1. ¿Qué es el perdón?

"Comenzamos la Parte II con el primero de una serie de catorce resúmenes que encapsulan el sistema de pensamiento de Un Curso de Milagros. Su tema es el «perdón», el tema más importante del Curso. Los párrafos 1, 4 y 5 describen qué es el perdón - el perdón de las ilusiones - y los 2 y 3 resumen lo que no es - pensamientos que no perdonan de culpabilidad.
(L-pII.1:1-4) «El perdón reconoce que lo que pensaste que tu hermano te había hecho en realidad nunca ocurrió. El perdón no perdona pecados, otorgándoles así realidad. Simplemente ve que no hubo pecado. Y desde este punto de vista todos tus pecados quedan perdonados.»
Esta es una de las formas más significativas en que Un Curso de Milagros se aparta de otras espiritualidades, muchas de las cuales enfatizan de manera similar la importancia del perdón. En el Curso, Jesús explica que perdonamos a nuestros hermanos por lo que ellos «no» han hecho:
“¡Qué paradójica es la salvación!...Lo único que te pide es que perdones todas las cosas que nadie jamás hizo, que pases por alto lo que no existe y que no veas lo ilusorio como si fuese real.” (T-30.IV.7:1, 3)
Puesto que no hay ningún mundo, y todos los que parecen estar en él no son más que una figura del sueño, no hay nadie para hacer nada. Esto en última instancia significa que nos perdonamos a nosotros mismos por lo que no hemos hecho - simplemente «creemos» que nos separamos de Dios y destruimos Su Reino.
En verdad, no pasó nada y por lo tanto no hay nada que perdonar. En el nivel práctico de nuestra experiencia diaria - olvidando por el momento que esto es una ilusión y ni siquiera estamos aquí - el perdón significa que no me has quitado la paz de Dios. Mi inquietud proviene de la idea de que lo has hecho - por tus palabras o acciones. Por eso te perdono por lo que no has hecho, porque el único que me ha quitado la paz de Dios soy «yo».
(L-pII.1.1:5) «¿Qué es el pecado sino una idea falsa acerca del Hijo de Dios?»
El pecado no es un hecho, sino un pensamiento erróneo que se deriva de la creencia de que el ego dice la verdad sobre la culpa y el castigo, y el Espíritu Santo miente sobre la inocencia del Hijo impecable de Dios:
“El Espíritu Santo no puede castigar el pecado. Reconoce los errores y Su deseo es corregirlos todos tal como Dios le encargó que hiciese. Pero no conoce el pecado, ni tampoco puede ver errores que no puedan ser corregidos...Lo que pide castigo no está realmente pidiendo nada. Todo error es necesariamente una petición de amor. ¿Qué es, entonces, el pecado? ¿Qué otra cosa podría ser, sino una equivocación que quieres mantener oculta, una petición de ayuda que no quieres que sea oída, y que, por lo tanto, se queda sin contestar?” (T-19.III.4:1-3, 6-9)
Por lo tanto, el ego nos dice que el Hijo de Dios no es el glorioso Ser creado por Dios, sino el yo separado y pecaminoso al cual le hemos dado un nombre e identidad distintos.
(L-pII.1.1:6) «El perdón ve simplemente la falsedad de dicha idea y, por lo tanto, la descarta.»
Este, entonces, es el núcleo del perdón - mirar al ego y ver que no hay nada que perdonar. Miramos nuestras falsas percepciones y nos damos cuenta de que no son lo que pensábamos que eran. El especialismo que pensamos nos haría felices - viniendo a expensas de otro - no era cierto. Sin embargo, no sabremos esto hasta que veamos su falsedad inherente, reconociendo que no sabemos lo que más nos conviene. Jesús nos ayuda a compartir su visión llena de gracia, viendo sólo el amor sanador que nos une como el Hijo de Dios, como leemos nuevamente:
“La gracia de Dios descansa dulcemente sobre los ojos que perdonan, y todo lo que éstos contemplan le habla de Dios al espectador. Él no ve maldad, ni nada que temer en el mundo o nadie que sea diferente de él. Y de la misma manera en que ama a otros con amor y con dulzura, así se contempla a sí mismo. Él no se condenaría a sí mismo por sus propios errores tal como tampoco condenaría a otro. No es un árbitro de venganzas ni un castigador de pecadores. La dulzura de su mirada descansa sobre sí mismo con toda la ternura que les ofrece a los demás. Pues sólo quiere curar y bendecir. Y puesto que actúa en armonía con la Voluntad de Dios, tiene el poder de curar y bendecir a todos los que contempla con la gracia de Dios en su mirada.” (T-25.VI.1)
(L-pII.1.1:7) «Lo que entonces queda libre para ocupar su lugar es la Voluntad de Dios.»
El perdón deshace lo que es falso en nuestras mentes, dejando la verdad que siempre estuvo presente; la maravillosa realización de nuestra unicidad que viene cuando el pecado se ha ido. Recuerda este hermoso párrafo:
“El perdón convierte el mundo del pecado en un mundo de gloria, maravilloso de ver. Cada flor brilla en la luz, y en el canto de todos los pájaros se ve reflejado el júbilo del Cielo. No hay tristeza ni divisiones, pues todo se ha perdonado completamente. Y los que han sido perdonados no pueden sino unirse, pues nada se interpone entre ellos para mantenerlos separados y aparte. Los que son incapaces de pecar no pueden sino percibir su unidad, pues no hay nada que se interponga entre ellos para alejar a unos de otros. Se funden en el espacio que el pecado dejó vacante, en jubiloso reconocimiento de que lo que es parte de ellos no se ha mantenido aparte y separado.” (T-26.IV.2)
Los párrafos 2 y 3 discuten los pensamientos que no perdonan - hacia otro - y cómo se defienden contra el pensamiento que no perdona que abrigamos hacia nosotros mismos por haber destruido el Cielo:
(L-pII.2:1-2) «Un pensamiento que no perdona es aquel que emite un juicio que no pone en duda a pesar de que es falso. La mente se ha cerrado y no puede liberarse.»
Cuando abrigas un resentimiento contra alguien, estás seguro de que tu juicio es correcto y no está sujeto a dudas. Por lo tanto, el objetivo principal de las enseñanzas de Jesús en Un Curso de Milagros es ayudarte a dudar de la veracidad de tu percepción de ti mismo, de los demás, de él y de Dios. En el pasaje que cité anteriormente del Capítulo 24, “Aprender este curso requiere que estés dispuesto a cuestionar cada uno de los valores que abrigas.” (T-24.in.2: 1), Jesús no dice que desestimes tus valores. Por el contrario, dice que la pequeña dosis de buena voluntad para cuestionar cada valor es suficiente. Sólo necesitas tener alguna duda sobre la convicción de que estás en lo cierto, porque una vez que estés tan convencido, tu mente está tan cerrada que ya no sabrás que tienes una. El efecto es que el pensamiento de la separación de Dios - pecado, culpa y miedo - es por siempre excluido de la conciencia. Tu pensamiento que no perdona pone en movimiento la secuencia y la mantiene, como explican estas frases:
(L-pII.1.2:3-4) «Dicho pensamiento protege la proyección, apretando aún más sus cadenas de manera que las distorsiones resulten más sutiles y turbias, menos susceptibles de ser puestas en duda y más alejadas de la razón. ¿Qué puede interponerse entre una proyección fija y el objetivo que ésta ha elegido como su deseada meta?»
Recuerda nuestra discusión sobre el doble escudo de olvido del ego. El segundo escudo - nuestra experiencia corporal - culmina en las relaciones especiales de amor u odio. Estas tienen el único objetivo de proteger el sistema de pensamiento del ego para que nunca lo examinemos y hagamos otra elección: el pensamiento que no perdona protege la proyección - mi falta de perdón proyectada me protege de reconocer la falta de perdón hacia mí mismo. En otras palabras, mi problema es la culpa que no quiero mirar, pero que niego, proyecto y veo en ti, seguro de que mis percepciones de tu pecado son correctas. Las cadenas de mi mente son por lo tanto apretadas, dejándola aún más aprisionada. Por lo tanto, nunca puedo acceder a ella, y las distorsiones corporales se vuelven cada vez más sutiles y turbias a medida que me alejo aún más de la razón de mentalidad recta del Espíritu Santo. Ahora nada puede venir a interponerse entre mi ira y el objetivo subyacente del ego de perpetuar su sistema de pensamiento de culpa y ataque: "¿Qué puede interponerse entre una proyección fija y el objetivo que ésta ha elegido como su deseada meta? ":
“La ira siempre entraña la proyección de la separación, lo cual tenemos que aceptar, en última instancia, como nuestra propia responsabilidad, en vez de culpar a otros por ello.” (T-6.in.1:2)
“La proyección, sin embargo, siempre te hará daño. La proyección refuerza tu creencia de que tu propia mente está dividida, creencia ésta cuyo único propósito es mantener vigente la separación.” (T-6.II.3:1-2)
“Cada vez que te enfadas, puedes estar seguro de que has entablado una relación especial que el ego ha "bendecido", pues la ira es su bendición...La ira no es más que un intento de hacer que otro se sienta culpable, y este intento constituye la única base que el ego acepta para las relaciones especiales.” (T-15.VII.10:1, 3)
Y ahora el objetivo del ego:
(L-pII.1.3:1-2) «Un pensamiento que no perdona hace muchas cosas. Persigue su objetivo frenéticamente, retorciendo y volcando todo aquello que cree que se interpone en su camino.»
En contraste con el perdón, que no hace nada, la falta de perdón hace todo frenéticamente porque debe preservar la individualidad del ego. La imagen retratada aquí es de un ser frenético en nuestro interior - nosotros mismos - que intenta furiosamente proteger su identidad. Logra su objetivo al convertir a la mente en un lugar temeroso, impulsándonos a proyectar el contenido de la culpabilidad de la mente en un mundo, creyendo entonces que las cosas suceden a nuestro alrededor y a nosotros. Desesperado por preservar su identidad, por lo tanto, hace todo lo posible para sobrevivir. Esto requiere un tremendo esfuerzo e ingenio -la relación especial- a la que todos nos hemos vuelto muy adeptos; sin embargo, estos métodos demuestran ser las mayores fuentes de dolor en el mundo:
“Cuando se examina la relación especial, es necesario antes que nada, darse cuenta de que comporta mucho dolor. Tanto la ansiedad como la desesperación, la culpabilidad y el ataque están presentes, intercalados con períodos en que parecen haber desaparecido.” (T-16.V.1:1-2)
(L-pII.1.3:3) «Su propósito es distorsionar, lo cual es también el medio por el que procura alcanzar ese propósito.»
Esta es la "deseada meta" de la que habla Jesús al final del párrafo 2: la distorsión de Quién somos como Hijo de Dios y de Dios Mismo. Primero, el ego distorsiona la realidad y luego elige los medios por los cuales esta distorsión será protegida, haciendo que un mundo de relaciones se vea fuera de la mente. De este modo, sin misericordia nos vemos obligados a pasar nuestras vidas intentando adaptarnos a los problemas de los cuerpos - física, psicológica e interpersonalmente:
“El mundo que ves no es sino un juicio con respecto a ti mismo. No existe en absoluto. Tus juicios, no obstante, le imponen una sentencia, la justifican y hacen que sea real. Ése es el mundo que ves: un juicio contra ti mismo, que tú mismo has emitido. El ego protege celosamente esa imagen enfermiza de ti mismo, pues ésa es su imagen y lo que él ama, y la proyecta sobre el mundo. Y tú te ves obligado a adaptarte a ese mundo mientras sigas creyendo que esa imagen es algo externo a ti, y que te tiene a su merced. Ese mundo es despiadado, y si se encontrase fuera de ti, tendrías ciertamente motivos para estar atemorizado. Pero fuiste tú quien hizo que fuese inclemente, y si ahora esa inclemencia parece volverse contra ti, puede ser corregida.” (T-20.III.5:2-9)
(L-pII.1.3:4) «Se dedica con furia a arrasar la realidad, sin ningún miramiento por nada que parezca contradecir su punto de vista.»
Esta es otra forma de definir el objetivo del ego: la distorsión, si no la destrucción de la realidad, en el loco intento de aniquilar la Identidad de Dios y Su Hijo. Dado que «las ideas no abandonan su fuente», la idea de un mundo separado lleno de cuerpos especiales no es más que un fragmento sombrío del pensamiento original: existo sólo a expensas de Dios. Si voy a establecerme a mí mismo como real, debo sacrificar la realidad de Dios, y un pensamiento que no perdona mantiene este sistema de pensamiento en su lugar. Además, al perseguir su objetivo, el ego no se preocupa por nada que se interponga en su camino, razón por la cual Jesús nos enseña que el objetivo del ego es el asesinato, como es el objetivo de todo especialismo:
“La pena de muerte es la meta final del ego porque está convencido de que eres un criminal que merece la muerte, tal como Dios sabe que eres merecedor de la vida. La pena de muerte nunca abandona la mente del ego, pues eso es lo que siempre tiene reservado para ti al final. Deseando destruirte como expresión final de sus sentimientos hacia ti, te deja vivir sólo para que esperes la muerte. Te atormentará mientras vivas, pero su odio no quedará saciado hasta que mueras, pues tu destrucción es el único fin que anhela, y el único fin que le dejará satisfecho.” (T-12.VII.13:2-6)
En un pasaje sorprendentemente gráfico en el Capítulo 24, ya citado, Jesús describe de manera similar este objetivo asesino del especialismo:
“Mas deja que tu deseo de ser especial dirija su camino, y tú lo recorrerás con él. Y ambos [tú y tu hermano] caminaréis en peligro, intentando conducir al otro a un precipicio execrable y arrojarlo por él, mientras os movéis por el sombrío bosque de los invidentes, sin otra luz que la de los breves y oscilantes destellos de las luciérnagas del pecado, que titilan por un momento para luego apagarse. Pues, ¿en qué puede deleitarse el deseo de ser especial, sino en matar? ¿Qué busca sino ver la muerte? ¿Adónde conduce, sino a la destrucción?” (T-24.V.4:1-5)
Buscamos destruir todo lo que sospechamos que impide la defensa de nuestro sistema de pensamiento. En la oración 2, Jesús dijo que volcaríamos lo que vemos que interfiere con nuestro camino elegido; aquí dice que no nos preocuparíamos por nadie ni por nada - la fuente de nuestra culpa, porque está firmemente arraigada en nuestras mentes el pensamiento de cómo hemos usado y manipulado egoístamente a todos. No vemos a los demás como recordatorios de nuestra unicidad, sino como amenazas y rivales. Nuestro pensamiento distorsionado nos dice que si no luchamos contra ellos, nuestra felicidad estará en peligro. Si fuera por nosotros, trataríamos con otros atacándolos abiertamente - odio especial - pero si necesitamos ser más encubiertos, simplemente los manipulamos a través de la culpabilidad del amor especial.
“Pues [el ego] preferiría atacar de inmediato y no demorar más lo que realmente desea hacer. No obstante, dado que el ego se relaciona con la "realidad" tal como él la ve, se da cuenta de que nadie podría interpretar un ataque directo como un acto de amor. Mas hacer sentir culpable a otro es un ataque directo, aunque no parezca serlo.” (T-15. VII.6:3-5)
Esta locura comienza con la relación especial original: necesitamos lo que Dios tiene, y por lo tanto, Él debe ser asesinado. «Las ideas no abandonan su fuente», y como la idea de matar a Dios es la fuente, no podemos dejar de representar repetitivamente ese pensamiento en nuestras proyecciones, como recordamos:
“Piensas que estás más a salvo dotando al pequeño yo que inventaste con el poder que le arrebataste a la verdad al vencerla y dejarla indefensa. Observa la precisión con que se ejecuta este rito en la relación especial. Se erige un altar entre dos personas separadas, en el que cada una intenta matar a su yo e instaurar en su cuerpo otro yo que deriva su poder de la muerte del otro. Este rito se repite una y otra vez...La relación especial debe reconocerse como lo que es: un rito absurdo en el que se extrae fuerza de la muerte de Dios y se transfiere a Su asesino...” (T-16.V.11:3-6; 12:4)
Nuestra culpa no nos permite reconocer el especialismo como lo que es, y si no podemos ver lo que hacen nuestros cuerpos, ¿cómo podemos recordar alguna vez la decisión de la mente? Por lo tanto, necesitamos reconocer que la culpa sobre nuestras acciones es una defensa; otra parte de la estrategia del ego para evitar que fijemos nuestra mirada en nuestro comportamiento, revelando que no es más que una sombra de la culpabilidad de la mente por la separación.
El propósito de mentalidad correcta del mundo, por lo tanto, es ser un aula de aprendizaje que me refleje lo que el ego hace «en mi mente». Si soy culpable por mi comportamiento - mis relaciones especiales de manipulación y engaño - sería imposible pedirle ayuda a Jesús. Recuerda que la culpa es cegadora porque hace que sea imposible ver verdaderamente. Cuando me siento culpable y le pido al ego que me ayude a aliviar mi dolor mediante la proyección, esto no deshace la culpa de la mente que es la verdadera causa del dolor. Sin embargo, pedir ayuda a Jesús significa deshacer la culpa en su origen. Me ayuda a ver de qué creo que soy culpable en el mundo, y a ver esto como una sombra de la culpa secreta en mi mente. Sólo entonces puedo ver tanto la culpa externa como la interna, viéndolas como una sola ilusión, lo que les permite desaparecer. Los siguientes dos párrafos explican este proceso de perdón y curación:
(L-pII.1.4:1) «El perdón, en cambio, es tranquilo y sosegado, y no hace nada.»
Lo anterior viene del comienzo del Salmo 46: "Estad quietos y sabed que yo soy Dios". Estar quietos silencia los chillidos estridentes del ego, y en las lecciones venideras veremos cuán a menudo Jesús habla de nuestra quietud. Por lo tanto, el perdón "sosegadamente no hace nada", porque el «hacer» no proviene de la creación de Dios o de la corrección del Espíritu Santo, sino que se origina con la creencia del ego de que destruyó a Dios. Esto fue un "hacer" bastante pesado, exigiendo que tengamos que "hacer" como locos para protegernos de ser destruidos. Sin embargo, Jesús nos dice que no tenemos que hacer nada más que mirar sosegadamente con él al hermano que buscamos condenar a «nuestro» pecado y culpa:
“Contempla al Hijo de Dios, observa su pureza y permanece muy quedo. Contempla serenamente su santidad, y dale gracias a su Padre por el hecho de que la culpabilidad jamás haya dejado huella alguna en él.
...Contemplémosle juntos y amémosle, pues en tu amor por él radica tu inocencia. Y sólo con que te contemples a ti mismo, la alegría y el aprecio que sentirás por lo que veas erradicará la culpabilidad para siempre.” (T-13.X.11:10-11; 12:3-5)
Para resumir, el perdón no hace nada; tampoco lo hace Jesús, el Espíritu Santo, o nuestras mentes correctas. Ellos simplemente contemplan la falsedad y se dan cuenta de que no tuvo ningún efecto en la santidad del Hijo de Dios.
(L-pII.1.4:2-3) «No ofende ningún aspecto de la realidad ni busca tergiversarla para que adquiera apariencias que a él le gusten. Simplemente observa, espera y no juzga.»
Esa última frase es la esencia del perdón: simplemente «observa» el sistema de pensamiento del ego, «espera» pacientemente a que cambiemos de mentalidad y, por encima de todo, «no juzga». No condena los egos de los demás o de nosotros mismos, sino que dice: "¿No es esto un pensamiento tonto? ¿No es esto un comportamiento tonto que viene de un pensamiento tonto? No malo, pecaminoso o malvado; sólo tonto, porque no nos dará lo que queremos, aunque insistamos en que funcionará cuando secretamente sepamos que no lo hará". El perdón, por lo tanto, es la simple mirada que deshace el pecado, mientras que el hecho de tomarlo en serio - dándole efectos que no tiene - solidifica su existencia en nuestras mentes.
El perdón y el milagro son nombres diferentes para el mismo proceso de observar sin juzgar el sueño de separación del ego, en el que fabricó un mundo a su propia semejanza de odio, "ofendiendo" así la realidad del amor:
“El milagro establece que estás teniendo un sueño y que su contenido no es real. Éste es un paso crucial a la hora de lidiar con ilusiones. Nadie tiene miedo de ellas cuando se da cuenta de que fue él mismo quien las inventó. Lo que mantenía vivo al miedo era que él no veía que él mismo era el autor del sueño y no una de sus figuras. Él se causa a sí mismo lo que sueña que le causó a su hermano. Y esto es todo lo que el sueño ha hecho y lo que le ha ofrecido para mostrarle que sus deseos se han cumplido. Y así, él teme su propio ataque, pero lo ve venir de la mano de otro. Como víctima que es, sufre por razón de los efectos del ataque, pero no por razón de su causa. No es el autor de su propio ataque, y es inocente de lo que ha causado. El milagro no hace sino mostrarle que él no ha hecho nada.” (T-28.II.7:1-10)
(L-pII.1.4:4) «El que no perdona se ve obligado a juzgar, pues tiene que justificar el no haber perdonado.»
"Juzgar" en este pasaje es un sinónimo para el pensamiento que no perdona. Cuando no me he perdonado a mí mismo, protejo esta falta de perdón proyectando la culpa y no dejando que nadie más se libre de ella. Por lo tanto, veo mis pecados en ti, y en lugar de deshacerlos en mí mismo, busco su deshacimiento castigándote a ti, el pecador. No deshago nada, sin embargo, porque en el fondo refuerzo el pecado en mi mente, de ahí mi intensa necesidad de juzgar, criticar y encontrar faltas. Recordemos este importante pasaje que expone implícitamente las mentiras del ego, que se disfrazan de santos mártires. En verdad, estos mártires solo condenan a otros a través de sus inocentes sufrimientos:
“La necesidad de liberar al mundo de la condenación en la que se halla inmerso es algo que todos los que habitan en él comparten. Sin embargo, no reconocen esta necesidad común. Pues cada uno piensa que si desempeña su papel, la condenación del mundo recaerá sobre él. Y esto es lo que percibe debe ser su papel en la liberación del mundo. La venganza tiene que tener un blanco. De lo contrario, el cuchillo del vengador se encontraría en sus propias manos, apuntando hacia sí mismo. Pues para poder ser la víctima de un ataque que él no eligió, tiene que ver el arma en las manos de otro. Y así, sufre por razón de las heridas que le infligió un cuchillo que él no estaba empuñando.
Ése es el propósito del mundo que él ve. Y desde este punto de vista, el mundo provee los medios por los que dicho propósito parece alcanzarse.” (T-27.VII.4:2-5:2)
Esta dinámica del mártir sirve como modelo para lo que todos hacemos. En lugar de reconocer nuestro pecado - el cuchillo del pecado en nuestra mano ensangrentada - lo vemos en alguien más. Nuestro dolor se convierte en el testigo (la raíz etimológica de «mártir») del pecado de otro. Así el mundo pecaminoso justifica nuestro pensamiento que no perdona, la cara del asesino detrás de la cara de la inocencia.
(L-pII.1.4:5) «Pero aquel que ha de perdonarse a sí mismo debe aprender a darle la bienvenida a la verdad exactamente como ésta es.»
Sólo necesitamos aceptar la verdad que ya está albergada en nuestras mentes correctas por el Espíritu Santo. Cerca del final del libro de ejercicios aparece una línea maravillosa que refleja este pasaje: “Lo único que nos concierne ahora es dar la bienvenida a la verdad.” (W-pII.14.Q.3: 7). Damos la bienvenida a la verdad dando la espalda a la falsedad del ego, renunciando a su ilusión porque ahora queremos la verdad y sólo la verdad.
(L-pII.1.5:1) «No hagas nada, pues, y deja que el perdón te muestre lo que debes hacer a través de Aquel que es tu Guía, tu Salvador y Protector, Quien, lleno de esperanza, está seguro de que finalmente triunfarás.»
Esto es similar al "No tengo que hacer nada" del texto y no significa que no hagas nada a nivel del comportamiento. Más bien, dejas que el Espíritu Santo te guíe. Esto no significa que Él te diga específicamente qué hacer - aunque esa pueda ser tu experiencia - ya que Su Amor simplemente se extiende a Sí Mismo a través de ti y tu cuerpo expresa en la «forma» el «contenido» de Su Amor. El siguiente pasaje nos es familiar:
“Hacer algo siempre involucra al cuerpo. Y si reconoces que no tienes que hacer nada, habrás dejado de otorgarle valor al cuerpo en tu mente...No hacer nada es descansar, y crear un lugar dentro de ti donde la actividad del cuerpo cesa de exigir tu atención. A ese lugar llega el Espíritu Santo, y ahí mora...Este tranquilo centro, en el que no haces nada, permanecerá contigo, brindándote descanso en medio del ajetreo de cualquier actividad a la que se te envíe. Pues desde este centro se te enseñará a utilizar el cuerpo impecablemente.” (T-18.VII.7:1-2, 7-8; 8:3-4)
(L-pII.1.5:2-3) «Él ya te ha perdonado, pues ésa es la función que Dios le encomendó. Ahora tú debes compartir Su función y perdonar a aquel que Él ha salvado, cuya inocencia Él ve y a quien honra como el Hijo de Dios.»
Así como hemos sido perdonados por el Espíritu Santo por lo que «no» hemos hecho, se nos pide que compartamos ese mismo perdón con los demás, reforzando la verdad de la Expiación en nosotros mismos y en todos nuestros hermanos. Concluimos con este pasaje inspirador del texto, que describe la extensión del perdón del Espíritu Santo a través de nuestras mentes, sanadas a medida que llevamos los pensamientos tenebrosos de culpa a Su radiante luz:
“¿Qué otra cosa podría ser contemplar con caridad aquello que tu Padre ama, sino una bendición universal? Extender el perdón es la función del Espíritu Santo. Deja eso en Sus manos. Ocúpate únicamente de entregarle aquello que se puede extender. No guardes ningún secreto tenebroso que Él no pueda usar, antes bien, ofrécele los pequeños regalos que Él puede extender para siempre. Él aceptará cada uno de ellos y los convertirá en una fuerza potente en favor de la paz. El Espíritu Santo no dejará de bendecir ni uno solo de los regalos que le haces ni los limitará en forma alguna. Los infundirá de todo el poder que Dios le ha conferido, a fin de hacer de cada uno de ellos un manantial de curación para todos. Cada pequeño regalo que le ofreces a tu hermano derrama luz sobre el mundo. No te preocupes por las tinieblas; mira más allá de ellas y contempla a tu hermano. Y deja que las tinieblas sean disipadas por Aquel que conoce la luz y que tiernamente la deposita en cada una de las dulces sonrisas de fe y de confianza con que bendices a tu hermano.” (T-22.VI.9) "
~ Del libro "Viaje a Través del Libro de Ejercicios" por el Dr. Kenneth Wapnick. Traducción al Español por Alfonso Martínez .