpo no es realmente nada. Pero lo hemos convertido en algo horrible, porque primero nos fabricamos para que nosotros fuéramos algo horrible. Y no podemos entender que el horror que fabricamos no es nada hasta que primero miremos cuán horrible fue lo que pensamos. El Curso dice que debes mirar el odio. Jesús lo dice en varios lugares. Debes mirar el odio antes de poder mirar el amor. Debes mirar el odio, no porque el odio sea real, sino porque lo has hecho real; y luego hiciste el odio tan odioso y tan temible que no quieres mirarlo. Entonces el mundo y el cuerpo se convierten en una defensa contra mirar.
Parte V
«El proceso de la enfermedad»
Pasemos ahora al folleto de Psicoterapia, la sección llamada «El proceso de la enfermedad» (P-2.IV). El contexto de este folleto es, por supuesto, la psicoterapia y su práctica. Pero uno no tiene que ser un terapeuta profesional para beneficiarse de él, aunque iba dirigido específicamente a terapeutas. Es un maravilloso resumen de los principios del Curso sobre la sanación (que ya hemos visto y veremos de nuevo): básicamente, toda enfermedad es alguna forma de falta de perdón y, por lo tanto, toda terapia es realmente una forma de perdón.
(1:1) De la misma manera en que toda terapia es psicoterapia, del mismo modo toda enfermedad es enfermedad mental.
Cuando Jesús dice «toda terapia es psicoterapia», quiere decir que toda terapia es de la mente porque toda enfermedad es de la mente, «toda enfermedad es enfermedad mental». Dicho de otra manera, todos nuestros problemas son sombras de nuestra culpabilidad, como vimos cuando comentábamos el pasaje en El canto de la oración y, por lo tanto, toda terapia, toda sanación, es el deshacimiento de la culpabilidad, que viene a través del perdón. Dicho aún de otra manera, toda enfermedad es una expresión de la creencia de que mis intereses están separados de los tuyos. Un corolario de esta idea es el concepto de uno o el otro: no me importas tú; solo me importa que mis necesidades sean satisfechas. Ese es, por supuesto, el núcleo de cualquier relación especial y se basa en la idea de que tenemos intereses separados. Otro aspecto de este corolario es la idea de que puedo escapar de lo que mi ego me dice que es la fuente de mi dolor, arrojando mi culpa sobre ti, y así hacer que tú seas pecador y que yo esté libre de pecado. Eso es uno o el otro: tú tienes el pecado y yo no. Mis intereses están separados de los tuyos. Tú no me importas en absoluto; solo me importa deshacerme de mi pecado.
Otra forma de entender la enfermedad es que consiste en percibir intereses separados, una percepción que comenzó con la creencia original de que mis intereses diferían de los de Dios. No me importa Dios y no me importa Cristo. Solo me importo yo, mis intereses tienen prioridad. Quiero mi vida, y si eso significa que Dios tiene que ser sacrificado y Su Hijo crucificado, ¿qué se le hace?, es lo que hay. Pero yo tendré mi vida. Si definimos la enfermedad como la creencia en intereses separados, entonces podríamos definir la sanación como la creencia en intereses compartidos; a saber, que tenemos metas compartidas. No puedo estar sin pecado a menos que tú también lo estés. Si creo que yo soy pecador, entonces te haré pecador, y si creo que tú eres pecador, estaré reforzando la creencia en mi propia pecaminosidad. Pero si realmente quiero recordar mi inocencia como Cristo, como el verdadero Hijo de Dios, entonces esa inocencia tiene que percibirse en todos, porque el Hijo de Dios es uno.
Una vez más, esta primera frase significa que toda enfermedad es culpabilidad, que proviene de nuestra creencia en intereses separados. Toda terapia, toda sanación, es de la mente, porque ahí es donde está la creencia. La sanación corrige la creencia en intereses separados, reemplazándola con el reconocimiento de que nuestros intereses son compartidos. Como dice en el texto, nos vamos a casa juntos o no lo haremos en absoluto (T-19.IV-D.12:8), y al arca de la paz se entra de dos en dos (T-20.IV.6:5).
(1:2) Es un juicio acerca del Hijo de Dios (esa es la enfermedad), y todo juicio es una actividad mental.
Jesús está hablando de la mente, que casi siempre no es a lo que se refieren los psicólogos. Incluso cuando Freud hablaba de la psique, siempre tenía un modelo biológico en mente. Comenzó como neurólogo e investigador, y escribió una monografía clásica sobre la afasia antes de comenzar su trabajo psicológico. Cerca del final de su vida declaró que en algún momento del futuro, todas sus investigaciones, todo lo que había explorado y había sacado a la luz se entendería de forma electroquímica. Cuando los psicólogos hablan de la mente, no están hablando de ella de la manera en que lo hace Un Curso de Milagros. Se refieren a algún aspecto del cerebro. Una vez más, cuando Jesús habla de «actividad mental», él se refiere literalmente a una actividad «de la mente», que está totalmente fuera del cuerpo y el cerebro.
(1:3-5) Un juicio es una decisión que se toma una y otra vez contra la creación y su Creador. Es la decisión de percibir el universo como tú lo habrías creado. Es decidir que la verdad puede mentir y que es una mentira.
Todas estas son formas diferentes de describir lo que sucedió en ese momento ontológico original cuando la «diminuta idea loca» pareció surgir en la mente del Hijo de Dios, y el Hijo tuvo la opción de escuchar la verdad del Espíritu Santo o la mentira del ego. La «diminuta idea loca», interpretada por el Espíritu Santo, dice que la separación nunca ocurrió; no hay ninguna «diminuta idea loca». Un Curso de Milagros se refiere a eso como el principio de la Expiación. La mentira del ego es que la «diminuta idea loca» no solo ocurrió, sino que es real, pecaminosa y justifica nuestra culpabilidad, por lo cual merecemos que se nos castigue. Escogimos que la mentira del ego ocupara el lugar de la verdad del Espíritu Santo.
Inherente a todo ello está un juicio tras otro tras otro. Primero juzgamos en contra de Dios, que Su Amor no era suficiente para nosotros. Luego nos marchamos a fabricar nuestro propio mundo interior, y después un mundo físico, donde creíamos que encontraríamos amor, felicidad, paz y dicha en la existencia individual e independiente. A continuación, nos juzgamos a nosotros mismos porque nos sentíamos tan culpables por lo que habíamos hecho: le dijimos a Dios que se fuera al cuerno, que Su Amor no era lo que queríamos, no era suficiente, y si eso significaba que fuera necesaria Su extinción, nuestra respuesta fue: «¡Que así sea!». Luego, por supuesto, tomamos ese juicio de nosotros mismos, lo proyectamos y ahora juzgamos a todos los demás. Eso es de lo que Jesús está hablando aquí. El universo que ahora percibimos tal como lo hemos creado —en realidad, como lo hemos creado en falso— es el universo de separación, juicio, culpabilidad, castigo, sufrimiento, dolor y, finalmente, muerte. Ese es el universo de la mente errónea. Es el universo que se encuentra dentro de nuestras mentes, el que surge cuando lo proyectamos al exterior. Una vez más, es un mundo de sufrimiento, pecado, separación, especialismo y muerte.
(1:6-7) ¿Qué otra cosa, entonces, puede ser la enfermedad sino una expresión de aflicción y culpa? ¿Y por qué sollozaría alguien sino por su inocencia?
Esa es una línea maravillosa que cito muy a menudo. Todas nuestras lágrimas, penas, tristeza, soledad y todo nuestro dolor interior se deben a una sola causa: creemos que desechamos la inocencia del Hijo de Dios al separarnos de Dios, y que nunca la vamos a recuperar. Todas nuestras lágrimas son por haber perdido esa inocencia. Incluso si se nos pudiera devolver, sentimos que no la mereceríamos por haber querido primero destruirla. Eso afirma nuestra culpabilidad. Jesús nos dice que toda enfermedad, independientemente de la forma en que se exprese y en que la experimentemos, no es más que una sombra: una «expresión de aflicción y culpa». Una vez más, toda la soledad, la tristeza y la ansiedad que sentimos de cuando en cuando durante la vida tiene como única causa la decisión que tomamos una sola vez —y reforzamos continuamente— de repudiar el Amor de Dios.
Muy a menudo la forma en que experimentamos esto aquí es que alejamos el Amor de Jesús o el Espíritu Santo diciéndoles que Su Amor no es suficiente para nosotros: quiero el amor de esta persona especial; quiero el confort que me proporciona esta sustancia especial; quiero cualquier cosa que el mundo pueda darme, aparte de Ti. Lo único que hacemos cuando repudiamos a Jesús es reforzar la culpabilidad original cuando repudiamos a Dios y le dijimos que se fuera al cuerno porque Su Amor no era suficiente. Eso es lo que hacemos una y otra vez.
Recuerden, no hay mundo ahí fuera, excepto como una sombra o una proyección del mundo interior. En el mundo interior no hay tiempo ni espacio. El mundo del tiempo lineal y el espacio no surgió hasta la proyección del error. En la mente, todo es atemporal, no en el sentido de la eternidad, sino en el sentido de que no hay tiempo. Proyectado al exterior, el pensamiento de pecado, culpabilidad y miedo da lugar a la linealidad: el pasado, presente y futuro.
Una vez más, lo que quieren ser capaces de entender es que todo lo que sienten en su vida presente, en su momento presente —recuerdos de dolor en el pasado o cosas que están anticipando en el futuro— no es lo que ustedes piensan. Como expliqué antes, no son más que formas de mantener tu separación, y depositar la culpa o la responsabilidad de ello en algo o en alguien fuera de ti mismo.
(2:1) Una vez que al Hijo de Dios se le considera culpable…
Todo esto ocurre con anterioridad al tiempo y al mundo. Ocurre en la mente, pero no deja de ocurrir. Por eso es tan importante ver que el sistema de pensamiento del ego está más allá del tiempo. Simplemente lo proyectamos en el tiempo y pensamos que es secuencial, pero siempre se encuentra ahí y siempre buscará expresarse.
(2:1-2) Una vez que al Hijo de Dios se le considera culpable, la enfermedad es inevitable. Es lo que ha pedido y, por ende, es lo que recibirá.
Es imposible no tener alguna forma de enfermedad una vez que la culpabilidad se hace real en la mente. Mientras creamos que estamos aquí en este mundo y que somos un cuerpo; mientras creamos que somos la personalidad que tenemos; mientras creamos que este yo es lo que realmente somos, seremos culpables. Este yo únicamente podría haber emergido de la creencia previa de que nos habíamos separado de Dios, de que logramos lo imposible; de ahí que los sentimientos de odio y aborrecimiento a uno mismo están más que justificados. Para escapar de esos sentimientos, creemos que no nos queda más remedio que proyectarlos y encontrarles defectos a todos los demás. Eso es lo que Jesús quiere decir con: «Es lo que ha pedido y, por ende, es lo que recibirá».
(2:3) Todos los que piden enfermedad se han condenado a sí mismos a buscar remedios que no los pueden ayudar, pues han depositado su fe en la enfermedad y no en la salvación.
Aquí Jesús se refiere a la magia. Si se fijan en el diagrama, en la última línea de la caja del MUNDO DE SEPARACIÓN – PERCEPCIÓN, verán soluciones/magia. Cualquier intento de resolver un problema a nivel del mundo y el cuerpo, el Curso lo llama magia, porque no tendrá éxito. Cualquier cosa que intente resolver el problema a nivel de la mente, el Curso lo llama milagro. Por eso hay una línea en el lado derecho del diagrama que lleva del mundo al tomador de decisiones. Ese arco denota el proceso de retirar nuestra atención del mundo —donde el ego la puso para que pudiéramos culpar a todos— y redirigirla a la mente de la cual quisimos escondernos.
La magia es un intento de resolver un problema donde no existe: a saber, en el cuerpo y en el mundo; mientras que el milagro resuelve el problema donde existe, que es en la mente. Continuamente buscamos remedios para nuestro dolor en niveles que nunca ayudarán, porque fueron diseñados para no ayudar. Recuerden, la estrategia fundamental del ego es evitar que cambiemos de mentalidad respecto al ego. El sistema de pensamiento del ego es una ingeniosa estrategia elaborada con gran cuidado y es absolutamente genial. El temor del ego es que en algún momento tomemos conciencia de lo que hemos hecho, reconozcamos nuestra elección equivocada y cambiemos de mentalidad. Y en el instante en que elijamos en contra del ego y a favor del Espíritu Santo, el ego desaparecerá, porque todo en la mente errónea y en el mundo literalmente no tiene significado ni sustancia, no es real. Solo aparenta ser una realidad en la medida en que creemos en ella.
En el texto Jesús habla de la fe, y no en el sentido habitual de la palabra. Está hablando de poner fe en el ego o en el Espíritu Santo (T-17.VII). Poner fe en el ego es lo que él describe como infidelidad, porque no estamos poniendo la fe en nada. Pero una vez que lo hacemos, dotamos de credibilidad al ego y en ese momento el ego parece real, tan real y monstruoso de hecho que tenemos que proyectarlo e inventar un mundo que creemos que es real. Pero como dice el rey Lear: «nada obtendréis de nada». El mundo no es nada porque surgió de lo que no es nada, pero creemos que es todo, sólido, real y muy doloroso, porque creemos en él. Cuando retiramos nuestra creencia, retiramos nuestra fe y el ego se colapsa como un globo al que se le ha salido el aire. El ego tiene miedo de esa eventualidad; por lo tanto, concluye que la manera de escapar de nuestro inevitable cambio de mentalidad es dejarnos sin mente. Para eso hay un mundo.
Esa es otra forma de entender el propósito del mundo. El propósito del mundo es que olvidemos que hay una mente. Una vez más, para volver a lo que comentábamos anteriormente, olvidamos que la mente es la causa y el mundo es solo el efecto. Dejándonos sin mente —lo cual significa que un velo opaco cae frente a nuestras mentes—, el ego se asegura de que no tengamos memoria de la mente y que sigamos para siempre sin mente porque nos hemos olvidado de la causa. Todo lo que sabemos es que mi cuerpo está enfermo y necesito ayuda; me duele la psique y necesito ayuda; me siento solo y aislado, y necesito el consuelo de abrazar a otro cuerpo; siento un vacío en el estómago y está produciendo rugidos, por lo que tengo que llenarlo con algo del exterior; tengo una fuerte jaqueca, así que necesito tomar una píldora que ayude a dilatarme las arterias para que el dolor desaparezca; y no paramos. Pero ninguno de estos remedios funcionará porque no deshacen la causa. Solo se entretienen con la sombra, pero la causa de la sombra sigue siendo exactamente lo que era.
Eso es de lo que Jesús está hablando aquí. Ponemos nuestra fe en la enfermedad porque no queremos salvarnos. A una parte de nosotros le gusta nuestra identidad individual. Le gusta ser única, ser una persona. Esa parte no quiere salvarse. En el contexto de Un Curso de Milagros, la salvación significa salvarnos de creer en el sistema de pensamiento del ego: un sistema de pensamiento de individualidad, separación, especialismo, etc.
Lo que Jesús trata de hacer en este folleto, tal como lo hace en el Curso, es que reconozcamos exactamente lo que estamos haciendo y por qué lo hacemos; por qué insistimos tan obstinadamente en tener razón, en que nosotros sabemos y el Espíritu Santo no, o en que el Espíritu Santo sabe lo que nosotros le enseñamos. El mundo ha venerado al Jesús que inventamos a nuestra imagen y semejanza. Este es el Jesús que confirma nuestro sistema de pensamiento de separación, pecado, salvación a través del sufrimiento, muerte, cuerpos, etc.; pero nos aterra lo que el verdadero Jesús enseña porque no queremos salvarnos de la manera en la que él quiere que nos salvemos. Queremos salvarnos de nuestro dolor haciendo que otra persona pague el precio.
(2:4) No hay nada que un cambio de mentalidad no pueda hacer, pues todas las cosas externas no son sino sombras de una decisión ya tomada.
Las decisiones se toman solo en la mente, y por eso hablamos de un tomador de decisiones. Al decir: «todas las cosas externas», Jesús se refiere a todo aquí: tanto al universo físico, como al universo personal. «Todas las cosas externas» no son sino sombras de una decisión que ya se ha tomado en la mente: la decisión de estar separados y, una vez más, mantener intacta nuestra separación proyectando la causa y echándoles la culpa todos los demás.
(2:5-6) Si se cambia la decisión, ¿cómo podría su sombra no cambiar? La enfermedad no es más que la sombra de la culpa, grotesca y fea, puesto que imita la deformidad.
La deformidad de la que habla Jesús es el pensamiento deforme que dice que soy un Hijo de Dios, independiente de mi Creador y Fuente; este yo ego —la morada del mal, de las tinieblas y del pecado— es quien soy. Esa es la deformidad. Una vez que tienes un pensamiento deforme, ¿cómo podría su sombra no ser deforme? Incluso cuando tu cuerpo parece funcionar a la perfección es deforme porque es una grotesca parodia y caricatura de quienes somos en realidad, pues el cuerpo nos mantiene separado de cualquier otro cuerpo. Los cuerpos cambian, por no mencionar que fallan y mueren, y esto es lo que proclamamos que es el glorioso Hijo de Dios. Como si eso no fuera suficiente, cuando miras el cuerpo en el contexto de la Biblia, se pone aún peor, porque entonces Dios se convierte en el Creador de esta deformidad. Esto, por supuesto, hace que Dios sea tan deforme como nosotros.
(2:7) Si una deformidad se ve como real, ¿cómo podría su sombra no ser deforme?
Todo lo que Jesús está diciendo aquí, en un lenguaje muy fuerte, es que el mundo y el cuerpo son el efecto de la causa, que es la decisión de nuestra mente de estar separados y luego sentirnos culpables. Lo que llamamos enfermedad no es la única forma de deformidad. El cuerpo en sí es una deformidad. El mundo es una deformidad. Todo lo que parece existir en este mundo, cualquier cosa que cambie, crezca, se marchite, se deteriore y muera es una deformidad, porque es una sombra del pensamiento deformado original que dice que existo fuera del Cielo y tengo una identidad individual que me mantiene separado y me diferencia de Dios, y finalmente me mantiene separado de todos los demás. ¿Cómo es posible que esto sea amor? ¿Cómo es posible que esto sea real? El propósito de esta identidad es demostrar que el amor es la mentira y la realidad es la ilusión; en otras palabras, que la ilusión es la realidad y el amor especial es la verdad. El amor especial siempre se trata de separación, de intereses separados y pactos. Siempre es excluyente, lo cual significa que no incluye a toda la Filiación.
Pueden ver que Jesús está transformando la idea y la comprensión de la enfermedad, llevándonos de la limitada perspectiva propia del mundo y el cuerpo a la mente. Está diciendo que cualquier cosa que suceda aquí es una sombra. Por lo tanto, lo que queremos hacer es volver a la fuente de la sombra. Eso es lo que hay que cambiar y deshacer.
Parte VI
«El proceso de la enfermedad» (cont.)
(3:1) Una vez que se ha decidido que la culpa es real, el descenso al infierno [que es realmente en lo que el mundo termina] sigue paso a paso su inevitable trayectoria.
Jesús la describe en Un Curso de Milagros como la loca trayectoria a la demencia (T-18.I.7). También se refiere a ella como la escalera que la separación nos hizo descender (T-28.III.1:2). En el diagrama, esto se representa con Dios en la parte superior, el Dios que creemos haber abandonado. Luego está la parte tomadora de decisiones en la mente, que toma la decisión equivocada y busca destruir al Espíritu Santo. Ahora nuestro yo ya no es un Ser, ni siquiera un yo responsable; ahora es un yo ego, insignificante y diminuto, fingiendo en su grandiosidad ser algo importante. De eso descendemos finalmente al nivel del mundo. Eso es de lo que Jesús está hablando en este pasaje.
Este descenso es inevitable una vez que hacemos real la culpabilidad, porque la culpabilidad exige castigo y entonces por miedo al castigo, habrá que dejar la mente para huir de la ira de Dios, lo cual hacemos inventando un mundo. Esto no es algo que sucedió una sola vez en el tiempo. Sucede una y mil veces, a cada instante. Esa maravillosa sección del texto, titulada «El pequeño obstáculo», dice: «Cada día, y cada minuto en cada día, y cada instante de cada minuto, no haces sino revivir ese instante en el que la hora del terror ocupó el lugar del amor» (T-26.V.13:1). Volvemos a representar ese momento en el que le dijimos al Espíritu Santo que se fuera al cuerno y, en vez de escucharlo a Él, escuchamos al ego. Hacemos esto una y otra vez fuera del tiempo, pero experimentamos sus efectos en el tiempo. Como el problema está fuera del tiempo, la sanación tiene que hallarse fuera del tiempo. Eso es lo que es el instante santo. Es el instante fuera del tiempo y el espacio, cuando elegimos al Espíritu Santo en lugar del ego.
(3:2) La enfermedad, la muerte y la miseria fustigan ahora la tierra en implacables oleadas, a veces simultáneamente, y otras en siniestra sucesión.
Así describe Jesús el mundo. No es el único lugar en el material, donde habla de ello de esta manera. Está tratando de ayudarnos a darnos cuenta de que este no es un lugar agradable, y por lo tanto que no debemos tratar de convertirlo en un lugar agradable. El mundo es un lugar de «enfermedad, muerte y miseria». Como dice en el libro de ejercicios, es un desierto, «al cual criaturas hambrientas y sedientas vienen a morir» (L-pII.13.5:1). Además, esa no es la única ocasión en que usa la imagen de un desierto. Aquí no hay vida. No hay vida en el desierto del ego. Nos dice que fuera del Cielo no hay vida (T-23.II.19:1). El objetivo de todo esto no es importunarnos y hacer que nos sintamos culpables, sino motivarnos a querer dejar este infierno, este desierto. Jesús nos está motivando a no querer permanecer en un lugar, repetimos, «al cual criaturas hambrientas y sedientas vienen a morir», un lugar donde «la enfermedad, la muerte y la miseria» acosan la tierra. Esa es la mala noticia respecto al mundo que creemos que es tan real y maravilloso. La buena noticia es que:
(3:3) Todas estas cosas, no obstante, por muy reales que puedan parecer, son solo ilusiones.
El problema con esa declaración, como con muchas otras similares, es que, si acepto lo que está diciendo —que la enfermedad, la muerte y la miseria son ilusiones—, también debo aceptar el hecho de que este cuerpo es igualmente ilusorio. Una vez más, esta es la razón por la que a nadie le gusta realmente este curso. Jesús no solo está diciendo que renuncies a todos tus rencores, tus faltas de perdón, tus odios mezquinos y tu especialismo. Cierto, está diciendo que renuncies a todo eso, pero además está diciendo que hacerlo es el paso previo que a la larga conduce a la renunciación de todo este yo. Su propósito no es hacer que vivamos más felices en el sueño: que se erradique la enfermedad y la muerte, que la gente viva para siempre y todo el mundo sea feliz. Su propósito es despertarnos del sueño de los cuerpos, que solo es una sombra del sueño de la culpabilidad que está en la mente.
Se nos tiene que motivar. Si Jesús es nuestro maestro, comparte el desafío que enfrenta cualquier maestro, el de motivar a sus alumnos. Tienen que querer aprender los cursos que sus maestros les imparten. Bueno, la única manera en que Jesús conseguirá que aprendamos realmente este curso es que nos demos cuenta de lo desdichados que somos donde estamos. Si creemos que todo es maravilloso, estudiaremos el Curso durante seis meses, pensaremos que hemos captado lo esencial del mensaje y saldremos cabalgando felizmente hacia el atardecer. No tendremos la motivación de estudiar y practicar realmente tanto el texto como el libro de ejercicios, día tras día, durante el resto de la vida. Tenemos que estar motivados, dándonos cuenta de que nuestra vida no funciona.
Por eso todos estos pasajes están aquí. Si crees que este mundo funciona o puede funcionar, o que Un Curso de Milagros vino a este mundo para hacer del mundo un lugar mejor —para traer paz, prosperidad y felicidad al mundo— nunca estarás motivado para aprenderlo. El propósito de este curso es ayudarnos a dejar el mundo de forma voluntaria, así como el ego tuvo que convencernos justo al principio de que abandonáramos la mente. Lo hizo diciéndonos una mentira que nos creímos: la mente es un lugar peligroso. Inventando su cuento chino de pecado, culpabilidad y miedo, nos dio la motivación para dejar la mente, porque creíamos que si nos quedábamos allí, un Dios furioso, maníaco y enajenado se vengaría de nosotros, causando gran infelicidad y, con el tiempo, nuestra destrucción.
El ego fue muy buen maestro, loco, pero muy hábil. Sabía que tenía que motivarnos a dejar la mente e inventar un mundo enseñándonos que la mente nos haría muy infelices. Jesús hace lo mismo, excepto que su lección es de cordura. Ahora tiene que motivarnos a deshacer la motivación del ego. Tiene que enseñarnos que permanecer en el cuerpo y en el mundo nos matará y nos hará muy infelices, y que volver a la mente nos traerá verdadera dicha. El problema es que seguimos creyendo en el ego, y por lo tanto todavía prevalece la motivación de huir de nuestras mentes y vivir en el mundo. El ego dice: «Bien, ahora que estamos aquí, hagamos del mundo un lugar mejor». El propósito de este curso no es hacer del mundo un lugar mejor. A diferencia de la Biblia, Un curso de milagros no busca hacer una «Nueva Jerusalén» aquí en la tierra, ni mezclar el Cielo y la tierra, ni traer el Cielo a la tierra. No puedes integrar dos reinos mutuamente excluyentes.
Jesús tiene que motivarnos a mirar de nuevo este mundo y el cuerpo. Ese es el propósito en todo el material: el texto, el libro de ejercicios, el manual, los dos folletos y los poemas de Helen. Pero sentimos una gran tentación de decir que la intención de Jesús no es realmente decir que el mundo está mal, sino más bien que está mal la forma en que percibimos el mundo. Mas no es así. Jesús quiere decir que el mundo está mal porque fue hecho para ser una defensa contra lo que está bien, que es el principio de la Expiación en nuestras mentes. Deben entender eso; de lo contrario su trabajo con este curso se verá seriamente limitado. Pueden ponerle alrededor una banda muy apretada para que solo diga lo que quieren, o sea, cómo vivir mejor en este mundo y sentirse mejor en este cuerpo. Jesús está diciendo que no puedes sentirte mejor en un cuerpo porque no hay cuerpo, pero déjame ayudarte a sentirte mejor en la mente enseñándote que el ego te mintió. La mente no es un lugar peligroso. No hay un Dios iracundo y venenoso empeñado en destruirte. En tu mente, no hay ninguna persona pecaminosa, culpable, despiadada y malvada llamada tú. Todo es puro cuento. La mente es lo único que puede salvarte, porque la mente es lo único que podría condenarte.
Pero Jesús tiene que motivarnos; tiene que hacer que queramos aprender su curso. Por eso están aquí pasajes como este, para que no caigamos en la tentación de traérnoslo arrastrando al mundo y hacer del mundo un lugar mejor.
(3:4-5) ¿Quién podría tener fe en ellas una vez que ha entendido esto? ¿Y quién no podría no tener fe en ellas hasta que lo entienda?
Jesús quiere que nos demos cuenta de que la enfermedad, la muerte y la miseria son ilusiones. Habla de esto en muchos lugares, por ejemplo, en la Introducción al capítulo 13 del texto, donde dice que este mundo es «el sistema ilusorio de aquellos a quienes la culpa ha enloquecido» (T-13.in.2:2). Luego describe cómo es realmente este mundo: no es un lugar agradable y que «si este fuese el mundo real, Dios sería ciertamente cruel» (T-13.in.3:1). Quiere que entendamos lo que es el cuerpo. Solo entonces reconoceremos que el cuerpo es neutral, y solo entonces podremos darnos cuenta de que el cuerpo podría servir para un propósito diferente: como un aula de clase para conducirnos más allá del cuerpo, en lugar de como una prisión que nos lleva a la pudrición y a culpar de ello a todos los demás.
(3:6-7) La curación es terapia o corrección, y como ya hemos dicho y volveremos a repetir, toda terapia es psicoterapia. Curar al enfermo no es sino ofrecerle este entendimiento.
La razón por la que la frase «toda terapia es psicoterapia» es tan importante es que se refiere a la idea de que toda curación es de la mente y no puede ser otra cosa. Jesús simplemente nos está ayudando a entender la diferencia entre magia y un milagro. Respirar y comer son cosas mágicas; es decir, creemos que moriremos si no comemos, bebemos o respiramos. Jesús no está diciendo que debas dejar de comer o respirar, o que no debas usar magia porque sea algo maléfico; no es malo. Simplemente está tratando de ayudarnos a entender para qué comemos y respiramos, con qué propósito.
(4:1) La palabra «cura» ha caído en desprestigio entre los terapeutas más «respetables» del mundo, y con toda razón.
El folleto de Psicoterapia fue dictado y anotado en la década de 1970, y esta frase es una referencia al debate que en aquel entonces se sostenía entre los psicoterapeutas a raíz del trabajo de Carl Rogers durante la posguerra. Se cuestionaban si existía o no una cura en la psicoterapia. Jesús está diciendo algo totalmente diferente de lo que los psicoterapeutas dirían respecto a su propio trabajo. Jesús está diciendo aquí que no hay cura porque la cura no tiene nada que ver con el cuerpo ni con la interacción entre los cuerpos. La cura, o la sanación, solo puede ocurrir en la mente.
(4:2) Pues ninguno de ellos puede curar, y ninguno de ellos entiende lo que es la sanación.
Todos los terapeutas del mundo, ¡nada! Por eso hay un folleto para psicoterapeutas, porque no entienden lo que son la psicoterapia y la sanación. Por cierto, si alguno de ustedes está en terapia, o está contemplando comenzar una terapia, esto no significa que deba parar o no ir. Una vez más, la magia no tiene nada de malo. Pero, si están en terapia o deciden iniciar una terapia, por favor no lleven consigo este folleto. Eso no ayudará, podría ser una expresión de ataque disfrazado de resistencia.
(4:3-7) En el peor de los casos, le otorgan realidad al cuerpo en sus propias mentes, y una vez que han hecho esto, apelan a la magia para curar los males con los que sus mentes dotaron al cuerpo. ¿Cómo podría este proceso curar? Es ridículo de principio a fin. Mas una vez comenzado, del mismo modo ha de concluir. [Comienza de forma ridícula porque ve el problema donde no está, y por lo tanto debe terminar de forma ridícula.] Es como si Dios fuese el diablo y fuera necesario encontrarle en el mal.
La sanación es de Dios y está en la mente, que no tiene nada que ver con el cuerpo. No es que el cuerpo sea malo, sino que el cuerpo no funciona. Al decir «cuerpo» Jesús implica también psique. Antes dije que cuando Freud hablaba de la psique se refería al cuerpo; lo mismo es cierto de Jung. No entendían la palabra mente en el sentido en que lo emplea el Curso. Veían la mente como un complemento o alguna expresión de la actividad cerebral. No hablaban de la mente.
(4:8-10) ¿Cómo podría haber amor ahí? ¿Y cómo podría lo enfermo curar? ¿No son acaso estas dos preguntas una y la misma?
¿Cómo podría haber amor en el cuerpo? ¿Cómo podría haber amor cuando estás buscándolo en el lugar equivocado? El amor se encuentra en el principio de la Expiación del Espíritu Santo en la mente correcta, donde está la memoria del Amor de Dios. La mayor amenaza para el ego es la posibilidad de que elijamos la mente correcta. Como explica Un Curso de Milagros, el ego no tiene concepto alguno del amor, de Dios, del Espíritu Santo o de la Expiación. El único concepto que entiende es una supuesta amenaza a su propia existencia. El ego sabe —como expliqué antes— que, si dejamos de creer en él, desaparecerá. Puesto que la mente escindida se rige por el principio de uno o el otro, retirar nuestra creencia en el ego significa creer y poner nuestra fe en el Espíritu Santo. Eso significa que parte de nosotros quiere recordar el Amor de Dios, en lugar de tratar de atacarlo continuamente. Negar el Amor y erigir en su lugar la culpa y el amor especial, es la enfermedad y dará lugar a una experiencia de enfermedad en este mundo, independientemente de la forma de los síntomas.
Elegir al Espíritu Santo nace de la idea de que «tiene que haber otra manera». Mi forma de vivir en este mundo no me funciona. Mi manera de hacer este curso no me está funcionando porque siempre estoy tratando de traer a Jesús o al Espíritu Santo al mundo en lugar de usarlos como el medio de abandonar el mundo. Sin embargo, abandonar el mundo no implica morir físicamente; significa gradualmente desprenderme de mi percepción del mundo como algo real y fuera de mí, y aceptar la verdadera percepción o visión del Espíritu Santo, que ve el mundo como la «imagen externa de una condición interna». Quiero volver a la condición interna, porque ese es el problema. Y quiero corregir el problema en su punto de origen: la parte tomadora de decisiones en mi mente, que eligió al ego en lugar del Espíritu Santo.
Parte VII
«El proceso de la enfermedad» (conclusión)
(6:1) Cualquier clase de enfermedad puede definirse como el resultado de verse uno a sí mismo débil, vulnerable, malvado y en peligro y, por ende, en constante necesidad de defensa.
Una vez más, esto amplía nuestra comprensión de la enfermedad. A los estudiantes de Un curso de milagros les encanta apuntar con un dedo acusador a otros estudiantes del Curso que se enferman, diciendo: «No estás haciendo el Curso correctamente. ¿No sabes que “La enfermedad es una defensa contra la verdad” (L-pI.136)?» —y cosas por el estilo. Jesús no solo está hablando de un síntoma; está diciendo que la enfermedad es cualquier experiencia en el cuerpo. Cuando tienes hambre, eso es una enfermedad. Cuando los pulmones están vacíos y tienes que tomar aire, eso es una enfermedad. Cualquier problema que se presente con el cuerpo, ya sea una falta de oxígeno, una falta de alimento, o algo que llamemos una dolencia, es una enfermedad. Y la enfermedad exige una solución mágica. Sentirte solo es una enfermedad, y querer que otra persona esté ahí contigo es una solución mágica. Aquí, todo es una enfermedad, y no hay una jerarquía de ilusiones, a diferencia de lo que dicta la primera ley caótica del ego. Así que sean amables y gentiles con sus amigos y con ustedes mismos.
«Cualquier clase de enfermedad puede definirse como el resultado» significa que la enfermedad es el efecto, y la causa es la percepción de uno mismo como «débil, vulnerable, malvado y en peligro». Esta es la percepción de pecado, culpabilidad y miedo: creemos que somos «la morada del mal, de las tinieblas y del pecado» (L-pI.93.1:1), y esa es la causa de que nos sintamos tan vulnerables y desnudos, frente a un Dios iracundo que está a punto de descender sobre nosotros y destruirnos. Ese yo vulnerable necesita una defensa, que es el mundo, y el mundo entonces se convierte en una defensa contra la culpabilidad y contra la percepción de verse uno a sí mismo «débil, vulnerable, malvado y en peligro». Esta percepción de nuestro yo es a su vez una defensa contra el glorioso Ser que Dios creó, del cual el principio de la Expiación es un recordatorio.
Todo el sistema de pensamiento del ego está encapsulado en esta sola frase; y entender ese sistema de pensamiento es deshacer al ego. Implícita en la perspectiva de mentalidad errónea está la corrección de mentalidad correcta, porque cuando realmente miramos lo que el ego está haciendo, desaparecerá. Por eso hay que leer cada frase con mucha atención.
(6:2) Sin embargo, si el yo fuera realmente así, cualquier defensa sería inútil.
Y, por supuesto, lo es. El mundo no funciona. Fíjense en lo astuto que es el ego y cuán locos estamos en creerle. El ego nos convence de que nuestro yo en la mente es débil, vulnerable, malvado y corre peligro, por lo que necesita la protección del mundo y del cuerpo. Así que fabricamos un cuerpo, pero este también es débil y vulnerable. Si alguien mira tu cuerpo de una forma rara, te sientes diezmado. Esto solo muestra lo débil y frágil que es tu percepción de ti mismo. Y si te atropella un coche al cruzar la calle, quedas diezmado de otra manera. Como hemos visto una y otra vez, el cuerpo nació para morir. Desde el momento del nacimiento, las células comienzan a morir y a la larga todos morimos. Entonces, ¿de qué manera funciona esto como defensa?
Hay un pasaje maravilloso al principio del texto donde Jesús explica la demencia del ego y cómo su defensa no funciona (T-4.V.4). Jesús nos hace confrontar al ego con una pregunta que es básicamente: «¿Qué pasa? Me dijiste que inventara un cuerpo porque yo necesitaba ayuda y protección, y ahora mi cuerpo necesita ayuda y protección. No importa qué tipo de ayuda reciba, al final, todavía va a morir. ¿Qué clase de ayuda es esta?». Jesús dice que el ego responde borrando la pregunta: hace que un velo caiga frente a la mente, que destruye cualquier recuerdo de lo que se trata todo esto. Ya no somos conscientes de que la defensa del ego —el cuerpo— no funciona, porque ya no tenemos conciencia de aquello contra lo que inicialmente debía defendernos, que era el dolor en nuestras mentes. Olvidamos que nacer en un cuerpo es una defensa y ahora pensamos que es una realidad, creemos que es el don de Dios.
Por eso necesitamos un curso que exponga al ego tal como lo que es en realidad. Jesús levanta el velo y dice: «Déjame ayudarte a ver lo que has estado encubriendo. Querrás alejarte del hedor y de las formas grotescas que verás en tu mente, pero estaré ahí contigo y te ayudaré a mirar. Entonces te darás cuenta de que todo fue literalmente una fantasía, una alucinación, un delirio, y entonces desaparecerá. Pero no lo sabrás hasta que mires tu mente». Jesús nos está ayudando a entender que si queremos ver lo que está en la mente, debemos mirar el mundo tal como es realmente. No es un lugar de vida; es un lugar de muerte. Por eso Jesús dice en el libro de ejercicios: «El mundo se fabricó como un ataque contra Dios... se fabricó con la intención de que fuera un lugar donde Dios no pudiese entrar. . .» (L-pII.3.2:1,4).
(6:3) Las defensas que se procuran, por lo tanto, no pueden sino ser mágicas.
Son mágicas porque no resuelven nada. En nuestro mundo cotidiano, la magia se asocia con la ilusión: creemos que vemos cosas que realmente no han sucedido. Bueno, el mundo no ha sucedido, y la enfermedad es solo una de las defensas o formas de magia que el ego utiliza para protegernos de la enfermedad real, que está en nuestras mentes. Ese es el objeto de la Lección 136, «La enfermedad es una defensa contra la verdad» (L-pI.136), donde Jesús describe la enfermedad como una defensa que el ego utiliza para evitar que despertemos a la verdad de que nuestra realidad es espíritu. Jesús describe específicamente la estrategia defensiva del ego, señalando que no es algo que simplemente sucede. No somos víctimas inocentes de fuerzas o patógenos que están fuera de nuestro control. Desde el punto de vista del ego, el sueño es nuestro y sirve para una poderosa finalidad: cumplir el deseo de mantener nuestra separación, pero echarle la culpa a otra persona.
(6:4-5) [las defensas] Deben superar todos los límites percibidos en uno mismo y, simultáneamente, forjar un nuevo concepto propio en el que el antiguo no tenga cabida. En resumen, el error se acepta como real y se lidia con él mediante ilusiones.
Esta idea de tratar de construir un concepto diferente del yo ha sido prominente en nuestro mundo a partir de la Segunda Guerra Mundial. Hay una rama de la teoría psicológica llamada «teoría de la personalidad», con Rogers, Allport y Maslow entre los más renombrados teóricos del tema. Esta teoría consiste en concebir un nuevo concepto del yo que sea más fuerte, menos vulnerable y que se sienta mejor, sin necesidad de lidiar con el concepto subyacente del ego, en el que somos débiles, vulnerables, malvados y corremos peligro. En lugar de mirar dentro a este concepto del yo, simplemente le agregamos otro velo o encubrimiento, haciendo un mejor yo: un mejor cuerpo físico y psicológico en el mundo. No nos damos cuenta de que solo estamos haciendo sombras, son yos aparentemente amorosos y llenos de luz, más grandes, mejores y más bellos, pero aun así son sombras que usamos para ocultar la negrura de la horrible creencia que abrigamos respecto a nosotros mismos.
(6:6) Al haberse traído la verdad al ámbito de las ilusiones, la realidad se ha vuelto una amenaza y se percibe como algo malvado.
Eso es lo que hace el ego. El verdadero Dios es ahora percibido como una amenaza, y aquellos que creen en él son vistos como malvados herejes, paganos, no creyentes, porque no son partidarios del sistema de pensamiento del ego que convierte en realidad el mundo, el cuerpo, el individuo, el Dios del ego y el ego mismo. Una vez más, esta es la razón por la que a nadie le gusta este curso. La mayoría de los estudiantes del Curso no lo llamarían maléfico, pero evitan lo que dice como si fuera el diablo, a un tiempo pensando que están practicando el Curso, cuando en realidad lo están encubriendo. Creen que se trata de hacer un yo más indulgente, más amoroso, más pacífico y más bondadoso aquí. Mi ego me dice que si hago «bien» el Curso, nunca me enfermaré, porque lo que quiero es un yo mejor y más sano aquí. Este error es exactamente a lo que Jesús se está refiriendo.
(6:7) El amor se vuelve temible porque la realidad es amor.
La razón por la que se teme al amor es que el amor real, el amor verdadero, es la inclusión y la unidad total, pero no en el nivel de la forma. No es que debas hacer el amor con todo el mundo, pero en el nivel de la mente tu amor por alguien no debería excluir a nadie más. No toma partidos; no dice uno o el otro. Tu amor es un amor que abarca a toda la Filiación cual una sola, porque la Filiación es una. El ego nos haría creer que está fragmentada y, por lo tanto, tenemos que sanar a todos los fragmentos separados. Solo tienes que sanar a un fragmento, aquel que tú crees ser. Cuando tu mente esté totalmente sanada, sabrás que la Filiación es una.
(6:8) De este modo se cierra el círculo contra las «incursiones» de la salvación.
Cuando metes tanto a la verdad del Curso como a Jesús —el maestro de la verdad— en la ilusión del mundo, has construido una barricada contra la salvación real, que está en la mente.
(7:1) La enfermedad es, por lo tanto, un error que necesita corrección.
En el Curso, «error» y «corrección» no son aplicables más que a la mente. Quieres corregir la elección equivocada a favor del ego, la creencia equivocada de que podrías hacer esto por tu cuenta. Esta idea se comenta en el párrafo 5, que no he incluido en este comentario.
(7:2) Y como ya hemos subrayado, la corrección no puede tener lugar «justificando» el error primero y luego pasándolo por alto.
En el folleto El canto de la oración,Jesús se refiere al «perdón-para-destruir», así como, en esencia, a orar-para-destruir y a sanar-para-destruir, todas ellas expresiones de esta misma idea. Estas son maneras en las que se convierte el problema en realidad y luego se trata de resolverlo, diciendo que esta persona ha pecado contra mí y contra los demás, pero la perdono de todos modos; o bien rezándole a Jesús para que me ayude a resolver mi problema contigo en el mundo, o que cure un cuerpo que, a mi parecer, está enfermo.
(7:3-4) Si la enfermedad fuese real, en verdad no podría pasarse por alto, pues obviar a la realidad es demencia. No obstante, el propósito de la magia es hacer que las ilusiones sean verdad mediante una percepción falsa.
Eso es lo que hace la magia. Mi cuerpo enfermo es una solución mágica a mi culpabilidad; pero entonces mis síntomas requieren su propia solución mágica, ya sea algo médico o algo que consideremos espiritual, como la oración o este curso. Este no es un curso para aliviar una enfermedad o unos síntomas; es un curso sobre eliminar la causa de la enfermedad o de los síntomas. Este es un curso para cambiar de mentalidad y no de comportamiento, como se expresa en esa línea muy importante en el texto: «Este es un curso acerca de causas y no de efectos» (T-21.VII.7:8).
(7:5-6) Eso [la magia] no puede sanar, porque se opone a la verdad. Tal vez una ilusión de salud sustituya la ilusión de enfermedad por un breve período, mas no perdurará.
Todos hacemos esto. Tenemos una ilusión de salud física después de haber tenido un período de enfermedad, o una ilusión de salud emocional tras un período de aflicción o angustia. Pero no dura. Recuerden, el cuerpo obviamente fue hecho para descomponerse; no puede funcionar a la perfección porque las ideas no abandonan su fuente. Solo el espíritu funciona perfectamente. El cuerpo proviene de un pensamiento de separación que ya es una enfermedad, una deformidad que no funciona. Cuídense de la tentación de hacer real el cuerpo, tratando de mejorarlo física o psicológicamente. Utilicen el cuerpo simplemente como un aula de clase, en la que lo ven como la pantalla sobre la cual proyectan sus propios «pecados secretos y odios ocultos» (T-31.VIII.9:2). Así, puedes recordar lo que has proyectado y traerlo de vuelta al interior, para que puedas comprender que el pensamiento de separación fue decisión tuya. Ahora puedes perdonarte por tomar esa decisión, eligiendo otra opción.
(7:7-8) Las ilusiones no pueden ocultar el miedo por mucho tiempo, pues este forma parte de ellas. Escapará y tomará otra forma, al ser la fuente de todas las ilusiones.
Freud fue el primero en hablar de «la sustitución de síntomas». Esta es la idea de que no podemos deshacer el síntoma sin deshacer la causa, porque si lo hacemos, la causa —nuestra culpabilidad inconsciente— continuará proyectando de forma automática y fabricará nuevos síntomas. Aquí Jesús también está diciendo que, si arreglas el cuerpo o la psique enfermos, sin deshacer tu creencia en la realidad de la culpabilidad —pensando que esa culpa es buena porque la separación es buena—, la culpabilidad seguirá generando más problemas. La culpabilidad es como una bomba en la mente, que constantemente bombea hacia fuera la inmundicia de su propia fealdad. Seguirá proyectando y haciendo más sombras hasta que limpiemos la mente, tomando otra decisión. Hasta entonces, la culpabilidad, o el miedo (Jesús a menudo usa los términos pecado, culpabilidad y miedo como sinónimos), siempre escapará y adoptará otra forma.
Una vez más, el objetivo de estos comentarios es dejar muy claro que el cuerpo no es el problema o la solución. Una vez que decimos que debe haber otra manera u otro maestro, el único propósito del cuerpo es ser un vehículo que nos dé la posibilidad de volver a la mente, que es donde debe hacerse el trabajo. No es posible hacerlo a nivel del cuerpo.
Parte VIII
A menudo en una charla sobre la enfermedad y la sanación surgen preguntas con respecto al uso de medicamentos y otras formas de curación disponibles en el mundo. Me gustaría abordar este comentario refiriéndome a «Un cambio de percepción», la segunda subsección en «¿Cómo se logra la curación?» en el manual para el maestro. Comenzaremos con el segundo párrafo.
(M-5.II.2:1-2) La base fundamental de la curación es la aceptación del hecho de que la enfermedad es una decisión que la mente ha tomado a fin de lograr un propósito para el cual se vale del cuerpo. Y esto es cierto con respecto a cualquier clase de curación.
Como hemos dicho repetidas veces, la enfermedad no tiene nada que ver con el cuerpo; tiene que ver con una decisión, tomada en la mente, a favor de la culpabilidad en lugar de la Expiación. Una vez tomada esa decisión, la enfermedad es inevitable, independientemente de la forma que tome. La sanación trae el síntoma —emocional o físico— del cuerpo de vuelta a la mente, que es donde está la culpabilidad y donde está la curación o el remedio. Traes el problema de vuelta a la solución, que siempre está en la mente.
(2:2-6) Y esto es cierto con respecto a cualquier clase de curación. El paciente que acepta esto se recupera. Si se decide en contra de la recuperación, no sanará. ¿Quién es el médico entonces? La mente del propio paciente.
El médico no es la persona externa, y el llamado agente curativo no es lo que sana. El médico es la mente, como Jesús dice en este pasaje. Fue la mente la que hizo que se enfermara cuando se apartó del Espíritu Santo y se volvió hacia el ego; por lo tanto, la mente misma es la única que puede corregirse. De eso se trata pedir ayuda a Jesús, significa que volvamos a la mente y elijamos a un maestro diferente, lo que implica elegir en contra del ego. Básicamente, somos los que hicimos que nos enfermáramos eligiendo en contra del Espíritu Santo y somos los únicos que podemos producir la curación eligiendo ahora en contra del ego y a favor del Espíritu Santo. Esa es la sanación; ese es el sanador.
(2:7-13) El resultado acabará siendo el que él decida. Agentes especiales parecen atenderle, sin embargo no hacen otra cosa que dar forma a su decisión. Los escoge con vistas a dar forma tangible a sus deseos. Y eso es lo único que hacen. En realidad, no son necesarios en absoluto. El paciente podría sencillamente levantarse sin su ayuda y decir: «No tengo ninguna necesidad de esto». No hay ninguna enfermedad que no se curaría de inmediato.
Los «agentes especiales» serían cualquier cosa que tomes o hagas para aliviar un problema, cualquier cosa externa: una aspirina o algún otro tipo de medicamento, medicina alternativa, medicina homeopática, medicina china, una dieta particular, un ejercicio especial, una almohada especial para la espalda o el cuello por la noche. No importa lo que sea; todos ellos entran en la categoría de «agentes especiales». Jesús está diciendo que cuando nos sentimos mal y tomamos una píldora, nos sometemos a un procedimiento o hacemos cualquier otra cosa que alivie el dolor emocional o físico, solo nos sentimos mejor porque nuestra mente tomó la decisión de soltar el síntoma.
Elegimos un enfoque conciliatorio porque el miedo al poder de la mente es aún demasiado grande, basado en la voz del ego, que nos dice que si volvemos a entrar en la mente y llegamos a tomar conciencia de su poder, elegiremos de nuevo el pecado, y Dios elegirá de nuevo destruirnos. Nosotros elegimos dejar ir el dolor, pero en lugar de ver el poder de la mente como el agente que deja ir el dolor, decimos que fue la píldora, el médico, el procedimiento, la dieta, etc. Todos tenemos una larga lista de cosas que nos ayudan. Ninguna de ellas es mejor o peor que cualquier otra. Lo desafortunado de las personas que usan enfoques alternativos es que se creen superiores a personas que practican la medicina tradicional. Uno de esos enfoques funcionará para algunas personas, uno de esos enfoques funcionará para otras personas. Eso no significa que no debas utilizar un método alternativo si eso es lo que te funciona ni significa que no debas seguir la medicina tradicional si eso te funciona. Pero si piensas que tu elección es mejor que cualquier otra cosa y que tú eres mejor porque desde tu punto de vista, estás haciendo algo que es santo, puro y natural, en lugar de las cosas horribles que otras personas hacen, es la arrogancia del ego. ¿Por qué? Porque estás excluyendo y separando; y sobre todo, estás cayendo en la primera ley del caos: estás diciendo que hay una jerarquía de ilusiones, que cierta magia es mejor que otra. Si Jesús creyera en el pecado, ese sería el pecado. Por eso hace tanto hincapié en que no convirtamos en realidad el error.
Deben buscar lo que les funcione a ustedes; simplemente no crean que es mejor que la magia de cualquier otra persona, o que una forma de magia es mejor que otra forma de magia. Si les funciona sería una tontería no usarla. Sin embargo, recuerden que uno podría curarse simplemente cambiando de mentalidad; uno podría sanar por tener un pensamiento bondadoso acerca de alguien. Pero la implicación última de tal sanación es que te sacaría de tu mundo y tu cuerpo y te remetería en tu mente. Todos abrigamos un miedo tremendo al respecto, porque, como comentamos anteriormente, la mayor amenaza para el ego es que ejerzamos el poder de la mente y elijamos en contra de él. Ese es el miedo. Lo que nos volvió locos fue creernos el cuento del ego de pecado, culpabilidad y miedo, y nos volvimos aún más locos cuando inventamos un mundo, y luego nos defendimos de todo eso olvidando lo que hicimos. Hay una razón por la que hicimos el mundo y seguimos viviendo aquí.
Nunca olviden que todo ocurre en la mente, y ocurre por nuestra propia elección. Desde un principio, todos aceptamos la evasiva explicación del ego. Nunca lo cuestionamos porque el ego nunca nos dio la oportunidad de hacerlo; tan pronto como elegimos al ego, borró toda memoria de nuestra mente; entonces, la mente simplemente desapareció. En ese mismo instante, se fabricó el mundo, nació el cuerpo gobernado por un cerebro sin conciencia alguna de la mente. Tenemos un elaborado conjunto de aparatos sensoriales por una razón: los órganos sensoriales fueron hechos específicamente para mirar hacia fuera y para saborear, oler y sentir lo que está al exterior. Y el propio cuerpo también está fuera. Entonces, el cerebro interpreta todos los datos sensoriales, suma dos más dos y le da cuatro y tres cuartos. Interpreta lo que ve como realidad y nos dice que es la realidad. Y como no hay nadie más a quien preguntarle, excepto a otras personas dementes, nos creemos la mentira. Y nos la creemos porque tenemos terror de volver a entrar en la mente y perder este yo, que sí perderíamos. Como dice Jesús en el capítulo 13, nuestro temor es que saltemos a los brazos de nuestro Padre y que este mundo desaparezca:
«Te das cuenta de que al despejar la tenebrosa nube que la oculta [la separación], el amor por tu Padre te impulsaría a contestar Su Llamada y a llegar al Cielo de un salto... Crees haber construido un mundo que Dios quiere destruir; y que amando a Dios —y ciertamente lo amas— desecharías ese mundo, lo cual es, sin duda, lo que harías» (T-13.III.2:6; 4:3).
Así pues, para preservar esta identidad, este yo individualizado separado, continuamente tenemos que elegir mantenernos fuera de nuestras mentes.
Este temor es la razón por la que elegimos un enfoque conciliatorio: el uso de «agentes especiales». Realmente no necesitamos nada para deshacer el dolor en nuestro cuerpo, porque no hay dolor en el cuerpo. ¿Cómo puede tener dolor algo que no existe? El dolor es la culpabilidad en la mente, que proyectamos o desplazamos sobre el cuerpo. Entonces sentimos el dolor en nuestro cuerpo y tratamos de hacer algo con el cuerpo. Lo que hagan es irrelevante. Si algo alivia el dolor y ayuda a que se sientan mejor, desde luego, háganlo. Pero no piensen que eso es curativo. Simplemente estás eligiendo estos agentes o esta forma de magia con el fin de aportar forma tangible a tus deseos, a tu elección a favor de la sanación. No significa de ninguna manera que no deban elegir la magia. Un gran error que cometen los estudiantes de Un curso de milagros es pensar: «Estoy sufriendo, pero todo está en mi mente y no voy a tomar nada». Eso implica que tomar magia es maléfico. Jesús aborda esta idea en el capítulo 2:
«Todos los remedios materiales que aceptas como medicamento para los males corporales son reafirmaciones de principios mágicos. Este es el primer paso que nos conduce a la creencia de que el cuerpo es el causante de sus propias enfermedades. El segundo paso en falso es tratar de curarlo por medio de agentes no-creativos. Esto no quiere decir, sin embargo, que el uso de tales agentes con propósitos correctivos sea malo» (T-2.IV.4:1-4).
Este es un pasaje muy importante. Jesús no está diciendo que no debamos tomar una aspirina, ir a un médico, someternos a una cirugía o hacer lo que nos haga sentir mejor. Explica:
«A veces la enfermedad tiene tan aprisionada a la mente que temporalmente le impide a la persona tener acceso a la Expiación. En este caso, tal vez sea prudente usar un enfoque conciliatorio entre el cuerpo y la mente, en el que a algo externo se le adjudica temporalmente la creencia de que puede curar. Esto se debe a que lo que menos puede ayudar al que no está en su mente correcta o al enfermo es hacer algo que aumente su miedo. De por sí ya se encuentra en un estado debilitado debido a este. Exponerle prematuramente a un milagro podría precipitarle al pánico, lo cual es muy probable que ocurra en aquellos casos en que la percepción invertida ha dado lugar a la creencia de que los milagros son algo temible» (T-2.IV.4:5-10).
Esta es la misma idea que comentábamos: la estrategia del ego es convencernos de que si permanecemos en la mente, moriremos fulminados. Por lo tanto, solo podemos estar a salvo huyendo de la ira de Dios, creando un mundo y eligiendo nacer en un cuerpo. Puesto que obviamente todos creemos que somos un cuerpo, cuidamos de este cuerpo y nos importa lo que otros cuerpos piensan de él, Jesús dice que no finjamos creer lo contrario.
Al decir «a veces la enfermedad tiene tan aprisionada a la mente», Jesús se muestra algo benévolo porque casi siempre la enfermedad tiene tan aprisionada a la mente, de otra manera no la habríamos elegido. Nos provoca terror el poder de nuestra mente; ese poder es el que literalmente fabricó y sostiene este mundo. Está esa vocecita molesta que siempre está diciendo: «No vuelvas a tu mente porque si lo haces, pecarás de nuevo». Así que todos nos hacemos totalmente ineptos, desvalidos, impotentes y sin mente, con la esperanza mágica de que hacerlo nos protegerá de volver a pecar. Por supuesto, el tiro de gracia del sistema del ego es que toma ese pecado que tanto nos aterra, lo proyecta, y luego lo vemos en todos los demás. Ahora tenemos una doble protección: estoy totalmente desprovisto de toda ayuda y desprovisto de una mente, así que no hay manera de que pueda pecar. ¿Cómo podría Dios acusarme de eso cuando estoy tan desvalido? No solo eso, la otra persona —la «pecadora»— es la que tiene el poder, no yo. Esa persona es la que me ha causado dolor.
Por lo tanto, inventar un mundo, experimentar que somos un cuerpo y experimentar dolor, malestar y sufrimiento en el cuerpo, forman parte de la estrategia concebida por el ego para mantenernos fuera de nuestras mentes —literal y figurativamente— porque todos estamos dementes. Sería aterrador saber, no solo intelectualmente, sino de verdad saber que lo inventamos. Sin embargo, saber eso nos sanaría, porque entenderíamos por qué lo hicimos y lo estúpido que fue, y entonces elegiríamos la otra opción.
No tiene nada de malo el enfoque conciliatorio. Como estudiantes serios de Un curso de milagros, si se enferman o algo no anda bien, utilicen cualquier forma de magia que les ayude, pero tengan presente que es magia. No traten de imponerse una espiritualidad o una verdad metafísica cuando todavía están anclados en el mundo y en el cuerpo. Eso es una tontería. No es espiritual y termina convirtiéndote en una persona absolutamente terrible para contigo mismo y para con los que te rodean. Por eso a menudo me burlo de los estudiantes de Un curso en milagros; pueden ser horribles en este sentido. Se les dificulta mucho este tema porque, si bien quizás entiendan intelectualmente una verdad metafísica, ciertamente no viven como si se la creyeran. Por eso la imagen de una escalera que Jesús nos da en El canto de la oración es tan útil (véase S-1.II, III). La idea de que la oración o el perdón son una escalera significa que son un proceso, y solamente hasta llegar a lo más alto de la escalera, entiendes que todo esto es inventado. Sabes, no solo intelectualmente sino a nivel experiencial, que tu identidad está fuera del sueño. Esto es lo que te permite pasar tus días y tus meses y tus años aquí, sin ser afectado por el mundo.
Así es como Jesús estuvo aquí. Nadie sabe realmente cómo era cuando estuvo aquí, pero comoquiera que haya sido, y cualesquiera que hayan sido sus experiencias, podemos tener la certeza de que él sabía que noestaba aquí. Eso es lo que significa estar en el mundo real, pero eso no sucederá hasta que llegues a la cima de la escalera. Mientras tanto aún sigues aquí atado y cada mañana cuando entras tambaleándote al baño, ves algo en el espejo, que erróneamente piensas que es tu propio yo. Algunos días te puede gustar lo que ves, pero la mayoría de las veces, especialmente a medida que envejeces, no te gusta. En todo caso, piensas que lo que ves eres tú. Pero no finjan que no son un cuerpo; y si están enfermos, hagan lo que les ayude a sobrevivir el día y el resto de la vida. Como buenos estudiantes del Curso, al menos podrían practicar tener en cuenta que esto no es más que un enfoque conciliatorio, hasta que realmente sepan que es pura invención.
También es cierto, como he dicho en otras clases, que cuando te acercas a la cima de la escalera no necesitas el libro. El propósito del libro solo es ayudarte a subir la escalera. Cuando te aproximas a la cima, ya no necesitas escuchar cuan feo y horrible es el cuerpo ni lo despiadadas y asesinas que son las relaciones especiales, porque a esas alturas sabes que todo esto es un sueño. No se te tiene que motivar a dejar el mundo y el sueño porque ya lo habrás abandonado. Ese es el propósito de este curso: inculcarnos la motivación para despertar del sueño.
El Curso es una forma de magia, al igual que las píldoras. La gente forma la misma relación especial con Un curso de milagros que con el alcohol, con la comida, con las personas o con cualquier otra cosa. Sienten que no pueden sobrevivir el día sin su lección diaria del libro de ejercicios, así que tienen que hacer diariamente una lección de por vida; o algo parecido. La intención del Curso obviamente es ser muy útil, pero no pretende ser una muleta. Tiene el objeto de ser un recurso para entrenar a la mente. No hay nada en este libro que sea más santo que cualquier otra cosa, pero las personas forman relaciones muy especiales no solo con Un curso de milagros como sistema de pensamiento sino con su libro.
Cuando se percaten de eso en sí mismos, no le den mucha importancia; díganse: «¿Qué tiene eso de nuevo? Por supuesto que voy a formar una relación especial con él». No se dejen engañar por su ego y no crean que será nada diferente. Me gusta recordar a la gente que el ego es un sistema de pensamiento al 100 por ciento; no disminuye, así como el Espíritu Santo representa un sistema de pensamiento al 100 por ciento; ese tampoco disminuye. El ego es lo que es; no se encoge; es odio, asesinato, sufrimiento, culpa, dolor, así como el sistema de pensamiento del Espíritu Santo representa perdón, amor y paz. Lo que cambia es la cantidad de tiempo que pasas ahí y la cantidad de fe que depositas en el ego o en el Espíritu Santo. El ego en sí no cambia. Por lo tanto, progresar en este curso no impide que de vez en cuando tengas ataques masivos de ego. La diferencia sería que cuando los tuvieras, reconocerías que no son lo que aparentan y no te dejarías devastar por ellos, y tratarías de no devastar a otra gente por causa de ellos. Una vez más, el ego no se encoge. Lo que se encoge o cambia es la cantidad de tiempo, energía y cavilación que inviertes en el sistema de pensamiento del ego.
Podemos considerar que el propósito del Curso es ayudarnos a reconocer cuánto mejor nos sentiremos sin pasar tiempo con el ego, y cuánto mejor nos sentiremos pasando tiempo con el Espíritu Santo. Eso es lo que nos motivará. Pero eso también es lo que hace que el proceso de este curso sea largo y difícil, porque no estamos tan convencidos de que estaremos mejor sin nuestros egos. La culpa, la seducción, la manipulación, las relaciones especiales son viejos amigos y aliados de confianza; nos han ayudado a superar muchas rachas miserables de la vida, y de cuando en cuando incluso parecen habernos procurado felicidad. Pero no traen la paz de Dios, la felicidad no dura, y el amor no es realmente amor. Mas aprender eso y aceptarlo lleva mucho tiempo. Como adultos, si pasamos por un período muy temeroso, practicaremos lo que se conoce como una regresión, cuando retrocedemos a una etapa anterior. De hecho, en ocasiones ves a adultos a los que les da por chuparse el dedo. Al sentir gran miedo y ansiedad, regresan a la seguridad que les proporcionaba chuparse el dedo cuando eran niños. Si estamos extremadamente molestos volvemos a cualquier patrón anterior que nos haya ayudado a superar situaciones difíciles, aunque intelectualmente sabemos que ya no funciona. Es algo estándar para la especie.
Pues cuando nos asustemos retrocederemos a lo que nos ayudó en el pasado, al ego. Esto se expresa de forma contundente al final del capítulo 19, donde Jesús describe cuánto miedo nos entra al encontrarnos ante el cuarto y último obstáculo, cuando está a punto de descorrerse el velo (T-19.IV-D.6). Este es el fin del ego, que equivale al fin de este yo que creemos que somos. Y en lugar de mirar a través del velo, bajamos la vista, al recordar las promesas que hicimos a los amigos. ¿Y quiénes son nuestros amigos? La culpabilidad, el pecado, el miedo y la muerte. Surge el anhelo de brincar a sus brazos, no porque ellos en sí sean tan atractivos, sino por lo que nos ofrecen: la certeza de que sobrevivirá este yo individual. Por lo tanto, pensamos, no me importa lo desdichado que soy mientras yo sea el que es desdichado. Por muy dolorosos que sean mi enfermedad, mi vejez, mi estado mental y todo el dolor que siento, es mi dolor; y no quiero que nadie, incluido Jesús, me lo quite. Así que él tiene que esperar. Y su forma de esperar es presentarnos continuamente las dos opciones. Dice: «Mira lo que el ego te ofrece y mira lo que te estoy ofreciendo yo». Y luego espera con paciencia. Afortunadamente no espera en el tiempo, por lo que no hay peligro de que se le agote la paciencia.
Es importante entender cuánto temor infunde realmente este curso y que el sanador entienda «el miedo a la liberación», del que Jesús habla en la sección llamada «La función del obrador de milagros»:
«Antes de que los obradores de milagros estén listos para emprender su función en este mundo es esencial que comprendan cabalmente el miedo que se le tiene a la liberación. De lo contrario, podrían fomentar inadvertidamente la creencia de que la liberación significa aprisionamiento, creencia que, de por sí, ya es muy prevaleciente» (T-2.V.1:1-2).
Nos da miedo liberarnos del miedo y del sistema de pensamiento del ego. Si no entendemos esto, nos impacientaremos y nos condenaremos a nosotros mismos y a los demás. Es muy importante entender el miedo a liberarnos de la prisión del ego porque el ego nos enseña que la liberación es aprisionamiento y que estar aprisionados por el ego es realmente libertad. Al final del capítulo 7 (T-7.X) y al comenzar el capítulo 8 (T-8.II), Jesús habla de la confusión entre la dicha y el dolor, y de la diferencia entre el aprisionamiento y la libertad. No sabemos distinguirlos, por lo que necesitamos un maestro que apacible y pacientemente, con cuidado y amor, nos señale las diferencias para que podamos hacer la elección nosotros mismos. Jesús nos pide que seamos tan apacibles, considerados y amorosos uno con el otro, como lo es él con nosotros, y que no nos impacientemos cuando la gente se asusta. Si la gente hace idioteces o cosas despiadadas, no es por estupidez o crueldad, sino por temor. Ese es el juicio y la visión del Espíritu Santo. El no ve el pecado. Ve expresiones de amor o peticiones de amor, y las peticiones de amor nacen del miedo. Puedes saber cómo te va, viendo cómo estás con los demás. ¿Pierdes la paciencia y los juzgas? Si es así, te está mostrando tu propia impaciencia y juicio hacia ti mismo, ya que el mundo es «la imagen externa de una condición interna» (T-21.in.1:5). La manera en que estamos con los demás nos muestra cómo somos con nosotros mismos.
No aceptamos lo que dice este curso, no aceptamos la verdadera fuente de la sanación y no perdonamos ni soltamos nuestros rencores porque estamos aterrorizados. Nos aterra la consecuencia de soltar el sistema de pensamiento del ego, lo cual significa que volveríamos a entrar en la mente. Por eso hicimos el mundo y a otras personas. Los necesitamos para poder proyectar sobre ellos el odio a nosotros mismo y nuestra culpa, por lo que odiamos a todo el mundo. Es forzoso entender que el mundo y específicamente nuestros cuerpos fueron hechos para cumplir este propósito. Eso les permitirá mejor apreciar su propio miedo. ¿Qué tal si se levantaran por la mañana y al mirar en el espejo literalmente no vieran a nadie, no solo visualmente sino que realmentesupieran que ahí no hay nadie? Eso es aterrador, y a nadie le gustaría. Jesús pregunta:
«¿Qué pasaría si reconocieras que este mundo es tan solo una alucinación? ¿O si realmente entendieras que fuiste tú quien lo inventó? ¿Y qué pasaría si te dieras cuenta de que los que parecen deambular por él, para pecar y morir, atacar, asesinar y destruirse a sí mismos, son totalmente irreales?» (T-20.VIII.7:3-5).
Si no tienen cuidado, y si no vas muy despacio y con mucha calma, podrían volverse psicóticos, porque el terror sería demasiado abrumador. Por eso necesitas que un maestro te acompañe a paso muy lento. Jesús es más tolerante con nosotros que nosotros mismos. Es preciso apreciar debidamente el propio miedo a liberarse del aprisionamiento del ego.
Parte IX
Ahora hablemos de lo que realmente es la sanación. Al igual que con cualquier cosa en el Curso, ya sea la sanación, el perdón, el milagro, la salvación o la Expiación, una vez que entiendes el problema, entonces la solución es muy simple: miras el problema donde está y no donde crees que está. Hay una línea muy importante en el capítulo 27 donde Jesús responde con una sola frase a la pregunta ¿cómo se supera todo sufrimiento y dolor en el mundo? Hay otros lugares donde declara algo similar, pero allí dice: «Lo único que necesitas hacer es ver el problema tal como es y no de la manera en que lo has urdido» (T-27.VII.2:2). ¿Qué podría ser más sencillo? Por eso Jesús dice que este es un curso simple y sin complicaciones. Lo diré de nuevo, la manera de salir de todo sufrimiento, dolor y enfermedad es simplemente «mirar el problema tal como es y no de la manera en que lo has urdido».
Esto puede verse claramente en el diagrama. Inventamos el problema de estar en el mundo. Tomamos el problema de la culpa que surgió de optar por la culpabilidad en la mente, la proyectamos y luego abdicamos toda responsabilidad de esa decisión. Renunciamos al poder de decidir y quedamos desvalidos ante fuerzas mayores. Por lo tanto, ya no vemos el problema «tal como es» (nuestra decisión de estar enfermos primero en la mente y luego en el cuerpo), sino que lo vemos como lo hemos urdido, que es ver el problema en el mundo y en el cuerpo. Y luego decimos: «No es mi culpa: yo no elegí venir. No fue mi decisión nacer, fue un accidente. No pude elegir el color de mi pelo, de mis ojos o de mi piel ni la composición genética que determinó mis habilidades y mi inteligencia. No pude elegir mi entorno, el tipo de relación que tenían mis padres, su salud, su situación financiera. No pude evitar nacer en Afganistán y que una bomba destruyera a toda mi familia. No pude evitar nacer judío en la Alemania nazi. No es mi culpa.
Urdimos el problema para que seamos impotentes y luego consideremos que otras personas y fuerzas son la causa de nuestro dolor. Jesús dice que todo lo que tenemos que hacer para superarlo es ver el problema tal como es y no de la manera en que lo inventamos. Eso es lo que es la sanación. Enseña que el perdón «es tranquilo y sosegado, y sencillamente no hace nada… Simplemente observa, espera y no juzga» (L-pII.1.4:1,3). También en el libro de ejercicios dice: «[el milagro] Simplemente observa la devastación y le recuerda a la mente que lo que ve es falso» (L-pII.13.1:3). Dichas declaraciones básicamente dicen lo mismo: «Tan solo mira el problema conmigo y permíteme ayudarte a verlo a través de mis ojos; entonces entenderás, como yo, que tu problema no está fuera, porque no hay nada fuera. Pones el problema fuera para que creas que está fuera. Al mirar a través de mis ojos, reconocerás que el mundo es “una imagen externa de una condición interna” (T-21.in.1:5)».
Al dejar que Jesús te ayude a mirar el mundo a través de sus ojos en lugar de los tuyos, empezarás a entender que lo que ves afuera esuna proyección y por qué lo proyectaste. Las razones tienen que ver con lo que decíamos antes: la estrategia del ego de hacer que estemos sin mente. Miras tu decisión de repudiar a Dios y usurpar Su lugar en el trono; miras tu decisión de destruir el Cielo y crucificar al Hijo de Dios, y de ese modo matarlo psicológica (si no es que a veces físicamente) y culpar de ello a todos los demás. Miras toda esta devastación y recuerdas que no es verdad; todo es una invención; es una pesadilla. Miras lo que está en tu sistema de pensamiento y has proyectado, y lo traes de nuevo para dentro. Lo miras en silencio, con paciencia y sin juzgar, lo cual equivale a mirar el problema tal como es y no como lo urdiste. Eso es lo único que tienes que hacer. No hay nada más sencillo.
Los principios del Curso son muy simples y muy básicos, pero no los seguimos porque no queremos soltar el problema. Esto es lo que realmente hay que apreciar y entender respecto a uno mismo y a todos los demás. Por eso la gente hace cosas tan descabelladas, y las cosas más descabelladas las suelen perpetrar personas religiosas. Los estudiantes de Un curso de milagros no están exentos. Usamos la religión y la espiritualidad para defendernos del desprecio y odio a nosotros mismos por lo que creemos que hemos hecho. Tratamos de deshacernos de eso proyectándolo sobre los infieles, los paganos, los herejes, los no creyentes, etc. Cuando esto se hace en un contexto religioso, aparentemente lleva la bendición de Dios, lo que hace que Dios sea tan demente como todos los demás. Trátese del dios judío, cristiano, budista, hindú, musulmán, del dios de Un curso de milagros o del de la ciencia cristiana, es igual. Todos esos dioses están locos porque se les ve como formas de justificar el sistema de pensamiento del ego, que han adoptado sus seguidores, y se utilizan para consentir el juicio y a veces incluso el asesinato.
Deben apreciar con humildad y bondad para con ustedes mismos, el miedo que les infunde este curso, lo cual implica que tienen miedo de la sanación, mas no de la curación del cuerpo, sino de la sanación de la mente. Lo único que tienen que hacer para ver el problema «tal como es» consiste en ver lo que está fuera de ustedes, donde lo colocaron, y traerlo de vuelta al interior donde puedan mirarlo con el amor de Jesús a su lado. Como dice al final del capítulo 23: «¿A quién que esté respaldado por el Amor de Dios podría resultarle difícil elegir entre los milagros y el asesinato?» (T-23.IV.9:8). Esto significa que no puedes tomar esta decisión sin que te guíe su amor (o el amor de cualquier otro símbolo que elijas; no tiene que ser Jesús). Pero debes ver realmente que la elección es entre los milagros (el principio de la Expiación) y el asesinato. Debes ver que tu existencia se ha erigido sobre un ataúd en el cual descansa Dios. Y debes ver que tratas de liquidar a cualquier otro y convertirlo en el criminal, para que sea castigado por motivo del ataúd sobre el cual te alzas tú. Eso es lo que tienes que ver. La culpabilidad por eso es enorme.
Para vislumbrar la enormidad de nuestra culpabilidad, basta considerar que todo el universo físico descansa literalmente en la proyección del error de creer que nos separamos de Dios. Esta culpa fue la que literalmente nos volvió locos y nos impulsó a huir de la mente. Todo el universo físico es simplemente un mal sueño. Por complicado que parezca el cosmos —una infinitud que abarca billones de años, y contiene galaxias tras galaxias, conocidas y desconocidas, algunas en otras dimensiones temporales—, es todo un solo sueño. Todo proviene de una sola fuente: la culpabilidad. Eso nos da una comprensión de lo poderosa que es nuestra creencia en la culpabilidad. Casi todas las religiones o espiritualidades que comenzaron en un nivel muy alto inspiradas por su fundador terminaron muy mal. A la gente le aterra la verdad no dualista de que la realidad es inmaterial, atemporal y es lo único que hay. No tiene ninguna división. Es perfecta unidad.
No ha habido un movimiento religioso o espiritual que no haya experimentado eso. El hinduismo comenzó con los Vedas y los Upanishads —muy altas enseñanzas— y terminó como la Iglesia católica romana: con estatuas, rituales, odios y otras cosas ajenas a su inspiración original. El cristianismo comenzó con Jesús. Inmejorable punto de partida; pero ¡miren en qué acabó! Y no les extrañe que lo mismo suceda con Un curso de milagros. Eso no le resta validez a la inspiración inicial de un movimiento, como tampoco se lo resta al Curso; simplemente indica que la gente puede atemorizarse, y como dice el propio Curso, «los que tienen miedo pueden ser crueles» (T-3.I.4:2). Pueden ser muy crueles. Pero detrás de la crueldad está el miedo: ¿Quién sería yo sin mi rabia? ¿Quién sería yo sin mi odio? ¿Quién sería yo sin mi juicio? ¿Quién sería yo sin mí? Ese es el verdadero miedo.
Lo que nos define es el odio a nosotros mismos, porque ese es nuestro origen. El ego nació del odio a Dios, y luego del odio a nosotros mismos que experimentamos por lo que creemos haber hecho a Dios. De conformidad con las leyes de la mente dividida, cualquier cosa que creamos acerca de nosotros mismos será tan horrible y espantosa que lo reprimiremos, y lo que reprimamos lo proyectaremos. Ya que todos hicimos esto como un mismo Hijo, cuando colectivamente fabricamos el cosmos, el Único Hijo se fragmentó en billones de pedazos, y cada pequeño fragmento contiene la totalidad, tanto de la locura del ego, como de la cordura del Espíritu Santo que corrige y deshace al ego. Cada uno de nosotros lo lleva en su totalidad: el sistema hecho y derecho del ego y el sistema íntegro del Espíritu Santo. Todos nacimos del mismo miedo. ¿Por qué habría de extrañarnos pues que todo el mundo odie a todos los demás?
Hay un fluir constante de juicios y críticas, si no es que de matanza y mutilación, porque eso es lo que es el mundo. Comenzó con un asesinato; no lo olviden. Comenzó con el asesinato de Dios, y como las ideas no abandonan su fuente, todo lo demás es simplemente el fragmento sombrío de ese pensamiento original. Esa es la enfermedad. La enfermedad no tiene nada que ver con síntomas externos. La enfermedad es el pensamiento que dice: «Yo hice esto, y además, lo haría de nuevo». De hecho, no solo lo haríamos de nuevo, sino que ya lo estamos haciendo de nuevo. Cada momento que respiramos; cada momento que creemos que estamos aquí; cada momento que nos dejamos llevar por el especialismo, volvemos a matar a Dios. A eso se refiere Jesús en el capítulo 16 cuando dice: «Si percibieras la relación especial como un triunfo sobre Dios, ¿la desearías?» (T-16.V.10:1). Y la horrible verdad es que todavía la deseamos, aunque nos dice que es un «triunfo sobre Dios». ¿Cuántos estudiantes de Un curso de milagros han leído esa línea una y otra vez, y no obstante, dan rienda suelta a todo su especialismo?
Es importante entender y tener presente que todo lo que hacemos aquí, a nivel del microcosmos, es una sombra de lo que creemos que todos hicimos originalmente al principio. Esa es la culpa con la que cargamos. Si no se entiende, la culpabilidad permanecerá enterrada, y si permanece enterrada, aflorará continuamente por medio de la proyección. Eso es lo que ha sucedido a lo largo de la historia del universo; ciertamente, a lo largo de la historia de lo que conocemos como el homo sapiens. Por eso todos siempre están matando a los demás. Los individuos lo hacen, los gobiernos lo hacen, las razas y las religiones lo hacen, porque nadie se detiene a dirigir la mirada hacia dentro. Por eso este curso es un documento espiritual tan importante y tan impresionante. Más que cualquier otra enseñanza que yo conozca, documenta al ego, y el cuadro no es bonito. Pero el mundo fue hecho para tapar la fealdad del cuadro.
Probablemente todos conozcan la sección del texto llamada «Los dos cuadros» (T-17.IV), donde Jesús habla de la necesidad de mirar el cuadro del ego —que es el cuadro de la muerte— y de no dejarnos engañar por la apariencia del elaborado marco en que el ego lo encuadra. En ese contexto, el marco es la relación especial. No se dejen engañar por el centelleo de lo que parecen joyas en el marco. El propósito del marco es impedir que miren el cuadro. Esta es una de las secciones más importantes del libro, porque aborda el problema del mundo y de todos los problemas religiosos que encierra. La gente se deja absorber tanto por el brillo de la relación especial que es el marco —sobre todo si cabe encajar ahí a Dios—, que no ven la fealdad y lo mortífero que es el cuadro. La mayoría de las religiones y espiritualidades ignoran al ego, lo falsifican o lo endulzan, diciendo: «Simplemente déjalo ir; entrégaselo al Espíritu Santo. No es nada. Elige el amor y ya estuvo». Bueno, si fuera así de fácil, este mundo no existiría, y no habría necesidad de un curso que pasara tanto tiempo hablando del odio, el asesinato y la culpabilidad, en lugar del amor y la paz. Necesitamos algo que nos lleve a través del fango.
Como mencioné antes, eso es lo que Freud hizo para todos nosotros. Su contribución fue muy importante, a pesar de muchas necedades que dijo. Más que nadie, insistió con firmeza en que la gente mirara al ego. Uno de los reclamos principales que Jung libraba en su contra es que Freud solo quería ver lo feo y lo sucio. Desafortunadamente, Freud tenía razón y Jung estaba equivocado, porque Jung se valió de todas sus elevadas ideas espirituales o seudo espirituales como una manera de encubrir con sutileza lo que había dentro. Y Freud seguía diciendo que era esencial mirar dentro; lo que hay no es agradable. En Un curso de milagros Jesús dice lo mismo: Mira el cuadro. En la sección «Los dos cuadros», incluso está en cursiva: Mira el cuadro. El perdón mira (L-pII.1.4:3). El milagro mira la devastación (L-pII.13.1:3). Mira el problema tal como es, no como lo urdiste (T-27.VII.2:2). Eso es lo que es la sanación: mirar.
Parte X
En los dos primeros párrafos de «La “dinámica” del ego», Jesús explica la misma idea, de que la curación implica mirar. Repasaremos el segundo párrafo.
(T-11.V.2:1) ¿Qué es la curación, sino el acto de despejar todo lo que obstaculiza el conocimiento?
Nada sobre la imposición de manos; nada sobre rezar; nada sobre decir mantras, sobre pararse de cabeza o recitar lecciones de Un curso de milagros. La curación es «el acto de despejar todo lo que obstaculiza el conocimiento». ¿Cómo?
(2:2-3,8-9) ¿Y de qué otra manera puede uno disipar las ilusiones, excepto examinándolas directamente y sin protegerlas? No tengas miedo, por lo tanto, pues lo que estarás viendo es la fuente del miedo, y estás comenzando a darte cuenta de que el miedo no es real... No tengas miedo de mirar al miedo, pues no puede ser visto. La claridad, por definición, desvanece la confusión, y cuando se mira a la oscuridad a través de la luz, esta no puede por menos que disiparla.
Esto es lo que es la curación. No difiere de lo que es el milagro, de lo que es la salvación o de lo que son el perdón y la Expiación. La culpa, el aferramiento a los resentimientos y la enfermedad son el mismo problema. Mirar es la manera de despejar todo lo que obstaculiza el conocimiento y todo lo que nos impide recordar el Amor de nuestro Creador y Quién somos como el verdadero Hijo de Dios: «¿Y de qué otra manera puede uno disipar las ilusiones, excepto mirándolas directamente, y sin protegerlas?» El mundo es la protección.
Estas ideas están presentes en todo el material: los dos folletos y los tres libros del Curso mismo. No protejan la ilusión en la mente insistiendo en que no hay mente, y que solo hay un cuerpo y un mundo; que hay gente ahí fuera; que hay enfermedades y relaciones ahí fuera. Eso es exactamente lo que el ego quiere que hagas. Otra forma de decir lo mismo es que mires la ilusión en tu mente sin protegerla mediante tus relaciones especiales. Jesús nos dice que no tengamos miedo porque ciertamente tenemos miedo. Él sabe con quién está tratando. Estamos aterrorizados. Por eso dice que somos «niños pequeños». Nos aterra la oscuridad; nos dan pavor los monstruos que creemos que están al acecho en el armario, fuera de la ventana del dormitorio y debajo de la cama. Somos como niños asustados, pero él nos está diciendo que no hay nada que temer y que le permitamos ayudarnos a mirar. Dice que cuando mires la fuente del miedo, que es la creencia de que atacaste a Dios y que Él se va a desquitar atacándote, te darás cuenta de que no hay nada que temer, porque no hubo ataque. Dice que no tengas miedo de mirar al miedo, porque no puede verse; no está ahí. No hay monstruos escondidos debajo de la cama ni en el armario. Tu miedo es lo único que los pone ahí.
No somos diferentes de la criatura que tiene esos miedos y pesadillas. Eso es la enfermedad: creer que hay algo ahí que no lo está. La sanación es mirar y darse cuenta de que no hay nada allí. Pero debes contemplar la oscuridad y dirigir la mirada más allá hacia la luz, de lo contrario no disiparás las tinieblas. Por eso este es un curso sobre la oscuridad. Jesús nos dice justo al principio, en la Introducción: «Este curso no pretende enseñar el significado del amor, pues eso está más allá de lo que se puede enseñar. Pretende, no obstante, despejar los obstáculos que impiden experimentar la presencia del amor, que es tu herencia natural» (T-in.1:6-7). De eso se trata el Curso, de obstáculos y estorbos. Pone al descubierto el sistema de pensamiento del ego. Eso es la sanación, y la enfermedad es luchar contra eso. La enfermedad excluye a Jesús o al Espíritu Santo, para que no dejes entrar Su sabiduría, visión y amor. Y les obstruyes el paso, no porque seas una mala persona, sino porque te provocan terror.
Una vez más, el miedo de fondo es: ¿quién sería yo sin mí? Y nos definimos por una amplia variedad de cosas, generalmente por nuestra victimización, nuestro abuso y nuestras terribles historias; todo el mundo las tiene. No hay jerarquía de historias terribles, y tampoco hay escasez de ellas. Todos las tenemos, y las tenemos en todo momento. Se diferencian en forma, pero el contenido es el mismo. El contenido siempre es una versión de: yo no lo hice; no es mi culpa. No es mi culpa que no me amaran. No es mi culpa que me hayan rechazado. No es mi culpa que yo no tenía lo que tenían los demás niños. No es mi culpa que no haya tenido amigos. No es mi culpa que nací feo. Y así sucesivamente. El mantra es el mismo: No es mi culpa.
Por eso, cuando el ego redactó su sueño, incluyó la enfermedad, y cuando compuso el elenco de personajes para su epopeya, la gran mayoría de los papeles eran de microorganismos, virus y bacterias, mucho más numerosos que los animales y los seres humanos. ¿Por qué? Porque son los «héroes». Ellos son los que prueban sin lugar a duda que no es nuestra culpa. Necesitamos microorganismos. Necesitamos patógenos. Cualquier cosa servirá con tal de que no sea la culpabilidad. Recuerden esta importante frase del capítulo 27: «…entre las numerosas causas que percibías como responsables de tu dolor y sufrimiento, tu culpabilidad no era una de ellas» (T-27.VII.7:4). La enfermedad es creer que «no es mi culpa».
Miren ahora el comienzo del capítulo 10:
(T-10.in.1:1-2) Nada externo a ti puede hacerte temer o amar porque no hay nada externo a ti. Tanto el tiempo como la eternidad se encuentran en tu mente, y estarán en conflicto hasta que percibas el tiempo exclusivamente como un medio para recuperar la eternidad.
El tiempo está en nuestras mentes erróneas porque ahí es donde el pecado, la culpabilidad y el miedo dieron origen al tiempo. La eternidad está en nuestra mente correcta por medio del principio de la Expiación que dice que no pasó nada y la separación nunca ocurrió.
Creerás que están en guerra Dios y tu ego. Aquí Jesús los simboliza con el tiempo y la eternidad. El tiempo representa al ego, y la eternidad representa al Espíritu Santo o Dios. Y estarán en conflicto en tu mente (no en la Mente de Dios, claro, pues Él ni siquiera sabe del tiempo) mientras no veas que el tiempo de por sí no existe, no es real, no tiene ningún impacto en ti, salvo como un recurso de aprendizaje y un aula de clase en la que puedes aprender las lecciones que te liberarán del tiempo por completo. Recuerden, ya que las ideas no abandonan su fuente, el tiempo está conectado al pecado, la culpabilidad y el miedo en nuestras mentes. Sin estos, no habría tiempo. Proyectados hacia fuera, los pecados se convierten en el pasado, la culpabilidad se convierte en el presente, y el futuro se convierte en el temor a la represalia de Dios. Pequé en el pasado, soy culpable en el presente y tengo miedo del castigo que se avecina en el futuro.
Mientras yo no reconozca que tú y yo no tenemos intereses separados, seguiré creyendo en la separación, lo que significa que seguiré creyendo en el pecado, la culpabilidad y el miedo, lo cual a su vez significa que seguiré creyendo que soy víctima del mundo temporal. A medida que empiezo a deshacer eso y a aprender que tú y yo no estamos separados —compartimos la misma demencia, la misma necesidad y el mismo objetivo de despertar de esta demencia— entonces estoy deshaciendo la creencia en la separación. Sin separación no hay pecado, ni culpabilidad, ni miedo, ni tiempo.
Así vemos que nuestras experiencias dentro del mundo temporal no son más que un instrumento de aprendizaje que Jesús utiliza para enseñarnos que el problema no está fuera sino dentro; y que el problema dentro de la mente es uno que elegimos. Además, podemos empezar a entender que con la misma facilidad que lo elegimos, ahora podemos elegir en contra de él.
(1:3-4) No podrás hacer esto mientras sigas creyendo que la causa de cualquier cosa que te esté ocurriendo se encuentra en factores externos a ti. Tienes que aprender que el tiempo solo existe para que hagas uso de él y que nada en el mundo puede eximirte de esa responsabilidad.
Este no es el único lugar donde Jesús dice esto. Debemos aprender que cualquier cosa que nos suceda no es causada por factores fuera de nosotros. Eso es muy difícil, porque nuestros cerebros están programados por la mente para creer justo lo contrario: que todo lo que nos sucede es causado por factores externos a nosotros mismos. Por eso nacimos.
No se olviden de la idea de propósito. Hay un propósito detrás de que hayamos nacido. Nacimos para que aprendiéramos que no somos responsables. Por lo tanto, guardo mi identidad separada, y el castigo recae sobre alguien o algo más. Yo no soy el responsable. Nada en este mundo puede quitarme la responsabilidad de cómo uso el tiempo. Es mi elección. ¿Utilizo el tiempo como una forma de mantenerme en el mundo del ego, que es el mundo de odio, o uso el tiempo como instrumento para ayudarme a recordar lo que es el amor, contemplando el odio y luego más allá de él? Este curso enseña que no puedes llegar a la luz hasta que pases por la oscuridad. Jesús nos pide en varios lugares que tomemos su mano y así él caminará a través de las nubes de culpabilidad con nosotros. Específicamente en la Lección 70 del libro de ejercicios dice: «Si te resulta útil, piensa que te estoy llevando de la mano y que te estoy guiando. Y te aseguro que esto no será una vana fantasía» (L-pI.70.9:3-4). Las nubes son nubes de culpabilidad (nubes de tormenta, de aspecto feroz, aterrador), pero no son nada. No podemos caminar a través de ellas por nuestra cuenta, pero podemos caminar a través de ellas con una mano amorosa, bondadosa y apacible sosteniendo la nuestra. Tenemos que estar dispuestos a atravesarlas, lo que significa que al menos una parte de nosotros debe estar dispuesta a decir: «Aquí nada funciona, y quiero algo que realmente me brinde felicidad y paz». Pero debemos estar motivados por el deseo de abandonar este sueño. Una vez que esa motivación está presente, entonces comenzamos el largo viaje; y es un viaje a través de la oscuridad, que poco a poco se vuelve cada vez más diáfana. Eso es lo que Jesús quiere decir cuando habla de los sueños felices.
Parte XI
Veamos un pasaje importante de «La definición de la curación» en el folleto de Psicoterapia. Este es otro de esos lugares notables en el material donde Jesús resume todo en una o dos frases. En esta sección ha estado hablando de la enfermedad, termina diciendo que toda enfermedad es una forma de falta de perdón, y por lo tanto que el simple hecho de entender de dónde viene la enfermedad, lo que significa básicamente el síntoma, no te va a servir de nada. Esto se debe a que una sola cosa sana una falta de perdón: el perdón. Entonces dice:
(P-2.VI.6:1-3) Darse cuenta de esto es la meta final de la psicoterapia. ¿Cómo se alcanza? El terapeuta ve en el paciente todo aquello que él no se ha perdonado a sí mismo, y de esta manera se le da otra oportunidad de verlo, reevaluarlo y perdonarlo.
Eso es la curación. Lo increíble de esta declaración es que no dice absolutamente nada sobre el paciente, absolutamente nada sobre el proceso de psicoterapia. Muy llanamente, para alcanzar el objetivo de la psicoterapia y para que se produzca la curación, el terapeuta debe perdonarse a sí mismo. Así es como sanas. Así termina el sueño de la enfermedad. «El terapeuta ve en el paciente todo aquello que él no se ha perdonado a sí mismo». Este es un paradigma para lo que Jesús nos pide que hagamos todo el tiempo. Me encuentro en una situación o en una relación en la que estoy enojado, molesto, me siento culpable, deprimido, temeroso, o lo que sea. Y, por supuesto, creo que todo se debe a la situación o a la relación, a circunstancias sobre las que no tengo control. Hasta que finalmente le digo a Jesús: « Debe haber otra forma de ver esto, porque he visto este tipo de cosas toda mi vida, he lidiado con ellas y las he manejado toda mi vida, y no me ha hecho feliz. Puede que me haya hecho rico, dado satisfacción en lo que se refiere a cosas materiales, y me haya dado la posibilidad de avanzar, y otro tipo de cosas mundanas, pero no me ha hecho realmente feliz. Por favor, ayúdame».
Jesús no nos ayuda agitando una varita mágica para hacer desaparecer el problema. Nos ayuda ofreciéndonos sus gafas para que podamos ver la situación a su manera. Nos ayuda a darnos cuenta de que lo que estamos percibiendo es «la imagen externa de una condición interna» (T-21.in.1:5). Visto así, el conflicto no es entre yo y esta otra persona, entre yo y mi jefe, o entre yo y mi cuerpo. El conflicto es entre yo y un Dios inexistente: el Dios del ego. En el《 diagrama,》 vean el término campo de batalla en la caja de la mente errónea. Tomo un conflicto interno entre yo y este Dios loco que he inventado y lo traslado a mi cuerpo, ya sea yo mismo haciendo que me enferme o bien haciendo que me enferme debido a lo que otras personas están haciendo para que me enferme. En otras palabras, tomo la creencia en mi propio pecado por lo que creo haber hecho a Dios, lo proyecto y lo veo en ti. No soy víctima de lo que yo he hecho; soy víctima de lo que Dios está a punto de hacerme. Y ahora ese Dios punitivo está emergiendo como tú, quienquiera que seas. En los primeros años, por supuesto, son nuestros padres; y luego se convierte en cualquier figura de autoridad, cualquiera que tenga poder sobre nosotros, cualquiera que tenga algo que queremos y necesitamos: amor, atención, bondad, comprensión; el aprecio de alguien que valora nuestra inteligencia, nuestro trabajo, o lo que sea. Esa persona es simplemente una figura o un símbolo de un Dios punitivo que nos va a castigar a causa de nuestro pecado.
Cualquier cosa en la situación, que me esté haciendo infeliz es una proyección de lo que creo respecto a mí mismo, y eso es lo que Jesús quiere decir al afirmar: «El terapeuta ve en el paciente todo aquello que él no se ha perdonado en sí mismo». El valor de mi paciente, mi amigo, mi cónyuge, mis hijos, mis padres o cualquier otra persona es que me ofrecen la oportunidad de ver fuera lo que he estado tan aterrorizado de ver dentro. Se convierten en la pantalla sobre la cual proyecto lo que he tratado desesperadamente de mantener reprimido en mi propia mente. El ego me dice que, si miro dentro, mis ojos se posarán sobre el pecado y Dios me cegará al instante (T-21.IV.2:3). Así que no miro dentro porque la culpabilidad es tan horrible. En lugar de mirar dentro, miro hacia fuera y veo la culpa en ti. Mi demencia es tan perversa que una manera de demostrar lo culpable que eres es hacer que me enferme por tu culpa. Gustosamente sufriré con tal de poder repetir: Mírame hermano, por tu culpa me enfermo. Mírame, hermano, por tu culpa muero. Mírame, hermano, por tu culpa pierdo el empleo. Mírame, hermano, por tu culpa pierdo la familia. Mírame, hermano, por tu culpa pierdo la salud. Lo que sea.
Así pues, desconozco lo que está dentro, de modo que sigo proyectándolo hasta que un día digo: «Auxilio, por favor, necesito ayuda. Tiene que haber otra forma de ver esto». Aquí está la respuesta de Jesús; por eso no le cae bien a nadie. No es la respuesta que queremos. Por lo tanto, se me da otra oportunidad de ver todo lo que no he perdonado en mí mismo y someterlo a reevaluación. En cuanto elegimos al ego, nuestras mentes se cerraron como una trampa de acero. Una maciza reja fundida se dejó caer, y le juramos al ego que jamás volveríamos a mirar nuestra decisión de ser pecaminosos, lo cual significa que, desde entonces, nunca hemos tenido la oportunidad de examinar esa decisión y decir que tal vez haya sido la elección equivocada y lo que elegimos no sea realmente nada. Nunca hemos tenido la oportunidad de reevaluarla porque el ego cerró el libro. ¡Asunto concluido! Ahora se nos da otra oportunidad de mirar nuestra elección.
(P-2.VI.6:4) Cuando esto ocurre, [el terapeuta] ve sus pecados desaparecer en un pasado que ya no está aquí.
Esa es la conclusión, y eso es lo que Jesús implica cuando habla de una dulce risa. Estamos aferrados desesperadamente a algo que no solo no está aquí, sino que ni siquiera sucedió. Al comienzo del capítulo 28 dice:
«Hace mucho que este mundo desapareció. Los pensamientos que lo originaron ya no se encuentran en la mente que los concibió y los amó por un breve lapso de tiempo» (T-28.I.1:6-7).
Este mundo entero fue construido como una defensa contra algo que no existe. ¡Eso es una tontería! No podría pedirse algo más tonto. Literalmente hemos construido todo este enorme sistema defensivo para protegernos de un enemigo que no existe. Por eso los gobiernos hacen cosas tan tontas: construyen sistemas de armamento contra enemigos que no existen. Todo este curso gira en torno a exponer la locura y la necedad de eso. No nos hace pecaminosos, pero nos hace muy tontos. Defenderemos esta defensa contra cualquier cosa. No dejaremos que nadie nos quite este mundo o este cuerpo, ni siquiera Jesús. Mejor mataremos. Mejor destruiremos su mensaje. Pero nos estamos aferrando a lo que no es nada. No hay nada allí. Eso es lo que está diciendo: «Cuando esto ocurre, ve sus pecados desaparecer en un pasado que ya no está aquí».
Al principio del párrafo Jesús dice:
«El milagro no hace nada. Lo único que hace es deshacer. Y de este modo, cancela la interferencia a lo que se ha hecho. No añade, sino que simplemente elimina» (T-28.I.1:1-4).
El milagro elimina el sistema de pensamiento del ego. Para volver a citar la línea del libro de ejercicios: «[el milagro] Simplemente observa la devastación y le recuerda a la mente que lo que ve es falso» (L-pII.13.1:3). Es falso porque no está allí.
«Y lo que elimina hace mucho que desapareció, pero puesto que se conserva en la memoria, sus efectos parecen estar teniendo lugar ahora. Hace mucho que este mundo desapareció. Los pensamientos que lo originaron ya no se encuentran en la mente que los concibió y los amó por un breve lapso de tiempo» (T-28.I.1:5-7).
Este gran cosmos maravilloso, ¡nada! —tan glorioso que nos parece este mundo. No está aquí. Los pensamientos que hicieron el mundo, los pensamientos de culpabilidad ya no están allí. Ya no están allí porque nunca estuvieron allí. Solo pensábamos que estaban allí; y luego tuvimos que construir esta defensa masiva contra un pensamiento que nunca existió. ¿Es eso inteligente? ¡Nada inteligente! El homo sapiens es un oxímoron, ya que significa «hombre sabio».
Pasemos al párrafo 2.
«Todos los efectos de la culpabilidad han desaparecido, pues ya no existe [los efectos de la culpabilidad son todo en el mundo]. Con su partida desaparecieron sus consecuencias, pues se quedaron sin causa» (T-28.I.2:1-3).
Por eso hace mucho que este mundo desapareció. ¡No hay mundo! Es como si estuviéramos mirando una imagen incidental. A veces apagas un televisor y queda un poco de corriente en el aparato, por lo que puedes ver una breve imagen residual que luego se desvanece. Todo este mundo es una imagen residual. Ya no hay corriente en el sistema. El aparato está apagado, pero todavía creemos que vemos algo, y reaccionamos ante lo que creemos ver.
«¿Por qué querrías conservarla en tu memoria, a no ser que desearas sus efectos?» (T-28.I.2:4).
Esa es una línea muy importante. ¿Por qué seguirías aferrado a la causa —la culpabilidad— a no ser que quisieras los efectos: el mundo? ¿Por qué queremos el mundo? Porque el mundo demuestra que la culpabilidad es real; la culpabilidad demuestra que la separación es real; la separación demuestra que yo soy real. Quiero que haya un mundo porque quiero mantener mi identidad y culpar de ello a todos los demás. Necesito un mundo para eso. «El odio es algo concreto» (L-pI.161.7:1). Tiene que haber alguien a quien pueda odiar, así que tengo que inventarlo. Definimos a las personas psicóticas como aquellas que alucinan e inventan personas que no existen. La película 《Una mente brillante 》se trata de un hombre que inventa un mundo que no existe, y luego reacciona ante ese mundo como si fuera real. Todos hacemos eso. Por eso Jesús dice que el mundo entero es una alucinación (T-20.VIII.7:3). Todos estamos alucinando; pero actuamos como si el mundo fuera real. Realmente creemos que vemos algo en esa pantalla frente a nosotros. Eso es un trastorno, eso es la enfermedad. No importa si tienes un síntoma físico o no; el hecho de que crees que hay un mundo, un cuerpo y culpabilidad es el padecimiento. Esa es la enfermedad, lo cual significa que esa es lo que hay que sanar.
Volviendo ahora al pasaje del folleto de 《Psicoterapia》, la manera en que sanas es reconocer que lo que estás percibiendo afuera en otra persona, en una relación, en una situación o en una circunstancia en tu propio cuerpo es una proyección de lo que no has perdonado en ti mismo. Una vez más:
(P-2.VI.6:4-5) Cuando esto ocurre, ve que sus pecados desaparecer en un pasado que ya no está aquí. Hasta que no lo haga, no podrá sino pensar que el mal lo asedia aquí y ahora.
No veo el mal en mí. Lo veo a mi alrededor. Todo y todos son un patógeno en potencia, porque todos podrían provocarme gran desasosiego.
(P-2.VI.6:6) El paciente es la pantalla sobre la que el terapeuta proyecta sus pecados, permitiéndole así deshacerse de ellos.
No se trata solo de la psicoterapia. El mismo principio obviamente es aplicable a todo lo que hacemos; a cualquier persona con la que estemos, incluso si el encuentro es en la mente porque la persona ha muerto o es alguien con quien estamos fantaseando. Cualquier cosa en la que pensemos es una pantalla para que proyectemos nuestros pecados. Cuando hacemos la pregunta correcta al maestro correcto, el mundo se convierte, para usar la frase de Freud, en «el camino real» que nos lleva de vuelta al interior para que finalmente podamos mirar lo que hay en nuestras mentes. Sin estas oportunidades, sin toda esta gente en nuestras vidas, no tendríamos la oportunidad de hacer esto, porque nuestras mentes quedaron herméticamente cerradas en el instante en que el ego hizo que la culpabilidad fuese real. Eso nos motivó a dejar atrás la culpabilidad y jurar no volver nunca más. Este mundo, entonces, es el testigo de esa promesa.
Eso implica Jesús en el texto cuando dice: «¡No jures morir, santo Hijo de Dios! Pues eso es hacer un trato que no puedes cumplir» (T-29.VI.2:1-2). Hicimos una promesa de que moriríamos, porque eso es lo que hace el cuerpo, para luego culpar de esa muerte a todo y a todos los demás. Pero no podemos cumplirla porque todo es una invención. Podemos pensar que el ego tiene razón y que podemos inventar un mundo que demuestra que el ego tiene razón, pero eso no lo convierte en realidad.
Parte XII
«La causa de la enfermedad»
Antes de continuar con nuestro comentario sobre la sección del manual, «¿Cómo se logra la curación?», permítanme abordar dos preguntas que se plantean con frecuencia.
1) ¿Cómo se llega a la experiencia a partir de la parte intelectual del aprendizaje? Mi respuesta es que de hecho no hay una fórmula, porque esto no es algo que haces tú. El texto está escrito en un nivel intelectual muy elevado y requiere mucha lectura difícil de comprender, más de lo que requieren el libro de ejercicios y el manual. El proceso mismo de esforzarte para entender lo que las palabras están diciendo se convierte en parte de la experiencia de aprenderlo. Eso forma parte de la pedagogía del Curso. La gente se queja de que el texto es demasiado difícil de entender, pero en realidad no lo es. Muchos de los pasajes que he leído son muy claros y directos. Si el significado no es muy evidente de inmediato, no se debe a la dificultad del lenguaje; el miedo y la resistencia que oponemos hacen que el significado nos parezca elusivo o poco claro. Es como si nuestro ego no quisiera que entendiéramos lo que está escrito. Por lo tanto, el cerebro recibe un mensaje de no entender lo que estamos leyendo, y por lo tanto no entendemos. El proceso de aprender a dominar intelectualmente el material no es realmente intelectual, sino más bien un proceso de ir oponiendo menos resistencia, y eso simplemente sucede. Es mucho mejor si sucede sin que intentemos hacer que suceda.
En cierto sentido, el programa de entrenamiento de un año de duración en el libro de ejercicios es una forma de comenzar el proceso de integrar lo que entendemos con el cerebro y lo que entendemos desde el interior. El programa de entrenamiento del libro de ejercicios tiene como objetivo aplicar a la vida cotidiana los principios de la lección basados en el texto. Se nos pide que pensemos en Dios cada hora, cada media hora o seis veces por hora, y que pensemos o usemos la lección durante el día cada vez que sintamos la tentación de alterarnos. Por lo tanto, hay una integración de lo que parece ser la comprensión intelectual de la teoría con la aplicación práctica. En realidad, no se definen de forma muy nítida. La lucha por aprender lo que dice el texto lleva de forma inherente el proceso de convertirnos en lo que dice el texto. Una vez más, las palabras no son tan difíciles. El miedo y la resistencia que oponemos es lo que nos impide entender realmente lo que estamos leyendo. El que lo estudiemos y practiquemos durante muchos años es un reflejo del deseo de aprender y convertirnos en lo que dice.
2) Si me pisas el dedo del pie y te perdono, ¿implica eso que no me dolerá? Podría contarte muchas experiencias que tuve mientras crecía en la ciudad de Nueva York y viajaba en metro; a menudo iba tan abarrotado que era casi imposible que no te empujaran o te pisaran los pies. Los neoyorquinos tienen la reputación algo merecida de no importarles, aunque no siempre es así. No obstante, si alguien te pisa y luego se vuelve rápidamente hacia ti para disculparse, te garantizo que te dolerá menos que si, no solo te pisa el pie, sino que te tumba al suelo por su prisa de llegar a la salida.
Cuando acudes a la mente correcta y perdonas verdaderamente, la experiencia en este instante santo es que no te tomarías a mal algo que pareciera un ataque, aunque la otra persona haya tenido la intención de atacarte. En ese momento, eres un «sanador sanado», hasta que te asustas, retrocedes y te conviertes de nuevo en un «sanador no sanado». En el contexto de la psicoterapia, un sanador no sanado sería alguien en una profesión curativa, que no considera que el propósito de estar allí sea su propia sanación. Por lo tanto, los sanadores no sanados son aquellos que tratan de ayudar a otras personas, pero no consideran que ellos mismos formen parte del proceso.
Permítanme abundar un poco en la idea de no tomar a mal un ataque. Perdonar significa que no haces la conexión que el ego quiere que hagas, entre el ataque —ya sea verbal o físico— de la otra persona y tu persona. Helen tuvo una serie de experiencias que incluí en mi libro Ausencia de felicidad. La clásica, posiblemente previa al comienzo del Curso, fue la que ocurrió cuando Helen vivía en un edificio de apartamentos en la ciudad de Nueva York. El dormitorio del apartamento de arriba estaba directamente arriba del suyo. La mujer que vivía en ese apartamento tenía una costumbre muy molesta desde el punto de vista de Helen: a eso de la medianoche, le daba por caminar en zapatos de tacón alto sobre el piso de madera de su dormitorio. Helen solía acostarse a una hora razonable porque tenía que madrugar para llegar al Centro Médico y, realmente furiosa con esta mujer por ser tan insensible, se ponía a echar humo y pestes en la mente y a pensar en las cosas que iba a hacer. En algún momento de esta virulenta arremetida interior, Helen se dijo a sí misma: «En realidad, el problema es que pienso que hay un cordón que conecta sus tacones con mi cabeza, de tal modo que creo que ella está pisoteándome la cabeza. Si es así, lo único que tengo que hacer es cortar el cordón. Puesto que Helen era una persona muy visual —y auditiva— en su mente sacó unas tijeras, cortó el cordón y enseguida se durmió.
Las historias no siempre son tan nítidas y simples ni todas tienen un final feliz como esta, pero el principio es muy claro. El problema fue la interpretación que hizo Helen, y aquí lo que realmente era la exasperaba, más que el sonido de los tacones en el piso era la idea de que esta mujer fuera tan insensible, irreflexiva y desconsiderada. Eso fue lo que la enfureció. Es lo mismo que en mi ejemplo del metro atestado. Si alguien te pisa, pero enseguida se disculpa, no duele tanto como si la persona es muy insensible y además te echa la culpa del pisotón. En cierto sentido, de eso se trata el perdón —restauras la apropiada conexión causal: no estoy molesta y estoy dando vueltas en la cama por lo que la mujer está haciendo, ni por lo que esta persona hizo o dijo, ni por ninguna otra cosa. Estoy molesta porque estoy haciendo una falsa conexión causal, entre esa persona y yo. Esa es una interpretación, no es un hecho. El Curso hace hincapié en que la percepción es una interpretación, no un hecho (véase T-21.V.1; L-pII.304.1:3; M-17.4:1-7). La interpretación es que ella me está haciendo esto a mí. Si cambio mi percepción, entonces ya no veo que la causa de mi angustia son sus tacones o algo externo a mí, sino que más bien es mi propia interpretación de lo que ella está haciendo. Entonces no hay problema.
Este es un buen paradigma para describir cómo es el proceso. No niegas lo que hace la otra persona. Si un médico dice: «Lo siento mucho, pero ese tumor en su seno es cáncer», no te imaginas y dices que todo es ilusorio y que hace mucho que ese seno desapareció (T-28.I.1:6). Eso es absurdo. Pero puedes verlo de otra manera. No tienes que tomarlo como un ataque contra tu persona, un ataque proveniente ya sea del médico, de algo que comiste, de una píldora que no deberías haber tomado, de tu propio cuerpo, de Dios, o de lo que sea. En cierto sentido, es simplemente otro acontecimiento en el mundo. La elección entonces es si lo miro a través de los ojos de mi ego, que son los ojos de culpabilidad, odio y miedo, o lo miro a través de los ojos del Espíritu Santo, que me ayudará a ver esto como otra oportunidad para aprender que no soy mi cuerpo, sin negar el hecho de que existe un problema que debo atender médicamente. Así es como caminas por la vida. No intentas cambiar el mundo externo. Cambias de mentalidad acerca del mundo externo. El comienzo del capítulo 21 dice: «No trates… de cambiar el mundo, sino elige más bien cambiar de mentalidad acerca de él» (T-21.in.1:7). La idea, de nuevo, es que no te ofendas por lo que otras personas hacen o dicen. El ego siempre te haría interpretarlo como una ofensa personal.
Volviendo a lo que decíamos antes, el propósito del sueño del mundo es que tengamos una experiencia tras otra de culpar justificadamente a los demás, que alguien más me lo hizo; y por lo tanto, mi reacción inmediata sería, ¡por qué me hiciste esto!, ¡qué poco bondadoso, irreflexivo, poco amoroso, poco compasivo, mezquino, cruel, mortífero, etc. En cambio, te das cuenta de que esa es la reacción del ego, porque para eso se hizo el mundo, para que siempre pudiéramos echar la culpa a alguien más y a algo más. Recuerden ese principio muy importante: la percepción es una interpretación, no un hecho. Mis ojos físicos ven hechos perceptuales u objetivos en el mundo, pero mi cerebro interpreta esos hechos aparentes, y la interpretación del cerebro es un reflejo directo de la decisión en la mente. Si quiero encontrar gente a la que pueda culpar, la encontraré sin ningún problema. Pero, con la misma facilidad, podría ver que el ataque, como dice el Curso, es una expresión de miedo, la cual es una petición del amor que fue negado y que no siento que yo merezca, o que otros no sienten que merezcan. Así que el enfoque nunca está en lo que está fuera, sino siempre en lo que está dentro. La mayoría de las veces, no tengo poder sobre el mundo ni sobre otras personas en el mundo. Solo tengo poder sobre mi propia mente. Interpretaré el mundo ya sea a través de los ojos de mi ego, que siempre será en función de ganadores y perdedores, víctimas y victimizadores; o lo interpretaré a través de los ojos de Jesús, que verá a todos compartiendo los mismos intereses, la misma necesidad y el mismo objetivo.
Parte XIII
Volvamos ahora a lo que leí anteriormente del manual para el maestro, sección 5 «¿Cómo se logra la curación?». La segunda subsección es «Un cambio de percepción», y comenzamos con el párrafo 3.
(M-5.II.3:1-2) ¿Qué es lo único que se necesita para que este cambio de percepción tenga lugar? Simplemente esto: el reconocimiento de que la enfermedad es algo propio de la mente y de que no tiene nada que ver con el cuerpo.
Estamos hablando específicamente de la enfermedad, pero obviamente esto aplica para cualquier forma de disturbio, desasosiego o disgusto. Como dice la Lección 5: «Nunca estoy disgustado por la razón que creo». Podrías insertar cualquier palabra: nunca estoy desanimado, enojado, extasiado, emocionado, decepcionado o enfermo por la razón que creo. Esa lección en particular no explica por qué estamos disgustados, pero muchos otros pasajes en el libro de ejercicios, el texto y el manual lo explican. Una vez más, estamos hablando específicamente de la enfermedad, pero esto puede generalizarse fácilmente a cualquier cosa que nos moleste.
(M-5.II.3:3-4) ¿Qué te «cuesta» este reconocimiento? Te cuesta el mundo que ves, pues ya nunca más te parecerá que es el mundo el que gobierna a la mente.
Te cuesta literalmente el mundo, porque el mundo entero desaparecerá junto contigo justo al final, pero aún no hemos llegado al final. Así que mientras vamos subiendo la escalera, lo que cambia es la forma en que vemos el mundo. Hemos considerado que el mundo es aquello que nos gobierna a nosotros: somos las víctimas, los efectos, de causas que no podemos controlar. Mirar al mundo a través de los ojos del Espíritu Santo, o tomar la mano de Jesús y caminar a través de las nubes de culpabilidad no significa que ya no veamos el mundo a través de nuestros ojos; significa, más bien, que nuestra interpretación cambia. Ya no somos víctimas de algo que se nos ha hecho. Ese es el cambio. Una vez más, «te cuesta el mundo que ves, pues ya nunca más te parecerá que es el mundo el que gobierna a la mente».
(M-5.II.3:5) Con este reconocimiento se le atribuye la responsabilidad a quien verdaderamente la tiene: no al mundo, sino a aquel que contempla el mundo y lo ve como no es.
Ver el mundo «como no es» se puede entender en dos niveles. El nivel inmediato del que se habla aquí es que dejo de ver el mundo como lo que me gobierna, como la causa de mi angustia e infelicidad. Cuando me acerco a la cima de la escalera, de repente me doy cuenta de que veo el mundo como no es; es decir, veo un mundo que existe, aunque el mundo no existe en absoluto, solo es un sueño. Pero hasta que llegue a ser capaz de comprender que todo es literalmente un sueño, y la persona que me llamo es simplemente una figura en ese sueño, tengo lo que Un Curso de Milagros llama sueños felices, donde todavía experimento el mundo como una realidad, pero ya no lo experimento como atacándome. Cuando Helen cambió de mentalidad y cortó el cordón entre su cabeza y los tacones de la mujer (véase el extracto anterior), los tacones altos de la mujer seguían pisoteando la madera y Helen seguía acostada en la cama con la cabeza sobre la almohada. La diferencia era que ella ya no veía la conexión de la manera en que la había visto anteriormente. Ese es el cambio. No es que el mundo cambie externamente; lo que cambia es tu interpretación del mundo: ya no lo ves como algo que te afecta.
(M-5.II.3:6-7) Pues ve únicamente lo que elige ver. Ni más ni menos.
Esta es básicamente la idea de que la proyección da lugar a la percepción. Miro dentro y elijo al ego o al Espíritu Santo. Cualquiera que sea el maestro que elija determinará la forma en que percibo el mundo: ya sea como un lugar de pecado, culpabilidad, miedo, odio y sufrimiento; o como un aula de clase en la que todos, sin excepción, tienen que aprender la misma lección. Lo que nos une a todos es tener un solo interés y un solo objetivo, en lugar de intereses y objetivos separados.
(M-5.II.3:8-9) El mundo no le hace nada. Pero él pensaba que le hacía algo.
A nivel del cuerpo, el mundo ciertamente nos hace cosas. Jesús no está sugiriendo que caigamos en la negación, en la que fingimos que el mundo no tiene ningún efecto sobre el cuerpo. Por supuesto que lo tiene. Nos dice en el capítulo 2 que negar nuestra experiencia física en este mundo es «una forma de negación particularmente inútil» (T-2.IV.3:11). No está diciendo que hemos de negar el mundo, sino que simplemente deberíamos negar nuestra interpretación del mundo. El mundo no le hace nada. Él solo pensó que le hizo algo.
(M-5.II.3:10-11) Él tampoco le hace nada al mundo, ya que estaba equivocado con respecto a lo que este era. En esto radica tu liberación de la culpa y de la enfermedad, pues ambas son una misma cosa.
No es solo que el mundo no me hace nada, yo no le he hecho nada al mundo, porque mi creencia de que la gente me está atacando y victimizando es una proyección de mi pensamiento secreto de que soy yo el que ha victimizado a otras personas. Empecé con Dios, y luego inventé un mundo para poder victimizarlo. Pero cuando camino a través de estas nubes con Jesús, me doy cuenta de que lo que percibo fuera me refleja lo que hice realidad por dentro, y lo que hice realidad por dentro tampoco tiene ningún efecto. Esa es la buena noticia. No solo mi ataque contra ti es injustificado, independientemente de lo que hayas hecho; mi ataque contra mí es injustificado, independientemente de lo que yo haya hecho. Así es como se deshace la culpa. La culpa y la enfermedad son una.
(M-5.II.3:12) Sin embargo, para aceptar esta liberación, la insignificancia del cuerpo tiene que ser una idea aceptable.
¡Exacto! Ese es el problema. Te dejas llevar por estas palabras maravillosas, y dices: «Sí puedo hacer esto. Sí, aquello también puedo». Y de repente: «Uy, no creo que pueda hacer eso». Ese es nuestro miedo a la liberación. No nieguen su apego al cuerpo, a ustedes mismos, a su personalidad o a su historia, porque si lo niegan, no tendrán manera de sanarlo y dejarlo ir. Pero dense cuenta de lo difícil que es esto. En la sección importante, «La última pregunta que queda por contestar» (T-21.VII), hay cuatro preguntas. Las tres primeras preguntas son relativamente fáciles de responder. Son relevantes aquí, porque las tres básicamente tienen que ver con dejar de percibir que el mundo nos está victimizando. La cuarta pregunta, el escollo, es: «¿Y deseo ver aquello que negué porque es la verdad?»(T-21.VII.5:14). Esa es la que no queremos responder, porque es la que nos cambia la mente. Las tres primeras preguntas cambian nuestra percepción del mundo. Eso, ya de por sí, es bastante difícil, pero nos las arreglamos después de algún tiempo. La última, que es lo mismo que Jesús está diciendo aquí, es que debo mirar lo que elegí negar porque es la verdad. Si lo miro de nuevo porque es la verdad, la ilusión que es mi yo —razón por la cual mi cuerpo es insignificante— desaparecerá.
Por eso Jesús dice que el problema con esta pregunta es que aún no has entendido que responder con un «sí» implica decir «no al no» (T-21.VII.12:4). Con eso quiere decir que responder: «Sí, deseo ver lo que he negado porque es la verdad», significa que deseas volver a entrar en tu mente correcta y quedarte ahí. Para decir eso y decirlo en serio, debes mirar el sistema de pensamiento del ego, que es el «no», y decir que ya no quieres eso. Ese es el problema. El sistema de pensamiento del ego que hemos aceptado —de hecho lo fabricamos— es el yo. Queremos estar separados, con identidades individuales, especiales y únicas. Ese yo es quien es cada uno de nosotros. Eso es lo que tenemos que mirar y decir que ya no lo queremos. Por eso la última pregunta queda sin contestar, porque significa mirar al ego y decir que no lo queremos.
Lo que quieres hacer contigo mismo, que es dar comienzo al proceso de curación, es ser honesto y darte cuenta de que no estás seguro de que desees emprenderlo. «Sí, creo que me conviene ir desprendiéndome de los resentimientos; y realmente no quiero aferrarme al pasado y culpar a los demás de lo que estoy haciendo». Todo eso está perfecto y es muy importante. Les ayudará a recorrer las cuatro primeras etapas del desarrollo de la confianza (M-4.I.3-6), del que se habla en las primeras páginas del manual; pero no les ayudará a superar la quinta y la sexta etapa, porque la quinta etapa consiste en desprenderte de tu sentido del yo, y la sexta es cuando se alcanza el mundo real.
Hay muchos lugares en el Curso donde Jesús dice lo mismo; lo único que tienes que hacer es tomar conciencia, para que no niegues tu miedo o tu identificación con el ego y tu cuerpo, y que no trates de aparentar que es agradable. Tan solo di: «Pues sí, aquí es donde me encuentro y todavía no estoy listo. Hasta que esté listo para subir esos últimos peldaños de la escalera, puedo subir muchos peldaños intermedios. Puedo aprender, por ejemplo, a desprenderme de mis resentimientos. Puedo aprender a pedir ayuda a Jesús cada vez que me encuentre enojado, molesto, temeroso o culpable y percatarme de que estas son cosas que estoy eligiendo. Puedo aprender a no culpar a otras personas y a tratarme a mí mismo con paciencia, bondad y gentileza conforme vaya superando esto».
Parte XIV - Final
(M-5.II.4:1-5) Con esta idea, el dolor desaparece para siempre. Y con esta idea desaparece también cualquier confusión acerca de la creación. ¿Cómo podría ser de otra manera? Basta con poner causa y efecto en su verdadera secuencia con respecto a algo para que el aprendizaje se generalice y transforme al mundo. El valor de transferencia de una idea verdadera no tiene límites ni final.
Esta noción del «valor de transferencia» es una idea clave en Un curso de milagros. Este curso contiene un plan de estudios, y los maestros siempre quieren que sus estudiantes generalicen lo que aprenden. La Introducción al libro de ejercicios lo indica muy claramente (W-in.4-7). La manera en que empiezo a «poner causa y efecto en su verdadera secuencia» es reconocer mi relación especial con otra persona. Empiezo a ver que la otra persona no es la causa de mi angustia ni la causa de mi salvación. De hecho, la otra persona no tiene absolutamente nada que ver con que yo esté disgustado o me sienta feliz. Si soy feliz es porque elegí al Espíritu Santo como mi Maestro; si estoy molesto, enfermo, si me siento decepcionado o culpable es porque elegí al ego. Es muy simple. Vuelvo a mi mente. Hay una línea en el texto que dice: «El milagro es el primer paso en el proceso de devolverle a la causa la función de ser causa y no efecto» (T-28.II.9:3). La causa es la mente. Empiezo a entender, tal como Helen lo hizo, que la otra persona no es la causa de mi angustia (el efecto). La causa es la interpretación que mi mente da al acontecimiento, a la persona o a la relación.
En cambio, lo que todos hacemos es sacar a colación nuestro pasado; el texto alude a las «sombras del pasado» (T-17.III). Lo hacemos para justificar nuestra reacción: La gente siempre me pisa la cabeza; siempre son injustos, crueles e insensibles conmigo. Mi madre nunca pensó en mí; mi padre nunca estaba en casa, y nunca se preocupó por mí. Yo no le importaba a nadie, siempre me dolía algo y eran dolores muy fuertes, y a nadie le importaba. Ando cargando con todo eso —cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta, ochenta años de lamentos— y de repente una mujer camina con tacones altos sobre un piso de madera que se encuentra arriba de mi dormitorio y me enojo justificadamente. Y, como dice el texto, tras esa mujer habrá miles, y tras cada uno de estos mil más (T-27.V.10:4). Los veo a ellos y veo al mundo como la causa de mi infelicidad.
La curación ocurre cuando invertimos eso y le restituimos a la causa su función de causalidad. Devolvemos el problema a la mente, que es lo que hace el milagro: restituye a la causa su función de causalidad. El propósito de Un curso de milagros es que hagamos eso. Podemos practicarlo, dándonos cuenta de que, por ejemplo, cada vez que esperamos con ansias que algo suceda, estamos dando al suceso un poder que no tiene. Siempre estamos regalando nuestro poder. ¿Por qué? Porque el ego nos dice que una vez tuvimos ese poder, y mira lo que hicimos con él: el Cielo está en tinieblas, Dios está destruido, se ha conquistado el amor, y todo por lo que nosotros hicimos. ¡Así de poderosos somos! La culpabilidad de haberlo hecho es tan abrumadora que haríamos lo que fuera para nunca hacerlo de nuevo. Así que regalamos nuestro poder. Por eso nacemos como bebés desvalidos. Podríamos haber nacido como adultos plenamente desarrollados; el sueño es nuestro. Pero nada es tan impotente como un bebé; e incluso cuando la criatura crece y comienza a hacerse de poder mundano, todavía está a merced de un mundo superior a él. Esa es otra forma de entender por qué se fabricó el mundo: para que pudiéramos regalar nuestro poder. Para nosotros, el poder de la mente es el poder del pecado. Así que si te doy poder sobre mí, tú eres el pecador, y Dios te fulminará a ti, no a mí. Esa es la enfermedad. Es un pensamiento bastante enfermizo, porque lo que yace debajo es la acusación: «Mira lo que hice; ¡destruí a Dios! ¿En qué me convierte eso? Me convierte en Dios.» ¡Esquizofrenia paranoica, irrefutable! Por eso Jesús dice que todos estamos dementes.
Por lo tanto, el objeto de la sanación y del perdón es recuperar el poder, no el poder para pecar o destruir, sino el poder para amar y aprender que todo lo que hayamos pensado que hicimos no tuvo ningún efecto. Así es como nos curamos uno al otro. Cuando estoy en mi mente correcta, estoy totalmente en paz y no estoy enojado con nadie ni estoy culpando a nadie. Entonces, partiendo de ese instante santo te demostraré que, independientemente de lo que esté pasando con tu cuerpo o en tu vida, puedes tomar la misma decisión que yo he tomado. Estoy diciendo que el poder que uno tiene en la mente es el amor, no el pecado y el odio. Eso es lo que es la sanación. De ahí que ese maravilloso pasaje que leí del folleto de Psicoterapia (P-2.VI.6:3) no diga nada sobre el paciente, sobre el diagnóstico del paciente, sobre la trayectoria del tratamiento, y ciertamente nada sobre opciones asequibles de atención médica. Todo lo que dice es que el terapeuta sana su propia mente al traer el problema para dentro, que es donde el Espíritu Santo se convierte en el terapeuta. Así es como se produce la curación. En ese instante, el terapeuta le refleja al paciente la misma elección que el paciente puede hacer, independientemente de lo que se diga en el consultorio, de las ideas brillantes que el terapeuta pueda tener, o de los problemas que aporte el paciente. Todo eso es totalmente irrelevante para el verdadero proceso de sanación, que consiste en que el terapeuta mire al paciente a través de ojos que no juzgan, porque él ha dejado de juzgarse a sí mismo. De hecho, el folleto también dice que la curación ocurre cuando el terapeuta se olvida de juzgar (P-3.II.6:1).
La única manera de evitar juzgarte es evitar juzgarme. Sin embargo, no sé si hay algo que tenga que juzgar y cambiar en mí mismo, porque no tengo conocimiento del juicio. Por lo tanto, debo observar cuidadosamente cómo reacciono ante ti, debido a quién eres en mi vida. Mis reacciones me mostrarán lo que proyecté de mi mente, de la que no tenía conciencia alguna. Una vez que redirijo mi atención de fuera hacia dentro y miro aquello de lo que me estoy acusando —todo el odio y aborrecimiento a mí mismo—, y lo miro con el amor de Jesús a mi lado, cuando realmente lo haga desaparecerá. En ese momento no hay juicio en mí, porque reconozco que no sucedió nada. Me doy cuenta de que mi grandiosidad y mis delirios paranoicos de grandeza no tuvieron efecto alguno sobre nada; no se ha puesto en peligro el Amor de Dios; la Unidad del Cielo no ha sido destrozada en miles de millones de fragmentos. ¡No sucedió nada! En ese instante, mi culpabilidad y mi juicio han desaparecido, y por consiguiente me es imposible juzgarte. Es entonces cuando se produce la sanación, porque te estoy demostrando que ahora tú puedes tomar la misma decisión que yo. Muy simple. Esto es aplicable, estés en psicoterapia, en la habitación de un hospital, en un consultorio médico, en un despacho de abogados, en una familia o en un negocio. No importa dónde te encuentres, el proceso siempre es el mismo.
(M-5.II.4:6) El resultado final de esta lección es el recuerdo de Dios.
La lección es que la mente fabricó el mundo, y ahora entendemos por qué lo hizo. El gran temor es que recordemos a Dios, porque entonces no habrá yo, ni individualidad, ni especialismo, ni singularidad. No habrá nada excepto el Amor de Dios.
(M-5.II.4:7) ¿Qué significado tienen ahora la culpa, la enfermedad, el dolor, los desastres y todo sufrimiento? Al no tener ningún propósito, no pueden sino desaparecer.
La palabra importante aquí es propósito. Es increíble la frecuencia con la que aparece en el Curso (más de 600 veces). El propósito de la enfermedad, del dolor, del desastre y del sufrimiento es probar que la separación es real, pero que fue obra de alguien más, no mía. Una vez que me doy cuenta de que no hay culpabilidad que deba expiarse, entonces no hay culpa de la que tenga que deshacerme atacando. Si no hay culpa alguna, toda enfermedad, dolor, desastre y sufrimiento desaparecen porque su propósito ha desaparecido. Ya no tengo que retener en la memoria un pensamiento que se deshizo y se sanó en el instante en que pareció surgir. Ya no tengo miedo de recordar a Dios. Todos nosotros, como un solo Hijo colectivo, elegimos en contra de esto cuando escogimos de maestro al ego en lugar del Espíritu Santo, y eso es lo que ahora podemos corregir. Cuando finalmente elegimos eso, se sana la mente, lo cual significa que el Hijo de Dios vuelve a ser uno. A eso se refiere Jesús en Un curso de milagros cuando dice que estuvimos con él cuando despertó (C-6.5:5). Esto no tiene nada que ver con la resurrección física, que es realmente absurda desde el punto de vista del Curso. ¿Cómo podría un cuerpo resucitar si nunca lo mataron? Y nunca lo mataron porque nunca vivió. En Un curso de milagros, resucitar es despertar del sueño de muerte (M-28.1-2). Jesús dice que cuando despertó estuvimos con él porque todos somos uno, y en esa unidad no hay Jesús, no hay Ken, no hay nadie: solo el Hijo único de Dios que no tiene nombre, porque Su Nombre lleva N mayúscula, como dicen las Lecciones 183 y 184 («Invoco el Nombre de Dios y el mío propio»; «El Nombre de Dios es mi herencia»).
(M-5.II.4:9-11) Y con ellos desaparecen también todos los efectos que parecían tener. Causa y efecto no son sino una réplica de la creación. Vistos en su verdadera perspectiva, sin distorsiones y sin miedo, restablecen el Cielo.
La Causa original es Dios. Es la Primera Causa, no hay segunda; y Cristo, Su Hijo, es Su Efecto. Esa es la Causa y Efecto original. El ego nos dice que nos separamos de Dios, y que el efecto abandona su causa, porque las ideas abandonan su fuente. Una vez que dividimos causa y efecto, continuamos escindiendo; ahora la mente es la causa y el mundo es el efecto. Pero una vez que volvemos a alinear causa y efecto, nos damos cuenta de que las ideas no abandonan su fuente. Entonces, el mundo vuelve a su fuente, que es la culpabilidad en nuestra mente. Ahora nos encontramos de nuevo en la mente para volver a mirar la culpabilidad, que desaparece. Lo único que se requiere ahora es que miremos dentro. Eso es lo que convierte a alguien en un sanador, y así es como se sana y se deshace el sueño de la enfermedad. Primero miro hacia fuera a través de los ojos de mi nuevo maestro, que me instruye que lo que veo afuera es una proyección de lo que he hecho real por dentro. Entonces miro dentro y empiezo a reír, con la «dulce risa» de la que habla Jesús. Me río de lo tonto que fue pensar que yo pudiera ser Dios, que siquiera deseara ser Dios, y que para poder yo existir y seguir existiendo, tuviera que rematar continuamente a Dios, y luego rematar a todos los demás en esta telenovela casi interminable de engaño, asesinato, dolor y muerte. Todo el sueño termina en el instante en que cualquiera de nosotros de repente reconoce lo que está pasando.
Como cierre, pasemos a los dos hermosos párrafos cerca del final del capítulo 2 del folleto de Psicoterapia. Jesús está hablando específicamente del consultorio del terapeuta, pero es fácil aplicar lo que dice a cualquier situación en la que estemos con otra persona. Recuerden que las relaciones no ocurren en el cuerpo; ocurren en la mente, por lo que puedes imaginarte esta escena con uno de tus padres que ya murió sin que lo hayas perdonado, o con un funcionario público, con el que tienes una relación especial aunque no lo conoces en persona. No importa, porque es puro pensamiento de todos modos. Por lo tanto, sea cual sea la naturaleza de tu relación, no es más que una proyección de tu relación con Dios en tu mente. Ese es el conflicto original; la relación especial original; y en lugar de mirarlo por dentro, lo proyectamos.
«Piensa en lo que en realidad significa la unión de dos hermanos. Y luego olvídate del mundo y de todos sus míseros triunfos, así como de sus sueños de muerte. Todos son uno y lo mismo, y ahora nada puede recordarse del mundo de la culpa. La habitación se transforma en un templo, y la calle, en un torrente de estrellas que suavemente se desliza más allá de todos los sueños enfermizos. La curación se ha dado, pues lo que es perfecto no necesita curación, y qué puede necesitar perdón allí donde no hay pecado?
»Siéntete agradecido, terapeuta, de que puedes contemplar cosas como estas solo con entender tu verdadero papel. Si no lo haces, habrás negado que Dios te creó y, por ende, no sabrás que eres Su Hijo. ¿Quién es tu hermano ahora? ¿Qué santo puede venir para llevarte con él a casa? Has perdido el rumbo. ¿Cómo puedes ahora esperar ver en él una respuesta que te has negado a dar. Cura y cúrate. No hay otra alternativa que pueda jamás conducir a la paz. Deja entrar a tu paciente, pues viene a ti de parte de Dios. ¿No es acaso su santidad suficiente para despertar en ti tu memoria de Él?» (P-2.VII.8-9).

Fuente:
https://facim.org/online-learning-aids/excerpt-series/la-sanacion-del-sueno-de-la-enfermedad/